Tiempo de Palabra: La libertad como destino por Carlos Blanco - Runrun

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El régimen, tan en ruinas como el país, intenta un fraude electoral tal vez mayor que nunca antes porque viene de la derrota del 14A. Lo necesita porque sabe lo que todos saben. Chávez hizo todas las marrullerías conocidas, pero tenía su popularidad como amortiguador para las derrotas. Maduro no tiene esos amortiguadores: el golpe de cada hueco en el que cae le repercute directamente en la zona blanda del cráneo y lo deja grogui. Maduro percibe que la pérdida de las elecciones del 8D se traduciría en forma inmediata en clamorosa demanda de renuncia. Por esa razón quien esto escribe votará; pero, por esa misma razón es absolutamente previsible un intento descomunal de fraude. En caso de que las fuerzas democráticas ganen o de que su victoria sea escamoteada, ese difícil tránsito de Nicolás en la cuerda floja a 1.000 metros de altura tendrá que continuar a la misma altitud pero sin cuerda, ni floja ni tensa.

Ante la inminencia de un desenlace y en medio de una situación brumosa, en la que las fuerzas no se distinguen claramente, y en la que los actores se desplazan como borrosas imágenes sin identidades establecidas, la guía y el sentido de la marcha tiene que recaer en los principios. Y la libertad es el objetivo supremo de esta hora en la que la marea totalitaria ahoga el país.

LIBERTAD, ¿DÓNDE ESTÁS?

Hay gente contenta sin duda y con previsible impacto electoral. Un televisor en el lomo, gratis o a mitad de precio, no amarga. Una mesada sin mover una mano que no sea para estirarla puede ser motivo de contento. También hay los que creen que la mala vida se sobrelleva mejor si los demás se arruinan. No faltan los que piensan que allá lejos está La Guaira y que después de las amarguras del momento vendrá algo parecido a la calma, con niños en lectura apasionada de la gesta de Fidel Castro; gruesas campesinas con la hoz blandida, en el disfrute de la recolección manual de ilusiones; y fornidos obreros en el gratificante esfuerzo de confeccionar el socialismo con el martillo emblemático, descerrajando tercas cabecitas burguesas. Todas zarandajas frente a la escasez de azúcar, al precio de la medicina para la tensión alta y al muchacho que yace en el piso porque, inadvertido, caminaba en la vereda de la balacera.

La libertad evoca la posibilidad de crear, vivir sin miedo e imaginar el futuro; es pensar que las bondades de la vida son posibles y dependen del esfuerzo, la preparación y el talento puestos en la obra. La libertad es imaginar el porvenir y tener la opción de construirlo; es confiar en que mañana puede ser mejor que hoy y que hay futuro para cada quien, para los hijos, para los amigos. No es carecer de miedo, pero es tener las armas para vencerlo. No es vivir bajo el imperio del terror sino de la solidaridad.

Hay quienes dicen que una de las dimensiones de la libertad, la de expresión, impera en Venezuela, aunque aporreada. Falso.No es libre porque se la desnuca, aunque sea con guantes. Alguien dirá: “al menos tú escribes en este diario y dices lo que quieres”; esto es cierto, pero es una libertad que me garantizan trabajadores, periodistas, directivos y dueños de un medio de comunicación. No me la garantiza el gobierno sino la firmeza de un periódico. Hay medios que han resistido, algunos han sido tomados a la fuerza, otros se han neutralizado y algunos más han pactado. Por cierto, estos últimos ensalzan la corte de los dialogantes, de los que se hacen los locos frente a los desmanes o se mantienen en la prédica de la equidistancia: como ya se ha dicho en este espacio, se distancian 3 metros de los “radicales” del gobierno para excusar su distancia de 3 kilómetros de los “radicales” de la oposición.

La libertad del columnista es la resistencia del medio de comunicación. Si se quiere apreciar si de verdad hay libertad de expresión hay que mirar hacia los instrumentos que controla el gobierno y allí se ve lo que es su privación. No solo los demócratas están ausentes sino que el propio pensamiento con amagos críticos dentro del oficialismo es perseguido, obstaculizado o impedido. El sistema de medios de comunicación del Estado está diseñado para impedir la libertad de expresión que por su propia naturaleza es plural, crítica y respondona; crece en el enfrentamiento al poder y a sus tendencias expansivas y de control.

UNA CÁRCEL LLAMADA VENEZUELA.

Chávez era un autócrata, constructor de este desastre. Lo hizo con un liderazgo fuerte, al encarnar una confusa mezcla de reivindicaciones y resentimientos, así como la exacerbación de rasgos terribles que se anidan, como dormidos, en las sociedades y que basta que se les manosee para que afloren en la forma de venganzas épicas. Chávez fascinó a muchos ricos y exacerbó en ellos oscuras pulsiones contra el sistema democrático en el marco del cual habían acumulado su riqueza, bien habida en unos casos y en otros no. Más adelante, cuando se afianzó en el poder, desechó a esos compañeros de ruta y escogió al sector informal urbano como su sostén, en estos soliviantó el virus del rentismo cuya apoteosis ha comenzado con los saqueos, el festín de los precios y la perspectiva de una escasez aún más brava que la conocida, promovidos por Nicolás Maduro.

Pero Nicolás no es Chávez. Más bien parece haber sido escogido como el más débil de los sucesores posibles y, sin duda, como una vía para cerrarle el paso a Diosdado Cabello, teniente hinchado de ambición y resentimiento, como se observa en sus gruñidos e imprecaciones. Nicolás pretende disimular su debilidad como sucesor y su carencia de liderazgo con la altisonancia, la insolencia y los ataques despiadados y brutales contra sus oponentes. Maduro ataca como lo hace, no porque sea fuerte sino porque es débil; porque él se sabe acorralado y lanza los manotazos que se conocen. Carece de legitimidad, de legalidad, de sindéresis y de sentido del Estado; mas bien se ha convertido en un fanfarrón peligroso: el guapo de esquina que necesita demostrar una valentía que solo aflora en pandilla y en el innoble ejercicio de cayapas.

Venezuela, en manos de segundones, es rehén para cobrar agravios ignotos mientras se reparten el botín que el azar les deparó y que como toda ganancia repentina e inasimilable se perderá en borracheras, asociaciones delictivas y enriquecimientos inexplicables de los relacionados.

Ante este panorama es otra vez, como cada vez que la historia repica duro, el momento en el cual la libertad convoca. Las fuerzas están desatadas: ni la oposición, ni el Gobierno son el centro de las decisiones; sólo las criaturas ciegas y básicas. El hastío ciudadano no es ajeno a la crisis sino una de sus expresiones fundamentales: me ocupo de lo mío porque lo que ha de ser será. La fuerza que palpita y ruge en el subsuelo puede no ser deseada o buscada, pero es la forma que adoptan las furias para que los responsables de despertarlas paguen su osadía.