Un país rico arruinado por el populismo, por Albert Rivera
Venezuela: Un país rico arruinado por el populismo, por Albert Rivera

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ME ENCONTRABA el pasado lunes esperando a embarcar en el avión que me llevaría a Caracas cuando varias personas se me acercaron para contarme de primera mano la situación que estaban viviendo en Venezuela. Lo cierto es que no viajaba mucha gente y el avión iba con menos de la mitad de los pasajeros que podría alojar. Durante el vuelo, muchos de ellos quisieron trasladarme su preocupación, cuando no su desesperación, por las condiciones de vida que hay ahora en su país.

Horas antes de mi viaje hablé con el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, quien me convocó a un encuentro con Rodríguez Zapatero, y mantuve varias conversaciones con Felipe González. Todos ellos me ofrecieron su visión sobre la compleja situación venezolana pero la verdadera dimensión del problema la tuve al escuchar los testimonios de las personas que viven y padecen las políticas chavistas de Maduro.

Antes de despegar supe que el viaje iba a ser útil a pesar de que algunos dirigentes políticos en España me estaban criticando por ello. Críticas que venían, por un lado, de quien le da pereza hacer política en casa y no digamos fuera de nuestras fronteras; y, por otro, de quienes llevan años viajando a Venezuela para formar, asesorar y apuntalar al régimen de Hugo Chávez y recibir millones de euros por ello, como aseguró el presidente de la comisión de Contraloría (Control de Cuentas) de la Asamblea Nacional venezolana, Freddy Guevara.

A pesar de todo, he ido a Venezuela a ayudar, a buscar soluciones, a aportar un pequeño grano de arena. Para mí fue un honor que la Asamblea Nacional de un país hermano me invitara a participar en una sesión sobre democracia y diplomacia parlamentaria. Allí defendí el diálogo como única vía de lograr una solución en Venezuela. Un diálogo, eso sí, con condiciones. En primer lugar, es necesario que el Gobierno venezolano reconozca la grave crisis humanitaria que vive el país, y que permita que la comunidad internacional pueda garantizar comida y medicamentos. En segundo lugar, es necesario que los políticos opositores encarcelados queden en libertad. Y, en tercer lugar, es obligado respetar los procesos democráticos recogidos en su propia constitución y que se permita llevar a cabo el referéndum revocatorio del mandato de Maduro que solicita la oposición.

Venezuela es un país rico en recursos naturales y humanos y pobre en libertad, comida y medicamentos. Este bello país sudamericano sufre una trágica crisis humanitaria, una crisis política y de falta de respeto a los más elementales Derechos Humanos, y una preocupante crisis de inseguridad en sus calles.

Los datos macroeconómicos son alarmantes después de 17 años de chavismo y de políticas populistas. Es un país en quiebra económica y social. Millones de venezolanos pasan hambre. El día a día de la gente es hacer colas de cinco, seis u ocho horas para intentar conseguir algunos alimentos en medio del desabastecimiento. No hay pan, no hay arroz, no hay carne, no hay prácticamente nada que llevarse a la boca más allá de algunos yogures y algún refresco.

Una periodista venezolana que trabajaba para varios medios y que me estaba entrevistando me confesó que ella tampoco podía hacer tres comidas al día. «Abro mi nevera y no hay prácticamente nada, no como proteínas», me dijo.

La inflación se dispara y los precios de la poca comida que llega a los supermercados son prácticamente inalcanzables para la mayoría de la gente. Los bachaqueros, aquellos que hacen colas para comprar los escasos alimentos disponibles y revenderlos después por un precio tres o cuatro veces superior, hacen su agosto con la desesperación y el hambre de la población. Esta realidad la puede ver con mis propios ojos mientras el Gobierno de Nicolás Maduro echa balones fuera con el insultante argumento de que los que hacen colas para comer «no son venezolanos».

Los hospitales carecen de medicamentos o de material básico para que los profesionales puedan atender con una mínima dignidad a sus pacientes, los bebés mueren deshidratados porque no hay suero, los enfermos crónicos no pueden seguir sus tratamientos porque no tienen las medicinas necesarias. Tuve la ocasión de hablar con una doctora española que esperaba en la puerta del consulado de España en Caracas para arreglar sus papeles y poder regresar. Volvía porque estaba desesperada al no disponer de jeringuillas o de gasas para dispensar una atención básica a los enfermos.

El último día que estuve en Venezuela acudí a un acto organizado por Lilian Tintori, la esposa del líder opositor encarcelado Leopoldo López. Tintori es una mujer admirable, llena de fuerza a pesar de todo lo que está viviendo, y una persona que me ha ayudado muchísimo en este viaje. La cita era en un hotel de Caracas y allí puede escuchar y conocer en toda su crudeza la represión que ejerce el Gobierno chavista.

Fue imposible contener la emoción al oír testimonios desgarradores de madres, hermanas, padres y familiares de personas asesinadas, encarceladas y torturadas por el hecho de querer ser libres y pensar diferente al régimen.

Una niña de 23 años acribillada a balazos en la cara y asesinada por estar cerca de una manifestación de protesta contra el régimen chavista, o un chico encarcelado y torturado por criticar al número dos de Maduro en Twitter, son sólo algunos ejemplos que me rompieron el alma. Sin embargo, las lágrimas derramadas por esas mujeres y hombres en este encuentro fueron lágrimas de dignidad y de esperanza porque ellos son la luz del pueblo de Venezuela. No quieren venganza, quieren libertad y democracia. Tan simple como eso.

ACTUALMENTE HAY decenas de políticos opositores presos en Venezuela, y una represión brutal contra aquellos que combaten con la palabra el régimen chavista o contra quienes simplemente protestan. Intenté visitar a algunos de estos líderes políticos injustamente encarcelados como Leopoldo López, Daniel Ceballos o Antonio Ledezma (el primero se encuentra desde hace años en la prisión de Ramo Verde en condiciones inhumanas y los otros dos bajo arresto domiciliario). Fue imposible conocerles, porque el ejército y la policía chavista me lo impidieron.

Además, la inseguridad ciudadana ha crecido hasta límites insoportables y han convertido a Caracas, según los últimos estudios publicados, en la capital más peligrosa del mundo: homicidios, robos con violencia, secuestros, intimidación, enorme facilidad para acceder a armas de fuego…

Cuando se va la luz del sol y la noche se apodera de la ciudad la gente huye de las calles por temor a ser atacada o asesinada.

Así es la Venezuela chavista que algunos apoyan y elogian en nuestro país. Así es la realidad que algunos no quieren que expliquemos en España, no sea que se trunquen sus planes para asaltar el poder. Así es como un país rico puede acabar arruinado por el populismo. Pero, conociendo la fuerza y la dignidad que he sentido de la mayoría del pueblo venezolano, Venezuela volverá a ser libre, volverá a tener luz, y nosotros desde España tenemos la obligación moral de ayudarles. Una buena manera de hacerlo será no cometer sus mismos errores.

@Albert_Rivera

El Mundo ES

*Presidente del partido Ciudadanos y candidato a la Presidencia del Gobierno español