Revolución analfabeta por Francisco Gámez Arcaya @GamezArcaya - Runrun

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La riqueza de los países nada tiene que ver con sus recursos naturales. El Gobierno tiene años exponiendo pretenciosos cálculos sobre las reservas petroleras de Venezuela. Hablan de ello como si tal cosa fuese un logro alcanzado por el talento o el trabajo. Como si tal cosa, se tradujera automáticamente en prosperidad y superación. Sin embargo, el factor generador de riqueza más estable es aquel que se basa en la formación intelectual y en valores de los ciudadanos de un país. Japón, por ejemplo, es un país de escasos recursos naturales, pero con uno de los productos internos brutos más elevados del mundo. La Universidad de Tokio (Todai), por poner un caso, tiene unos treinta mil estudiantes. De sus filas han salido ocho premios Nobel. Su presupuesto anual es de $2.500 millones de dólares. Por otra parte, la Universidad Central de Venezuela cuenta con cuarenta y siete mil estudiantes. Sin embargo, el presupuesto anual de la UCV, calculado en términos reales, no alcanza al 2% del presupuesto de la Universidad de Tokio. La diferencia es que Japón invierte en su recurso humano, en la formación de sus ciudadanos, en los líderes e intelectuales del futuro. Para ellos, el sueldo de un profesor o de un investigador, es inversión directa en el porvenir. Por eso, los políticos japoneses no están pendientes de los índices de popularidad a la hora de gastar en educación. Es un cheque posdatado que se cobra en un futuro lejano, pero que garantiza estabilidad, progreso y superación para las generaciones subsiguientes.

Desde que esta farsa se instaló en el poder, la universidad venezolana ha sido una de sus tantas víctimas. La revolución es adicta a los petrodólares imperialistas, y no comulga con el valor de la formación y del pensamiento libre. Muchos seguidores del «proceso» podrían argumentar que el drama presupuestario de las universidades se viene padeciendo desde tiempos remotos. Y es cierto. Pero se suponía que una revolución como la que anunciaban hace quince años, cambiaría la realidad para mejor. El resultado, en cambio, es todo lo contrario. Las universidades están al borde del colapso. Y eso es así, porque para quienes tienen el poder, gobernar es gozar y no servir. Por eso, Nicolás y los suyos jamás apoyarán una educación para el progreso. Prefieren que el talento emigre, que la formación merme y que la inteligencia repose para siempre.