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Normandía en la memoria, por Sebastián de la Nuez

LA CARRETERA QUE CONDUCE HACIA las playas de Normandía parece que la hubiesen sacado de la fábrica ayer tarde, de lo nuevecita que está. Dos canales por sentido con una amplia separación arbolada en medio. Se desliza a través de campos rizados de verde cuando es primavera y hace buen tiempo. El paisaje es la propia tapa de un rompecabezas: decorado ideal para filmar un picnic dominical en familia o reproducir en vivo un cuadro de Edouard Manet. Nadie diría —es un lugar común pero viene al pelo— que en estos campos y pueblos que parecen cromos de un álbum idílico se produjo en junio de 1944, hace exactamente 75 años, una de las batallas más espantosas y sangrientas de la Segunda Guerra Mundial.

 

EL LUGAR DE LOS ACONTECIMIENTOS

Basta con el GPS para llegar sin problemas. El aparatito le aconsejará al más despistado dónde desviarse y le conducirá entre grandes casas campestres de techos a dos aguas hasta una rotonda. Ordenará, entonces, tomar a la derecha —no hacia la izquierda, que va a Cherburgo— para llegar a Omaha Beach en Saint Laurent. La carretera ahora es estrecha y sinuosa, con edificios de piedra de dos plantas a ambos lados, y esas casas campestres muy distanciadas entre sí. De una localidad a otra, andando en automóvil, apenas unos segundos. Se anuncia a la derecha el cementerio militar americano. No hay gente caminando por los bordes de la carretera, que son siempre de césped bien cortado y verdecito. Pocos autos transitando; no hay gente al frente de las casas en un día cualquiera de septiembre. En un amplio prado, junto a la vía, pastan unas cincuenta vacas lecheras que parecen maquilladas para un comercial de quesos. El cielo es de un azul transparente. Llega un momento en que el camino se divide en T. Tomando la dirección izquierda se llega a una gran explanada con un monumento grueso en el medio, y detrás, la amplia franja de mar eterno y amenazante. Por ahí entraron miles de soldados hace 75 años. Llegaron de madrugada a liberar a una Europa acogotada hasta la asfixia por el nazismo. Esta es la playa emblemática de la liberación, donde tuvo lugar el comienzo del fin de la opresión. Pero a la vez debe advertirse, en honor a la realidad, que allí no fue donde se filmó Buscando al soldado Ryan.

La playa muestra todo el tiempo un copete de espuma bajo cielo encapotado. Es la primera impresión que da: aun cuando el tiempo sea primaveral en el resto de Normandía, la atmósfera sobre su costa siempre lucirá tormentosa, cargada de plomo gris. La segunda impresión es la permanente huella de lo norteamericano. Todo en los alrededores luce muy intervenido, urbanizado y turístico. El restaurant con nombre gringo, el museo que maneja alguna asociación de veteranos estadounidense. Lo que la gente ve en fotografías y películas no se relaciona con esta franja de playa sin bañistas cortada por una larga lámina de cemento armado. Las casas del otro lado de la vía —asfaltada, por supuesto— parecen mansiones veraniegas y llevan encima, casi todas, la bandera de las barras y las estrellas.

La mano del ayuntamiento respectivo que vela por el turismo está demasiado presente; y ese tono a suburbio californiano opera en contra de la memoria. Quizás el visitante tenga la sensación de que la zona ha sido preparada para los paseos patrióticos de los bachilleres de fin de curso.

Y sin embargo, ese mar con mala cara es el mismo de entonces. Eso no se puede cambiar. Como sigue siendo el mismo aquel búnker en un recodo desde el cual, a lo lejos, parece sobresalir el cañón de una ametralladora. Hay vestigios o asuntos de la madre Naturaleza que congregan, a pesar del nuevo ropaje, los fantasmas nacidos aquí hace 75 años.

La noche anterior al 6 de junio del 44, 18 mil paracaidistas británicos y estadounidenses se habían lanzado tierra adentro y trataban de capturar puentes esenciales. También buscaban desbaratar las líneas de comunicación alemanas. La ciudad de Caen es hoy una preciosa combinación de lo citadino moderno y lo rural medieval, con una impresionante iglesia gótica que se ofrece al visitante apenas llegar a su perímetro central. Caen fue el pueblo más sufrido durante la toma de la costa por parte de los aliados. Es una prueba de la capacidad re-constructiva del hombre.

A las 6:30 am desembarcaron las primeras tropas, primero las de Estados Unidos con sus carros anfibios por la playa Utah, y luego las tropas británicas por Gold y Sword seguidas, en la playa de Juno, por dos mil 400 canadienses apoyados por 76 carros de combate anfibios. Todos esos nombres clave de las playas quedaron para siempre.

Solo en la de Omaha los alemanes habían logrado inmovilizar a las fuerzas de ataque estadounidenses, compuestas por casi 35 mil hombres en un perímetro de kilómetro y medio de ancho. Tanto los estadounidenses como los británicos perdieron más de mil hombres cada uno, solo el primer día de la batalla. También murieron 355 canadienses. El general Spraatz dio la orden de convertir a las plantas de petróleo alemanas en el principal blanco de las fuerzas aéreas estratégicas. Los británicos habían descifrado un mensaje alemán donde se señalaba que este era su punto débil, la escasez de petróleo.

A las 10:15 llegó la información sobre la invasión hasta el mariscal de campo Erwin Rommel —el zorro del desierto—, quien se encontraba en Alemania. De inmediato regresó a Francia con la instrucción de «devolver al mar» a los intrusos antes de la medianoche. Era la orden directa de Hitler.

Pues bien: no pudo cumplirla. A medianoche de ese 6 de junio ya estaban en tierra 155 mil militares aliados.

Lo que va quedando de los testimonios directos de la Segunda Guerra Mundial es su eco, vestigios orales traspasados de una generación a otra. Hay millones de fragmentos, pequeñas historias que no necesariamente se encuentran en las grandes narraciones que han recogido hasta la saciedad lo ocurrido. La crónica paralela ha corrido una vida mediática frondosa y seguirá, no pierde interés la heroicidad y la Historia que se escribe con mayúscula. Otra cosa son las pequeñas historias de la penumbra. Las que yacen bajo tierra, o son recuerdos perdidos en un desván o en una gaveta. Sobreviven, pero hay que saber detectarlas y rescatarlas. Puede que no sean sino ligeros datos sueltos como los que atesora la profesora Anne. Anne siempre recordará la afición de su padre por el swing. ¿De dónde le nació esa especial sensibilidad sonora? Muy sencillo. El padre de Anne contaba apenas 8 años cuando ocurrió el desembarco en Normandía. Había nacido en Le Havre, ciudad portuaria muy cercana al punto del desembarco. Fue ese caballero comandante de tanqueros, como su propio padre, o sea, el abuelo de Anne. Una estirpe marinera, pues. ¿No es cierto que todo marinero adora la libertad?

Anne da clases desde hace tiempo en la Universidad de las Antillas, cuya sede principal se encuentra en la isla de Martinica. Recuerda a su padre con cariño, ese que amaba el jazz. ¿Por qué no habría de amarlo, él al jazz, si le recordaba a quienes llegaron el 6 de junio de 1944 a liberarlo, a él y al resto de sus seres queridos y, de paso, a toda Europa?

Spielberg mintió al trampear la playa que le sirve de fondo a su película. No mintió en la matazón espantosa. No mintió al describir la valentía de sus coterráneos, aunque, por supuesto, también hubo ingleses y canadienses que no les iban a la saga en arrojo.

Los norteamericanos llevaron la voz y pusieron el alma y el cuerpo por miles aun viniendo desde el otro lado del Atlántico. La aureola de nación que da la vida por la libertad la trae Estados Unidos hasta el presente, hasta estos remansos del siglo XXI cuando renacen fascismos, de izquierda y de derecha, en varios puntos del mundo, incluso en su llamado patio trasero. Es una responsabilidad histórica, como quiera que se vea y a pesar de la leyenda negra, que también arrastra en paralelo y con sus razones.

En honor a la Norteamérica libertaria, hoy, me sentaré a escuchar el piano maravilloso de Bill Evans en su disco Explorations. Tal como hubiese hecho el papá de Anne.

 

@sdelanuez

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Mueren un rehén y dos secuestradores en una iglesia en el noroeste Francia

rehenes en fracia

Al menos un hombre, un sacerdote según las primeras informaciones, murió hoy en la toma de rehenes en una iglesia de Saint Etienne du Rouvray, junto a la ciudad de Ruán, en Normandía, en la que también resultaron abatidos los dos secuestradores.

Dos hombres armados secuestraron al cura junto a dos religiosas y a dos fieles cuando se celebraba una misa matinal en la iglesia, poco antes de las 09.45 hora local (07.45 GMT).

Otro hombre que fue herido en el suceso se debate entre la vida y la muerte, según informó a la prensa el portavoz del Ministerio del Interior, Pierre-Henry Brandet.

La sección antiterrorista de la Fiscalía de París asumió hoy la investigación de la toma de rehenes y encomendó a la Subdirección Antiterrorista (SDAT) y a la Dirección General de la Seguridad Interior (DGSI) las tareas de investigación de lo sucedido, señaló en un comunicado.

Una tercera religiosa que pudo huir dio la voz de alarma a las autoridades, que rodearon el templo con agentes del cuerpo de elite de la Brigada de Investigación e Intervención (BRI) de la Policía, los cuales abatieron a los secuestradores cuando estos salían de la iglesia en circunstancias que aún no han sido aclaradas.

Según la emisora pública «France Info», la monja que logró huir habría dicho a la policía que los hombres profirieron proclamas islamistas al entrar en la iglesia, si bien esta información no ha sido confirmada.

Los servicios de artificieros tratan en estos momentos de descubrir si puede haber explosivos ocultos en la iglesia, a la cual todavía no se puede acceder, detalló el portavoz de Interior.

El presidente francés, François Hollande, originario de la vecina ciudad de Ruán, ha llegado a Saint Etienne du Rouvray, acompañado por el ministro del Interior, Bernard Cazeneuve.

El primer ministro, Manuel Valls, expresó en una primera reacción a través de Twitter su «horror» frente al «bárbaro ataque en la iglesia, que «hiere a todos los franceses».