Leyes y políticas públicas venezolanas discriminan a comunidad LGBT
Leyes y políticas públicas venezolanas discriminan a comunidad LGBT

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La discriminación simplifica al extremo la visión que tenemos de las personas. “Abstenerse gordos”, “cero plumas”, “los viejos p’al geriátrico”, “locas, quédense en la jaula”… Expresiones vejatorias como éstas, entresacadas del maremágnum cibernauta, aparecen con pasmosa reiteración en perfiles de miembros de redes sociales gay.

Sí, la práctica de la discriminación es multiforme y puede asumir ribetes realmente crueles entre miembros de la comunidad LGBT. En Venezuela abunda el maltrato verbal entre hombres de orientación homosexual. Cuando se trata de nombrar a aquellos que no nos gustan, somos fantásticamente creativos en la multiplicidad de nuestros rechazos.

El ánimo no es polemizar sobre el valor de portales como Dudesnude, Manhunt, Grindr o Gaydar para conseguir pareja estable (al menos, en el caso de los hombres). El punto es que se practica la discriminación intracomunitaria como una especie de canon conductual. No importa si se busca es un proyecto de vida en común o un “revolcón” de fin de semana.

Buena parte de la comunidad gay en Venezuela no sólo sigue recluida en las paredes de un closet. También está presa de sus propios miedos inventados frente al que no se ajusta al ideal estético al uso.

Decidir quedarse en un closet, por supuesto, exige por principio un tipo de compañero que mantenga el mismo estatus. El prototipo deseado, por lo general, debe responder a la pinta del heterosexual (¿sabrán los heterosexuales cuán estereotipada puede ser la visión de ojos homosexuales?).

La fantasía de juntarse con un “machito”, libre de las odiadas “plumas”, se ha incrustado en el imaginario gay. Buscar afuera el “absoluto masculino” se convierte en la obsesión de mucha gente incapaz de reconocer su propia masculinidad interna.

La discriminación empieza en casa 

Digámoslo de plano: una gran mayoría de nosotros en la comunidad LGBT no cuadramos con el prototipo deseado de “macho alfa”, glorificado por medios y redes sociales: músculos perfectamente modelados, abdomen marcadísimo, tatuajes estratégicamente visibles, facciones regulares, en la veintena, jeans sugestivamente colgados de la cadera. Si no cuadramos con el ideal, nos inventamos una alternativa que nos agrupe como ovejas en el redil.

La sociedad moderna es particularmente pródiga inventando fórmulas de segregación tribal. La segmentación de los grupos en función de características comunes es cada vez más acentuada y aterradora. Tristemente, la comunidad LGBT, estando bajo la bandera del arcoíris, tampoco escapa a este fenómeno.

El examen de una selección de redes sociales para hombres nos depara un universo cada vez más fragmentado e inquietante. Hay portales de encuentro para ultrapapeados, para “osos velludos”, para hombres maduros, para negros, para cristianos practicantes, para barebackers, para “machos enclosetados”, para quienes gozan vistiéndose con lencería femenina, para gordos, para amantes del cuero, para adeptos al sado-maso, para “casados y curiosos”, etc. De todo como en botica, dirían nuestros abuelos, para responder a las expectativas y las zonas cómodas del colectivo gay.

Como un menú de televisión por cable, hacemos zapping y vamos saltando de un grupo a otro, etiquetándonos, discriminándonos según lo indique la fantasía del momento. Vamos atomizándonos cada vez más, encarcelándonos en compartimientos estancos, en estereotipos que cargan con su propio set de prejuicios. Vamos perdiendo la capacidad de percibir al otro como un todo que es único en sí mismo.

Al menos, el territorio lésbico de las redes sociales pareciera ser más inclusivo a primera vista. El universo femenino, con su enorme complejidad, pareciera ser menos explícito, menos absurdo en la categorización de las preferencias.

No es lo que haces 

Al no percibir al otro como un todo único en sí mismo, lo encasillamos en un grupo con características particulares. Así que al discriminar a otros, lo hacemos no como individuos que son, sino como pertenecientes a otro conjunto que no es el nuestro, con especificidades (reales o inventadas).

Lo que duele de la discriminación es que, por lo general, no se da hacia individuos con características personales únicas. Se discrimina a la persona sólo por pertenecer (o no) a un determinado grupo, y ya sólo eso la puede hacer culpable de algo. La discriminación no ocurre necesariamente porque la persona haya hecho algo malo, haya cometido un delito o incumplido una norma.

Ésta, por cierto, ha sido una característica medular de las grandes dictaduras del siglo XX, como el nazismo y el fascismo: despersonalizar a los individuos y criminalizarlos solamente por pertenecer a un determinado grupo social.

Bastaba con ser de una determinada raza, religión o grupo socioeconómico para ser automáticamente execrado. Lo importante no era lo que hacías, sino a qué grupo pertenecías o con cuál te identificabas políticamente. Y a una raza, desgraciadamente, ni siquiera puedes pertenecer por elección.

Digamos que abro un perfil en una red social LGBT. Y especifico (con más o menos énfasis) que no quiero conocer a hombres con sobrepeso o mayores de 50 años. Podría  pensarse que estoy simplemente estableciendo una preferencia personal, pero no. Estoy haciendo una declaración a priori sobre personas que no me han propuesto salir.

Declarar mi intención de no conocer a una persona que ni siquiera me ha hecho una proposición es ya una forma de discriminación.

Preferir sin discriminar 

Otra cosa muy distinta sería que alguien que no me gusta me propusiera tomarnos un café o irnos a un hotel, y yo decidiera en ese momento no aceptar. Y estaría perfecto. Pero no tengo que estigmatizar públicamente a todo un grupo sin conocer aún a nadie. Si fuera así, estaría rechazando de plano a todo un grupo en vez de ponerle barrera a un solo individuo.

Discriminar a todo un grupo de personas con una característica en común que no deseo, es perderme la posibilidad de conocer a alguien con otros atributos fascinantes.

Las declaraciones en negativo son armas de doble filo en los perfiles: “No quiero esto”, “no me gusta aquello”, “no me interesa eso”,  “fulano y zutano, absténganse”, “no estoy disponible para…”, como si nos defendiéramos del ataque de una horda mongol. Ellas terminan revelando una lista de falencias no resueltas en nosotros mismos.

Más inteligente, cortés y saludable sería explicar en positivo de las características que me parecen atrayentes en una persona. “Me gusta la gente X”, “me encantan las personas así…”, “lo(a)s prefiero con tales características…”.

Mi abuela tenía un dicho muy sabio: “Uno no es monedita de oro para caerle bien a todos”. Con esto quería decir que nadie está lo bastante encaramado en el palo como para darse el lujo de tratar con desprecio a los demás.

La Fundación Reflejos de Venezuela tiene un eslogan  en uno de sus spots publicitarios. Ganó el Premio ANDA en 2015 como Mejor Mensaje de Beneficio Social/Medios Digitales. Dice: “Si buscas las diferencias, te puedes perder las coincidencias”.

El spot Coincidencias fue ideado para crear conciencia en la sociedad civil hacia nuestra comunidad LGBT. Y parece que ya es hora también de empezar a aplicarlo en casa.

 

Elaborado por Fundación Reflejos de Venezuela