Carujo y Monagas viven, la barbarie sigue, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Jun 30, 2017 | Actualizado hace 3 semanas
Carujo y Monagas viven, la barbarie sigue

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Hace mucho tiempo escuché o leí, a manera de broma, que el chavismo era, como él mismo se describía, un motor a máxima revolución, pero con la palanca en retroceso. Años después, el mismo chiste no tiene ninguna gracia. Es terrible que en efecto vivamos bajo un gobierno empeñado en sumirnos en el atraso. No me digan que exagero. Las pruebas abundan: desde la idea de que la escasez de alimentos puede solucionarse con conucos y gallineros urbanos, hasta las burlas homofóbicas espetadas por Maduro.

Probablemente su obsesión con invocar a Bolívar (rasgo de todas las dictaduras venezolanas desde Guzmán Blanco) los ha llevado a concebir el siglo XIX como modelo. Sin embargo, con todos sus defectos rara vez discutidos, el Libertador sigue siendo por mucho una figura muy encumbrada como para compararla con los responsables de este desastre que es el país hoy. El oficialismo en todo caso apunta hacia personalidades decimonónicas mucho más oscuras.

El Palacio Federal Legislativo fue el escenario para una tragedia de dos actos que da fe a las analogías discutidas a continuación. Todo comenzó con una sesión parlamentaria interrumpida por la irrupción de agentes de la Guardia Nacional con cajas marcadas con el logo del CNE. En cualquier legislatura del mundo, semejante aparición de uniformados llevaría a los parlamentarios a exigir explicaciones, y tal cual procedieron los nuestros. La respuesta por parte de los soldados fue negarse a permitir una revisión de las cajas y, según denunciaron los afectados, golpear a quienes osaron interrogarlos.

Luego de eso el presidente de la cámara abordó al comandante de la unidad (por usar sus propias palabras) para hacer el reclamo de rigor. En vista de que los hechos fueron a drede captados en video y vistos por todo el mundo, no me detendré en narrarlos.

Julio Borges no es la primera persona agredida por el coronel Bladimir Lugo Armas (sí, con «b» alta). El oficial dio bastante de que hablar cuando arrebató violentamente una pancarta a un joven que protestaba en solitario frente al CNE el año pasado, y ordenar detenerlo. Su hoja de servicios incluye también arremeter en persona contra varios periodistas, a una de las cuales le rompió el celular usado para trabajar. Además, fue visto empujando a diputados que protestaban frente al TSJ en marzo de este año.

Pero gritarle a Borges y empujarlo es sin duda la acción más difundida del coronel, ya que esta vez la víctima es la cabeza de un poder público nacional, aquel que de paso goza de mayor legitimidad por haber sido electo con amplia participación en medio de un Estado decadente y despreciado por el pueblo.

Esta es la verdadera faz de la «unión cívico-militar» cacareada por el Gobierno, un disfraz retórico para el sometimiento de los ciudadanos desarmados a la voluntad de los armados. Es dar rienda suelta a la lamentable noción, tan desgraciadamente extendida en Latinoamérica, de que los militares tienen un derecho divino a gobernar, a administrar la cosa pública sin que nadie los cuestione.

Se trata de un mal con el que hemos tenido que cargar desde nuestras guerras de independencia. Muchos generales sintieron entonces que el corte de la rienda española por su sable hizo de ellos una casta con derecho exclusivo a conducir el carro. Bastó y sobró que un civil, José María Vargas, fuese electo Presidente, para que la bota castrense gritara «¡No me la calo!» y procediera a derrocarlo. Pedro Carujo, uno de los insurrectos, pasó a la historia con el triste papel de justificar ante Vargas su remoción con el argumento palurdo de que «el mundo es de los valientes», o sea, de los que toman las armas para hacer cumplir su voluntad. El médico le respondió que en realidad el mundo es del hombre justo y de bien.

¿Acaso en los gruñidos del coronel Lugo no hay un eco de la proclama hecha por Carujo en 1835? Aparte de las condenas a la conducta del agresor, hubo un caudal de críticas a la reacción de Borges. Tal vez sea cierto que el presidente de la AN, sin rebajarse a la violencia de los gorilas, pudo tener un mejor talante ante el atropello, responder como lo hiciera Vargas o como un Miguel de Unamuno ante esa piltrafa del fascismo que fue Millán-Astray. No obstante, enfrascarse por días en lo que hizo o dejó de hacer Borges termina siendo un debate estéril.

La historia no termina con la «carujada», porque casi al instante el Capitolio fue rodeado por oficialistas en ánimo de linchamiento. La GNB se limitó a no dejarlos entrar, sin tocarlos con el pétalo de una rosa, mientras ellos trataban de que las rejas cedieran, gritaban insultos soeces y amenazas, y lanzaban fuegos artificiales hacia adentro del recinto. Con el argumento de esas mismas acciones, los militares de la base aérea de La Carlota han atacado a opositores de una forma tan desmedida que hasta muertos ha dejado.

Desde que la AN es controlada por la oposición, episodios como este se han dado con total impunidad. Venezuela tiene un Parlamento bajo repetido acoso. Los responsables son como aquellas hordas de seguidores de José Tadeo Monagas que en enero de 1848 asaltaron el Congreso para liquidar la oposición a su jefe, otra gris figura castrense en nuestra cronología republicana.

Para concluir, es necesario resaltar que todos estos hechos ocurrieron horas después de que Maduro, en cadena de radio y televisión, amenazara con hacer con las armas lo que la revolución no pueda con los votos. Eso es lo que los venezolanos tenemos ante nosotros: un desprecio total por las formas civilizadas de obtener y ejercer el poder. Por eso nos atormentan los fantasmas de Carujo y Monagas. Por eso Lugo es homenajeado en VTV y condecorado. Por eso es posible hostigar sistemáticamente a la más legítima representación de la ciudadanía… Y por eso aún no ha sido posible sacar a esa ciudadanía de las calles.

@AAAD25