La revolución pasmada por Tulio Hernández @tulioehernandez - Runrun
La revolución pasmada por Tulio Hernández @tulioehernandez

Como las tortas que no levantan o los amores contrariados, la revolución bolivariana se pasmó. Se quedó fría. No llegó a nada. El destino del proyecto político del comandante presidente ahora muerto se parece cada vez más al de aquellos automóviles a los que una o varias de sus ruedas se le atascan en el barro y mientras más se acelera para sacarlos, más se entierran.

Casi quince años nadando con desenfreno para morir en la orilla. Porque socialismo no hay. Ni del XIX ni del XXI. Ni en el sentido comunista del término, ni en la acepción izquierda democrática europea. En términos marxistas, no se eliminó la propiedad privada ni la “explotación del hombre por el hombre” a través de una economía centralizada y planificada hecha para las necesidades y no para el lucro. Pero tampoco, en términos socialdemócratas, se creó un Estado de bienestar ocupado de proteger a los más débiles en medio de una economía capitalista y una democracia plena basada en el equilibrio aquel de “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”.

Es verdad que se han invadido, expropiado y estatizado un número notable de empresas, y que durante el larguísimo gobierno del Jefe Único se hicieron experimentos para crear nuevas formas “sociales” de producción: cooperativas, gallineros verticales, huertos hidropónicos, conucos colectivos, regreso al trueque, hasta llegar recientemente a las industrias socialistas donde el Estado es el patrón.

Pero todos estos experimentos fueron fracasando, uno tras otro, echados luego al abandono y el olvido, lo que dejado un aparato productivo devastado y, a falta de sustitutos eficientes, una nación con déficits de abastecimiento que depende plenamente en sus consumos de lo que viene por vía de importación.

El balance es desolador. Salvo gestos efectistas de preocupación clientelar por los que tienen menos –centro de atención de salud, viviendas gratuitas, redistribución del ingreso a través de las misiones, programas de educación superior rápida y masiva–, la llamada “revolución” bolivariana no tiene nada concreto que mostrar. Ninguna solución de largo plazo. Lo sabemos ahora que el gran prestidigitador ya no está, y al mago sustituto los trucos le fallan.

Apenas en tres o cuatro años, Fidel Castro y los suyos hicieron realidad a sangre y fuego el comunismo caribeño. Por la misma época, Betancourt y acompañantes rompieron con el militarismo y en sólo cinco años, duros y acontecidos, crearon la democracia que sobrevive aún maltrecha y asediada. Incluso los sandinistas, si bien no lograron la revolución proyectada, y junto con la intolerancia de la era Reagan condujeron a su país a una sangrienta guerra civil, dejaron como legado el fin de las dictaduras y el nacimiento de la democracia.

Pero, quince años después, ¿qué pueden mostrar los chavistas como logro y conquista estructural? ¿Cuáles pruebas de haber hecho una revolución o por lo menos un cambio profundo, estable y duradero de la sociedad venezolana pueden ofrecer? Me temo que ninguna. O, tal vez, muy pocas y arbitrarias. Ni siquiera algo parecido a los millones de brasileños que Lula, sin jactarse de revolución alguna, sacó de la pobreza; la disminución de la violencia y el acorralamiento a la guerrilla y el narcotráfico, sabemos que no siempre con sanos procedimientos, logrados por Uribe en Colombia, o el vertiginoso crecimiento económico alcanzado por el Perú de Ollanta Humala.

Tal vez por eso el entusiasmo de millares de venezolanos con el futuro que dibujaba el comandante se ha ido convirtiendo en pesimismo. La esperanza, en desilusión. Quizá si se hubiesen propuesto, y logrado, cosas más modestas, como reducir a la mitad el número de homicidios, duplicar los puestos de trabajo, convertir un tercio de las cárceles en centros de educación saludables, reducir el crecimiento exponencial de la inflación o dotar al país de un buen sistema de salud pública, el descreimiento hubiese sido menos cruel.

Pero se propusieron metas descomunales –salvar la humanidad, derrotar el capitalismo, construir el socialismo, tomar el cielo por asalto si era necesario– y ahora, cuando en la realidad no logran siquiera que haya un servicio de electricidad estable, o que quienes reciben sus beneficios clientelares salgan voluntariamente a votar por su opción, la brecha entre promesa y realidad se hace grotesca y las consignas ampulosas se convierten en escupitajos que evidencian la desazón.

No todo en la vida es desfile y canción. Efectivamente se pasmó.

Tulio Hernández

@tulioehernandez

Sociólogo experto en cultura y comunicación.

Columnista de El Nacional.

Consultor internacional en políticas culturales y ciudad.

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