Venezuela, un país que se alimenta gracias al trueque - Runrun

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Faltan alimentos y productos de aseo, no hay clases en los colegios ni en las universidades. Escasez de servicios médicos y de transporte público. La inseguridad es rampante. Así es el diario vivir.

Desde hace un mes, María Cristina solo ha trabajado medio tiempo. Los enfrentamientos entre la guardia venezolana y los manifestantes en las calles de Caracas y Venezuela, han hecho que el país funcione a media marcha.

A medias, el abastecimiento de alimentos; a medias, las jornadas laborales y los colegios; a medias, los hospitales y las clínicas; a medias, el transporte público; a medias, los servicios de luz, gas y agua; a medias, la seguridad…

Para ella, madre de tres hijos, al igual que para la gran mayoría de venezolanos, conseguir alimentos se ha vuelto un asunto “cuesta arriba”.

Los habitantes de este país, en el cual las protestas contra el Gobierno ya completan mes y medio, han aprendido que la única forma de sobrevivir a la escasez de comida es afianzando las relaciones familiares y con los amigos, porque solo con ellos es posible hacer trueque por los productos básicos.

María Cristina relata que la clave consiste en entrar a un supermercado o tienda, comprar lo que encuentre y después intercambiarlo por un producto que necesite con otra persona.

En los supermercados no se encuentra arroz, ni café, ni leche en polvo o líquida, ni aceite para cocina, ni jabón de baño o para la ropa, ni harina pan, ni azúcar.

“He visto filas de dos y tres cuadras para comprar dos bolsas de harina pan y 10 panes. O una bolsa de papel higiénico. La gente se agarra a golpes porque tiene que esperar hasta tres horas para comprar algo. Además, antes un kilo de azúcar costaba 8 bolívares y hoy día vale 30”, afirma Robert, un ciudadano de un pueblo del Estado Táchira.

“La gente ha tenido que reemplazar los productos, si no hay carne ni pollo; entonces los suple con huevos o pasta”, agrega María Cristina. “Cuando se sabe que están vendiendo algún producto en un supermercado, llega gente de toda Caracas”, dice Gloria, otra habitante de la capital del país.

La escasez todavía no ha afectado de manera severa el negocio de Gloria: hacer ponqués en su casa para eventos especiales, ya que con el trueque logra hacerse con la harina pan, el azúcar y la mantequilla que va necesitando.

Pero sí el de Robert, quien tiene una pequeña finca y no encuentra grapas, alambre de púas, venenos, fungicidas o abonos. “Tengo un mes sin producir”, agrega.

Además, muchos de los jornaleros se están viniendo a Colombia, principalmente al departamento de Arauca, en donde reciben por un día 50.000 pesos más comida, unos 1.800 bolívares libres, mientras que en Venezuela Robert solo puede pagar 150 bolívares más la comida.

La salud, de gravedad

Uno de los sectores más afectados por la crisis ha sido la salud: no se consiguen insumos ni medicinas. Y la gente tiene que buscar por la ciudad entera una droga.

“Perdí a un bebé hace poco y el médico me dijo que para volver a buscar otro tenía que tomarme una vitamina para mujeres embarazadas. Ya tengo cuatro meses que no las consigo”, asegura Gloria.

María Cristina, quien trabaja en el sector salud, explica que en los hospitales y clínicas ya no hay insumos ni medicinas y las cirugías no se pueden llevar a cabo. “La gente tiene que llevar las sábanas, el papel higiénico, el algodón y hasta las medicinas a los hospitales. Cuando hay cirugías, tienen que irde hospital en hospital para que los atiendan, o esperar meses para que se las practiquen”, explica.

 

Transporte ‘pinchado’

El transporte diario es otro de los grandes dolores de cabeza para los venezolanos. El público no funciona de manera normal por las manifestaciones de un lado y otro, y el privado hace de las suyas en estas circunstancias. Robert relata que ir de su pueblo a San Cristóbal, capital del Estado Táchira, le costó la semana pasada 300 bolívares, cuando en transporte público solo le vale 16 bolívares.

También funcionan a media marcha los colegios. Gloria explica que las clases no se han suspendido, pero los padres casi no llevan a sus hijos a estudiar, por temor a que por la violencia en las calles después no los puedan recoger.

En el Estado Táchira, el más afectado por las protestas antigobiernistas, las clases están suspendidas, los profesores van a los colegios y levantan un acta para certificar que fueron, pero los alumnos no aparecen.

Ante la parálisis económica y social, “lo que hace la gente es caminar por las calles, ver que puede comprar en cualquier tienda y esperar a que pase el tiempo”, dice Robert.

El miedo a la calle

Pero hay poco a lo que los venezolanos le temen más que a la inseguridad. Gloria asegura que vive temerosa de salir a cualquier lado y a cualquier hora, por lo que permanece encerrada casi todo el tiempo. María Cristina cuenta que a su hijo mayor le robaron un celular hace apenas un par de semanas. “Y gracias a Dios no lo mataron, que es lo normal por un celular. A mi hijo menor también lo persiguieron para robarle la moto, pero finalmente no lo hicieron, porque es muy barata. Te roban en cualquier parte, a cualquier hora y cualquier cosa”, agrega con ironía.

Y Robert afirma que después de las seis de la tarde no se puede salir a la calle en su pequeño pueblo.

A todo ello se suma el poco respeto que siente el común de los venezolanos por las autoridades. La corrupción es una de las palabras que se pronuncian con rabia, desesperanza y prueba de la descomposición del país.

Según sus propias palabras, y todo basado en rumores, la Guardia recibe sobornos tanto de los raponeros como de los asaltantes y de los grandes delincuentes, de los narcotraficantes, de los contrabandistas y de todo aquel que quiera violar la ley.

La realidad que están viviendo los venezolanos “es muy dura”, no saben en qué parará todo el desorden actual, pero de lo que sí están seguros es que la situación no puede extenderse por mucho tiempo. Porque se están cansando de que “cuando no hay papel higiénico toca lavarse con agua y jabón”, como dice Robert.

El escape a colombia

Libeth no tuvo otra opción que irse a vivir a Cúcuta por un par de semanas mientras la situación en Ureña, población fronteriza con Colombia, se ‘normaliza’. Porque además de la falta de alimentos, desde hace un mes que no le llega el agua y ya hace 15 días que no tiene gas.

Libeth tiene la suerte de trabajar en Cúcuta y ganar en pesos colombianos, por lo que no tenía problema en comprar en este lado de la frontera alimentos básicos y de aseo, “pero con la falta de agua y gas no hay nada que hacer. Además, la luz se va cada vez más seguido y no se puede cocinar”.

Ante la situación, el municipio regala el agua, pero la gente tiene que pagarle el viaje al carrotanque que la transporta. Y del gas no sabe nada: “hace 15 días llené formularios para comprarlo, pero hasta el momento no me han autorizado”.

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