Una promoción Navideña por Alberto Barrera Tyszka @Barreratyszka - Runrun

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-I-

Los cuatro permanecieron en silencio, pensativos. Si alguien los mirara de lejos, tal vez podría pensar que estaban jugando póker. Sentados frente a frente, con los codos sobre la mesa, sin decir una palabra, casi inmóviles, mirándose.

—¿Alguien quiere café? –preguntó el calvo, el que parecía estar de peor humor.

Nadie dijo nada. Los otros tres respondieron con pequeños gestos o muecas. El silencio volvió a instalarse, como si fuera un animal invisible pero enorme, una vaca tendida sobre la mesa.

—No puede ser que no se nos ocurra nada, ¡carajo! –masculló el flaco, el único que estaba vestido con traje y corbata.

La frase tiritó en el aire y luego se desplomó sin peso. La superficie de la mesa también podría verse de esa manera: como un desorden de sílabas caídas, como un patio adonde van las letras que fracasan. Otro silencio más. Una inquieta calma. Hasta que uno de los cuatro se levantó y comenzó a caminar.

—¿Una invasión? –soltó la pregunta a la altura del tercer paso.

—Nadie lo va a creer.

—Además, ya lo hemos usado antes.

—¡Todo lo hemos usado antes!

—Sí. Pero hay cosas que funcionan mejor que otras, vaya. Ya sabemos que la gente no se come el cuento de que los gringos van a venir con sus tanques a formar aquí una piñacera.

Volvió a sentarse. El flaco se aflojó el nudo de la corbata.

—Con la cosa religiosa no nos ha ido tan mal. De pronto nos conviene que aparezca una imagen en algún lado. Ya saben, como cuando un crucifijo llora sangre. Esas vainas siempre resultan.

—Me gusta. También podemos inventarnos uno o dos milagros. Una ciega que ve, un cojo que camina, eso no falla.

—Hay que tener cuidado con la fe de la gente. Nos puede salir el tiro por la culata –sentenció el calvo. Luego salió de la oficina. Volvió a entrar poco después, con un vaso de agua en la mano.

— Yo creo que es mejor armar un operativo y detener a unos chilenos en la frontera. Podemos decir que los contrató la ultraderecha internacional. Que venían disfrazados de Quilapayun, que traían un cargamento de dardos envenenados dentro de unas quenas.

Nadie pareció demasiado entusiasmado con la propuesta. El más viejo se rascó suavemente el bigote.

—Ya hicimos algo similar hace poco.

—¡Desde hace más de diez años estamos haciendo “algo similar”!

—¿Y entonces? ¿Qué nos queda?

Todos volvieron a mirarse, resignados.

—Vamos a tener que seguir con lo de la guerra. Yo no veo otra posibilidad.

—Las encuestas no son claras. Cuando a la gente le duele el bolsillo, no le para mucha bola a las explicaciones.

—Pero hay que insistir. Hay que darle con todo.

—Podemos decir que aparecieron unos documentos desclasificados, algo que suene serio, donde se prueba que la crisis económica sí es en verdad una conspiración.

—Eso no está mal. Podemos poner a Eva en eso.

—No, coño. ¡A ella no se le entiende nada! Cada vez que la oigo, me confundo, creo que es una propaganda de Open English.

—¡Por eso mismo nos conviene! Suena a gringo. Suena a que ella sabe de eso, a que se mete en los archivos del FBI, pues.

Todos asintieron, el flaco tecleó rápido en su computadora portátil.

—¿Qué más? –preguntó después de dar el último dedazo.

Otra pausa larga. Alguno miró su reloj.

—Pues… no sé. Lo de siempre, ¿no? Hay que seguir con las cadenas.

Los cuatros suspiraron hondamente, al unísono. Se miraron desolados.

—La inflación ya está en 45% –dijo el calvo y los miró a todos alternativamente–. ¿Qué quieren? ¿Que salgamos a decir que pusimos la cagada? Vaya, aquí todo está muy claro: o nos compran lo de la guerra o se acabó la fiesta, ¿entienden?

 

-II-

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El Nacional