La Tarea Pendiente de César Farías, por @LuisRevilla - Runrun
La Tarea Pendiente de César Farías, por @LuisRevilla

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(foto: reuters)

Como futbolista profesional, a César Farías le pasó como a esos niños que no se atreven a rayar el cuaderno sin antes trazar los márgenes y encabezar las páginas. Farías quería escribir, pero el talento y la paciencia solo le alcanzaron para dibujar un par de garabatos como defensa central en el Monagas. De poco valía, habrá pensado el entonces joven jugador, apañarse con ese maltrecho cuaderno de lomo descosido; un cuaderno que en vez de potenciar el talento de las plumas más prometedoras, lo desgastaba con sus borrones y salidas de línea.

Por eso el sucrense tuvo una convicción inusual para alguien de su corta edad: la de convertirse en ex futbolista. No por indolencia, al contrario. Farías quería volver para trazar márgenes, escribir encabezados y de paso, por si hacía falta, cuadricular las hojas.

“Veía talento para aspirar a más”asegura el venezolano. Más que jugar, “lo que tenía en la cabeza era poder organizar y desarrollar todo eso que estaba desparramado”. Las precarias circunstancias del fútbol nacional reforzaron en Farías una obsesión que a todo técnico le convendría tener: la organización.

Puede que no exista un concepto más pertinente para definir la vocación del entrenador de fútbol en el siglo XXI. No basta con ser un gran coach en este territorio conquistado por el profesionalismo. Los banquillos están llenos de managers  que se involucran en todos los aspectos de la gestión deportiva, sean aspectos tácticos, técnicos, logísticos o humanos. Así interpretó Farías su profesión desde el primer momento, y así ha concebido su trabajo como seleccionador nacional, como un manager.

Cuando el nativo de Güiria asumió el mando de la Vinotinto, se encontró con la compleja misión de clasificar a Sudáfrica 2010 con un equipo que en 2007 ya se acercaba al promedio de 30 años de edad. Convenía entonces revisar cada paso dado hacia la abstracta meta de clasificar al Mundial por primera vez. No eran pocas las necesidades que debían identificarse, las rutas que debían diseñarse, las ideas y soluciones que debían considerarse.

La renovación era imprescindible para continuar, pero la metamorfosis no era trivial. Entre los incontables retos, se diferenciaban dos grandes interrogantes ante las que el cuerpo técnico diseñó sus principales premisas. Naturalmente, la primera gran incógnita tenía que ver con el cambio generacional en la Vinotinto.

¿Cómo asegurar el presente y el futuro competitivo de la selección sin la irreverencia de los ya veteranos lanceros ni el carisma de su líder, Richard Páez?

El desafío arrojó la necesidad imperante de ampliar la base de jugadoresuna premisa que el cuerpo técnico ha pretendido cumplir y ha refrendado prácticamente durante todo el ciclo. Venezuela necesitaba más futbolistas, nuevos, mejores y diferentes. Farías tiró de pragmatismo y los buscó en el torneo local primero, en las categorías inferiores luego y en el resto del planeta después.

Esta transición representa uno de sus principales méritos como DT de la selección: con Arango como capitán y enlace generacional, la Vinotinto de los venerados Vera, Jiménez, Rojas, Rey y Morán dio paso a la de los incipientes Rincón, Lucena, Seijas, Vizcarrondo y Rondón sin interrumpir la progresión emprendida desde 2001. Lo que Venezuela logró en aquel ciclo mixto fue como cambiarse de ropa sin desnudarse, remodelar la tienda sin detener las ventas, o aprovisionar el búnker sin exponerse a la radiación; tome la analogía de su preferencia.

La tabla de posiciones dice que la Vinotinto finalizó el camino a Sudáfrica 2010 con 22 puntos, a solo 2 de los 24 conseguidos por Uruguay, 5to lugar y mundialista vía repechaje. De este hecho se infiere el siguiente: a la selección le hubiera bastado con ganar alguno de los 8 partidos que perdió, 4 de los cuales fueron en casa.

En retrospectiva no parece una misión imposible, pero se trata de un parámetro engañoso. Venezuela todavía estaba lejos de los mejores 5 de Sudamérica; más, en cualquier caso, que lo reflejado por los puntos. La imprescindible renovación, pues, no podía limitarse a un cambio generacional, sino que implicaba una profunda transformación a todos los niveles, una migración desde un modelo agotado a uno nuevo, sostenible, coherente y, sobre todo, competitivo.

César Farías sabía que no era posible clasificar al Mundial con la gesta improbable de una veintena de hombres. El método era el camino. A Brasil 2014 solo se podía llegar con una organización potente, profesional, que maximizara sus recursos ante sus evidentes desventajas, cuidara la materia prima y se proyectara en el futuro.

Farías se ha referido a las necesidades de cambio en numerosas oportunidades a lo largo del proceso. “No podíamos quedarnos con el mismo patrón de juego”, alegó el año pasado durante una entrevista con el periodista Daniel Chapela, en el programa “A un Toque” de DirecTV Sports.

Desde el “Centenariazo” de 2004 (para Farías, un partido “perfecto” en el que “Venezuela se ordenó bien y, buscó los espacios con criterio”), la Vinotinto se encontró con una realidad desconocida: los rivales empezaron a estudiarla y a plantear nuevos desafíos. Farías cita otro partido contra Uruguay como ejemplo. Fue en la Copa América 2007, cuando, bajo el fragor de Pueblo Nuevo, el equipo de Richard Páez cayó goleado 4-1 ante los charrúas.

“Venezuela lo tuvo que ir a buscar, y pasó lo contrario al Centenariazo”. César Farías, sobre la goleada uruguaya en Pueblo Nuevo.

Tras aquella derrota, sin embargo, el diagnóstico de Farías se ha corroborado con él viendo los partidos desde la banda, ya como seleccionador nacional. Ninguna demostración tan resonante como la caída versus Paraguay en Puerto Ordaz (octubre de 2009).

Venezuela tenía que vencer al correoso equipo de Gerardo Martino para tener chances tangibles de quedarse con el 5to puesto de la eliminatoria. La Vinotinto y el Cachamay actuaron en consecuencia, unos asumiendo el protagonismo y los otros animando de forma avasalladora. Pero el de Farías, un conjunto sin especialistas en el primer pase ni el juego asociativo, sucumbió ante el mortífero fútbol de presión y transiciones de Paraguay.

El estratega oriental enfrentó en carne propia la misma paradoja que el equipo de Richard Páez no supo responder en aquel partido de cuartos de final frente a Uruguay:

Sin especialistas para asentar un ataque organizado en campo rival, ¿cómo hace una escuadra para acercarse al arco contrario, sin que ello suponga liberar caminos hacia el propio?

 

“Venezuela necesitaba otras cosas, y nosotros estábamos conscientes de ello”, relata el güireño. “Teníamos que ver cómo defender en tres cuartos de cancha, cómo invadir el campo rival”.

 

Así surgió la segunda gran premisa del proyecto de Farías: Nuevos jugadores, nuevos intérpretes, sí, pero también un nuevo libreto.

Se trataba de una misión riesgosa, especialmente difícil de acometer en un equipo que, como toda selección, solo se reúne un puñado de veces durante todo el año y lo hace con pujantes obligaciones competitivas.

Para abordar la redacción del nuevo guión, el entrenador se refugió en el registro que mejor conocía: organización defensiva en bloque y transiciones ofensivas rápidas, sin apenas riesgo de pérdida de balón en el medio campo. Márgenes y encabezado.

 

“Primero tienes que ser un equipo ordenado y luego intentarlo. Conseguirlo ya depende de más factores”, ha aseverado el DT.

 

Farías concibió la construcción del nuevo modelo por capas. A lo largo del proceso, el equipo agregaría nuevos mecanismos a su funcionamiento base. Inclusive, algunos de estos updates datan de la primera etapa del ciclo, durante la eliminatoria rumbo a Sudáfrica. 

Es el caso del balón parado, faceta del juego que cobró una nueva dimensión de la mano de virtuosos cobradores como José Manuel Rey o Juan Arango, y rematadores de gran envergadura como Oswaldo Vizcarrondo.

También fue en este período de competencia que Venezuela mostró vestigios de la defensa adelantada que luego exhibiría con más frecuencia. En Chile (2009), por ejemplo, los de Farías desplegaron fases de presión organizada probablemente inéditas en la historia táctica de la selección. Así llegó el transitorio 1-1 de Maldonado aquella noche.

Sin embargo, la mencionada derrota ante Paraguay en Cachamay certificaría las carencias de un equipo que todavía no tenía el poso para llevar la iniciativa ofensiva en los duelos más cruciales.

Así llegó la etapa más experimental del periplo de César Farías al frente de la Vinotinto. Ocurrió entre 2010 y los meses previos a la Copa América 2011, con el calendario libre de partidos oficiales, pero colmado de amistosos.

Con resultados dispares, fueron probados incontables jugadores, sistemas, estrategias y mecanismos. Todo ante el ineludible escrutinio del país, que miraba con preocupación el reto de competir en el grupo más complicado de la Copa en Argentina.

Lo acontecido ese verano ya es más difícil de explicar. No se sabe muy bien cuándo -se supone que en las semanas previas al torneo- pero el equipo hizo click.

Más allá de los históricos resultados, la Venezuela de Farías exhibió en el torneo continental su versión mejor acabada, un potente prototipo que, potenciado con los refuerzos oportunos, estaría listo para competir por un puesto entre los 32 mejores del mundo en Brasil 2014.

Las perspectivas lucían inmejorables. Si el fútbol es un continuum dividido en 4 momentos (fase defensiva, transición defensa-ataque, fase ofensiva, transición ataque-defensa) el equipo dominaba con fluidez irreflexiva la respuesta ante los dos primeros, y eso le bastaba para competir con los mejores del continente.

Venezuela sabía qué hacer cuando no tenía el balón, y qué hacer apenas lo recuperaba: buscar a sus delanteros, rápido, automáticamente.

Para los otros dos momentos del juego, para amaestrar el arte de llenar la cancha e invadir el campo rivalpara buscar el arco contrario de forma sostenible sin ser vulnerable a las pérdidas de balón, Farías tendría 2 años y medio de eliminatoria.

No se puede decir que no lo intentó, que no propuso soluciones. Desde el inicio del premundial, Farías ha buscado complementos a su fórmula de ataque, basada en una salida lateral sencilla que Cichero, Rondón y Arango por un lado y Rosales, González y Miku por el otro deben conocer de memoria.
El juego interior, no lo que ocurre en las bandas sino en zonas más centradas (y pobladas) del campo, es la gran quimera de esta selección. Sin demasiado éxito, los ensayos de Farías a lo largo de la eliminatoria han apuntado a potenciar esta faceta del juego, sensiblemente herida ante la prolongada ausencia de Ronald Vargas, quizá el único especialista criollo del fútbol entre líneas.

 

Ante Bolivia en San Cristóbal o Chile en Puerto La Cruz, por ejemplo, el seleccionador experimentó rompiendo el doble pivote defensivo para darle la titularidad a Julio Álvarez; más técnica de pase en la primera línea de mediocampistas. Ganó ante la Verde y perdió frente a los australes, pero en ninguna de esas noches el equipo venezolano cuajó un volumen ofensivo destacable.

Otra propuesta frecuente del entrenador ha sido el combo Luis Manuel Seijas-Frank Feltscher. El suizo-venezolano y el valenciano comparten una cualidad que los complementa: la movilidad. Farías ha apostado por ambos cuando ha querido romper la rigidez del sistema sin tener que sacrificar el doble pivote defensivo. Ocurre que Feltscher, un delantero con tendencia hacia la banda derecha, ofrece simetría cada vez que Seijas abandona su posición original para asociarse con Juan Arango.

La maniobra constituye una especie de paráfrasis de los movimientos de “Maestrico” González y Miku Fedor en el esquema ofensivo básico (4-2-2-2) de la selección: uno parte de la derecha hacia el centro, el otro parte del centro a la derecha. Las pruebas de este mecanismo frente a Uruguay en Montevideo o Argentina en Buenos Aires, han ofrecido un rendimiento dispar.

En Asunción Venezuela jugó uno de sus mejores partidos de la eliminatoria. Ese día, César Farías alineó su 11 titular más ofensivo hasta la fecha, con Lucena como único mediocentro y Arango, González y Seijas completando un rombo de vértices permutables. La guinda del pastel fue, sin embargo, Josef Martínez. El carabobeño, un delantero con vocación de mediocampista, desquició a la defensa paraguaya con sus recepciones entre líneas, conducciones potentes y su facilidad para asociarse sin perder el balón.

Venezuela ganó merecidamente, pero su fase ofensiva no fue completamente invulnerable a las pérdidas de balón. De hecho, si sacó el partido adelante fue porque tuvo espacios para transitar y salió mejor parada del intercambio de golpes del primer tiempo. En ese sentido, la victoria en Asunción se aleja menos del registro ofensivo típico de la selección (transiciones defensa-ataque, balón parado) de lo que suele reconocerse.

Más singular, en cambio, fue el planteamiento vs Ecuador en Puerto La Cruz. La especie de redebut de Evelio Hernández en la Vinotinto marcó el partido. Farías pretendía trasladar a la selección el notable rendimiento que el mediocampista exhibía en el Anzoátegui, su club, donde empezaba a destacar como un juicioso gestor de juego en la primera línea de mediocampistas. A su lado estuvo un notable Franklin Lucena. Delante de ellos, la línea de mediapuntas, con Arango, Martínez y Pérez-Greco.

Aquella tarde Venezuela planteó una salida lateral rasa, y minimizó los intentos de buscar directamente a Rondón. Lo hizo con más insistencia de lo habitual, y por momentos lució muy bien. Más que bien.

Eventualmente, sin embargo, Ecuador empataría y ajustaría su disciplinado bloque. Venezuela no tuvo la dinámica para volver a procurar posiciones ventajosas en campo rival, entre líneas.

La última frase, de hecho, resume el diagnóstico del juego interior venezolano a día de hoy. La dolorosa derrota frente a Uruguay dejó muy tocadas las aspiraciones mundialistas de la Vinotinto, pero además arrojó lecturas preocupantes con respecto al juego.

Venezuela fue incapaz de inquietar a Muslera. Antes chocó una y otra vez con la defensa urugaya, que, o bien devolvía con solvencia cualquier intento de juego directo, o extinguía cualquier recepción peligrosa en la frontal del área, o simplemente basculaba de derecha a izquierda -y viceversa- para obstruir la salida lateral venezolana.

La organización ofensiva vinotinto falló en una de las nociones más básicas del juego: la ocupación de los espacios, especialmente durante la salida, eso a lo que el entrenador suele referirse como ‘llenar la cancha’.

Si el ataque se emprendía por la derecha, Rosales, encargado de la salida, quedaba aislado, sin opciones de pase para progresar.

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Pero si el ataque se emprendía por la izquierda, ocurría más o menos lo contrario. Cichero, Arango y González redundaron continuamente en el sector izquierdo. Se obstruían, no se apoyaban.

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Hubo pasajes en los que la ocupación de los espacios fue mucho más coherente, desde luego, pero en general Venezuela no tuvo claridad para atacar el bloque defensivo charrúa.

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La gravedad de la herida sufrida por Venezuela en aquella contienda contra La Celeste dependía de lo que la selección fuera capaz de hacer en Chile el pasado viernes, pero el naufragio Vinotinto en Santiago encuentra razones que trascienden de las necesidades estratégicas comentadas en las líneas anteriores.

“La Roja” de Jorge Sampaoli no cuestionó el fútbol de ataque venezolano como Uruguay consiguió en junio y Perú pretende mañana. Lo que Valdivia, Alexis Sánchez o Arturo Vidal rebatieron directamente fue la capacidad vinotinto de competir con los mejores del continente, una cualidad que relució por última vez frente a Colombia en marzo pero que no ha sido reforzada de forma decisiva desde el prometedor año 2011.

Clasificar al Mundial ahora no depende de invadir el campo rival’ y ‘llenar la cancha’ de forma exitosa frente a Perú y Paraguay, los dos últimos rivales rumbo a Brasil 2014. El proyecto no ha consumado sus pretensiones fundamentales para asegurar un lugar entre los 32 mejores del mundo el próximo verano, y ahora asiste a una especie de subasta por el 5to puesto.

Si la Vinotinto de Farías hace los deberes, cerrará la eliminatoria con una oferta máxima de 22 puntos. La propuesta solo tendrá valor si Uruguay cae en un bache similar al que Venezuela recorre desde que Jhasmani Campos puso el tardío Bolivia 1-1 Venezuela en La Paz.

En los jugadores y el entrenador reposa la misión de entregar la gran tarea pendiente del ciclo, aunque quizás sea demasiado tarde. En cualquier caso, la última palabra la tienen el “Maestro”, Óscar W. Tabárez, y su jauría celeste.

Por @LuisRevilla