Vladimir Kislinger, autor en Runrun

Feb 24, 2015 | Actualizado hace 9 años
Camino a lo irreversible por Vladimir Kislinger

Camino

 

En esta política de “patoteros de barrio”, esa que funciona a las patadas, a puños y gritos, en la que el bravucón de turno dice y desdice de cualquiera, sosteniendo el uso de la fuerza a discreción y sin temor a un castigo futuro, marcar un escenario relativamente ajustado a la realidad se hace difícil. Y es que con sistema de gobierno que dejó atrás a la academia, a los libros y a las leyes, ese que se acostumbró a gobernar y adaptar todo el entorno a su epicentro y no al revés, no quedó otra que convertirse en una máquina generadora de disparates, donde el pudor no tiene espacio alguno.

Por momentos pienso si realmente el dinero y el poder tienen tal capacidad como para llevar a diversos funcionarios a hacer de lo grotesco su forma de vida, como malos comediantes, sin importar su propia identidad, sus valores, su “propio yo”. Les confieso que me da pena ajena lo que veo frecuentemente, y eso que por cuestiones de salud he dosificado la cantidad de horas diarias de medición de información.

Otro elemento que se suma a esta vorágine inverosímil es el relativismo. Todo es discutible, todo depende de cómo lo mires. Nosotros tenemos presos políticos, el gobierno los cataloga de “políticos presos”; nosotros hablamos de torturados, ellos hablan de “mecanismos legales para obtener información”; El estupor es tal que la fabricación de pruebas por parte de los “órganos de inteligencia venezolanos” parece más bien la tarea de un alumno de secundaria para recrear algún episodio de Sherlock Holmes.

Así lo hemos visto con las reiteradas y ya desgastadas denuncias de magnicidio por parte del presidente Maduro, que forman parte de una cruzada que desesperadamente busca imitar a su antecesor y crear en él una especie de víctima de los “intereses imperiales”, omitiendo conscientemente que Venezuela en efecto ha sido tomada por el imperio, pero no el americano, sino el chino.

Lo triste es que en cada capítulo de esta novela sin sentido caen muchos venezolanos, donde sus derechos sí son vulnerados. Tal es el caso de nuestros estudiantes y políticos detenidos y a quienes se les ha imputado toda clase de cargos, incluyendo algunos impensables, a la par de entorpecerles el derecho a cualquier defensa, de recibir ataques físicos y psicológicos, incluyendo la propia muerte, y de mantenerles en un “limbo” legal. Tal es la degradación que en casos sonados y “políticamente incorrectos”, muchos jueces asignados a las causas prefieren darse de baja, por las implicaciones de llevar adelante algo que a toda luz será un atropello a los Derechos Humanos.

Misma situación la de los ciudadanos que han sido asesinados en protestas, muchos a causa de la propia violencia de las fuerzas de seguridad del Estado, autores que aun habiendo sido plenamente identificados, en su gran mayoría se mantienen en la calle o salieron del país sin reparo alguno. Aquí ni la Defensoría del Pueblo, ni la Fiscalía han sido realmente diligentes. Solo en los casos de renombre, en los que el escándalo afecta seriamente al gobierno, actúan de una manera meteórica, casi sobrehumana.

Es triste saber que mientras usted lee este artículo y yo me preparo para escribir otro, cientos de venezolanos se encuentran esperando justicia, esa que pareciera no llegar. Otros tantos están siendo detenidos o perseguidos en este preciso momento, sólo para justificar lo injustificable. Por mi parte me mantendré en la lista negra de este autoritarismo anárquico. Pero así como aquella famosa frase que siempre anuncia la presidenta del CNE, el cambio es “irreversible”, sólo es cuestión de tiempo, de ganas y de acciones concretas. Y aunque usted no lo crea, esta es una de ellas.

 

@leadpoz

Cuando el “noísmo” se hizo ley por Vladimir Kislinger

Colas2

 

Fue sembrándose poco a poco en la mente de los venezolanos. Como virus “inoculado” al mejor estilo de las conspiraciones de ciencia ficción que denuncia el gobierno a un promedio de una cada tres días, esta patología estuvo mucho tiempo latente y, dado el momento, se dejó ver con claros síntomas que traerían como consecuencia males mucho mayores que el de su propio origen. No es exclusivo de los tiempos del chavismo, pero en esta etapa tenemos muchos ejemplos que ilustran bien este mal que gracias a Dios tiene cura.

Era el 2005 y vivía en Ciudad Guayana. Recordaba que en reuniones de amigos siempre salía un “fatalista” diciendo que en algún momento nos racionarían el servicio eléctrico como en Cuba. La gran mayoría de los presentes contestábamos con estupor “no vale, eso aquí no pasará nunca”. Y es que era obvio que al menos en el estado que produce prácticamente toda la electricidad para Venezuela –  estado Bolívar – con la mejor tecnología en Ingeniería Hidroeléctrica de América Latina, esta afirmación no pasaría de ser un chiste pesado.

Pero el racionamiento llegó. En el sur de Venezuela y en otras partes del país – menos Caracas – se iba la luz cada dos días por un lapso de tres a cuatro horas, y siempre, sin falta, los domingos de seis de la mañana a doce del mediodía. Todavía aturdidos por lo que estaba sucediendo, nuestro reclamo nunca llegó a mayores.

Ajustamos nuestro calendario a los días de cortes, programando salidas para aguantar las altas temperaturas de la región. En este estilo de vida trastocado pasamos al menos unos tres años, cuando de pronto comenzaron los mismos fatalistas a hablar de listas de racionamiento y de escasez. Nuevamente nos comparaban con Cuba. Decían que llegado el momento en el baño no habría papel higiénico sino papel periódico; que tendríamos que lavar la ropa con muy poco jabón, cuando lo encontráramos; que no tendríamos café, leche, pañales. Nuevamente no les creímos. “No, vale, eso nunca pasará aquí”, “Venezuela no es Cuba“, “son otros tiempos”, “esta es otra sociedad”, retumbaba al unísono en todas partes.

De pronto comenzaron a escasear productos en los mercados. Lo poco que había era peleado entre los vendedores informales que hicieron del “bachaqueo y los puesto ambulantes” su forma de vida y los consumidores que desesperados también se acostumbraron a hacer colas kilométricas, colas para todo, para llenar la bombona de gas, para pagar un servicio, para comprar harina, para todo.

En estas colas se ha visto de todo. Personas infartadas, robos organizados, peleas, disparos y hasta números marcados en la piel para “ordenar” tal caos.

Luego vino el tema de la falta de medicamentos. En las redes sociales y medios de comunicación social comenzamos a ver una ola de mensajes de servicio público pidiendo desde un yodo hasta un antirretroviral. Otra vez creímos que sería algo circunstancial y que no pasaría de un problema puntual. La historia fue exactamente igual a la de los alimentos y a la del servicio eléctrico.

Así han transcurrido los últimos años de nuestras vidas. Acostumbrados a este noísmo que se fue enquistando. Cual mecanismo de defensa, la negación fue nuestra más fuerte arma para sobrellevar una crisis que se agudizaba minuto a minuto. Los habitantes del interior del país, mucho más afectados por el simple hecho de no vivir en la capital, se vieron en la imposibilidad de recibir alimentos, productos de limpieza personal y medicamentos, los cuales eran enviados usualmente por familiares ante la escasez en sus regiones, pero que a causa de una interpretación de la Gaceta Oficial N° 40.351, promulgada por el gobierno nacional, la cual prohibía expresamente el envío de artículos de primera necesidad a Colombia, fue aplicada igualmente dentro del territorio nacional, vulnerando derechos y comprometiendo definitivamente la situación de millones de venezolanos que habitan las distintas zonas del país.

Ese miedo por la incertidumbre de tener un número considerable de funcionarios de Estado que lo único que saben es actuar reactivamente, que no le importan leyes ni principios, que en su accionar colérico contribuyen a contaminar aún más la ya golpeada situación nacional, fue un ingrediente fundamental para este noísmo tan chocante y que no nos representa realmente como sociedad.

Somos mucho más que eso, somos un país lleno de gente buena, trabajadora e inteligente. Hemos sido testigos de grandes logros, somos herederos de una historia envidiable y autores de otra que al día de hoy se está escribiendo. El noísmo no nos representa, no es nuestro, lo adoptamos sin querer, sin saber. Dejemos esta patología a un lado y enfoquémonos en atender los problemas primordiales y reforzar nuestras instituciones, las cuales ya sabemos están profundamente debilitadas por una buena cantidad de funcionarios sin escrúpulos, sin moral.

Discutamos, pero actuemos; Critiquemos, pero aportemos ¿Qué les parece si le hacemos frente a los problemas y aplacamos el noísmo? Seguro nos irá mejor.

 

Por qué no creemos en las instituciones públicas por Vladimir Kislinger

CNE2

 

Caso: Referéndum revocatorio venezolano del 2004

 

Hace once años un importante grupo de la sociedad venezolana inició una cruzada para recoger firmas en todo el país, con el fin de solicitar un referéndum revocatorio al fallecido presidente Chávez, tomando como base el artículo 72 de la Constitución Nacional que dice “Todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables.” Fueron más de 10 meses de preparación, recolección y verificación de datos para ser posteriormente introducidos ante el Consejo Nacional Electoral, con la esperanza de someter el mandato del presidente a consideración de todos los venezolanos mayores de edad y con capacidad para votar.

Durante todo el proceso las organizaciones opositoras y el gobierno se mantuvieron en permanente ataque público y privado. Los aspectos legales servían para hacer cualquier jugarreta que inhabilitara esta posibilidad, la cual por cierto fue propuesta originalmente por el mismo Chávez y que años después se convertiría en su mayor dolor de cabeza.

En el 2003 la oposición venezolana introdujo más de tres millones de firmas solicitando el revocatorio al presidente Chávez. El CNE las rechazó por “considerar” que habían sido recolectadas antes de haberse cumplido la mitad del mandato, que por ley es el plazo necesario para solicitar el referéndum. En paralelo el gobierno denunciaba que la oposición, a través de operadores privados, obligaba a trabajadores a firmar so pena de despido. Sin embargo rápidamente salieron a la luz pública múltiples declaraciones de funcionarios del Estado que habían sido despedidos o castigados por haber firmado. La violación a los Derechos Humanos apenas se consumaba.

Meses después, finalizando el 2003, la oposición consignó un nuevo grupo de firmas, las cuales en esta segunda oportunidad fueron rechazadas por el CNE, increíblemente, ahora por considerar que casi dos millones de las rúbricas eran falsas. Esta decisión generó fuertes manifestaciones de rechazo, arrojando un lamentable saldo de heridos y fallecidos.

Luego se interpusieron recursos de apelación ante el máximo tribunal del país, el TSJ, en el que nuevamente se vio la mano del chavismo al entrar en pugna la Sala Electoral con la Sala Constitucional. La primera daba por válidas las firmas cuestionadas; La segunda, constituida como la más alta sala del país, rechazaba la decisión por considerar que la Sala Electoral no tenía competencia para decidir sobre la materia.

Otro duro golpe para la oposición, el tercero en menos de seis meses. Pero este no sería el peor. El nacimiento de la “Lista Tascón” el perfecto antónimo de la “Lista de Schindler” buscaba hacer pública la información de todas aquellas personas que se hubiesen atrevido firmar en contra del gobierno nacional, poniendo en evidencia a más de tres millones de venezolanos, de los cuales un importante número sería despedido, vejado, torturado y discriminado por parte de los entes oficiales durante los años posteriores. Era tal el desconcierto que vendedores ambulantes se ubicaban en los semáforos para ofrecer discos compactos con tan sensible información, dejando al descubierto a todos los que osaron firmar.

Ya con el miedo sembrado profundamente, el CNE con la tarea hecha convocó a aquellas personas que hubiesen firmado originalmente para que por medio del voto confirmaran que eran ellos los que habían solicitado originalmente el referéndum revocatorio. Algo inédito, increíble y sin comparación. De esta cita la oposición consiguió la cantidad necesaria de votos para proseguir con tan accidentado plebiscito, pero con una inmensa carga, aquella referida al peligro de saberse expuesto por apenas haber expresado su derecho, contemplado en nuestra Carta Magna, y que era clara y abiertamente vulnerado tanto por los atajos legales como por la sostenida campaña de desprestigio, de amenazas y de agresiones.

Llegó el momento del referéndum y perdimos. ¿Pero cómo podíamos pretender semejante hazaña luego de recibir uno de los golpes más fuertes que le ha tocado absorber a nuestro país? El 58 % de los consultados manifestaron que Chávez debía mantenerse en el poder, y con él, lo que luego vendría para Venezuela, más de dos lustros de desmembramiento de la cosa pública, de un franco deterioro de las fundaciones de la democracia, de cientos de miles de muertos a causa de la violencia desbordada e incontrolada y de funcionarios cada vez menos capaces, sin competencias para gobernar, sin formación alguna y producto de un nepotismo que se ha enquistado profundamente en el común denominador de las instituciones.

Hoy día podríamos escribir una enciclopedia completa de las razones por las cuales los venezolanos no creemos en nuestras instituciones públicas, y este artículo sería solo una hoja de miles. Cuando vemos una buena gestión, por más ordinaria que sea, la convertimos de inmediato en algo extraordinario. Eso nos dice ya lo mal que estamos, por aplaudir al alcalde que recoge la basura, que arregla el alumbrado público o que asfalta las calles.

Queda entonces una pregunta al aire, como asignación para cuando se dé el momento. ¿Qué podemos hacer para creer en nuestras instituciones públicas?

 

@leadpoz

Venezuela: cuando el divorcio es inminente por Vladimir Kislinger

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Vivimos en una sociedad matriarcal que ha estado acostumbrada por décadas al maltrato, a la vejación y a los sueños rotos. Nuestros barrios y urbanizaciones, gobierno tras gobierno, se han vestido de distintos colores, dejando su memoria al abandono, para conseguir el tan esperado rescate por parte del “Papá Estado” que nunca termina de responsabilizarse por la educación, por ser un buen mayordomo de la gerencia pública, por ser un facilitador, más que un proveedor.

Y es que no hace falta escuchar, ver o leer a sabios analistas para entender que el maltrato recibido por generaciones ha dejado secuelas, las cuales hemos sentido con mucha más intensidad en estos últimos años, dada la descomposición social y crisis de valores, generando como consecuencia nuevos códigos de conducta, transgredidos por la propia necesidad de supervivencia, esa de la que tanto habló Freud y la que en nuestro caso se genera en vista de las alarmas que se prenden en los cuatro rincones de nuestra geografía nacional.

A ese “Papá Estado” irresponsable, dejado, desteñido, botarata y malhumorado no le hemos reclamado lo suficiente. No le hemos pedido que cumpla su rol como debe ser, sin excusas, sin terceros culpables. Un “Papá Estado” que nunca dio la talla y que empeora nuestra situación con el pasar del tiempo. Pero bueno, como en todo matrimonio ambas partes tienen algo de culpa. Allí entramos a la historia de la mamá que todo lo soporta: golpes, maltratos psicológicos, amenazas, violaciones, infidelidad, desatención y pare usted de contar. Esa mamá que tiene mucha culpa, aunque sea víctima a la vez. Una mujer hermosa, inteligente, pero con grandes complejos y baja autoestima. Ella no se ha dado cuenta que vale oro y que en sus propias ideas está la verdadera solución para su hogar y no en un nuevo marido de turno.

Lamentablemente esta situación, en plena crisis, contamina la “atmósfera” del hogar, dejando a los hijos en una situación lamentable, por decir lo menos. Niños que a la buena de Dios terminan desmotivados, con un bajo rendimiento, con pocas esperanzas y un futuro que no pinta muy claro. Niños que al crecer, en vez de convertirse en esa generación de creativos, termina repitiendo y aceptando la historia del “Papá Estado” y de la mamá que todo lo soporta. Lamentablemente para este tipo de jóvenes el foco no está en la superación, en el logro de metas planteadas. Está en la propia inseguridad de su núcleo familiar, inestable, desesperado en su conflicto sin salida aparente.

En consecuencia el divorcio debe ser, es y será inminente. El “Papá Estado” debe salir de casa, de manera definitiva. La mamá que lo aguanta todo, Venezuela, debe responsabilizarse por su destino, rompiendo paradigmas y haciéndose escritora de su propio futuro. A los hijos, la nueva generación de venezolanos que tiene todo un reto faraónico por delante, les toca fuerte, pero teniendo una oportunidad de oro para refundar una nación que más temprano que tarde se levantará de las cenizas, esos escombros que más que materiales son mentales y espirituales. Una nueva alma, cual hombre nuevo, debe levantarse en nuestro hogar. No se trata de ir en una u otra dirección. Se trata de entender el rol de cada quien y mirar el camino por el que andemos.

Venezuela demanda la autocrítica, el dejar los etnocentrismos y prejuicios a un lado, romper con el cortoplacismo, olvidar por completo con la cultura del “más vivo” que termina siendo el “más bobo”, de seguir adelante, de olvidar que nadamos en petróleo, de entender que las riquezas naturales no son ventajas competitivas sino comparativas, de pensar en serio en la investigación como eje transversal para la evolución de nuestro pueblo. De ser mejores día a día.

¿Qué les parece si dejamos de hablar de los problemas en tercera persona y los adoptamos como propios?

 

@leadpoz