El drama de ser niña en Nigeria - Runrun
Yeannaly Fermín Jul 29, 2014 | Actualizado hace 10 años

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La noticia volvió a impactar. Boko Haram, la secta islamista vinculada a Al Qaeda, atacó de nuevo: entre el 19 y el 22 de junio secuestró a 91 personas, en su mayoría mujeres y niñas. Y aunque 63 de ellas luego lograron escapar de sus captores, este grupo se suma a las cerca de 200 alumnas de la escuela de Chibok, en el norte Nigeriano, raptadas en abril pasado.

La comunidad internacional, que ya se había unido a través de distintas iniciativas –incluyendo la mediática campaña #Bringbackourgirls, de la que la Primera Dama de Estados Unidos, Michelle Obama, ha sido vocera–, volvió a encender la alerta en torno a los problemas de seguridad que afectan el país, pero también a las tremendas dificultades de acceso a la educación que tienen las pequeñas nigerianas.

Los datos son tajantes: Nigeria, el octavo país más poblado del mundo, es la nación que registra la mayor cantidad de niños fuera del sistema escolar, en su mayoría niñas. Un estudio realizado por la Unesco en el 2009 indica que, aunque las cifras se estén reduciendo paulatinamente, en el 2015 Nigeria seguirá detentando ese récord, con 7,6 millones de menores que aún no pisarán la sala de clases, entre los que 4,6 millones serán mujeres. Es una realidad preocupante sobre todo en el noreste del país, bastión del grupo islamista, acechado por altos niveles de pobreza y desempleo, y donde se concentra el 60 por ciento de los 10,5 millones de niños que hoy no van al colegio.

“Mandar a los hijos a la escuela en los estados del norte (y en particular Borno), donde la mayoría de los ataques de Boko Haram han ocurrido, es algo que las familias deben pensar de manera muy seria, porque implica altos riesgos”, afirma Richard Downie, director adjunto del Programa sobre África del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS por su sigla en inglés).

Documentos de Unicef Nigeria indican que, antes del 2011, la mayoría de los ataques a los colegios del norte apuntaban a destruir la infraestructura y ocurrían de noche, cuando las aulas estaban vacías. Desde el 2012, sin embargo, los alumnos y los profesores se han convertido en blancos. Según la Coalición Global para Proteger la Educación de los Ataques, en el 2013 docenas de profesores fueron asesinados, las universidades sufrieron pérdidas importantes debido a la irrupción de hombres que abrían fuego de manera indiscriminada sobre alumnos y docentes o usaban bombas en sus atentados. El ministro de Educación del Estado de Borno calculó que, entre febrero y mayo del año pasado, unos 15.000 niños dejaron de ir al colegio por miedo a nuevos ataques. En el caso de las niñas, los padres tienden a ser aún más aprensivos.

Esa, sin embargo, es solo la faceta más reciente de un problema que el país viene arrastrando hace años.

“Todos estamos al tanto de los problemas de seguridad que enfrenta el país en este momento, pero hay otros temas y dinámicas subyacentes que afectan a las niñas escolares, particularmente en el norte de Nigeria”, comenta Downie.

Cien niños por aula

La falta de acceso a la educación en Nigeria es un problema de larga data. Hace años ya que los entendidos saben que ese país africano, que se caracteriza por tener la mayor reserva de petróleo del continente, no es un buen lugar para pasar la infancia. “A los niños de Nigeria se les roba el futuro”, titulaba en el 2010 un artículo de la BBC que en sus primeras líneas indicaba que ese país era “uno de los peores lugares del mundo para ser escolar”.

A mediados de la década del 2000, Unicef advertía sobre las dificultades adicionales que estaba creando el crecimiento exponencial de la población nigeriana sobre el colapsado sistema educacional. Los expertos informaban que faltaba infraestructura y profesores. Hoy no es raro ver docentes que tienen que hacerse cargo de cursos de 100 alumnos o haciendo clases debajo de un árbol debido a la falta de salas. En algunas escuelas, dicen otros informes, los servicios son tan básicos, que solo cuentan con un baño para cada 600 alumnos.

A eso se suma, en algunos casos, la falta de recursos de las familias. “Es muy difícil para las familias mandar a sus hijos al colegio porque tienen que pagar por ello o porque al hacerlo pierden a niños que pudieran estar trabajando. Es una consideración económica importante”, explica Downie.

La situación es crítica en el noreste, donde las tasas de deserción escolar y analfabetismo son tres veces más altas que en la región del sureste, considerada el motor económico del país, y donde la brecha de género se hace más evidente, con solo un 38 por ciento de niñas recibiendo educación básica, versus el 43 por ciento de los niños, según datos de la Nigeria Education Data Survey del 2010.

Si bien la falta de acceso a la educación siempre es problemática, en el caso de las niñas tiene implicancias particulares. Francis Valverde, directora de la Asociación Chilena Pro Naciones Unidas (Achnu), explica:

“La educación y la convivencia en las escuelas permiten que las niñas salgan del encierro de la casa, sean parte de reflexiones y aprendizajes más allá de las labores domésticas y de reproducción. Que aprendan a relacionarse con otros y otras, observen y sean parte del mundo social y cultural. En otras palabras, que se constituyan en sujetos plenos, no en servidoras de los adultos sumidas en la ignorancia”.

Mary Guinn Delaney, asesora regional en educación en salud y VIH de Unesco, complementa: “La importancia de la educación de las niñas está en los efectos directos que se pueden documentar para la niña, su familia, su comunidad y su país. Una niña que va al colegio, que tiene educación primaria y secundaria completas y de calidad, es menos probable que experimente la violencia de género, que tenga un embarazo no planificado durante la niñez, que se contagie con VIH. Tiene otra visión de su vida, su futuro, posibilidades y la capacidad de elegir”.

En los países subdesarrollados se suman otros hechos: la educación en las niñas es vital porque genera un impacto en la economía –se calcula que un aumento del uno por ciento en el porcentaje de niñas con educación secundaria hace incrementar el PIB en un 0,3 por ciento– y, en otro ámbito, permite que esas mujeres al convertirse en madres tengan más herramientas para cuidar a sus hijos.

Investigaciones indican que cada año adicional de escolarización reduce las probabilidades de mortalidad infantil en un 5 a 10 por ciento. Otros estudios revelan, además, que las madres educadas aspiran a que sus hijos tengan mejores oportunidades, lo que contribuiría a aumentar las matrículas de niñas en los colegios, las posibilidades de que accedan a niveles de educación más altos y participen de manera activa social y económicamente en sus comunidades.

“Educar a las niñas constituye la más poderosa herramienta para asegurar un desarrollo equitativo en términos de género, de las potencialidades de todos y todas. La escuela es el lugar donde aprenden que la violencia de género es inaceptable, que las capacidades de todos son similares y que debemos tener frente a niños y niñas las más altas expectativas”, enfatiza Daniel Contreras, consultor en educación de Unicef.

El peso de la tradición

El hecho de que en el noreste de Nigeria, donde las tradiciones culturales siguen encerrando a las mujeres en un rol más doméstico, sea predominantemente musulmán, explica Richard Downie, influye en los problemas de educación. En esa región, por ejemplo, existen numerosos colegios coránicos que les enseñan a los niños a aprenderse el Corán, pero se enfocan poco en otras materias.

“En esos colegios hay muy poco énfasis en otras cosas que el Corán, como matemática, lenguaje u otras habilidades que les ayudarían a estos niños a tener oportunidades de trabajo en el futuro. No se los prepara para el mundo del trabajo. Que aprendan a leer y contar no es un objetivo”, dice el experto.

Downie agrega que en ese sistema cultural tampoco se considera importante que las mujeres estudien. “La idea tradicional es que las niñas deben ayudar en la casa con las tareas de cuidado de la familia y además se las casa muy pronto, lo que también limita sus posibilidades de educarse”.

Eso genera a su vez tasas de natalidad altísima, altos índices de mortalidad infantil y materna, limitando las posibilidades de desarrollo económico.

“Existen muchas razones por las que las niñas están siendo excluidas del sistema educativo en Nigeria, y eso está teniendo un efecto dramático sobre la sociedad nigeriana, no solo en términos de logros educativos, sino también en cuanto a perspectivas económicas y al bienestar de la sociedad en general”, lamenta Downie.

Frente a esa realidad, las organizaciones de las Naciones Unidas han tomado una serie de medidas. Desde el 2004, Unicef está desarrollando, con financiamiento británico, el Girls’ Education Project, que apunta a darle acceso a la educación a un millón de niñas más de aquí al año 2019, y que se está implementando en distintos estados del país con la meta también de mejorar la calidad de la enseñanza.

“Las niñas y las mujeres jóvenes pertenecen al colegio y deberían quedarse ahí sin miedo a la violencia para poder ejercer con plenos derechos su rol de ciudadanas”, escribió la directora ejecutiva de ONU Mujer, Phumzile Mlambo-Mgcuka, en un editorial, poco después del secuestro de las alumnas de Chibok. Y agregó: “Los colegios son y deben seguir siendo espacios seguros”.

Es una meta que Richard Downie cree lejana. “Cambiar las cosas es un desafío enorme, no solo porque es muy difícil proveer seguridad en una región tan pobre y remota (como el noreste), donde las fuerzas de seguridad no tienen el control y hay insurgentes dispuestos a atacar con mucha violencia, sino también porque son los esquemas de una sociedad los que tienen que cambiar. Esto requiere una transformación en la valoración del rol de las mujeres en la sociedad y en el valor que se le asigna a la educación también. Si la situación mejora, tomará mucho tiempo”.

En el resto del mundo

En el 2011, 60 por ciento de los países había logrado la paridad en la educación primaria, pero solo el 38 por ciento de los estados contaban con paridad en la secundaria. En el 2011, se registraban en el mundo 31 millones de niñas sin escolarizar (de las cuales un 55 por ciento nunca asistirá a la escuela) y 493 millones de mujeres analfabetas. Casi dos tercios de la totalidad de analfabetos en el mundo.

En Nigeria, cerca de la mitad de las mujeres se casan antes de los 18 años y se da una elevada tasa de embarazo adolescente. Allá, las mujeres sin educación formal y las que poseen ingresos más bajos tienen en promedio siete hijos, mientras aquellas con educación secundaria se limitan a tener tres, según la encuesta Demographic and Health Survey del 2009. Las mujeres con educación secundaria se casan en promedio a los 22 años y las que no tienen ninguna educación lo hacen a los 15. (Cifras del 2009). Un 25,3 por ciento de las niñas realiza trabajo infantil (estudio entre 2002 y 2012) y el 28 por ciento reconoce haber sufrido violencia doméstica.

El Tiempo