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Yanomami

Amnistía Internacional urge información sobre el paradero de testigos de asesinato de yanomamis
La organización sostiene que podría tratarse de un caso de desaparición forzada, por lo que instó a las autoridades venezolanas a garantizar la vida, integridad y libertad de ambas personas

 

Foto referencial

A través de un documento publicado en su sitio web, Amnistía Internacional hizo un llamado a las autoridades venezolanas para esclarecer el paradero de dos jóvenes indígenas Yanomami (uno de ellos de 16 años de edad), que habrían sido trasladados a un lugar desconocido después de haber presenciado hechos violentos en la comandancia de la aviación de la localidad Yanomami “Parima B” del estado Amazonas, el 20 de marzo de 2022.

La organización sostiene que «tal situación podría constituir desaparición forzada», por lo que urgió a las autoridades venezolanas a garantizar la vida, integridad y libertad de ambos jóvenes Yanomami.

De igual manera, solicita que los hechos ocurridos el 20 de marzo «sean investigados de manera pronta, imparcial y efectiva por una autoridad civil —con exclusión de toda autoridad militar—, y se tenga especialmente en consideración el respecto y apreciación de la cultura y costumbres del pueblo indígena Yanomami».

En su documento, además, Amnistía Internacional solicita que: 

• Se haga público el paradero, situación jurídica y motivo de traslado de los jóvenes Yanomami y, asimismo, se haga saber tal circunstancia al Foro Penal y su representante para que puedan acompañarlos en su
representación legal;

• Se garantice el derecho a la libertad de los jóvenes Yanomami y que el mismo no sea restringido de manera arbitraria en el transcurso de la investigación que lleva a cabo la Fiscalía en Venezuela;

• Se garantice que la situación en que se encuentran y el tratamiento recibido por los jóvenes Yanomami es
adecuado y pertinente culturalmente, en particular en atención al lenguaje y edad de los jóvenes.

• Se permita al Foro Penal y demás representantes legales un acceso regular y frecuente a las actuaciones e
investigaciones de la Fiscalía.

Lo sucedido

El 20 de marzo de 2022 se produjeron hechos de violencia entre un grupo de personas indígenas Yanomami y efectivos militares en torno al acceso a internet en la base aérea de Parima B, que forma parte de la Base Aérea General José Antonio Páez del estado indígena de Amazonas. La organización Foro Penal informó a Amnistía Internacional que los hechos se desenvolvieron de manera rápida y con el saldo de cuatro personas Yanomami fallecidas y cinco personas heridas, entre personas indígenas Yanomami y funcionarios militares.

Las personas que perdieron la vida son Marina Martina González, de 45 años de edad; Jhonatan Silva, de 30 años de edad; Caribán González, de 22 años de edad e Isnardo Borges de 21 años de edad.

Entre las otras personas heridas en este evento se identificó a un joven de 16 años de edad con los apellidos Borges Sifontes, quien fue trasladado a recibir atención médica junto con su hermano Gabriel Silva de 19 años, quien también presenció los hechos. En la actualidad ambos son testigos clave en la investigación penal anunciada por la Fiscalía General de la República.

El 1 de abril, mientras los hermanos estaban en el Hospital José Gregorio Hernández en Puerto Ayacucho, capital del estado indígena de Amazonas, presuntos funcionarios pertenecientes al Ministerio para Asuntos Indígenas intentaron sacarlos del hospital, desconociendo la calidad de representante legal de Olnar Ortiz, miembro del Foro Penal.

El 3 de abril, el traslado de los heridos se produjo y de manera irregular. Ambos hermanos Yanomami fueron transportados en una aeronave presuntamente perteneciente al grupo aéreo de transporte número 9 de la Aviación Venezolana.

El personal militar de la zona informó a Olnar Ortiz que los jóvenes habían sido llevados primero a la ciudad de Maracay, en el centro del país, y después, supuestamente, vía terrestre, al Hospital Militar Carlos Arvelo en Caracas. Sin embargo, hasta la fecha de esta declaración se desconoce la motivación de ese trasladado y el paradero de los jóvenes, lo cual los somete a desaparición forzada – un crimen de derecho internacional. 

Información de Amnistía Internacional

Crímenes sin Castigo | El router de la discordia
¿Qué hay detrás del incidente que dejó cuatro muertos y al menos ocho heridos en una remota población indígena de Amazonas?

 

@javiermayorca

En 2021, una organización extranjera de vieja presencia en las comunidades aborígenes de Amazonas y Bolívar entregó al capitán yanomami Sabino Silva un enrutador o router que abriría a toda la comunidad las puertas de la comunicación por internet.

En esos días, Silva llegó a un acuerdo con los militares acantonados en el puesto de Parima B, una localidad amazonense a 440 kilómetros al sureste de la capital Puerto Ayacucho: el dispositivo permanecería en la instalación, con la condición de que los civiles pudieran utilizar la señal a la que tenían acceso los efectivos castrenses.

Una mano lava la otra, dice el refrán. En este caso, la sabiduría popular parecía estar en lo correcto.

Hasta que llegó el domingo 20 de marzo.

Según la explicación del abogado Magno Barros, ese día los militares impidieron a los indígenas el acceso al puesto. Al no poder acercarse al local donde estaba el router, quedarían incomunicados.

Este, indicó Barros, fue el “detonante” del conflicto que, poco después, ocasionaría las muertes de tres hombres y una mujer, así como heridas de distinta gravedad en tres militares y por lo menos otros cinco civiles.

Barros pudo hablar con los lesionados que fueron llevados a centros de salud en Puerto Ayacucho. Allí entendió que los indígenas encabezados por su capitán se airaron por la negativa de los uniformados a dejarlos pasar.

Detrás de esto, estaba la ruptura de un acuerdo, la pérdida de la confianza. Es posible que este valor no fuese relevante para los uniformados, pero sí era vital para los aborígenes.

Según el exgobernador de Amazonas Liborio Guarulla, la jerarquía castrense incurre persistentemente en el error de enviar a esos confines a oficiales y tropas que “no tienen conocimiento de la cultura yanomami”. Dijo, por ejemplo, que pocos entienden por qué estos aborígenes vociferan tanto.

“A veces, uno cree que están insultando, pero es su manera de hablar”, indicó.

Sin salida

Los diecisiete militares del puesto Parima B estaban encabezados por dos primeros tenientes de la Aviación.

Barros refirió que, en medio de la espiral conflictiva, los yanomamis rodearon el puesto. En medio de la discusión, uno de ellos habría intentado apoderarse de la pistola de uno de los oficiales.

Allí comenzó el tiroteo.

Es difícil indicar quién hizo el primer disparo. Sin embargo, las fuentes consultadas para este trabajo aclararon que la única mujer fallecida, conocida como Martina, de 48 años de edad, no estaba directamente involucrada en las hostilidades. En la cultura de los aborígenes, esa era una cuestión exclusivamente de los hombres.

Los militares fueron obligados a permanecer en el interior de la base, mientras que los cadáveres eran levantados por los propios indígenas. De hecho, según Barros, cuando llegó la comisión de la policía judicial junto a la alcaldesa de Atures Yamilet Mirabal, el 22 de marzo, los cuatro cuerpos ya no estaban. Solo quedaban allí los testimonios y conchas de proyectiles calibres 9 mm y 7.62 x 39 mm, usados por fusiles AK-103.

Según el presidente de la organización Kape Kape, abogado Henry Gómez, la mediación de Mirabal logró que los indígenas permitieran la salida de los militares heridos.

“Entiendo que luego no han dejado salir al resto de los militares. Ellos todavía permanecen dentro del puesto”, añadió.

A pesar de todo lo que significa para los indígenas el incumplimiento de la palabra entregada, un simple enrutador no parece suficiente como para encrespar los ánimos, al punto en que ambos bandos finalicen disparándose unos a otros.

Gómez lo tiene claro: “Lo del router era una excusa”.

“Hay territorios indígenas que forman parte de parques nacionales de los que extraen minerales. Eso es manejado por grupos armados en connivencia con el Estado”, afirmó.

Según el exgobernador Guarulla, la perspectiva de un rápido enriquecimiento ha ocasionado que los militares cambiaran su opinión con respecto a la permanencia en Parima B. Ahora, indicó, están más dispuestos a padecer las privaciones, que empiezan con la escasez de alimentos y agua potable.

“Hace quince años, los militares consideraban que era enviarlos al fin del mundo. Pero ahora están los negocios (…) El oro más valorado se extrae del Alto Orinoco. Entonces, habría un chantaje a los indígenas”, explicó.

Ese “chantaje” surgiría de la decisión de ejercer la minería en los “territorios ancestrales”, acudiendo a una mano de obra tercerizada, que pagaría una cuota. Guarulla recordó que a esas remotas localidades no se llega sin autorización del jefe de la zona operativa de defensa integral (Zodi).

Los comunicados del gobernador actual, Miguel Rodríguez, y de la alcaldesa Mirabal nada dicen sobre este particular, e intentan achacar este conflicto a unas “diferencias culturales”, según lo afirmado por la gobernante municipal.

Pero los yanomamis no están dispuestos a dejar eso así. Según Barros, quieren llevar sus exigencias hasta Miraflores, de ser posible. Ya no aceptarán mediadores.

Y desde ya adelantan una de las condiciones para permitir la salida de los militares que aún permanecen en la base Parima B: que no vuelvan más.

Breves

Una investigación arroja una posible explicación para el hallazgo de numerosos cadáveres en la boca del túnel La Planicie. Las notas de medios independientes y registros policiales indican que allí fueron abandonados por lo menos nueve cuerpos, en distintos hechos reportados a partir de 2019. En todos los casos, eran ultimados a tiros en las alturas de la Cota 905 y arrojados por un tubo utilizado como bajante para la basura, de manera que fuesen levantados por la policía judicial sin necesidad de entrar a las calles del barrio. De acuerdo con una averiguación de Cecodap y la agencia PANA, estas personas morían como resultado de una “justicia expeditiva” que estuvo en auge durante el reinado de Carlos Luis Revette en ese lugar.

El grupo de investigadores hizo un trabajo de campo entre los meses de septiembre de 2021 y febrero de este año en la Cota 905 así como también en Cementerio y La Vega, con el propósito de levantar información sobre el “reclutamiento de niños, niñas y adolescentes por el crimen organizado”. A través de entrevistas con fuentes vivas, confirmaron que alias Koki manejaba normas de estricto cumplimiento, que sancionaban de forma inmediata los delitos contra la propiedad y otras conductas que pudieran ser interpretadas como deslealtad hacia el liderazgo de la organización criminal.

En algunos casos, los individuos eran heridos con disparos en las extremidades, y en otros les aplicaban la pena de muerte.  Otro de los numerosos hallazgos de este trabajo se refiere a la implantación de un sistema de incentivos que pasaba por pagos en dólares para los menores de edad que se incorporaran a la estructura criminal. Ese era un “primer anzuelo”, explicó el coordinador de la investigación, Edgar López. Las cantidades variaban según la función, que generalmente era de “mandadero” (mensajero) o “garitero” (vigilante). “Otro incentivo es la protección y el estatus social, valores que a un niño o adolescente le importa mucho”, explicó.

Con el retorno a la “nueva normalidad”, ha cambiado el uso de granadas por parte de bandas criminales en el Zulia, de acuerdo con el coordinador regional del Observatorio Venezolano de la Violencia Jorge Govea. En primer lugar, aparecen cada vez con mayor frecuencia con respecto a lo visto en 2021. Solamente el viernes 25 de marzo, fueron arrojados artefactos explosivos contra un supermercado y el Palacio de Justicia, ambos en Maracaibo. Con estos, suman seis casos en la región durante lo que va de año. En todo 2021 fueron contados once ataques con explosivos. Por otra parte, indicó Govea, el impacto ha sido mayor en cuanto al número de personas fallecidas y heridas.

Los días en los que la granada era cuidadosamente colocada en la fachada de las viviendas o comercios junto a un mensaje parecen cosa del pasado. Ahora, las hacen estallar sin piedad.

En solo dos casos reportados este año, en los que los objetivos fueron un bar y un supermercado, hubo diez heridos y una persona fallecida. Un tercer cambio sería que cada vez más grupos disponen de estas armas de guerra. Anteriormente, según el coordinador del OVV Zulia, eran apenas tres. Desde luego, esto arroja preguntas en torno al origen de las granadas. ¿Llegan de contrabando o son entregadas por militares corruptos? Sobre esto no hay respuestas concluyentes. Finalmente, parece haberse diversificado los objetivos y las motivaciones de los ataques. Ya no son solo comercios o industrias. También pueden arrojarlas contra clínicas e, incluso, la sede de los tribunales en Maracaibo. En el Zulia, las granadas están a la vuelta de la esquina.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Denuncian asesinato de cuatro yanonamis a manos de militares en Amazonas
El hecho ocurrió el pasado 20 de marzo en Parima B, donde los indígenas comparten territorio con mineros ilegales, misiones religiosas y contingentes militares

 

Varios políticos de Amazonas denunciaron este martes, 22 de marzo, el asesinato de cuatro indígenas de la etnia Yanonami a manos de efectivos de la Fuerza Aérea Venezolana que estaban acantonados en la comunidad Parima B, en Amazonas. El hecho fue repudiado las diputadas a la Asamblea Nacional por el estado Amazonas, Mauglimer Baloa y Rosa Petit, además del ex gobernador Liborio Guarulla.

Los cadáveres de las víctimas baleadas, tres hombres y una mujer, arribaron al Hospital José Gregorio Hernández de Puerto Ayacucho, a donde también llegaron varios heridos del suceso.

 

Baloa afirmó que la tarde del domingo 20 de marzo hubo un «enfrentamiento» entre indígenas y militares, luego de que los segundos no devolvieron un router que fue cedido por los yanomamis para que todos pudieran conectarse a internet a través de una antena perteneciente a funcionarios de una base fronteriza militar en Amazonas. Según Guarulla, los indígenas protestaron porque no les permitieron acceder al WiFi del Comando del Ejército y los soldados les dispararon.

 

 

Varias comunidades indígenas hacen vida en la zona de Parima B, en el municipio Alto Orinoco, al sureste de Amazonas, cerca de la frontera con Brasil.  Ya en el informe «Los pueblos indígenas aislados o con poco contacto en Venezuela» redactado por Luis Jesús Bello, Wataniba y el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA), que data de 2010, se señalaba que «en las últimas décadas se han producido diferentes invasiones y ocupaciones»  en el territorio de los yanomami «por parte de mineros ilegales de Brasil (garimpeiros), misiones religiosas y contingentes militares asentados del lado venezolano».

«Nuestro repudio total a esos niveles de intolerancia con un pueblo cuya vida está sumergida en esa selva, que no tienen acceso a bienes, ni servicios y menos educación, para que al faltar a la palabra ‘Compartir’ respondan los llamados estudiados con ‘Balas'», escribió Baloa en Twitter al hacer la denuncia.

«Repudiamos la intolerancia hacia la comunidad yanomami, que sufre aún más la crisis económica, política, y social que atraviesa el país», reclamó Petit.

En febrero, efectivos de la Fuerza Armada Nacional hirieron de bala a tres indígenas waraos, entre ellos dos adolescentes, en medio de un operativo en la comunidad de Cambalache en Puerto Ordaz, estado Bolívar.

 

La luz dentro de la selva oscura, entrevista a Héctor Padula

@cjaimesb

Héctor Padula se encontró a sí mismo en la selva. Médico anestesiólogo como su padre, fotógrafo como su abuelo, cocinero, emprendedor, venezolano hasta la médula, nos permitió conversar sobre sus pasiones.

Se dedica a la Medicina como primera pasión. Fue el gran nudo con su padre. En algún momento de su vida deseó ser arquitecto y presentó el examen de admisión, pero ni supo si lo habían aceptado. Se enamoró de la fotografía de la mano de su abuelo y hoy es uno de nuestros grandes fotógrafos.

Su trabajo con los yanomamis, como médico y como fotógrafo, quedará para la historia de la gente noble, buena y talentosa de nuestro país. 

Se conoció a sí mismo en la selva, durante su pasantía en Amazonas, donde se topó con la muerte y las injusticias. La fotografía fue su manera de escribir sus sentimientos.

Fotos de yanomamis, de Héctor Padula. Foto inf. der. Padula con amigos de esa etnia.

La cocina la conoció siendo scout en el Colegio La Salle, donde cocinaba a veces por castigo, a veces por rebeldía. Luego, cuando era estudiante de Medicina, se encargó voluntariamente de la cocina. Siguió explorando esa pasión hasta que llegó el momento de abrir un restaurante. Se presentó la oportunidad en Galipán, donde nació Recoveco, más que una empresa, un compromiso social. Luego vino La Oficina, en la planta alta de Licoteca, en La Castellana.

Su impulso es vivir. Las fundaciones Parima Culebra 86, Médicos de la Selva y más reciente, Rebeldes con Gusto, llevan su impronta. Y asegura que de aquí no se va.

– ¿Estudiaste Medicina por vocación o por tradición?

Como todo en la vida y en el sancocho, hay de todo un poquito. Mi papá, que era médico anestesiólogo, no quería que yo estudiase Medicina. Me levantaba de madrugada cada vez que tenía una emergencia para que lo acompañase a la clínica. Yo oía el ring del teléfono y decía para mis adentros “¡uff!… ¡otra vez!”. Acto seguido sentía sus pasos hacia mi cuarto y me requería “¿tú no quieres ser médico?… ¡párate pues!”. A mí me gustaba la arquitectura también, presenté el examen, hasta hoy en día no sé si quedé o no. La Medicina me unió a mi padre en un nudo que nunca supe cómo se hizo. Tampoco quiero saberlo y mucho menos desanudarlo.

– ¿Eres un médico prestado a la cocina o un cocinero prestado a la medicina?

Indiscutiblemente la primera opción: primero soy médico, ejerzo, me mantengo al día y con sentido de altísima responsabilidad sobre el delicado acto de mi especialidad.

Soy anestesiólogo y la vida y su preservación es mi plato final.

Pero la cocina y su entorno también la trabajo con los mismos principios y ética de la Medicina. Cito a Miro Popic, @miropopiceditor: “¿qué es preferible, que te cocine un anestesiólogo o que te anestesie un cocinero?”

– La fotografía es otro de tus talentos… ¿cómo y cuándo la descubres?

Mi abuelo por parte de mamá, Juan Suárez, hombre multifacético y que de manera circunstancial se ocupaba de nosotros -mis dos hermanos y yo- cuando mi padre estaba de guardia en la clínica, fue un gran motivador en mi vida. La fotografía la observé durante su ejecución y la convivencia del hombre con su soledad, la caja negra que guardaba la imagen y la imagen que seguía su rumbo luego de llevárnosla puesta hacia otro destino que la inmortalizaba. Eso me cautivó, comencé a fotografiar, también a revelar en blanco y negro, siempre me ha gustado el silencio y la soledad, el cuarto oscuro, el oráculo. Traté de revelar a color, vendí mi equipo a una tienda que me ofrecieron algo mejor para avanzar, lo usual que le suceda a un muchacho de catorce años es que lo estafen, y adivina: eso fue lo que pasó.

Video Héctor Padula: Venezuela invadirá el imperio con perros calientes. Del canal HispanoPost

En Amazonas, mientras hacia mi rural como médico en el marco del Programa Parima Culebra 86, revivió la pasión. Aquí los yanomamis no me timarían ni estafarían. Retraté para no olvidar, busqué la luz dentro de la selva oscura, como mi miedo, caminé por ella, mi guía o faro la Luna, las sombras, mis temores, la humedad en forma de velo y mañana la nube, mi motivo… Así nació este trabajo que actualmente desarrollo entre paisajes que no son lo que son, pero que cada quien interpreta su realidad.

– Te oí decir que habías llegado a retratar la sensibilidad… Háblame de la experiencia personal que representó para un muchacho de 26 años convivir con los yanomamis. ¿Fue una suerte de epifanía? ¿Cómo se integra a la vida el estar tan cerca de la muerte?

Con esa pregunta lograste remover lo mejor y más importante en materia personal que he realizado en mi vida. Un día se me ocurrió anotarme en una campaña de vacunación que realizaría la Fundación del Niño a través de su servicio de Aeroambulancia Infantil. Conocía a su gente, excelentes profesionales y entregados a la causa. Lamentablemente ese primer viaje no fue organizado por ellos y se convirtió en el estímulo para nunca hacer lo que vi. Me indignó y les dije a mis compañeros de grado: “si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará”. Así empezó a revolotear la idea de hacer algo en el Amazonas. Se abrió el cupo en la Universidad Central de Venezuela para la pasantía de pregrado y cuando oímos en el auditórium de la Escuela Luis Razetti “¿quiénes se anotan para Amazonas?” nos miramos y tímidamente fuimos elevando nuestras manos los siete. Fuimos los primeros en atrevernos, no sabíamos los que nos esperaba.

En esas diez semanas conocí algunas cosas, pero lo más importante, me conocí a mí.

Ahí estaban mis ganas, mis desprendimientos, la fotografía y la medicina, ahí viví con la muerte, la conocí, la toqué y entendí lo vulnerables que somos y la injusticia de no hacer nada ante esa amenaza constante que se hacía rutina en esas semanas. Una vez llegamos a una comunidad indígena y encontramos catorce niños de entre uno y diez años, todos muertos. Esa imagen nunca la podré olvidar: yacían sobre hojas de plátano. La causa, una epidemia de sarampión.

Los culpables, un estado indolente y un turista irresponsable. La solución sencilla: honestidad y ética a la hora de emprender programas de vacunación y medicina preventiva primaria. No solo la foto de la primera dama inyectando a un niño que asía a otros como en la lucha grecorromana era suficiente, había que hacerlo de verdad y con todos. Regresamos luego de esas diez emotivas semanas al Hospital Clínico Universitario de Caracas, continuamos nuestras diferentes pasantías de pregrado y causalmente la mesa del cafetín del hospital sirvió de altar para el pacto: “vámonos”. Así nació el Programa Parima Culebra 86, Médicos de la Selva.

Esos siguientes años trabajamos duro, en condiciones infrahumanas, pero estábamos acostumbrados. Perdimos nociones elementales del tiempo, de las rutinas y costumbres, no había la hora, solo llegaba el momento y punto. Caminábamos y preguntábamos: “¿cuánto falta?” y nuestro guía yanomami decía con voz tranquila “si vamos rápido llegamos rápido, si vamos lento llegamos lento”; nos veíamos a la cara y todos coincidíamos “¡qué pregunta tan pendeja!”. Así pasó la vida para este primer grupo de médicos, unos se quedaron un año, otros dos y varios tres, no pasó el tiempo, todo permanecía igual, solo cambió nuestro temple. La fotografía fue mi forma de escribir mis sentimientos, los busqué en cada rostro de agradecimiento y así los veo aún sin necesidad de buscar esas fotos que están llenas de olor a nostalgia. Así, con las mismas ganas que tengo de contarte estas historias, nació la idea del libro que publiqué, gracias al auspicio de la Fundación Telefónica y de Movistar, Ipa Wayumi, que significa Mi viaje, en lengua yanomami.

La luz dentro de la selva oscura, entrevista a Héctor Padula, por Carolina Jaimes Branger
Fragmento de la portada del libro Ipa Wayumi (Mi viaje), de Héctor Padula. Foto H. P.

– Dos proyectos para prestar atención integral a los yanomamis, el Parima Culebra 86 y Médicos de la Selva, contaron con tu impulso. ¿Qué ha sido de ellos?

Estos proyectos luego se convirtieron en programas de atención de salud en todo el Alto Orinoco. También aumentaron nuestras responsabilidades y nuestra experiencia. Creció el Parima Culebra. Fuimos el referente de excelencia en atención médica de poblaciones indígenas apartadas, reconocido por organismos y universidades internacionales. Pero con ello aparecieron las envidias y celos de los organismos que lo deberían haber hecho durante toda la vida, lo que un grupo de jóvenes tildados por ellos de locos, drogadictos, narcotraficantes, paramilitares y cuanta fantasía de constipación mental se les ocurría, estos peludos del momento lo habían logrado. Cualquier semejanza con el discurso presente se agradece interpretarla. Fin del cuento, ganaron ellos, el Parima Culebra 86 fue eliminado después de dieciséis años.

– ¿Con qué frecuencia has regresado a la selva?

Luego de terminar mi tiempo en el Alto Orinoco quedé como director del Parima Culebra 86 y mantuve constantes incursiones no solo en las áreas que controlábamos nosotros, sino que extendimos la cobertura a comunidades más apartadas, aquellas que nunca habían tenido contacto con otras personas, ahí parte de nuestro trabajo fotográfico. Por lo menos voy una vez al año y cada vez quiero ir menos, es la antimemoria, lo que no quiero recordar, veo cosas que nunca pensé que pasarían y con un gran egoísmo no quiero entregar mis bonitos recuerdos.

– Ya son 14 años de la fundación de Recoveco. Cuéntame de la acción social que llevas a cabo en tu emprendimiento gastronómico.

Entre esta pregunta y la anterior pasaron muchos años, pero te puedo decir que siempre cociné, por rebeldía y castigo, cuando era scout del Colegio La Salle. Me ofrecí a cocinar mientras otros hacían resúmenes y sacaban fotocopias en las largas noches previas a los exámenes de medicina. El menú, algo que no “pelaba”, pasta con albóndigas y otra que no era para nada light: tornillitos (y tenían que ser tornillitos) con kétchup, mayonesa Kraft, queso crema Philadelphia, Cheez Whiz y un poco de leche al final, ¡uhmmm qué de recuerdos!

Llegó la hora de decidirme a montar un restaurante. No fue fácil, donde pensamos abrir no se pudo, me reservo las razones. Y luego apareció Galipán, reviví mi etapa scout, recuerdos de mi pocillo verde y cuantas entropías cerebrales que me dijeron “este es el sitio”. Tampoco fue fácil, di todo lo que pude, ayudé a formar, a tener responsabilidad, a tratar de hacer a mi gente productiva. Con unos lo logré, con otros, me salió el tiro por la culata, y eso aún me duele, pero también me reservo las razones. Estoy muy reservado hoy (risas).

Pero estoy lleno de satisfacciones personales, soy un agradecido eterno a lo que la vida me ha dado y me entrego sin mezquindades. No hablo solo de lo material, no uso máscaras y tampoco soy equilibrista. La gente nuestra sabe que cuenta conmigo sí y solo sí yo cuento con ellos. No se me da la injusticia. Para mí, lo peor del ser humano. Los prejuicios lapidarios, la ignorancia participativa, cómplice y esquiva a salir, tampoco me gusta. No me caen bien los que hacen de cada instante una oda a la estupidez. Nació Recoveco, mi sueño y el origen de esta pasión por la gastronomía. También nacieron en Recoveco las ganas por la tierra y sus cultivos, nació el querer hacerme un equipo con emprendedores emocionales, con gente como Miguel Istúriz, quien empezó trabajando las tierras de nuestro huerto.

La luz dentro de la selva oscura, entrevista a Héctor Padula, por Carolina Jaimes Branger
«Ayudé a formar, a tener responsabilidad, a tratar de hacer a mi gente productiva». Fotos Héctor Padula.

Luego estuvo a cargo de la tarea más difícil y dura de un restaurante, lavar los platos y trastos. Al cabo de dos años me manifestó que quería aprender a cocinar: “enséñeme”. Así lo hicimos, luego estudió y hoy es el chef ejecutivo de Recoveco. No quiero ser humilde ahora con lo que te diré, es el chef de un restaurante donde la sustentabilidad, lo sano, lo sabroso y la autogestión se conjugan para lograr la visita obligada de propios y extraños, para mí el mejor y punto. En todos nuestros proyectos y actuaciones está muy presente el compromiso con nuestro personal de ofrecerles la posibilidad de aprender, casi nunca contratamos a nadie con experiencia, preferimos que crezcan con nosotros y que asciendan con la empresa, esa es una constante. Me acompañan siempre en esta cruzada mi asistente July Valerio, mi otra mano derecha Damaris Jiménez, la capitana y gerente de Recoveco y la energía de mi familia y amigos que entienden el porqué del ser.

– La Oficina es tu última aventura en un país que se cae a pedazos… ¿cuál es el impulso que te mueve?

Voy a contestarte esta pregunta con parte de la otra. En algún momento entre tabaco, chocolate, ron y algo de neblina se nos ocurrió abrir un local en Caracas y así nació La Oficina @laoficinarestaurant, sala de reuniones para hablar y trabajar, aprender, divulgar, compartir, negociar, comer, tomar vino, muchos vinos, tenemos la cava de vinos más grande y surtida que restaurante alguno quisiese, porque estamos en el primer piso de Licoteca @Licoteca, en La Castellana. Queremos romper paradigmas, lo lúdico: entrar por la tienda y recorrerla, saborear y sacar de nuestra memoria gustativa qué cepa queremos tomar, de qué continente, de qué denominación, tomarla con nuestras manos y subirla al restaurante, nuestra sommelier o chef te asesorará con qué comer ese caldo que escogiste. Si no te gusta así, solo sube, ves nuestro menú y decides, bajas y escoges. Si te lo proponemos nosotros, esa armonía nos gusta, en todo caso comerás buena cocina, buen producto, mínima intervención y máximo respeto.

En La Oficina se come lo que hay en el mercado, se apuesta a lo venezolano y se promociona; es nuestro aporte a la Venezuela posible. Mi impulso es vivir, no hay nada ni nadie que me lo impida, aun en esta catástrofe cercana al apocalipsis hay una hoja que cae y la puedes ver bailando, hay un cielo al amanecer y al atardecer que todos los venezolanos retratamos y circulamos, eso es un himno de vida. Ahora bien, que algunos sean irresponsablemente felices e irresponsables sociales que atenten contra la percepción del caos en que estamos -y peor aun- que vivan como si nada estuviese pasando, es una chapuza intelectual. Por cierto, Carolina, también estoy en contra de la gente que critica al emprendimiento en estos tiempos, al ofrecer nichos para el desarrollo de una vida decente, fuentes de trabajo y convivencia alejada de la mediocridad y las pequeñeces pasionales de los criticadores de oficio. Te repito, es nuestro aporte por Venezuela, un día salimos de la pesadilla, volteamos hacia atrás y decimos: “¡guao, qué tiempo hemos perdido!”. No quiero decir eso, tiempo perdido, tiempo no vivido y haciendo también se vive. Debido a la situación socioeconómica que atraviesa el país y por obra del destino, apareció la chef GiGi Petit @chef_gigipetit, que se dedicaba a vender café y galletas en la calle, debidamente vestida de su dignidad y soberanía, una chef urbana, y lo tomé como una señal para que Recoveco la absorbiera, porque vi en ella las ganas. No sin antes preguntar su historia, que también me reservo, solo diré que es una perseguida de las circunstancias que he odiado y que antes te mencioné. Mujer de carácter recio, pero noble. Le ofrecimos el cargo de chef ejecutivo de La Oficina y ella aceptó, no sin antes pedirnos algo, ella patrocinaba como podía y cuidaba a un grupo de muchachos, que entre patinetas y spray recorrían las calles de Caracas. Decidimos absorberlos y enseñarles el oficio de la restauración, se creó la Fundación Rebeldes con Gusto, que trata en lo posible de canalizar esa lava emocional y rebelde de una juventud que no encuentra su espacio en esta Venezuela hostil. Hemos ido muy bien, yo quisiera mejor, pero así son los rebeldes.

– ¿Qué significa Venezuela para Héctor Padula?

Se me viene la palabra pandemónium, pero también resiliencia y trabajo. Y solidaridad, lealtad, compromiso y por supuesto: YO DE AQUÍ NO ME VOY.

La luz dentro de la selva oscura, entrevista a Héctor Padula, por Carolina Jaimes Branger
«Yo de aquí no me voy». Fotos Héctor Padula.

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Indígenas en aislamiento: bajo el asedio de mineros, enfermedades y guerrilla

Mujeres del pueblo indígena Yanomami. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Los Hoti, Yanomami y Piaroa ─grupos indígenas aislados─ están asediados por la minería ilegal. Algunos son utilizados para trabajos forzados y otros han dejado sus territorios y decidido internarse en lo más profundo de la selva
La epidemia de sarampión que ataca a Venezuela ha diezmado a los Yanomami y el Estado ha fallado en llevar el sistema de salud a sus territorios
La llegada de grupos guerrilleros como el ELN y disidencias de las Farc tienen en una constante amenaza a los pueblos indígenas en aislamiento

 

Escrito por Lorena Meléndez

Publicado en Mongabay

 

UN VUELO EN AVIONETA; una travesía en bote por varios afluentes del Orinoco; paradas en medio de la selva verde, espesa y calurosa; más recorridos por aguas turbias y calmadas. Para llegar al lugar donde viven los Hoti (Jödi), indígenas en aislamiento en la Sierra de Maigualida, entre los estados de Amazonas y Bolívar, al sur de Venezuela, hay que atravesar cientos de kilómetros de vegetación frondosa y virgen durante horas. Allí, entre caños y ríos, se ha extendido durante siglos su territorio, ese donde han decidido permanecer lejos de la occidentalización que arribó al continente hace más de 500 años.

Pero ese santuario que habitan está bajo la amenaza de un decreto gubernamental: el Arco Minero del Orinoco (AMO), un controvertido proyecto puesto en marcha por la administración del presidente Nicolás Maduro que habilitó y delimitó casi 112 000 kilómetros cuadrados para la explotación de minerales y piedras preciosas que abarcan desde el oro hasta el coltán y el diamante. El extremo oeste de esas tierras toca el hogar de los Hoti, uno de los tres grupos étnicos reconocidos en el país como “pueblo indígena en aislamiento”.

Pero los Hoti no son los únicos asediados por la minería. Los otros dos pueblos indígenas en aislamiento de Venezuela atraviesan la misma situación desde hace varios años. Decenas de comunidades de los Yanomami –ubicadas entre la sierra Parima y el cerro Delgado Chalbaud; en el Alto Siapa, Alto Ocamo y el río Metacuni en Amazonas; y en el Alto Caura y Alto Paragua, en Bolívar–, así como de los Piaroas (Uwottüja) –en el Alto Cuao, en Amazonas–, están sometidas a los desmanes de quienes explotan los yacimientos ilegales bajo la mirada de un Estado que no hace nada para evitarlo.

La minería ha hecho que los indígenas Hoti cada vez se aíslan más y se internan en lo más profundo de la selva. Foto: Óscar Noya.

La minería ha hecho que los indígenas Hoti cada vez se aíslen más y se internen en lo más profundo de la selva. Foto: Óscar Noya.

El documento ‘Pueblos indígenas en aislamiento y contacto inicial’ publicado en 2012 por el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA) y el Instituto de Promoción Estudios Sociales (IPES) confirmaba para entonces que los tres grupos, además de compartir similitudes en cuanto a su forma de vida, tenían también las mismas amenazas.

“Lo característico es que, por una parte, todas estas áreas son zonas de selva con difícil acceso, y en ellas estos grupos o comunidades tienen un cierto aislamiento geográfico, que de alguna manera dificulta los contactos con la sociedad dominante y por otra, sus territorios están siendo penetrados sistemáticamente por grupos de mineros ilegales sobre todo provenientes de Brasil y Colombia”, sostiene el trabajo. En él, además se menciona que estos grupos indígenas están en una situación de fuerte vulnerabilidad, sobre todo por la introducción de enfermedades endémicas y epidémicas, la contaminación y destrucción de su territorio, y la reducción del espacio para sus actividades tradicionales de subsistencia.

De hecho, el sarampión y la malaria actualmente están dejando efectos devastadores en comunidades Yanomami y la minería ilegal y grupos guerrilleros tienen acorralados a todos los pueblos indígenas aislados de Venezuela.

Del sarampión a la malaria

La alarma no se ha levantado. Desde marzo de este año, un brote de sarampión ataca a los Yanomamis y ocho meses después de que se reportaran los primeros casos, todavía no se sabe cuántas muertes ha causado la enfermedad en este pueblo, ni en general, en Venezuela.

Una fuente del Ministerio de Salud, que prefirió resguardar su identidad por temor a represalias, le dijo a Mongabay Latam que varios grupos indígenas en aislamiento reclamaron a los equipos médicos haber arribado tarde para salvarlos. “Algunas comunidades ya estaban diezmadas”, admitió.

Hasta el momento, las únicas cifras conocidas sobre la epidemia en los Yanomamis de Venezuela las ha ofrecido la Organización Panamericana de la Salud (OPS) pero con base en los datos levantados en Brasil con corte a junio de 2018. Para ese mes, se contabilizaban 280 casos en observación y, de estos, 79 eran de indígenas venezolanos.

El Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía “Wataniba” expresó entonces su preocupación porque, hasta ese momento, se había constatado que 25 Yanomamis en el país tenían sarampión y, de estos, más de la mitad eran mayores de 25 años, lo cual agravaba su condición. Del total, 88% eran de sexo masculino.

“El sarampión no se está tratando en Venezuela”, denuncia David Kopenawa, representante de los indígenas Yanomamis en el estado de Roraima, en Brasil, en un video difundido por la ONG internacional Survival. Allí, reprocha que el gobierno e instituciones de salud en el país no han hecho nada por frenar el brote.

“Sí estaban vacunando, pero con un esquema de vacunación que no se ajustó a las necesidades del pueblo indígena”, contestó la fuente del Ministerio de Salud, quien resaltó la gravedad de la epidemia. Estos grupos indígenas tienen un sistema inmunológico más débil pues no han tenido contacto con muchas de las enfermedades que suelen aparecer en las sociedades conectadas.

Niño de la comunidad Hoti. Foto: Óscar Noya.

Niño de la comunidad Hoti. Foto: Óscar Noya.

El brote de la enfermedad, contó Luis Bello del grupo Wataniba, coincidió con la denuncia de un asentamiento de garimpeiros (mineros ilegales brasileños) que se había reportado en la frontera con Brasil. Presume que en ese lugar había enfermos de sarampión y que el cruce frecuente de Yanomamis venezolanos hacia la zona pudo ayudar a la propagación de la epidemia.

La vulnerabilidad de los pueblos indígenas en aislamiento ante estos padecimientos está relacionada tanto con condiciones físicas como con el acceso a la salud pública. “Su poco contacto con otras personas hace que inmunológicamente sean más débiles ante esas enfermedades que ellos no tenían (…) Suele ser más difícil llegar hasta ellos con vacunas o con un tratamiento, porque por su propia situación, las tecnologías médicas no les llegan”, señala la fuente del Ministerio Público.

Aunque años atrás, en estos grupos se registraron brotes como leptospirosis y fiebre amarilla, la enfermedad que más aqueja a los tres pueblos indígenas en aislamiento en Venezuela es la malaria o paludismo, causada por un parásito (plasmodium falciparum) que llega a los humanos a través de mosquitos infectados. Si bien está estrechamente relacionada con la minería, en los territorios ancestrales también existe una malaria endémica que suele presentarse en estas comunidades.

La incidencia de oncocercosis, una enfermedad parasitaria que envejece la piel y puede causar ceguera, incentivó la creación de un programa para tratar de erradicarla en estos pueblos y que, según la fuente del Ministerio de Salud, avanza con resultados satisfactorios. Sin embargo, las visitas que hacen los médicos a estas zonas ocurren cada tres meses y no son suficientes para combatir otros males.

Los Yanomami se han visto diezmados por la reciente epidemia de sarampión que ataca a Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Los Yanomami se han visto diezmados por la reciente epidemia de sarampión que ataca a Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

La red de ambulatorios que se había abierto en el Alto Orinoco, y que hasta hace algunos años había sido mantenida por misioneros cristianos, está hoy prácticamente desmantelada. Sin insumos ni medicinas, estas infraestructuras resultan inútiles para atender a los indígenas de la zona que presenten alguna dolencia. Tampoco existe una red que les permita comunicarse por radio ante cualquier emergencia.

Esta situación es solo un reflejo de la crisis que atraviesa el país, donde el sistema de salud está prácticamente fuera de servicio. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Hospitales 2018, desarrollada por la organización Médicos por la Salud, en 88 % de las instituciones de atención pública no hay medicamentos para atender ninguna enfermedad o condición. En 83 % el servicio de emergencia funciona de forma intermitente, mientras que en 79 % falla el agua potable. El estudio, por cierto, no incluye al estado Amazonas, donde está la mayor parte de los pueblos indígenas en aislamiento, ya que los investigadores no pudieron acceder a trabajadores sanitarios de la entidad.

Mineros brasileños, oro y guerrilla

Luis Bello acusa a los garimpeiros de introducir el “trabajo esclavo” en el sur de Amazonas a través de las múltiples incursiones que han hecho al territorio del pueblo aislado Yanomami desde la década de los 80 y que persisten hoy.

“Cuando llegan los garimpeiros, utilizan a los Yanomami en trabajos de minería. Es un trabajo esclavo, porque son los que realizan el trabajo duro de cargar la tierra. Allí los indígenas no tienen el control y tienen que hacerlo a cambio de ‘matoji’, que son cositas, machetes, hachas, franelas, ropa, cuchillos…”, relata el experto.

Los Yanomami habitan entre la sierra Parima y el cerro Delgado Chalbaud; en el Alto Siapa, Alto Ocamo y el río Metacuni en Amazonas; y en el Alto Caura y Alto Paragua, en Bolívar. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Los Yanomami habitan entre la sierra Parima y el cerro Delgado Chalbaud; en el Alto Siapa, Alto Ocamo y el río Metacuni en Amazonas; y en el Alto Caura y Alto Paragua, en Bolívar. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Estas invasiones han incluido episodios de sangre. Entre junio y julio de 1993, un grupo de garimpeiros armados asesinaron a 16 indígenas Yanomami, en su mayoría mujeres y niños, dentro de su shabono (vivienda tradicional), debido a los conflictos por ocupación del espacio. El episodio es recordado como la “Masacre de Haximú”.

Bello además subraya que a través de caño Iguana, caño Asita, río Parucito y caño Mosquito, los mineros violan de manera intermitente el territorio de los Hoti y el fenómeno no es nuevo. Hace cuatro años, la Organización Indígena Yabarana del Parucito (OIYAPAM) denunció ante autoridades militares la presencia de mineros que utilizaban maquinarias en los predios de los Hoti. Así lo reseñó el ‘Informe sobre la Situación Actual de los Grupos de Pueblos Indígenas en Aislamiento Relativo y Poco Contacto en Venezuela (Jödi, Uwottüja, y Yanomami)‘ de octubre de 2017.

“En octubre y noviembre de 2014 hubo presencia de grupos de mineros ilegales extranjeros trabajando minería del oro en la zona del caño Corobita, afluente del Parucito, usando para ello máquinas – motobombas, grandes mangueras y mercurio (azogue), que causan graves daños ambientales y contaminación del agua en la zona, habitada por nuestras comunidades. Los mineros ilegales, una vez que salieron del sector Corobita, se han reubicado en la zona del caño Mosquito (Yuepa), afluente del Parucito, aguas arriba”, se lee en el informe.

Lo más grave, según el documento, es que en caño Mosquito hay varias comunidades del pueblo Hoti que hasta ahora se han encontrado aisladas y sin mucho contacto, poniéndose en peligro su salud y su vida, ya que son muy vulnerables a las enfermedades introducidas por los mineros. Su hábitat y tierras también se encuentran en peligro por destrucción de la selva y por contaminación del agua con mercurio. Con el pasar de los años esta actividad ilegal ha traído como consecuencia desde el daño de grandes extensiones vegetales hasta la alteración del curso de los ríos.

Indígena Piaroa en el Alto Cuao, Amazonía venezolana. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Indígena Piaroa en el Alto Cuao, Amazonía venezolana. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Ese mismo trabajo revela que la minería ilegal también opera en territorio del pueblo Piaroa al menos desde 2014, cuando comenzó la ocupación de áreas del Alto Sipapo, Alto Guayapo y Alto Cuao, donde se explota oro y coltán. “Esta situación y los impactos ambientales y socioculturales no han sido evaluados por las instituciones competentes del Estado. Desde la perspectiva de los grupos en aislamiento voluntario del pueblo Uwottüja (Piaroas), esta intervención minera y de grupos armados se encuentra en áreas cercanas a los lugares donde hay pequeñas comunidades aisladas y negadas al contacto”, reseña el informe.

La incursión de grupos armados que menciona el documento pone la luz sobre otro hecho: la explotación del oro ha atraído nuevos inquilinos a los territorios cercanos de los aborígenes aislados. Hasta allí habrían llegado tropas del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la guerrilla colombiana que cada vez tiene más participación en el AMO y en los yacimientos ilegales, así como integrantes de las desmovilizadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), tal como lo asegura un reportaje publicado en la web Armando.info.

Vladimir Aguilar, abogado especializado en derecho indígena y director del Grupo de Trabajo de Asuntos Indígenas (GTAI) de la Universidad de los Andes en Venezuela, le explica a Mongabay Latam que los asentamientos de los irregulares en estas zonas se debe a que estos son considerados como aliviaderos. “A veces, los guerrilleros actúan como grupos de seguridad de los mineros, pues ese ha sido uno de sus mecanismos de sobrevivencia”, señala.

Sin embargo, el diputado de la Asamblea Nacional, Américo de Grazia, ha indicado de forma reiterada que la penetración del ELN está avalada por el gobierno nacional, que pretende hacer una “limpieza” en la zona para poder quitar de en medio a las bandas delictivas que comandan los yacimientos y entregarlos a las compañías extranjeras que obtuvieron concesiones del AMO.

Estructura de los indígenas Piaroa en Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Estructura de los indígenas Piaroa en Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Ante esta nueva variable, los pueblos indígenas no se han quedado de brazos cruzados. “Han tenido que pactar, llegar a acuerdos de respeto de sus territorios, de usos y costumbres, respeto a sus mujeres, sus niños y jóvenes. Lo han tenido que hacer porque el Estado está ausente en estos espacios. Los guerrilleros, por su parte, también vienen de relacionarse con grupos indígenas de Colombia, por eso pactan”, afirma el abogado Aguilar.

La respuesta de aquellos que están en aislamiento, al menos en el caso de los Hoti, ha sido alejarse todavía más. “Cada vez suben más a la cabecera de los ríos, cada vez están más metidos en las entrañas de la selva, de las montañas, del nacimiento de las cuencas de agua porque las amenazas son cada vez mayores. Su intención y pretensión es aislarse cada vez más porque ven esta civilización como la civilización del desorden, del aniquilamiento (…) Ese aislamiento es proporcional a la amenaza de sus territorios, a su fragmentación”, concluye Aguilar.

Así, indígenas Hoti, Yanomami y Piaroa están a la merced de los efectos de la minería, ya sea legal o no. La contaminación, las epidemias, los abusos, la prostitución y los crímenes que arrastra consigo la economía caótica de los yacimientos del sur venezolano, ponen en riesgo sus vidas y su derecho a permanecer en un ambiente imperturbable por costumbres ajenas a su cosmogonía.

Arco inconsulto

En 2016, el informe ‘Derechos humanos en el contexto del proyecto ‘Arco Minero del Orinoco’ en Venezuela”, presentado por las organizaciones Programa’ Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos (Provea); el Grupo de Trabajo de Asuntos Indígenas (GTAI) de la Universidad de Los Andes y el Laboratorio de Paz (LabPaz), ante la audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), ya advertía que “dentro de las poligonales”, trazadas por el AMO, estaba el pueblo aislado Hoti y el pueblo indígena Eñepá.

Viviendas del pueblo indígena Yanomami en Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Viviendas del pueblo indígena Yanomami en Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

“En efecto, en el año 2012 el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas emitió un informe sobre las medidas de protección especial para estos pueblos (…) Si no se toman medidas de protección a favor de estas comunidades, se generarán condiciones favorables para su desaparición”, afirmaban los miembros de la ONG Provea y GTAI en el documento.

Más allá del respeto hacia su territorio está el silencio que desde el gobierno se guardó sobre este proyecto que, antes de su anuncio, nunca se participó a los aborígenes. Pese a que las leyes venezolanas lo contemplan, ni a los Hoti ni a ninguna etnia indígena se le consultó sobre la implementación del AMO. Eso es lo que establecen los tratados y convenios que la nación ha suscrito tanto con la Organización de Naciones Unidas (ONU), como con la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Ese derecho está también contemplado dentro de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y otras leyes nacionales. En la Carta Magna, por ejemplo, el capítulo “De los Derechos de los pueblos indígenas” refiere la demarcación y garantía que los indígenas deben tener sobre sus tierras y se detalla que la explotación de minerales en sus entornos “se hará sin lesionar la integridad cultural, social y económica de los mismos”. Pero el plan avanza y los Hoti están cada vez más expuestos a sus peligros.

“El gran drama del Arco Minero del Orinoco es que la frontera se va ampliando porque el tema de la minería descontrolada va comiéndose el territorio como las termitas (…) La frontera no termina en la poligonal, esas son simplemente unas líneas que se van extendiendo para legalizar lo que es ilegal”, sentencia el abogado Vladimir Aguilar, quien no descarta que el proyecto gubernamental tome más tierras indígenas.

Indígena Yanomami. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Indígena Yanomami. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

El especialista sostiene que mientras se violan estos territorios ancestrales, también se atenta “contra las principales reservas de bosques y aguas del país y en la zona de mayor biodiversidad de la nación que es la Amazonía y la Cuenca del Macizo Guayanés”. Recalca que a pesar de que la Sierra de Maigualida, ocupada por los Hoti y el Alto Caura -Erebato, donde hay comunidades Yanomami, están dentro de los linderos del recién creado Parque Nacional Caura, las fronteras del AMO no han sufrido ninguna modificación y rozan parte de la nueva área que hoy está protegida constitucionalmente.

“Otro interrogante se refiere a que la creación de este parque se realiza en el contexto de la ejecución del AMO, ampliamente cuestionado por organizaciones ambientalistas, sociales, científicas e indígenas, por sus posibles impactos ambientales y socioculturales en la región. Surge la duda de si su creación es sólo formal para mitigar las críticas actuales, o si hay una verdadera intención de protección y saneamiento del área”, argumenta el informe ‘Derechos humanos en el contexto del proyecto ‘Arco Minero del Orinoco’ en Venezuela’.

Yanomamis marcharon en Puerto Ayacucho por el derecho a la vida y la salud

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El día de ayer, el pueblo indígena Yanomami agrupado en la organización “Horonami”, marchó en Puerto Ayacucho por el derecho a la vida, la salud y el respeto a su cultura. La movilización culminó en la Dirección Regional de Salud del Estado Amazonas, donde fueron atendidos por el Director Regional Dr. Enry Bracho y su equipo, junto a Marta Yavinape y Astrid Martínez, Coordinadoras de Salud Indígena y del Plan de Salud Yanomami, respectivamente.

Una comitiva de Horonami tuvo la oportunidad de exponer los problemas de salud que están padeciendo las comunidades Yanomami del Alto Orinoco, por falta de médicos y medicinas, carencias en la dotación de combustible para visitar las comunidades y trasladar emergencias, así como la falta de apoyo aéreo militar para la atención de las comunidades de difícil acceso geográfico. Luis Shatiwe, Coordinador General de Horonami, dio lectura y luego entregó un documento donde solicitaron la conformación con CARÁCTER DE URGENCIA de una MESA DE TRABAJO SOBRE LA ATENCIÓN DE SALUD AL PUEBLO YANOMAMI, con la presencia de: Dirección Regional de Salud, Plan de Salud Yanomami, Servicio Autónomo Centro Amazónico de Investigación y Control de Enfermedades Tropicales – SACAICET, Hospital “José Gregorio Hernández”, Ministerio del Poder Popular para los Pueblos Indígenas, Alcaldía del Alto Orinoco, Fuerza Armada Nacional Bolivariana y Defensoría del Pueblo. Además de la participación protagónica del Pueblo Yanomami a través de su Organización Horonami.

El Dr. Bracho escuchó los planteamientos y recibió la carta asumiendo el compromiso de convocar inmediatamente la mesa de trabajo solicitada. Además, convocó a los líderes de Horonami para una reunión que se celebró la tarde de hoy, con la presencia del equipo de la Dirección Regional de Salud y de la Defensoría del Pueblo, el Ministerio del Poder Popular para los Pueblos Indígenas y la FANB.

En la reunión, los Yanomami pudieron exponer con mayor detalle los problemas de salud que los afectan en el Alto Orinoco. Por su parte, el Director de Salud asumió el compromiso de celebrar nuevas reuniones la semana que viene con el equipo de la Dirección Regional de Salud, la Coordinación de Salud Indígena y el Plan de Salud Yanomami; así como con la Mesa de Gobierno de Amazonas, donde estarán presentes todas las instituciones involucradas.

El Director Regional de Salud también informó a los Yanomami que el Alcalde del Municipio Alto Orinoco, Mara Chamanare, pagó un vuelo al Alto Orinoco para trasladar el cuerpo de una paciente Yanomami que padecía tuberculosis y falleció en el Hospital de Puerto Ayacucho, y cuyos restos reposan en la morgue del hospital desde hace una semana.

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¡Por el derecho a la vida, la salud y respeto a nuestra cultura!

¡Por la dignidad y respeto de nuestro pueblo!

¡Salud de calidad para el buen vivir YA!

¡Hey, Nicia!, ¿Qué tal si se da una vueltecita por el alto Orinoco? preguntó  Clodovaldo Hernández hace dos años

EL PERIODISTA CLODOVALDO HERNÁNDEZ, cuadrado desde hace años con el proceso rojo rojito, que sigue escribiendo en El Universal, donde tiene muchos años y es respetado, funge  además de ser el entrevistador estrella en el pasquín que reparte gratuitamente la Alcaldía Libertador a cargo de Jorge “Audi” Rodríguez.  El primordial objetivo de CiudadCCS  es hablar mal de las demás alcaldías caraqueñas a cargo de Ocaríz, Blyde, Grateron, DoNacimiento, incluyendo la Metropolitana de Ledezma, además de caerle diariamente a la gobernación de Miranda. De allí han querido implantar la matriz de que el municipio con más crímenes es Sucre y que el estado con cifras similares es Miranda. Nunca ven la paja en el ojo propio pues Libertador se gana a todos en criminalidad.

Volviendo al colega, en “CiudadCCS” su compromiso con el proceso chavista a veces es más tenue dependiendo de quién es el sentado en el banquillo. A veces se le sale la lisonja roja al funcionario de turno, pero la mayoría de las veces se esfuerza en mantener cierto equilibrio. Por ello, viendo la incertidumbre y pasividad  que manifiesta el gobierno de Chávez, de el-Aissami, de Maduro, de Nicia Maldonado, de la Fiscal Ortega y de Diosdado y sus asambleístas rojos ante la supuesta matanza de indios en nuestro territorio, encontré éste artículo de Hernández, publicado el pasado 23 de abril de 2010 donde reclamó acciones del gobierno al que admira y sigue por una matanza  de cinco Yanomamis. Sus palabras, todas, una por una, se actualizan hoy con esta matanza de indígenas de esa misma etnia en una dimensión 16 veces superior a la de hace dos años. Hoy son más de 80 yanomamis los que habrían sido asesinados por garimpeiros brasileros.

Aquí su valiente denuncia de hace dos años (24/4/2010) en el diario libre e independiente El Universal, (no en CiudadCCS), en su artículo semanal de los viernes:

Matanza yanomami en la V República

«¡Hey, Nicia!, ¿qué tal si se da una vueltecita por el Alto Orinoco?»

 

CLODOVALDO HERNÁNDEZ |  EL UNIVERSAL

Viernes 23 de abril de 2010

Hay enigmas dignos de un shamán: por ejemplo, si tenemos un Ministerio de Pueblos Indígenas y una comisión parlamentaria de Asuntos Indígenas ¿cómo es que acaban de morir cinco yanomami, presuntamente asesinados con veneno por mineros ilegales, y ni el ministerio ni la Asamblea Nacional se han enterado?

Otras instituciones, como la Fiscalía General, están investigando. Pero el ministerio y los parlamentarios, nada. La página web del Minpi destaca como noticia que el Frente Indígena Socialista participó en el desfile del lunes. También muestra a la ministra Nicia Maldonado, la víspera del 19 de abril, bailando la yonnay el mareemaree en la esquina de Santa Capilla, un gesto que prueba su vocación multiétnica, pues esas son danzas wayuu y kari`ña, mientras la ministra es ye’kwana.

No se les puede restar importancia a esas manifestaciones culturales poco conocidas en estos predios del centro de Caracas donde sólo se baila música transgénica. Pero, es que nadie ha podido sacar a la ministra de su euforia bicentenaria y decirle: «¡Hey, Nicia!, están envenenando a los yanomami, ¿qué tal si se da una vueltecita por el Alto Orinoco?».

En cuanto a los parlamentarios, tal vez se encuentren en un viaje místico inducido por el yopo. Ninguno ha dicho una palabra, ni en castellano ni en sus lenguas originarias, sobre la presunta matanza.

Un buen amigo, Alexander Luzardo, se desempeñó como diputado en tiempos de la IV República, una época en la que defender pueblos originarios en el Parlamento era una excentricidad extrema. Luzardo, además, no era del partido de gobierno sino que pertenecía a las minorías más minoritarias (valga la redundancia). Encima, el hombre padece una discapacidad motora (es cojo, digamos entre amigos). Pero, tan pronto ocurría un abuso contra los indígenas, se movilizaba con una agilidad cunaguaresca, salvando grandes distancias geográficas y empinados obstáculos burocráticos. En pocas horas ya estaba renqueando entre tepuyes, montañas sagradas y caños del Ventuari, y había logrado arrastrar tras de sí a otros diputados, jueces, fiscales, militares y hasta reporteros de televisión.

Sin una Constitución indigenista, sin ministerio, sin comisión parlamentaria, sólo con el apoyo del cineasta Carlos Azpúrua, Luzardo puso contra la pared a funcionarios negligentes, mineros (extranjeros y criollos) e invasores religiosos de toda laya.

Me resisto a aceptar que la V República, tan prolífica en avances políticos y legales en beneficio de los pueblos indígenas, tenga que envidiarle algo a aquellos tiempos primitivos. Pero, mientras la ministra siga bailando la yonna, ese pasado -cojo y todo- gana la partida.

clodoher@yahoo.com

 

Se desvela la matanza de 80 Yanomamis por garimpeiros, mientras ministra indígena dice no saber nada

MIENTRAS LA MINISTRA PARA LOS PUEBLOS Indígenas, Nicia Maldonado, señala que ella no tiene conocimiento alguno de una supuesta matanza de indios yanomami en el estado Amazonas demostrando así el abandono del gobierno a esas etnias, las informaciones que vienen del Amazonas indicarían que garimpeiros brasileños dispararon desde un helicóptero contra esa multitud indígena guarecida bajo una gran churuata.

El gobernador de Amazonas, Liborio Guarulla, acusó a las fuerzas armadas venezolanas de no atender la seguridad de los estados fronterizos.

Mientras nadie informa oficialmente esta noche se supo que las autoridades de Brasil fueron informadas y se mostraron dispuestas a realizar las investigaciones pertinentes.

Una vez más el diario español EL PAIS (www.elpais.es) a través de su corresponsal en Caracas, la periodista venezolana Maye Primera, se adelanta a las informaciones que de una u otra forma el régimen de Chávez esconde o demora en aceptar.

Éste es su reporte desde la capital venezolana:

Un grupo indígena denuncia la matanza de decenas de yanomami en Venezuela

 

La comunidad fue atacada en julio desde un helicóptero por mineros ilegales brasileños

Las autoridades no se han acercado a la población, donde se cree que han muerto decenas de nativos

Lo que saben hasta ahora las organizaciones de derechos humanos que denunciaron esta semana la matanza de decenas de indígenas en el Amazonas venezolano es lo que sigue. Tres testigos han relatado que el 5 de julio pasado, a las 4:00 de la tarde, un helicóptero disparó e hizo explotar la choza circular —el shabono— donde vivían alrededor de 80 indígenas yanomami de la comunidad Irotatheri. El ataque habría sido perpetrado por mineros ilegales brasileños —garimpeiros— que desde hace al menos tres años explotan dos minas de oro en la zona. El lugar de la tragedia se encuentra en un extremo apartado del sureste del Estado Amazonas de Venezuela, fronterizo con Brasil, a seis semanas de camino a pie de Parima, el centro poblado más cercano; ni las autoridades venezolanas ni las organizaciones indígenas han logrado aún llegar hasta allí para verificar lo ocurrido.

El mismo día (de la masacre) tres visitantes encontraron en la comunidad los cuerpos quemados de niños, mujeres, hombres”, relata por teléfono Luis Shatiwë, representante de la organización indígena Horonami. Estas personas, a su vez, dicen haber encontrado en la selva a tres sobrevivientes de la comunidad Irotatheri, que habían salido de cacería y que al regresar escucharon el vuelo de los helicópteros, las explosiones y los disparos, y huyeron del lugar.

La información de lo ocurrido se conoció en Puerto Ayacucho, la capital del Estado Amazonas, el 24 de julio pasado y la masacre fue denunciada formalmente el día 26, en el comando local de la Fuerza Armada. “Ahora no me creen. Pero Dios me ayudará a conseguir a los testigos”, confía Shatiwë, que en los próximos días intentará llegar a Irotatheri.

Esta sería la matanza más cruenta de la que haya sido víctima la etnia Yanomami del Amazonas, pero no la primera. En 1993, 16 indígenas fueron asesinados por mineros ilegales de Brasil en la población de Haximú. En 2008 también murieron cinco indígenas en la comunidad de Momoi, intoxicados por el mercurio que se utilizan los garimpeiros para la explotación del oro y que ha contaminado extensas los suelos y los ríos de la zona.

Por episodios como estos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha suscrito un acuerdo con el Estado venezolano en el que este se compromete a garantizar la integridad del pueblo Yanomami. El documento fue firmado el 20 de marzo de 2012 y obliga a Venezuela a que se haga justicia en el caso de la masacre de Haximú y que se tomen medidas de protección y atención a favor de las comunidades indígenas.