Hoy se cumple un mes del pulso que los estudiantes lanzaron al Gobierno venezolano que ha desencadenado una ola represiva encarnada en la figura de Nicolás Maduro. El actual presidente venezolano es percibido en muchas partes del mundo como un dictador, enemigo de la libertad de prensa y poco respetuoso con los derechos humanos.
Las imágenes que corren -a pesar de la censura- a la velocidad de la luz por las redes sociales están dejando en evidencia a un régimen que ha quedado completamente al descubierto sin la figura de Hugo Chávez, el militar, primero golpista, luego elegido a través de las urnas, que sabía jugar con audacia y populismo, tanto con los medios y la opinión pública del país como con la mayoría de la prensa internacional.
Pero Maduro no es Chávez y no puede ocultar sus inabarcables lagunas intelectuales, formativas, morales y políticas. Su legado de este mes de violencia y represión alcanza ya los 23 muertos, 300 heridos, 33 torturados y 1.100 detenidos. Un currículum de terror y vergüenza que obligó ayer al presidente venezolano a quedarse encerrado en su país y no acudir a la toma de posesión de Michelle Bachelet en Chile.
Mientras, el líder opositor Leopoldo López continúa en prisión, convertido en prisionero político y víctima del chavismo. Con esta penosa imagen internacional, la economía está absolutamente estancada para mayor desgracia de los venezolanos que además sufren cada día la amenaza y consecuencias de la inseguridad ciudadana.
Con este panorama, la movilización ciudadana sigue siendo la vía más efectiva para conseguir un vuelco político y que este gran país vuelva a abrazar la democracia como sistema político y tabla de salvación.
