Lucas Ortega: el hombre clave del Vaticano en la negociación secreta entre Cuba y EE.UU.
Lucas Ortega: el hombre clave del Vaticano en la negociación secreta entre Cuba y EE.UU.

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Como toda gran empresa, la histórica reconciliación entre Estados Unidos y Cuba es el resultado de muchos esfuerzos, empezando por el de Juan Pablo II, quien rompió en 1998 el bloqueo internacional viajando a la isla para entrevistarse con Fidel Castro. Benedicto XVI continuó en esa línea viajando a Cuba en 2012 para reunirse con Raúl, mientras que el Papa Francisco ha puesto en juego su calor humano para apaciguar a los enemigos. El esfuerzo de Juan Pablo II frente al comunismo, que a muchos parecía utópico, terminaría con la inesperada caída del Muro de Berlín en el año 1989. Ahora, veinticinco años más tarde, cae otro muro que él había empezado a socavar.

Buena parte del mérito práctico corresponde al cardenal de La Habana, Jaime Lucas Ortega y Alamino, quien lleva 33 años como arzobispo de la capital, y nada menos que 50 años como sacerdote, iniciados con una etapa en un campo de trabajos forzados.

Si Juan Pablo II tenía el perfil ideal para liberar Polonia de la dictadura comunista, Ortega y Alamino fue forjando a lo largo de los años un temple de acero para resistir adversidades junto a un enorme corazón, capaz de consolar a las víctimas y de apaciguar a los carceleros. Igual que Karol Wojtyla en Polonia, el joven párroco de Matanzas comenzó a hacer frente a la tiranía de forma pacífica y apostando por la siguiente generación. Organizaba campamentos veraniegos para jóvenes en los que se representaban obras teatrales. Era como el «Teatro Rapsódico» de Cracovia bajo la ocupación nazi, pero en los verdes escenarios del Caribe.

Como Karol Wojtyla, Jaime Ortega descubrió su vocación sacerdotal en primero de carrera. Dejó la universidad y se fue al seminario de Matanzas, dirigido por los Padres de las Misiones Extranjeras de Quebec, la ciudad canadiense donde más tarde ampliaría estudios. Nada hacía presagiar entonces que Canadá y Roma serían dos escenarios claves en la negociación.

Al Papa Francisco no le gusta el protagonismo, pero ayer comentó al grupo de trece nuevos embajadores que presentaban cartas credenciales: «Hoy estamos todos contentos porque hemos visto cómo dos pueblos que se habían alejado durante tantos años han dado un paso de acercamiento. Y esto ha sido un logro de los embajadores, de la diplomacia». Pero también de los consejeros que la orientan, como lo hace Ortega desde que Juan Pablo II le nombró arzobispo de La Habana en 1981. Aunque muchos le han acusado de no condenar abiertamente la dictadura, dialogar con las dos partes es necesario para mediar y para poder ayudar, en la práctica, a los oprimidos.

Tensar la cuerda

El arzobispo y los tres Papas han sabido mantener el pulso y tensar la cuerda sin llegar a romperla. Juan Pablo II fue muy claro con Fidel Castro durante su encuentro privado en el Palacio de la Revolución. También lo fue Benedicto XVII con Raúl, pero ambos se abstuvieron de críticas en público. Al contrario. Juan Pablo II pidió en La Habana «que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba». Benedicto pidió en 2012 el levantamiento del embargo.

La aventura diplomática que terminó felizmente con los anuncios simultáneos en Washington y La Habana, comenzó en marzo del 2012, poco antes del viaje de Benedicto XVI a Cuba cuando varios miembros del Congreso americano visitaron al nuncio apostólico en Washington para pedirle ayuda con vistas a la liberación de Alan Gross.

Desde entonces, el Vaticano ha movido sus fichas, incluida la del arzobispo de Miami, Tomas Wenski, valioso puente reconciliador entre el exilio y la isla. Un trabajo que tres expertos supervisaban desde Roma.