Carnestolendas por Víctor Maldonado
Víctor Maldonado C. Feb 12, 2015 | Actualizado hace 2 semanas
Carnestolendas

Carnavales

 

Estamos en época de carnaval. Época de cambalaches, simulaciones, acertijos y farsas. El tiempo de las mascaradas, cuando nada es como parece. Nada es como se muestra. Es la época del disfraz. Expertos indican que los carnavales son tan antiguos como la civilización sumeria y la de los egipcios. La primera gran farsa ritualmente montada tiene que ver con las celebraciones en honor del toro Apis, cuyo origen se remonta a la primera dinastía. Un ejemplar identificado por veintinueve marcas místicas era asumido por veinte años como el heraldo de los dioses y oráculo. Vivía como tal, venerado y lleno de joyas, con su propio harem y sacerdotes a su servicio. Cuando el toro perdía vitalidad, en el marco de una celebración luctuosa muy bien preparada, lo ahogaban.  Los griegos montaron sus propias fiestas en honor a Baco, el dios del éxtasis, el vino y la locura. Las primeras bacanales eran secretas y para el disfrute exclusivo de las mujeres. Y los romanos hicieron lo propio con las lupercales. En estas fiestas el momento culminante ocurría cuando los luperci salían a los alrededores del monte Palatino para golpear al que se les pusiera por delante. Las mujeres creían que esos azotes las libraban de la esterilidad. Cada  pueblo se otorga el permiso para vivir unos momentos de dislate litúrgico. Todas ellas son un tributo al absurdo y a la carcajada. Adorar a un toro hasta que se vuelve un animal viejo, celebrar la embriaguez o buscar afanosamente la fertilidad a través de la disipación son todas ellas grandes elogios a la irracionalidad.

Pero no es lo mismo que la insensatez tenga sus fiestas a que forme parte de la condición de un país. Es el caso de la Venezuela del socialismo del siglo XXI, que vive ya dieciséis años de un absurdo ideológico que enmascara una impúdica ansia de poder bajo los falsos atributos de la fraternidad del hombre nuevo.

Seis son los disfraces que se han encarnado en esta última etapa. El primer disfraz es la revolución. Detrás de esa impostura se esconde una dictadura militar con ideología radical y practicas sectarias. Los frutos prometidos de la revolución no llegan a las riberas del pueblo que luce engañado e insatisfecho. Lo que si hace muy bien es alimentar los privilegios y los desatinos de un grupo que está en el poder sin control institucional alguno, pero que cada cierto tiempo se viste de bandera nacional y de música de protesta para disimular sus verdaderas intenciones.

El segundo disfraz es la mal llamada democracia participativa y protagónica. Detrás de eso ocurre una infatuación del tirano que se atribuye la vocería y la interpretación del pueblo, que habla en su nombre. Que inventa consultas que nunca ocurrieron. Que transforma en un número cualquier forma de participación o peor aún, que se vale de encuestas nunca realizadas para aparentar ese acatamiento que no es tal. La apelación al pueblo es pura maniobra y demagogia. Es movilizado a través de incentivos pecuniarios que se ofrecen y a veces no llegan, pero en ningún caso es consultado ese pueblo que se invoca tanto “de la boca para afuera”. Esta forma de “democracia popular” es la argucia de los que gritan millones de veces “pueblo” pero en ningún caso están dispuestos a compartir el poder con ellos. Ellos pretenden que el pueblo es ese aplauso fácil y marchas traídas en autobús pre pagados. Ocurre todo lo contrario. La realidad demuestra que toda la trama es jerárquica, de arriba hacia abajo, y el que muestre desacuerdo es execrado e injuriado.

El tercer disfraz es la lucha contra la pobreza. Lo que ocurre en verdad es el manoseo indebido de los pobres, su extorsión a través de las misiones y de la propaganda. Dieciséis años después de instaurar la V República hay más pobres que antes, y la cifra sigue en aumento por los efectos nefastos de las malas políticas económicas. Se han dilapidado miles de millones de dólares para hacer unas de esas peripecias por las que todo queda exactamente igual. Pura calistenia populista para un sector social que ahora está enquistado en los barrios, sin tener la esperanza de la movilidad social,  y expuestos a los cantos de sirena de la delincuencia organizada y el narcotráfico.

El cuarto disfraz es la soberanía. No se puede entender que un país sea soberano si no tiene capacidad productiva, si está endeudado, si depende del ingreso petrolero para las importaciones, si las decisiones las toman en otro país y si además China es el gran acreedor. Todo lo contrario. Somos un país débil, lejos de ser una potencia, reducidos a vivir los avatares de los precios petroleros, monoproductores y arruinados por un gobierno obeso e ineficiente, que se deshilacha por todos lados.

El quinto disfraz es la fraternidad y la solidaridad de los pueblos. Nada de eso es verdad si no está permanentemente lubricada por una buena suma de dólares entregados a fondo perdido. Desempeñamos el triste papel de galanes arruinados, esos viejos que insisten en pintarse el cabello con negro azabache y que andan por los rincones dando lastima y viviendo un patetismo asqueroso. Pero además no se puede invocar la fraternidad cuando la propia casa vive la ruina de la división, se persigue a los jóvenes y se violan todos los derechos. La fraternidad es un traje dominguero que los revolucionarios se ponen para encubrir la crueldad de la represión pura y dura. La exaltación de la solidaridad de los pueblos esconde esa perversión llena de cárceles que no deben ser cárceles y presos que no deberían estar presos. Y aliados que no deberían ser socios de un gobierno decente.

El sexto disfraz es el estatismo. Tal vez no sea disfraz sino condición. La voracidad con la que los socialistas devoran todos los espacios de libertad y la forma como lo transforman en ruina es una demostración de que el modelo en su esencia es una inmensa equivocación. Este gobierno supuestamente encargado de todo no puede con nada. Ni con una fábrica de helados o de condones. Todo se le atraganta entre la tiranía y la vagancia como formas de gobierno. Las empresas públicas están arruinadas. Las finanzas públicas están colapsadas. Y las soluciones son de tan mala calidad como las colas, el alto costo de la vida y el racionamiento de las divisas. El estatismo es un monstruo que se devora a si mismo hasta colapsar, pero antes arrasa con todo lo demás.

Ojalá viviéramos la época del toro Apis o de las bacanales griegas. Serían móntenos de locura pero no una condición estable de enajenación que poco a poco nos va degradando sin comprender que lo que debemos hacer cuanto antes es arrancarnos esos disfraces y asumir la realidad tal cual es, con todos sus desafíos. Solo los países productivos deberían disfrutar del solaz de cuatro días de carnaval. Lo nuestro es un castigo. Lo nuestro es locura continuada y desatino sistemático. Somos lamentablemente seis disfraces y una sola realidad: la ruina social.

 

 

@vjmc