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Mar 15, 2017 | Actualizado hace 7 años
País Pran, por Alberto Ray

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Cuando vemos tan cerca del poder político en Venezuela condenas por tráfico de drogas y corrupción, todo entretejido en una oscura red de funcionarios, militares y familiares, no nos queda otra opción que comenzar a entender al país como un mega modelo del delito organizado trasnacional.

Se trata de la más grande estructura criminal que se replica de la cúspide hasta las bases de la sociedad. Es la materialización de la teoría del caos, en la cual, desde el individuo a las ciudades más grandes y desde las pequeñas familias hasta las instituciones más representativas se reproducen las deformaciones, vicios y delitos que hoy nos acorralan. Es en pocas palabras, un país con nuevo formato de relacionamiento y administración del poder, muy parecido, por cierto, al liderazgo que se ejerce en las cárceles del país. Es, en esencia, el país pran.

La cultura del pran es ya bien conocida en Venezuela. Es un modelo de liderazgo disruptivo, que se hizo popular en las cárceles, donde, a través de la violencia y la intimidación ejercida por sus lugartenientes (o luceros), terminaba imponiendo su autoridad y, al mismo tiempo, creando una red de alianzas dentro y fuera de los penales, controlando la actividad criminal en cada vez, más extensos territorios. El poder del pran llega a tal nivel, que bajo su puño se someten autoridades, jueces y poblaciones enteras, utilizando la instalación penitenciaria como su cuartel general y anillo cercano de seguridad.

En tiempos recientes es evidente que en ciertas zonas el modelo de control del pran ha traspasado las cárceles, comenzando a operar en barrios de sectores populares y poblaciones de varios estados del centro del país. El liderazgo pran opera en varias dimensiones, mientras coordina y dirige secuestros y extorsiones, apoya a las comunidades a mejorar sus servicios públicos y regala dinero a los ancianos para un tratamiento médico. El pran, en su modelo trastocado de valores es visto como héroe. Se rodea de lujos y chicas hermosas a las que regala cirugías plásticas y les equipa sus humildes viviendas. Pudiéramos pensar en el pran como la versión de base del populismo, que robando a los de arriba, hace justicia con los de abajo.

Pero, ¿Cómo es posible que el país reproduzca en todos sus estratos modelos similares para el ejercicio del poder? Sin ánimos de construir teorías sociológicas, no resulta muy complicado entender que la respuesta está en la pérdida institucional del Estado y en la impunidad como su efecto directo. En este sentido, la intimidación, represión y chantaje operan como herramientas a favor del poder, ya sea en un extremo u otro de la sociedad. Son modelos que se realimentan unos a otros y que sólo son posibles con la complicidad de organizaciones e instancias que colaboran a sostenerlos porque todos se benefician de ello.

El reto que tenemos por delante es inmenso, si de verdad queremos cambiar el país de pranes.  Es un sistema colmado de incentivos perversos y destructivos de la democracia y lo ciudadano. Un buen comienzo está en el modelaje de ejemplos positivos y aleccionadores. Así como, una vez el presidente afirmó que robar si se tenía hambre no era delito, hoy ha llegado el momento de llevar las aguas a su cauce y comenzar a castigar a los que infringen la ley, tanto en la cúspide como en la base.

@seguritips