El negociador duro por Víctor M. Mijares - Runrun

Parafraseando aquello que sobre la guerra le escribió T. E. Lawrence (el famoso Lawrence de Arabia) al Lord del Almirantazgo británico durante la Gran Guerra, Winston Churchill: con tanta experiencia política sobre nuestros hombros, no se puede alegar ignorancia propia o maldad ajena en nuestros asuntos exteriores. Con repliegues tácticos y sin suficiente capacidad, el gobierno nacional sigue en la ruta de hacer de nuestro Estado una fuerza revolucionaria en el orden mundial. Es el sustrato de la identidad genética del Socialismo del siglo XXI, aunque los reveces de la Revolución Bolivariana muchas veces nos lo hagan olvidar.

A esa naturaleza revolucionaria responde la imprudente relación con Irán. Fuera del ánimo de ver como el orden occidental se resquebraja, y del enriquecimiento en dinero e influencia que supone para las élites de ambos Estados sostener vínculos que requieren un particular y útil amparo ideológico, poco hay que pueda ser argumentado como piso para sustentar el alineamiento Caracas-Teherán. Es esa trampa ideológica y de intereses la que enjaula el juicio del gobierno venezolano y lo precipita a aguas que son tan turbias como profundas, exponiendo a la sociedad a un conjunto de fuerzas desconocidas y a un perjuicio difícil de calcular. A pesar de conocer la naturaleza de la tensión entre los Estados Unidos e Irán, Venezuela continúa profundizando vínculos, y efectivamente la soberanía le asiste. Pero la soberanía no tiene por qué contravenir al buen juicio, y mucho menos ser irresponsable. La primera responsabilidad del estadista es con su sociedad y no con proyectos que la pongan en riesgo.

Las sanciones, contrario a lo que afirma la propaganda oficial, no afectan la soberanía de Venezuela, en todo caso la colocan una dimensión en la cual el liderazgo nacional tiene la oportunidad de calibrar el verdadero alcance de sus decisiones. Es una negociación, un diálogo de poder en el que la superpotencia quiere dejar en claro su determinación, en especial en el caso de una administración que padece recurrentemente los ataques de una crítica interna que le dice que es débil y que se comporta como un negociador complaciente, en lugar de hacerlo como un poder mundial. Aquí se evidencian dos razones: la necesidad de asumir la postura del negociador duro, inflexible y determinado para calmar las críticas internas (y externas) con respecto a lo blando que se ha sido frente a la Venezuela de Chávez; y por otra parte, sirve la postura para conseguir ventajas para el sector privado que aún está instalado en el país viendo con aprehensión el arribo masivo de capitales brasileños, chinos, rusos e iraníes.

Las medidas contra PDVSA y CAVIM no parecen destinadas a asfixiar al gobierno venezolano al corto plazo, sino a apretar el nudo alrededor cuello de una revolución condenada por la geopolítica y sus recursos.

Víctor M. Mijares