En el Medio Oriente: Hijo del embajador venezolano en Libia se declara contra Israel, los atrapados del régimen y las celdas de tortura de Gadafi - Runrun

Mientras el embajador venezolano en Trípoli viene insistiendo desde hace días que la situación allí está tranquila la realidad que muestran los medios es totalmente diferente. Afif Tajeldine, según @Trapieleaks, el embajador  de Venezuela ante el régimen de Gadaffi es un venezolano nacido en Siria, con 40 años en el país, específicamente en Maracaibo donde procreó 4 hijos venezolanos. Según la misma fuente acepto ser embajador en un país árabe por sus conocimientos en la zona y por las características políticas de ese país.

Hoy se supo que uno de sus hijos Basem Tajeldine, que se presenta en su cuenta de twitter (@BasemTajeldine)   como “Militante del PSUV, de formación política marxista-leninista. Ingeniero Civil, y Postgrado en Gas. Crítico y Autocrítico” es un ferviente enemigo de Israel y por eso aparece en cuanto programa se les ocurre al gobierno venezolano y sus medios rojitos en los que se ataca al estado israelita. Un video suyo en You Tube  muestra esa faceta y por ello la comunidad hebrea en caracas lo montó en la red con el nombre: “17 mentiras y 5 declaraciones anti semitas en 7 minutos y medio”.

Mientras eso transcurre en You Tube el diario español El Mundo trae esta angustiante nota sobre el éxodo desde Libia:

Miles de africanos se agolpan en Bengasi sin salida posible

Según Acnur, 110.000 personas ya han huido de Libia desde el inicio de las revueltas

No aparecen en las listas de ninguna embajada. No existen. Miles de trabajadores africanos esperan en el puerto de Bengasi a que alguno de los barcos que llega estos días les lleve a un lugar seguro. Muchos de ellos no tienen papeles y llegaron al país árabe aprovechando la política de puertas abiertas de Gadafi en los noventa; otros, como el nigeriano Okoye Obikuwu, tienen todo en regla, pero no les ha servido de nada.

«Llevo más de un año trabajando noche y día, me han explotado como a un animal y ahora me dejan aquí tirado, por favor que alguien nos ayude», suplica este joven al que la revolución le ha dejado con lo puesto. Una camiseta del Chelsea y el buzo de trabajo es todo lo que tiene. «Mi jefe me avisó que saliera de casa de forma urgente y no me dio tiempo de coger nada. Lo he perdido todo, hasta los ahorros de todo un año», lamenta.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Antonio Guterres, estima que más de 110.000 personas han huido del país desde el inicio de las revueltas. Guterres ha advertido sobre el riesgo que sufren muchos ciudadanos de Irak, Sudán, Somalia y otros países pobres que no tienen recursos suficientes para abandonar Libia.

Después de más de una semana la comunidad internacional parece dispuesta a pasar a la acción. Francia anunció el envío de dos aviones con ayuda humanitaria, «doctores, médicos y enfermeras» a la nueva capital de la Libia liberada que podrían aterrizar «en las próximas horas», adelantó el primer ministro, Francois Fillon. El ministro de Exteriores australiano, Kevin Rudd, se unió a la nueva ofensiva internacional anti Gadafi y fue rotundo a la hora de pedir la declaración de zona de exclusión aérea.

Las grandes decisiones de la Unión Europea y las Naciones Unidas llegan mientras Human Rights Watch denuncia en Libia lo que considera un trato discriminatorio hacia ciudadanos africanos a la hora de organizar las repatriaciones. Unas 5.000 personas están abandonando cada día el país magrebí por el puerto de Bengasi, pero «en los barcos no aceptan a africanos porque temen que pidan asilo en los países de destino», asegura Paul Burkhart, miembro del organismo internacional en el país. «Se trata de una política discriminatoria hacia los africanos, pues sí aceptan repatriar a ciudadanos asiáticos o de Oriente Medio».

¿Dónde está la UE?

La denuncia de HRW se percibe nada más poner un pie en el puerto. Viven en barracones, hombres y mujeres separados, reciben dos comidas al día gracias al trabajo de cincuenta voluntarios de la Junta Nacional que intenta llenar el vacío de poder por la caída del régimen, y de dos médicos egipcios, el país que de momento más está colaborando. «¿Dónde están la ONU, los europeos, las ONG? Tenemos hambre, frío y mucho miedo a que nos confundan con sicarios si volvemos a la calle. El puerto es nuestra cárcel al aire libre», comenta Alex, ingeniero de Eritrea que trata de liderar la organización de los suyos entre este caos.

De igual forma, el diario El País (www.elpais.com) sigue con su extraordinario cubrimiento de la realidad libia y en este reportaje da cuenta de una cárcel subterranea en uno de los palacios de Gadaffi…

Celdas de tortura bajo el palacio de Gadafi en Bengasi

La residencia del dictador ocultaba un centro subterráneo de detención

NURIA TESÓN – Bengasi – 01/03/2011

Una plancha de hierro de cincuenta centímetros de lado y dos de grosor cubre un agujero en el suelo, mucho más pequeño, por el que apenas cabe un hombre. Dentro espera un hueco de dos metros y medio por tres y apenas uno y medio de altura. La entrada al infierno.

Una plancha de hierro de cincuenta centímetros de lado y dos de grosor cubre un agujero en el suelo, mucho más pequeño, por el que apenas cabe un hombre. Dentro espera un hueco de dos metros y medio por tres y apenas uno y medio de altura. La entrada al infierno. Unos metros más allá 16 habitaciones en un edificio reciben la luz que entra por un minúsculo ventanuco y se refleja sobre el gres azul de la pared. En el azulejo se limpia mejor la sangre.

En Bengasi todos sabían lo que ocurría en Katiba el Fadil. Si alguien entraba ahí, nunca se le volvía a ver. Pero la realidad siempre es mucho más terrible. Cuando los rebeldes consiguieron hacerse con el cuartel general de las fuerzas especiales de Gadafi, donde el líder tenía su residencia cuando estaba en la capital, descubrieron adónde iban a parar los que cruzaban los muros del gigantesco complejo militar.

No se puede negar que Muamar el Gadafi tiene imaginación. Sórdida, espeluznante y delirantemente creativa. Nadie que no la tuviera podría idear tantos y tan diversos modos de quitarle a un hombre su libertad o su vida. O ambas. Hoy no hay huéspedes en el interior de esas celdas, pero los hubo. Hace tres días se oyeron gritos y los ciudadanos empezaron a excavar. ¿Lo que esperaba más abajo? Hombres pálidos encerrados durante años en espacios minúsculos. El abogado Zunul al Fatmy habla de 150 liberados, Mustafá Gudirani del centro de prensa rebelde rebaja la cifra a «entre 15 y 30». «Gadafi no hace prisioneros».

Una plancha de hormigón en unos casos, en otros una puerta de acero de dos cuartas. Tuvieron que buscar puntos más frágiles donde abrir hueco. Bajo el suelo un respiradero de poliuretano lleva aire al habitáculo en el que hacinaban los prisioneros. «Un hombre, Gamal Sahmak, ha estado encerrado 20 años», señala Abdelhakim, un ingeniero de una empresa petrolífera que estos días pasa su tiempo explicando a los recién llegados lo ocurrido en el recinto. «Su familia no sabía dónde estaba y lo encontraron aquí», relata. Muestra el agujero que abrieron en la tierra para sacarle y luego señala un edificio cercano con aspecto de dormitorio militar.

En su interior 16 habitaciones de dos metros cuadrados alicatadas de azul hasta el techo se ocultan tras gruesas puertas de hierro con infinitas capas de pintura gris. Tras cada una de esas puertas hubo una vez «entre seis y siete hombres», explica el ingeniero. Un hombre tras él apunta: «Uno de los que consiguió escapar de aquí cuenta que una hora antes de que les liberasen sacaron a uno y lo mataron en esta esquina». Después fueron sacando a otros. Oyeron tiros fuera y no supieron nada más. La número 17 es «la de la muerte», apunta el ingeniero, «podían tenerles aquí hasta 10 días sin comida ni agua. Hasta que se secaban». En una franja encalada sobre el gres se puede leer «Busnaf estuvo aquí».

No lejos de allí se pueden ver los restos calcinados del polvorín. Una ceniza densa y caliente hace imposible respirar. Alguna familia se acerca y explica a sus hijos lo que están viendo. Después vuelven sus pasos sorteando un enorme charco saltando sobre algunos cajones de munición vacíos y se dirigen a un edifico contiguo, completamente calcinado pero en el que aún se aprecian lujosos detalles. Teselas doradas y azules, granito y mármol y cristales de un centímetro reventados por el calor. Es la residencia de Gadafi.

«No quiero que mis hijos olviden nunca lo que ha hecho, por eso les traigo aquí», dice un hombre que lleva a su hija de la mano.