Somos soledad por Gonzalo Himiob Santomé - Runrun
Luisana Solano Jul 06, 2014 | Actualizado hace 10 años

soledad

“El infierno está todo en esta palabra: soledad”

Víctor Hugo

La prueba más estruendosa del fracaso de la “revolución bonita” es que nos ha condenado a la soledad. Son ya casi dieciséis años de desencuentros, de abandonos, de pérdidas. Son más de tres lustros de enfrentamientos, de pugnas, de miedo.

Hay muchos tipos de soledad. Está la que sufre nuestra nación, convertida en un simple proveedor de negocios, siempre truncos para nosotros, con otras naciones. Sin embargo eso no es lo peor, somos los eternos deudores, los maulas conspicuos y “mala junta” de los que solo se toma lo que ofrecemos cuando conviene a los demás, pero con los que cuesta mucho retratarse en grupo porque, billetes y petróleo aparte, somos vistos como esos tipos que tienen plata, en reservas de crudo digo, pero que todo el mundo sabe que maltratan a sus mujeres, a sus hijos, a sus obreros, a sus estudiantes, a su pueblo. Parafraseando a Lord Palmerston, a nuestros gobernantes, primero a Chávez y ahora a Maduro, se les ha olvidado que las naciones no tienen amistades, tienen intereses, y que solo mientras el oro negro fluya, y mientras éste siga siendo necesario, habrá quien les ría las gracias. Cuando la teta adelgace y se arrugue serán muy pocos, o ninguno, los que quieran besar nuestros pezones. Así de efímeros son estos logros. El poco mérito que pudimos haber hecho para ser tenidos como algo diferente a un país petrolero ya no existe, se perdió en manos de unos locos que ni siquiera pudieron adornarse con la más mínima eficiencia, que jamás pensaron en más que en sí mismos y que, aunque la realidad les abofetee todos los días demostrándoles que no pueden estar más equivocadas sus utopías obtusas, siguen aferrados, ya por simple supervivencia, que no por otra cosa, a un ideal que nunca fue para ellos más que una herramienta desechable. Solo piensan en el “ya”, en el “ahora”, sin que les importe nada el precio que tal ceguera le impondrá las próximas generaciones. Pudimos haber sido el centro de los negocios de toda Latinoamérica, el núcleo comercial más próspero e importante de la región, pero nuestros gobernantes optaron por malbaratar, por regalar, y hasta por apropiarse de los que han sido los mayores ingresos de toda nuestra historia, solo para obtener provecho personal o para comprar la lealtad, mejor sería decir la indiferencia o la “mirada a otro lado”, de otros países.

Estamos solos. Cada vez somos más incómodos, más indeseables. Ya ni el mérito de haberle “dado voz” a los excluidos de otros tiempos brilla con las mismas luces. Es verdad, Chávez, el gran histrión, se conectó con quienes siempre se habían sentido “por fuera”, y se hizo depositario de sus anhelos y sueños, pero tal mérito, los hechos lo demuestran, era una carta marcada que traía en letras pequeñas un inciso del contrato que pocos pudieron leer e interpretar a tiempo: Tienes voz, pero solo para decir lo que el poder te permite decir. Si te quejas o subes el tono, ya eres un enemigo, un “apátrida”, un “traidor”. Eso no es voz, es bozal, y no “de arepa” precisamente.

Además, nadie quiere venir para acá, o en todo caso a este país “chévere” sólo quieren venir los que saben cómo sacar provecho de las infinitas ansias de reconocimiento, de lucro y de poder de nuestros gobernantes y los que se animan, como cuando uno va a Cuba a ver cómo funciona “desde adentro” una dictadura, a registrar personalmente nuestras desgracias. Ya no somos un país, somos un tema de debate, una disquisición académica, un experimento. Somos el más extremo “turismo de aventura” ya que, hablando de estadísticas, hay más posibilidades de subir al Everest y regresar ileso a casa, de bucear en la gran barrera de coral y que no te muerda un tiburón, que de salir una noche a solas en cualquiera de nuestras ciudades sin que algún “bienandro” te desgracie la vida. Por cierto –he llevado recientemente varios casos así- también en Venezuela puedes ser un humilde transeúnte que se topa al vuelo con una protesta y termina, aunque no hables español ni tengas nada que ver con la queja, encarcelado por “terrorista” o por “subversivo”. Los países del planeta en los que ese riesgo existe se cuentan con los dedos de una mano. Que seamos parte de esa mano es otro dudoso mérito de la “revolución”.

Es más sencillo encontrar harina de maíz en EEUU o en Colombia que acá. De las medicinas, los desodorantes, de la acetona o de otros artículos de higiene personal mejor ni hablemos. No hay. Si vas al cine (a riesgo de que te atraquen en plena proyección, o al llegar o salir) tienes suerte si la sala te ofrece cotufas, porque ya ni golosinas encuentras. Pide mayonesa o mostaza en cualquier expendio de comida rápida, y considérate afortunado si te dan uno o dos sobrecitos. Ve a Los Roques, a pagar por servicios de mediana calidad lo que se paga en otras partes similares del mundo por un trato “5 estrellas”, y si no te roban llegando es muy posible que cuando vayas a regresar a casa te encuentres con que algún “hombre nuevo” saqueó tu habitación. Así las cosas ¿Quién le cree a Izarra sus descaros? Es mejor quedarse en casa, solos.

Si el turismo interno es una peligrosa aventura, salir de nuestras fronteras se ha convertido en una “misión imposible”, por la limosna en divisas que el poder te otorga, bajo “sospecha” además, para cubrir tus gastos con tu dinero, y por la absoluta imposibilidad de conseguir y pagar los inalcanzables pasajes a otros países. Pero la cosa no queda ahí. Para viajar necesitas tu pasaporte, y obtenerlo se ha convertido en una cruzada que en promedio te toma más o menos cuatro meses. Se nos ha impuesto la pena de confinamiento en solitario, casi en los términos en que la describe el artículo 20 del Código Penal, sin haber cometido más delito que el de ser venezolanos.

Los que superan todas las trabas y tienen el coraje para desarraigarse, se van. Cada vez son más. Cada día son más las familias mutiladas, condenadas a la soledad de la ausencia de los hijos, de los hermanos, de los cercanos, que buscan en otros lares, con justas razones, la paz que no se halla en nuestro terruño. Afuera no es todo color de rosa, pero al menos no es rojo radical y omnipresente. El mundo se mueve en una dirección mientras Venezuela, mejor dicho, nuestros gobernantes, se empeñan en ir a contrapelo, sin importarles siquiera que el primer deber de todo gobernante sea el de brindarle bienestar y seguridad a la ciudadanía.

“Al que no le guste Venezuela ¡Qué se vaya!” –gritan los más estúpidos, alentando soledades- relajados sobre sus verdes usurpados que a ellos sí les permiten vivir como reyes y disfrutar lujos que los demás no podemos siquiera soñar y ciegos a la verdad de que si a muchos no les gusta nuestra nación hoy, es porque son ellos, los abusadores y los corruptos, los que han hecho que eso sea así. Pero son ellos los que “sobran”, los que no aman a Venezuela, no nosotros, aunque padezcamos, por ahora, estas inclementes soledades.

@HimiobSantome