En un país que se debate entre la incertidumbre política y la anarquía ciudadana, he revisado algunos textos que tal vez expliquen la naturaleza de nuestros males, en función de analizar las causas y no las consecuencias del fenómeno. En este orden de ideas, me topé con lecturas interesantes de Fukuyama, de Jonathan Rauch y de Mancur Olson, quienes desde diferentes perspectivas abordan las crisis políticas de las naciones como consecuencia de la miopía colectiva en la detección de los vicios que generan la descomposición del Estado.
Ningún paciente puede lograr su cura, sin un diagnóstico correcto, y esto debe ser previo al tratamiento. Pretendo en las próximas líneas compartir la idea de que Venezuela atraviesa por una crisis de Demosclerosis, porque sufrimos de esclerosis en nuestro sistema institucional de toma de decisiones que garanticen futuro estable y próspero para todos los venezolanos.
No podemos confundir la enfermedad con sus síntomas. Jonathan Rauch, en su obra, define a la «demosclerosis» como «la pérdida progresiva de la capacidad adaptativa de los gobiernos». Y esto guarda relación directa con la forma en la que se ha hecho política los últimos años en Venezuela. Para nadie es un secreto que nuestra sociedad está compuesta en un 80% por las clases más desfavorecidas, es decir, las clases D y E. Más allá de los intentos propagandísticos de un gobierno ineficiente, esto indica a todas luces, que Venezuela es un país de pobres.
¿Cómo lograr las simpatías colectivas de un pueblo que no ha superado la barrera de la pobreza? La estrategia ha sido segmentar a la población creando «grupos de interés» organizados y con vida propia en la agenda pública y asociarle de inmediato una política redistributiva que se oriente a «resolver» sus principales problemas. De allí provienen las famosas «misiones», nominalmente concebidas para parecer «acciones de rescate» y manejadas de forma excluyente para garantizar la plataforma electoral del oficialismo. Entonces, el pobre, sin importar el segmento al que pertenezca pasa a ser un «cliente» del gobierno, quedando excluido, más que antes, de la sociedad, pero atornillado al proselitismo político de su benefactor.
Por el año de 1982, un economista de la Universidad de Maryland publicó un trabajo llamado «Auge y Decadencia de las Naciones Unidas» (Yale University Press). Fue Mancur Olson quien explicó por qué las sociedades de nuestros tiempos tienden a estancarse en la medida en la que sus sistemas políticos se convierten en cuerpos rígidos que fragmenten a sus pueblos. El principal argumento de Jonathan Rauch para explicar la Demosclerosis se basa en el trabajo de Olson, quien utilizando la teoría de juegos clásica de la economía política demostró que los individuos racionales que actúan por su propio interés no logran alcanzar intereses comunes. Olson refuta la presunción generalizada de que el interés «pluralista» es la única fuerza de la democracia occidental y asoma la idea de que la suma de todos los intereses de los grupos no es igual al interés general de un país. Por otra parte, indicó que, «cuanto mayor es la creación de grupos, menos se van a promover sus intereses comunes».
Olson aseguró en su trabajo que en todas las sociedades hay dos maneras para que la gente mejore su calidad de vida. Una de ellas es producir más, y la otra es capturar más de lo que otros producen. Hacer esto último es posible, pero requiere fuerza política; a veces violentando el Estado de Derecho que garantiza libertades individuales y colectivas. Para nadie es un secreto que en Venezuela cada vez se produce menos de todo, incluyendo menos petróleo. Esto nos obliga a una voraz competencia por darle a los «clientes» lo que demandan y aquí vienen las expropiaciones, intervenciones, y otras formas sofisticadas y leguleyas de tomar por asalto lo que no producimos para satisfacer las necesidades de los «grupos de interés». Las madres precoces, los ancianos, las «madres del barrio», todos estos segmentos son beneficiados de mecanismos redistributivos clientelares que distorsionan los estudios de opinión pública, que generan la expectativa de satisfacción con una gestión que se apalanca irresponsablemente en el endeudamiento de nuestro futuro para lograr objetivos políticos inmediatos.
¿Ahora bien, esta enfermedad tiene cura? Si, afortunadamente la tiene, y es sencilla pero compleja. Necesitamos más ciudadanos y menos clientes. Necesitamos generar sensibilidad sobre nuestra realidad, no la microrealidad de la beca al particular, la realidad de un país con una estructura de producción ineficiente, controlada y moribunda, donde la demagogia sustituye los planes de negocios de una economía desmantelada por un gobierno rapaz y donde nuestro futuro está anclado en la capacidad de crédito, es decir en más endeudamiento para nuestros hijos y nietos.
¿Cómo generamos esos ciudadanos? Retomando principios elementales de pensamiento colectivo. Entendiendo que nuestra pobreza es el caldo de cultivo de nuestra esclavitud a un régimen sin futuro, que solo a través del trabajo responsable y a la noción de trabajo en equipo podremos salir de este atolladero. Pero esto no podrá ser posible mientras en Venezuela existan miopes de egoísmo gigante y razonamiento enano que ante las circunstancias que vivimos pretendan construir agenda política alrededor de su infantil deseo de mantener la tarjeta de su partido en una coyuntura donde la unidad no puede ser solo discursiva. Estos eunucos serán atropellados por la voluntad mayoritaria de quienes deseamos un proyecto de país alternativo donde no se creen «grupos de interés» y todos los venezolanos gocemos del mismo derecho a abandonar la pobreza y generar riquezas sin complejos para disfrutar de verdadera calidad de vida.
La estrategia debe comenzar por aterrizar al venezolano en la tragedia que vive y en empoderarlo para salir de ella con los instrumentos de sus derechos, de sus libertades, y con el único norte de producir más, para vivir mejor. Esto sólo será posible en democracia, figura que se desdibuja en una sociedad cleptocrática e indiferente. Venzamos la apatía y transformemos esta crisis en una gran oportunidad para superar la realidad que nos agobia.
Decía Olson en su trabajo: ¡Ánimo, las cosas están empeorando».