Frida Kahlo y Steve Jobs, por Carlos Dorado
Frida Kahlo y Steve Jobs, por Carlos Dorado

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Tenía una honestidad plástica fundamental y una personalidad artística propia. Comunicaba una sensualidad vital, complementada por un despiadado aunque sensible poder de observación. Resultaba obvio para mí que esta muchacha era una auténtica artista. (…) “No he venido en busca de cumplimientos. Quiero la crítica de un hombre serio. No soy ni una enamorada del arte ni una aficionada. Soy simplemente una muchacha que necesita trabajar para vivir”, me dijo. Me sentí profundamente conmovido y admirado por esta muchacha. “En mi opinión, y sin importar lo difícil que pueda ser para usted, debe seguir pintando”, le contesté enseguida. “Entonces seguiré su consejo. Ahora le quisiera pedir otro favor. He hecho otras pinturas que me gustaría que Usted viera. Puesto que los domingos no trabaja Usted, ¿Podría venir a mi casa el domingo a verlas? Vivo en Coyoacán. Me llamo Frida Kahlo, Sr. Diego Rivera”.

Más allá de ser actualmente el presidente de “Frida Kahlo Corporación”, y de leer mucho acerca de Frida Kahlo, si tuviese que decir cuáles son las dos cualidades que más admiro de ella, serían: Su honestidad y su autenticidad. Ella siempre asumió el compromiso de la honestidad con tal autenticidad que logró ser admirada por su personalidad; pero a la vez esto la llevó a ser criticada y despreciada.

Por otro lado, el famoso arquitecto Philippe Starck, expresó en una entrevista lo siguiente: “Del éxito de Steve Jobs aprendí una sola palabra. Antes de que muriera, le pregunté: ¿Cuál es tu última palabra? Y me contestó: Honestidad. Estoy de acuerdo con eso, es la única forma de hacer cualquier cosa”.

Dos personas; una en el campo artístico, y el otro en el campo tecnológico, y ambas sean admiradas por el mundo. ¿Admiradas por lo que hicieron o por cómo eran? ¡Quizás por las dos cosas!

La honestidad no se mide en cantidad, sino por el hecho de tenerla o no tenerla, sin importar esa cantidad. Es tan deshonesto el que se colea en una cola, o el que soborna a un funcionario para que le agilice un proceso, o el que le paga al fiscal para que no le ponga la multa; como el que hace una obra pública a un precio exagerado, o paga un importante soborno para conseguir un millonario contrato.

La diferencia es que el tamaño de la ocasión es diferente, pero la deshonestidad en ambos casos es la misma. “La ocasión hace al ladrón”, solía decirme mi madre. Ese que paga un soborno para que le agilicen un trámite, si tuviese la ocasión de ganar mucho dinero sobornando para obtener un gran contrato; ¿Lo haría?, seguramente que sí, quizás la única diferencia es que en la parte del trámite lo diría, porque entiende que no pasa más allá de una viveza, mientras lo segundo lo escondería y dejaría que la riqueza obtenida sea la que brille y opaque el real origen de la misma. Mientras tanto el honesto es tonto, porque no sabe aprovechar las ocasiones.

Para lograr una sociedad más justa se deberían crear incentivos, donde la honestidad, la autenticidad y el hacer mejor las cosas, maximicen la recompensa individual, y castigue aquellos actos que se esconden detrás de la deshonestidad y la hipocresía. Sin embargo parece que es al revés.

Por eso, cuando uno se encuentra con personajes como Frida Kahlo y Steve Jobs, donde básicamente prevalece la honestidad y la autenticidad, y por encima la sociedad los admira y los reconoce por sus logros; parece que le llega a uno un cierto aire de esperanza sobre el futuro de la humanidad.

cdoradof@hotmail.com