Radicalización desigual por Víctor Mijares - Runrun
Sendai Zea Oct 12, 2012 | Actualizado hace 12 años

 

La reciente victoria electoral de Hugo Chávez ha llevado a muchos comentaristas políticos, nacionales y extranjeros, a vaticinar una radicalización del “proceso”, que se traduciría en aplicación plena de las leyes del poder popular en Venezuela, y en una política exterior más agresiva frente al orden y los valores occidentales del Atlántico norte. Sobre lo primero, no nos caben dudas, la victoria del 7 de octubre, a simple vista avasallante, ha sido de un costo enorme en términos materiales y simbólicos. En la recta final de la campaña, Chávez tuvo que renunciar públicamente a las tesis centrales del socialismo y dejarle una puerta abierta a la propiedad privada. “París bien vale una misa”, dirán los más cínicos, pero es precisamente el pragmatismo electoral el que ha cobrado ese precio con una campaña en la que la principal apuesta fue por ofrecer mayores beneficios materiales privados, y en la que la opción de mejoramiento de servicios públicos quedó relegada a un segundo lugar. Siendo así, la forma de compensar tan altos costos es maximizando el beneficio político en términos de dominación, además de satisfacer a los leales y movilizados sectores ideológicos del chavismo. La radicalización interna parece una opción necesaria para asegurar, al menos parcialmente, la continuidad.

Sobre lo segundo, si hay dudas razonables sobre la radicalización exterior. El primer problema que afronta la Venezuela de Chávez es el “compromiso desigual”. Las tesis sobre relaciones norte-sur, expuestas por el neomarxismo y popularizadas en América latina por la “teoría de la dependencia”, se sostienen sobre la idea de que las prácticas de la economía política internacional dominante, de corte capitalista, fomentan el “intercambio desigual”. Así, los países periféricos aportan abundante materia prima a bajos precios, mientras que las potencias centrales, dotadas de capacidades industriales superlativas, transformarían esa materia, dándole valor agregado y revendiéndola en altos precios a la periferia. Lo irónico del caso venezolano es que un gobierno socialista ha reforzado el fenómeno de la dependencia a través de la sistemática política de asecho al sector privado no sumiso. Por su parte, el compromiso desigual plantea necesidades políticas desbalanceadas entre socios, aliados o alineados, siendo el más ambicioso el que más debe aportar para “pagar” la lealtad del otro. Esta tragedia de los revolucionarios es aprovechada por compañeros menores cuyas miras internacionales son limitadas, pero que ofrecen su apoyo simbólico a cambio de dádivas; y por socios mayores, cuyas posiciones internacionales están aseguradas por sus capacidades propias, pero que siendo críticos del orden del sistema obtienen importante privilegios dentro de mercados en los que se desea desplazar a los socios tradicionales. Los miembros de la ALBA, Rusia y China pueden dar fe del compromiso desigual en sus relaciones con Venezuela.

Es cierto que las grandes potencias muchas veces aceptan el compromiso desigual de sus aliados menores, pues les interesa mantener posiciones estratégicas clave, como lo demuestran sobre todo los EEUU, pero también, aunque en menor medida, Gran Bretaña, Francia e Italia con respecto al resto de la OTAN. Pero en esos casos hablamos de compromiso desigual entre Estados con poderío marcadamente desigual, es decir, los grandes pueden mantener a los pequeños sin que ellos sean una carga insoportable. ¿Es éste el caso de Venezuela en la nueva etapa de la revolución bolivariana? Creemos que no. Las dificultades económicas están a la vuelta de la esquina que separa el 2012 del 2013. Aunque sea un factor de propaganda ampliamente explotado, la crisis de las economías avanzadas no dejará impunes a los exportadores de materia prima. Y ello no sólo por un tema de precios del producto, sino además por lo que podría ser el mayor drama económico del próximo año: la crisis de los alimentos. En un escenario de altísima importación de alimentos, en donde además sólo se cuenta con un dólar (US$ 1) en reservas por casi cada 22 bolívares (>Bs.F 22) circulando, una medida como la devaluación es inevitable. El músculo financiero de la política exterior revolucionaria ya ha empezado a menguar y las lealtades de los socios menores también. Poderes con capacidad industrial seguirán en Venezuela y posiblemente consigan mejores condiciones de acceso a materias primas ante un gobierno hambriento de divisas (los chinos han mostrado el camino y lo seguirán andando), pero los socios menores tendrán que conformarse con menos en la medida en que las demandas internas no puedan ser completamente saciadas. ¿Es eso el fin de experimentos como la ALBA? No, un aliado como Cuba tendrá trato preferencial, pero no podrá garantizarse lo mismo para los demás. Pero la solución la ofrece desde hace tiempo el Ecuador de Correa, que se mantiene dentro de la ALBA, goza de los beneficios que Venezuela le aporta, pero mantiene una alta cuota de autonomía internacional. Con sus diferencias, la conducta racional esperada es la de una imitación de la política ecuatoriana, es decir, una política de compromiso desigual tendiente a la baja.

Estos procesos tomarán tiempo y podrían ser casi imperceptibles si no se les hace riguroso seguimiento, pero todo indica que el factor ideológico podría perder la poca gravitación que sigue teniendo en el corto-mediano plazo. Por ello consideramos que la preocupante radicalización interna no será seguida de una externa, lo que dejará patente la falta de interés internacional por la suerte de las instituciones y libertades en Venezuela.

Por Víctor M. Mijares

@vmijares