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Familia que limpia unida, permanece unida
No hay nada que motive más a querer caminar, que ver un piso recién coleteado

 

@ReubenMoralesYa

El día de limpiar la casa es irónico, porque a toda la familia se le contamina el humor. Incluso nos hace entender que más abajo del “humor de perros”, está el “humor de limpiar la casa”. Porque el anhelo de quien limpia la casa es que la misma se mantenga resplandeciente por (más o menos y aproximadamente) la eternidad del universo. Aunque no sé por qué a estos seres jamás se les ocurre la genial idea de limpiarla a las once de la noche. Para que pase, al menos, ocho horas limpia y después nos permita amanecer sintiendo que vivimos en el palacio de Buckingham.

Por ello, creo que el mito bíblico del origen del universo está equivocado. Me imagino que el universo originalmente era un desorden todo sucio. Entonces llegó un tal Dios, limpió, organizó, pasó coleto (y creó todos los sinónimos de “pasar coleto”, como trapear, pasar lampazo o pasar mopa) y exclamó: “Hijos míos, podéis recorrer toda mi creación excepto este piso que acabo de coletear”. Ante lo cual Eva dijo: “Adán, baila conmigo pegadito en esa baldocita”. Y así fue como Dios los expulsó del paraíso.

Es que no hay mejor estímulo para caminar, que un piso recién coleteado, ¿no? Incluso creo que el famoso milagro de Lázaro en verdad fue porque Jesús le dijo: “Lázaro, acabo de coletear”. Y Lázaro se levantó y anduvo.

Además, ese día de limpiar la casa en familia siempre es anunciado un día antes cuando uno de sus miembros dice: “¡Mañana se me paran temprano porque voy a limpiar la casa!”. Sentencia ante la cual uno comienza a escribirle a todos sus amigos para ver si alguno, por casualidad, se está mudando y necesita ayuda.

Es entonces cuando una mente brillante de la población oprimida de la casa le propone a ese líder limpiador: “¿Y por qué no nos dividimos las tareas y así limpiamos la casa más rápido?”. Ante lo cual, ese líder responde con un conciliador y armónico “¡NO!”. Porque ese capitán sabe muy bien que en su familia existen personalidades de limpiadores que no le convienen.

Está el limpiador gubernamental, que limpia solo lo que ve la opinión pública. Está el limpiador ecológico, que recicla el sucio pasándolo del piso a debajo de la alfombra, de abajo de la alfombra a debajo del mueble y de abajo del mueble a sentarse duro sobre este para que el sucio se pegue a la base y desaparezca por siempre. Por último, está el limpiador tipo quirófano, caracterizado porque limpia el piso lavando cada baldosa por encima, por las juntas y hasta es capaz de despegar cada baldosa, limpiarla por debajo y después volverla a pegar. Esta es la personalidad de ese líder limpiador.

Entonces uno, apelando a la lógica, dice: “Hagamos algo mejor. Nosotros salimos para que limpies en paz y volvemos en unas horas.” A lo que dicho líder responde: “¿Creen que van a disfrutar solos mientras yo me mato aquí? Ustedes se quedan, pero sin ensuciar”. Momento en el cual uno pasa a ser un rehén secuestrado sobre una cama de la cual es imposible bajar los pies porque “el piso está recién coleteado”. Y también sabe que es inútil llamar a la división antisecuestros de la policía. Estos no podrán rescatarlo hasta que no se seque el piso.

Aunque lo bueno, es que ese día de limpiar la casa significa toda una prueba de amor para la familia. Porque si ves a tu pareja sudada, en chancletas, con guantes amarillos, despeinada, con la franela vieja llena de huecos y aun así te parece adorable; entonces tu familia tiene un futuro garantizado. Ya que limpiar la casa es como un ejercicio. Lo sufres, pero después sientes la satisfacción de los resultados: un verdadero y renovado hogar, dulce hogar… Hasta que ocurre esto:

¡Tengo que ir al baño! ¡Me estoy haciendo del dos!

–¡Pero si acabo de lavarlo y son las once de la noche!

–Pues lo lamento. En el palacio de Buckingham también cagan.

La sangrada familia

La sangrada familia

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Juan E. Fernández Nov 05, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Cuando un amigo se va
Chandler me acompañó en los momentos más felices, pero también en los más tristes. Tenía el gran talento de hacer reír

 

@SoyJuanette

Tenía un amigo que admiraba mucho a Batman porque se parecía en dos cosas al superhéroe: vivían solos y eran millonarios. Este sábado a la noche, mientras revisaba las redes sociales leí un tuit demoledor de TMZ que, estoy seguro entristeció al mundo: este amigo había muerto.

Con mi amigo no hablaba mucho, de hecho, nunca hablé con él, pero él me habló por más de una década. Este tipo me acompañó en los momentos más felices, pero también en los más tristes. Tenía el gran talento de hacer reír. Bastaba con verle la cara tratando de sonreír cuando le tomaban una foto para estallarte de la risa.  

Seguro se estarán preguntando ¿cómo puedes ser amigo de alguien con el que nunca hablaste? Bueno, es que Chandler fue, o, mejor dicho, es el amigo de todos. La magia que el actor Matthew Perry le imprimió a su personaje en la serie Friends fue tan maravillosa que trascendió generaciones.

Ahora entienden porque escribí que la noticia de su muerte había entristecido al mundo ¿cierto? Apenas leí el tuit y se confirmó la noticia el sábado 28/10, toqué la puerta de la habitación de mi hija (quien tiene 14 años) y le dije con voz entrecortada: “Murió Chandler”, y ambos nos pusimos muy tristes, porque para nosotros había muerto un amigo.

El domingo en la mañana nos levantamos, desayunamos y encendimos la tele para ver Friends. En el episodio que vimos, Chandler lidiaba con la soledad, tenía miedo de morir solo, pero afortunadamente el personaje de Perry encontró el amor algunas temporadas después y se casó con Mónica. Pero Matthew Perry no corrió con la misma suerte porque lo encontraron muerto en su jacuzzi. Estaba solo.

La muerte de Matthew me recordó la partida de otro grande que nos hacía reír: Robín Williams. Tanto Williams como Perry lidiaron con las adicciones. En el caso del protagonista de Friends fue adicto al Vicodin desde los 24 años, también consumió opioides y alcohol, entre otras drogas (estuvo en rehabilitación más de 15 veces). Incluso en una entrevista Matthew confesó que no veía Friends, pues esa fue la época más oscura de su vida, y no le gustaba verse. Incluso contó que hay cosas de la serie que no recordaba. Pero hasta el momento de su muerte ayudaba a personas con problemas de adicción a salir de esa terrible enfermedad.

Hace un año lanzó su biografía titulada Amigos, amantes y aquello tan terrible, donde relató su lucha no solo con las drogas sino con el éxito y la fama. La introducción de su libro es reveladora:

«Hola, me llamo Matthew, aunque puede que me conozcas por otro nombre. Mis amigos me llaman Matty. Y debería estar muerto».

Es paradójico que Matty, en el momento más oscuro de su vida, llevó alegría a millones de personas. Esto me hizo recordar el poema Reír llorando, de Juan de Dios Peza:

Viendo a Garrick –actor de la Inglaterra–

el pueblo al aplaudirlo le decía:

“Eres el más gracioso de la tierra,

y el más feliz…” y el cómico reía.

 

Una vez, ante un médico famoso,

llegose un hombre de mirar sombrío:

sufro –le dijo–, un mal tan espantoso

como esta palidez del rostro mío.

 

Nada me causa encanto ni atractivo;

no me importan mi nombre ni mi suerte;

en un eterno spleen muriendo vivo,

y es mi única pasión la de la muerte.

 

¿Pobre seréis quizá? –Tengo riquezas.

¿De lisonjas gustáis? –¡Tantas escucho!

¿Qué tenéis de familia? –Mis tristezas.

¿Vais a los cementerios? –Mucho… mucho.

Me deja perplejo (agregó el médico)

vuestro mal, y no debe acobardaros;

tomad hoy por receta este consejo

“Solo viendo a Garrick podréis curaros”.

 

¿A Garrik? –Sí, a Garrick… La más remisa

y austera sociedad le busca ansiosa;

todo aquel que lo ve muere de risa;

¡Tiene una gracia artística asombrosa!

 

¿Y a mí me hará reír? –¡Ah! sí, os lo juro;

Él sí; nada más él; más… ¿qué os inquieta?

Así –dijo el enfermo–, no me curo:

¡Yo soy Garrick!… Cambiadme la receta.

Descansa en paz Matthew ahora estás tranquilo. Gracias por Chandler. 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Reuben Morales Oct 26, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Disfraces de Halloween que sí asustan
Para asustar de verdad en Halloween, disfrácese de celular con batería en 2 %. Un disfraz que cobra más vida si también dice: “¡Pirú!”

 

@ReubenMoralesYa

Considerando que Frankenstein es una mezcla de humanos de distintas razas, lo cual hace que ya no parezca un disfraz sino un activista progre.

Considerando que el Hombre Lobo ya no tiene motivos para asustar a nadie porque casi todos los espacios del planeta ahora son pet friendly.

Considerando que disfrazarse de Drácula es asumir el rol de un señor que busca cuellos de doncellas, lo cual termina dejándolo a uno como un vulgar viejo verde.

Por todo esto, me he dado a la tarea de presentarles opciones de disfraces para que, en su próxima fiesta de Halloween, asuste más que ir al baño en medio de la madrugada y encontrar que no hay papel. Con usted, los últimos lanzamientos de la temporada:

Disfraz de factura de electricidad

Aunque este es efectivo si pone el monto en euros, la columna de consumo del mes bastante alta y la fecha de corte con el mismo día en que lo esté usando. Y si quiere asustar más aun, en medio de la fiesta baje todos los interruptores de electricidad del tablero principal y grite: “¡Se los advertí!”.

Disfraz de olla sucia con avena pegada

Además de miedo, este disfraz pudiese provocar peleas entre las parejas de la fiesta cuando uno le diga al otro: “¡Igualita a la olla que me dejas todos los días en el fregadero!”. Eso sí, con este disfraz ni se le ocurra asustar a su pareja actual. Podría ocurrir algo horrible: que le den una olla sucia para que despegue la avena.

Disfraz de celular con batería en 2 %

Es un disfraz que cobra aun más vida si también dice: “¡Pirú!”. Aunque tenga presente que a las fiestas de Halloween asiste mucha gente buena. No vaya a ser que lo sorprendan enchufándole un cargador donde menos se lo espere.

Disfraz de fanático religioso

Lo malo de este es que usted no podrá ver si en realidad asusta, dado a que todo el mundo se mantendrá como a cinco metros de su persona. Aunque pasado un rato, el disfraz logrará el efecto buscado: todos rezarán (pero para que usted se largue).

Disfraz de tubo de crema dental vacío

Aunque no respondemos si en la fiesta lo agarran entre varios y lo escurren, dicho disfraz asusta más si es vintage y hace el tubo como los de antes: metálico.

Disfraz de báscula

Este disfraz asusta por completo si deja que las personas se le paren encima y usted les da un peso con veinte kilos de más. Aunque no respondemos si termina montándosele una persona de 200 kilos. Ahí el asustado será usted.

Disfraz de prueba de embarazo positiva

Este disfraz hará que la fiesta acabe en un disturbio con bombas molotov si usted solo opta por asustar a las jóvenes solteras. Eso sí: evite usarlo si su pareja tiene un retraso. Otra vez, el asustado será usted.

Llegados a este punto, por favor me cuenta si decide usar alguno de estos disfraces en Halloween (y si gana algún concurso, me pasa una comisión por derechos de autor). Aunque si la situación económica y la agenda no le dan para estarse disfrazando, no importa. No vaya a ninguna fiesta. Y cuando le pregunten por qué faltó, usted simplemente responda: “Sí fui, pero no me viste porque estaba disfrazado del precio de la comida de hace dos años”.

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Juan E. Fernández Oct 22, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Desinfoxicación
Quiero compartirles un ejercicio de desinfoxicación, que me está ayudando mucho a controlar mi ansiedad: los pódcast de humor

 

@SoyJuanette

Tengo días sintiéndome un poco más tranquilo, aunque hace una semana de lo único que me preguntan es del brutal ataque de Hamás a civiles en Israel y de las elecciones en Argentina. Pero la verdad no quiero hablar de ninguno de los dos temas porque no soy un experto ni nada que se le parezca. Pero como muchos conocidos no pueden dormir porque no digo lo que pienso respecto a estos temas, acá voy: 

En cuanto a Israel, me parece no solo terrible, sino inhumano, que haya personas que no condenen el ataque del grupo terrorista Hamás a civiles israelíes. Esto no se trata de estar a favor o en contra de Palestina, porque Hamás no representa al pueblo palestino. Se trata de condenar una matanza de civiles por parte de un sanguinario grupo terrorista.

Acerca de las elecciones en Argentina, ¿qué les puedo contar? El próximo domingo estaremos votando por el menos peor. Solo espero que pase lo mejor para esta hermosa tierra que me recibió con los brazos abiertos y que, pase lo que pase, siempre va a ser mi hogar (sí, no pienso migrar de vuelta).

Y quiero agregar un punto más: se cumplieron más de 600 días de la invasión de Rusia a Ucrania, pero nadie pregunta de ese tema. Nadie dice un cuerno de eso… (quería escribir “carajo” pero a mis editores no les gustan las palabrotas).

En fin, aclarada mi postura ante estos puntos, ahora quiero compartirles un ejercicio de desinfoxicación, que me está ayudando mucho a controlar mi ansiedad: los pódcast de humor.

Desde hace algunas noches vengo escuchando pódcast maravillosos que están disponibles en plataformas como Spotify o Ivoox, y que me están ayudando a despejar la mente de todas las desgracias que están pasando en el mundo.

A continuación, les comparto algunos de ellos con sus respectivos enlaces. Si ustedes conocen otros, les invito a que me compartan los nombres, ya sea en el módulo de comentarios de este artículo o a través de mi Twitter: @soyjuanette:

Para terminar mi columna quiero concientizar desde mi profesión de periodista/humorista:

  • Ver más o menos noticias no te hará ser mejor o peor persona.
  • Hay que darse el espacio para salir de la vorágine informativa, y consumir otros contenidos de humor, música y cultura en general para “limpiar” nuestra mente.
  • Lo último: no tiene nada de malo en sentirse feliz y pasarla bien, aunque el mundo se caiga a pedazos… porque no podemos olvidar que, como dijo Neruda, “pueden cortar todas las flores, pero no evitarán que llegue la primavera”.

Hasta la semana que viene.

Pastillas para la paz

Pastillas para la paz

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Juan E. Fernández Oct 15, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Pastillas para la paz
En ocasiones, una silueta difusa del temor trataba de apoderarse de mí, pero una píldora milagrosa mi “pastilla para la paz” lo ahuyentaba y me permitían seguir adelante

 

@SoyJuanette

Todo comenzó con la trágica muerte de uno de mis primos, fue justo después de su entierro que el miedo se apoderó de mí. Las siguientes semanas fueron terribles, pues me la pasé rogándole a Dios que la muerte no me llegara tan pronto. Negociaba constantemente con ella para que no me llevara ni a mí, ni a un conocido y mucho menos a otro familiar.

La verdad es que ese año fue terrible, salía a trabajar o a la universidad y sentía que algo o alguien me perseguía. Tenía tanto miedo, que dejé de disfrutar la ciudad a pie (cuando en Caracas se podía caminar seguro) y me compré un carro, al que convertí en mi burbuja protectora. Ya no sentía que me perseguían en el metro, ni en el carrito por puesto, ni en la principal de Las Mercedes; pero entonces se apoderó de mi otro temor: el de sufrir un accidente de tránsito, entonces comprendí que necesitaba ayuda.

No sabía a quién acudir, así que hablé con mi profesora de Psicología de la Comunicación y ella me remitió con una psicóloga amiga suya. La doctora París me ayudó muchísimo, fui con ella varios meses y, después de algún tiempo, podría decirse que me curé. O al menos eso creía yo.

Incluso emprendí uno de mis sueños: convertirme en corresponsal de guerra. Lo malo fue que me tocó cubrir conflictos en mi propio país, pero eso es otra historia. En esos años iba a cuanta marcha, manifestación o concentración me pautaran, y no me importaba meterme entre el humo de las lacrimógenas, ni en los piquetes de la GN o la policía solo para obtener las mejores tomas, de esas que abren el noticiero. De verdad me sentía bien y ya no tenía miedo.

En ocasiones, una silueta difusa del temor trataba de apoderarse de mí, pero una píldora milagrosa mi “pastilla de tranquilidad” lo ahuyentaba y me permitían seguir adelante. Tenía control total de mis nervios, y gracias a eso me gradué, trabajé en lo que quise y donde quise, viajé, regresé y hasta me casé.

Poco después me enteré de que mi esposa estaba embarazada, y entonces sentí temor. Pero aclaro, el miedo normal que sentimos todos cuando damos pasos trascendentales que nos cambiaran la vida. Comencé a preguntarme ¿en qué mundo le tocaría crecer a mi hijo?

Una noche de agosto llegó mi hijo, el parto se complicó. Al final el doctor resolvió, pero mi hijo casi no la cuenta. Nuevamente el miedo de perder a alguien querido o, mejor dicho, al más querido de los seres, reapareció. 

El pequeño fue creciendo y, a medida que crecía, el miedo a que le pudiese pasar algo aumentaba también, venían los paseos, las salidas, y después la escuela. En su primer día de colegio, recuerdo que me estacioné frente a la escuela, le entregué el niño a la maestra, me metí en mi carro y no me moví hasta la hora de salida. No me separé de la entrada ni un minuto.

La ciudad se fue poniendo cada vez más hostil. En los periódicos todos los días daban el parte de guerra. Robos, secuestros y demás estaban desgraciadamente de moda.

Un día leí el titular: “Muerto niño de 3 años durante balacera”. Resulta que justo cuando una madre buscaba a su hijo en la escuela, un policía trató de frustrar un robo y los delincuentes lo enfrentaron. Lamentablemente la madre y el niño quedaron en la línea de fuego. Ese fue el detonante para que tomáramos la decisión de mudarnos fuera de la ciudad.

A raíz de ese hecho mis miedos volvieron, se agudizó de tal forma que, aunque traté de ocultar mi problema, se volvió demasiado evidente, me volví demasiado irritable. Entonces retomé la terapia.

Ya han pasado varios años de eso. La terapia se ha vuelto parte de mi vida casi como el gimnasio, entro y salgo cuando lo veo necesario. Ahora bien, el pasado fin de semana y después de ver lo que pasó en Medio Oriente (eso sin contar con Ucrania, las primarias en Venezuela o las elecciones en Argentina), sentí pánico de nuevo. Entonces me pregunté: ¿será hora de retomar mi “pastilla de tranquilidad”?

Espero que no sea necesario. ¿Algún laboratorio no estará trabajando en una pastilla para la paz? Sí, si dos personas van a pelearse se toman una capsula y a los 5 segundos ya están sentados riéndose y tomándose un vino. Eso sería genial ¿No les parece?

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Reuben Morales Sep 15, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Qué pena cuando yo sea abuelo
Un buen abuelo se define por sus anécdotas. ¿Pero serán las tuyas dignas de contar?

 

@ReubenMoralesYa

Todos hemos escuchado cuando un abuelo cuenta esas anécdotas de cómo la calidad de vida de su época era similar a la calidad de un producto chino: en fotos se ve buena, pero en la realidad es más frágil que estómago enfrentando un café con leche.

Cuentos en donde “mi papá se transportaba en caballo”, “en mi pueblo había un solo teléfono”, “agarrábamos agua de un pozo que surtía a toda la comunidad”, “tu abuelo y yo nos enamoramos por cartas y después nos casamos”, “éramos once hermanos”, “viajamos en barco por semanas y llegamos a este país sin nada”, “nos dio paludismo y fiebre amarilla”, “yo amamanté a los hijos de la vecina” y “este reloj pasó de mi abuelo a mi papá y luego a mí”. Tras escuchar esas anécdotas, uno agradece que no existe la utópica máquina del tiempo, pues no sabemos si un centennial podría viajar sin regresar con síndrome de estrés postraumático.

Por eso me apena el solo pensar en ese día en el que yo sea abuelo y me toque hablarles a mis nietos (que seguramente será porque hubo un apagón, sus dispositivos se descargaron y no les quedó otra que sentarse a escuchar los cuentos del abuelo Reuben). Sería algo así como…

–Abuelo, ¿y cómo era la vida en su época?

–¡Muy dura! Nada que ver con ahora.

–¿Pero y cómo era un día suyo, por ejemplo?

–Bueno, se trabajaba en condiciones muy difíciles. Las computadoras casi que ni funcionaban si no les conectabas una cosa llamada ratón, que terminaba dando síndrome de túnel carpiano en la muñeca y quedabas de reposo por una semana.

–Wuao…

–Eran otros tiempos… Imagínense que un internet decente era como de cincuenta megas.

–¿¿Megas??… ¡Ja, ja, ja!… ¿Qué tenían en el router? ¿Un caracol?

–Para que vean… Y con eso hacíamos lo que llamaban “trabajo virtual”, que era estar todo el día en pijama sin salir de la casa y sin ver a nadie en carne y hueso… Uno se sentía preso en una cárcel de máxima seguridad.

–¡Pobrecito, abuelo!

–Lo bueno es que uno podía trabajar escuchando la música que uno quería. Yo, por ejemplo, escuchaba a uno que se llamaba Bad Bunny, que hablaba de chuparle el pompis a las mujeres.

–¡Qué anticuado!

–¡Y eso era un escándalo en esa época!

–¡Impresionante!… ¿Y qué comían?

–¡Eso sí era un problema! Imagínense que uno a veces pedía un domicilio y eso podía tardar hasta una hora en llegar.

–¿Quééééééééé? ¡Casi una huelga de hambre! Impresionante que esté aquí hoy.

–No, pero uno se la vacilaba… Yo después almorzaba viendo mi celular.

–¡Ce-lu-lar!… ¡Verdad que ustedes usaban eso!

–¡Aparato del cipote! Para cargarlo había que enchufarlo como una hora.

–¡Ja, ja, ja!

–Y ustedes no saben lo que uno paría aprendiéndose esos audios y coreografías para montarlas en algo que llamaban TikTok.

–¿¿En serio??

–Sí… y la gente hoy se queja porque tiene que memorizarse algo pa’ un examen. ¡Eso sí era candela!

–¡Uy!… ¿Y qué hacían después del trabajo?

–Veíamos películas de plataformas, ¡pero ustedes no saben lo que era el proceso de escoger una película! Uno podía tardar hasta media hora en eso.

–¿¿¿Quéééé???

–Y todos terminaban agarrados porque querían ver algo distinto.

–¡Qué horrible!

–Yo por eso me encerraba en mi cuarto y me ponía a ver mis jueguitos de béisbol, tranquilito, unas dos horitas… ¡Aunque había juegos que duraban hasta cuatro!

–¡En ese tiempo uno saca una carrera hoy, abuelo!

–¡Pa’ que vean lo dura que fue mi época!

¡Qué pena! La verdad es que me da muchísima vergüenza el solo pensar en ese día cuando me toque ser abuelo. Aunque nunca pierdo la esperanza en el futuro. Siempre me queda el consuelo de que mi vejez será muchísimo más honorable y digna, si la comparo con el inevitable día en donde a ese nieto mío también le toque ser abuelo.

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Juan E. Fernández Ago 06, 2023 | Actualizado hace 2 meses
La elección de la barba
Ahora por las calles de Buenos Aires camina un hombre cuya mitad de la cara tiene barba y la otra mitad no. ¡Que viva la democracia!

 

@SoyJuanette

La verdad es que estoy harto de elecciones. Cuando no es la elección de los miembros de la junta de condominio, es la elección de la reina de carnaval, las elecciones de alcaldes y gobernadores en Venezuela, la Pasos en Argentina y ahora en Venezuela van de vuelta con primarias en la oposición, inhabilitaciones y otras verduras.

Yo por mi parte, deseo, brille su luz para ti, para ti… perdón, digo, yo por mi parte deseo que esta gente se siente y se pongan de acuerdo. ¿No sería lindo un Estado donde los oficialismos gobiernen en la mañana y la oposición por la tarde? ¿Alberto en la mañana y la tarde se la den libre (bueno ya está libre desde hace rato)? ¿o que en Venezuela mande alguien sensato en la mañana y en la tarde… también?

En fin, todo en la vida se circunscribe a una elección. Si voy al chino debo debatir entre comprar fernet, vino o cerveza; bueno, esa elección es la más fácil de todas porque si no me pongo de acuerdo compro las tres cosas y listo, todos felices, menos mi hígado y mi doctor, pero como no son la mayoría no les hago caso.

La política no es tan fácil como ir al chino y seleccionar botellas. Afortunadamente, Instagram cuenta con una opción de encuestas para que los indecisos como yo consulten al pueblo, es decir a sus seguidores, cualquier decisión que quieran en la vida.

He visto desde la salida de las encuestas de Instagram gente consultando ¿cuál vestido me pongo?, ¿me compro un gato o un perro?, ¿le cuento a mi esposa que tengo una amante? (esa no terminó bien), ¿dejo a mi marido? (ese sí terminó bien). Es decir, Instagram desarrolló un nuevo paradigma: la democracia en la palma de tu mano o en la parte del cuerpo en la que lleves el dispositivo móvil.

Vamos a ver quién será el primer presidente en usar esta función de Instagram para gobernar. ¿Se imaginan a Putin preguntando ¿“quierren que parre la invasión a Ucrania”? y del otro lado Vladímir Zelenski, y el resto del mundo, pulsando el botón “Sí”.

O el simpático y tierno Kim Jong-un, preguntado amablemente: “¿Piso botón lojo (rojo) o no piso botón lojo?”. Incluso al presidente de Venezuela Nicolás Maduro haciendo una pregunta trascendental para el país: “¿me dejo el bigote o no?”.

Justamente inspirado en esa sabia consulta del presidente de mi país, decidí hacer mi primera encuesta y preguntarles a mis casi cuatro mil seguidores (por cierto, si aún no me sigues ¿qué esperas? @soyjuanette) lo siguiente:

“¿Juanette con barba o sin barba?”

Las personas hacían fila para contestar, todos me escribían y querían entrevistarme. De hecho, querían que mi barba les diera una rueda de prensa. En fin, las casi 12 horas que tomó la consulta en mis redes tuvieron un resultado inesperado:

De 100 personas que votaron, el 50 % pedía que me dejara la barba, el otro 50 % que no… Justo ahí entendí por qué en los sistemas electorales hace falta gente como la finada Tibisay Lucena para el desempate.

Esperé algunos minutos, pero al ver que ya no había gente haciendo filas para votar, cerré la encuesta. Y ¿qué pasó?

Ahora por las calles de Buenos Aires camina un hombre cuya mitad de la cara tiene barba y la otra mitad no. ¡Que viva la democracia!

Barba de zurdo

Barba de zurdo

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La peor catástrofe: visitas que llegan sin avisar
Cuando es víctima de visitas que llegan sin avisar… usted le demuestra al mundo que una casa puede ser ordenada más rápido que el pestañeo del superhéroe Flash

 

@ReubenMoralesYa

Hay días en donde su hogar llega a niveles de caos de un mercado de las pulgas en La India. Su lavaplatos está convertido en una escultura de arte abstracto. Nadie se explica cómo un vaso de vidrio puede mantenerse de pie, mientras dentro tiene un menjurje de agua con siete tenedores, seis cuchillos, tres cucharas y un palito de pinchos. O cómo una tacita de café sostiene sobre sí una olla mondonguera en remojo.

Su piso pareciera tener alfombra, pues está cubierto por una tenue capa de pelos que ha soltado su mascota. Y su sofá cuenta con un nuevo juego de cojines, hechos de las pelotas de ropa limpia que se acaban de secar y aún faltan por doblar.

Por su parte, la sala está decorada con todas las toallas de baño mojadas que usted decidió secar colocando sobre los espaldares de las sillas del comedor. Además, sobre dicha mesa, reúne tantas facturas, recibos de servicios, récipes médicos y volantes de publicidad, que equivalen al pino de Navidad natural que usted nunca se puede comprar.

A todo esto agréguele que, si comienza a temblar y hubiese que desalojar la vivienda de inmediato, sería imposible. En la puerta de su casa hay una barricada compuesta por todos los zapatos que su familia comenzó a dejar allí desde el inicio de la pandemia.

Con todo este escenario montado, de repente le escribe al teléfono ese posible cliente que usted ha estado persiguiendo desde hace tiempo. El mensaje dice: “Voy llegando a tu casa”.

Y usted responde:

–¿Pero no nos íbamos a ver por videollamada?

–Ay, es que se me pasó avisarte que iba a estar por acá y ya me agendé para llegarte.

Es entonces cuando usted le demuestra al mundo que una casa puede ser ordenada más rápido que el pestañeo del superhéroe Flash. Comienza a lavar los platos moviendo las manos como DJ de fiesta electrónica. Luego, agarra todas las toallas del comedor, las mete dentro de la nevera; y las pelotas de ropa que están sobre el sofá pasa a guardarlas en el mejor clóset que tiene la casa: la secadora.

El posible cliente le escribe que ya está abajo. Que cuál es el número del apartamento.

Acto seguido, usted agarra un trapo seco de la cocina y comienza a darle golpes al sofá. Supuestamente, es para sacudirle todos los pelos del perro, aunque usted en verdad lo usa de terapia para drenar esa rabia que le provoca el imprevisto.

Ahora usted agarra el celular y le responde que se anuncie al apartamento 407.

Como el clóset donde antes iban los zapatos ahora está ocupado por maletas, no le queda otra que agarrar toda esa vidriera de zapatería en la que se convirtió la entrada de su casa, lanzarla enterita dentro de una bañera y cerrar la cortina.

En este momento suena el intercomunicador de su apartamento. Usted atiende y le avisan que la persona ya llegó. Le pide que suba.

Ahí entra en juego su movida de feng shui laboral que convierte cualquier espacio en una oficina de transnacional: recoge todos los papeles de la mesa del comedor y los embute en una carpeta.

Suena el timbre y usted respira, se calma y dice con voz civilizada: “Voy”. La persona cree que le vienen a abrir, aunque no sabe que usted está en ropa interior, pues se acaba de quitar el pijama y está poniéndose una ropa de calle a la velocidad de modelo de pasarela que se ha tomado un café negro con Red Bull.

Finalmente, abre la puerta y encuentra que el posible cliente le aborda con una cara de sorpresa:

–¡Ay, qué pena! ¡Me están escribiendo del colegio de mi hijo que se siente mal y tengo que salir corriendo a buscarlo! ¡Discúlpame! ¿Será que nos vemos otro día?

–Dale, no hay problema. Yo te aviso -dice usted.

¡Perfecto! Ahora la pelota está de su lado. Y como buen proveedor de servicios, no hay duda de que usted le avisará para volverse a reunir. Solo que lo hará justamente… cuando esté abajo de su edificio.

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