Los interesados en topar con los orígenes de la antirrepública en Venezuela no irán descaminados cuando se detengan en los pormenores de la intolerable mandonería y vanidad de Guzmán Blanco
En 1879, después de que sus aliados acaban con la reacción del alcantarismo, Guzmán regresa del exterior como un poseso a hacer lo que le parece con la política y con el manejo de los ejércitos. Sin consultar con los caudillos que han facilitado su retorno, disminuye los distritos militares para facilitar su inspección desde Caracas. Tras el mismo objetivo, reduce el número de los estados que formaban el mapa de la república. Pretende un dominio sin escollos mediante la reducción de los cuarteles y la limitación de las clientelas lugareñas. Nadie se opone a su voluntad, parece que domina sin trabas a caudillos y políticos. Las protestas de la prensa se cambian por un silencio reverencial, hasta el punto de que resuelva, como si cual cosa, volver a Europa después de pasar una breve temporada en el país.
Dice que viaja para traer de nuevo a su familia que está en París, pero en realidad desea que en Francia lo reciban como jefe de Estado, con las pompas del caso. También lleva en la cabeza una idea de progreso material que, aunque levemente, le estallará como una bomba en la cara. La ha concebido en la víspera, mientras el presidente Linares Alcántara preparaba su reacción, la ha trabajado con un hombre de su confianza, José María de Rojas, y siente que ha llegado la hora de concretarla.
Se trata de un insólito plan de negocios que ha concebido con un empresario llamado Eugenio Rodríguez Pereire para el fomento masivo de las riquezas de Venezuela. El empresario proviene de una familia sefardita de origen portugués que ha llevado a cabo grandes negocios con el apoyo del régimen de Napoleón III, y ahora pretende extender sus conexiones en áreas del trópico. Rojas suscribe un protocolo con el negociante, el 18 de agosto de 1879, para que comience la explotación de las riquezas naturales del país que esperan su impulso benefactor.
El protocolo suscrito con Rojas permite a Pereire la posesión de las tierras baldías que fueran necesarias para asentar masas de inmigrantes en Venezuela, que trasportaría y asentaría sin consulta del gobierno. Por si fuera poco, autorizaba la explotación de todos los yacimientos de carbón mineral, así como los depósitos de fosfatos y guanos y la tala de los bosques del Amazonas, el monopolio de vapores en los ríos más caudalosos y en los lagos de Maracaibo y Valencia; la colonización de las Dependencias Federales, concesiones agrícolas, industriales y mercantiles, el establecimiento de una casa de moneda, la fundación de bancos, la fabricación de dinamita y la construcción de un cable submarino.
Todo lo maneja en secreto Rojas con la anuencia de Guzmán, quien ha sido el entusiasta promotor del negocio, y en Venezuela solo se enteran cuando el documento se ha registrado en París. Pese a la influencia del autócrata, a sus temibles intemperancias y al poder que acaba de rescatar, la lectura del convenio genera un escándalo de grandes proporciones.
En el sumiso gabinete surgen reacciones de indignación que salen de su despacho a la calle. Antonio Leocadio Guzmán atribuye el abuso a Pedro José de Rojas, para salvar de responsabilidades a su hijo; y algunos periódicos llegar a sugerir que ha retornado el tiempo de los borbones que crearon el odioso monopolio de la Compañía Guipuzcoana. ¿Qué hace Guzmán ante las respuestas? Remite una insolente carta a su padre, para que la publique en la prensa. Veremos ahora lo fundamental de su respuesta, que se lee con estupefacción en los corrillos a partir de su circulación, el 29 de octubre:
Es mala fe atribuir el proyecto a Rojas; ¡infamia, cobardía! Lo atacan porque no tiene el Poder, como lo tengo yo. (…) No hay en Venezuela quien crea que en mis planes influye persona nacida. Todos saben que lo que concibo y hago es parto de mi cabeza y de mi voluntad sin siquiera discutirlo con nadie. Rojas ha firmado el contrato, y no hay en él ninguna cosa que no haya sido inspiración mía. (…) Si hay alguien que rechace estos mis grandes esfuerzos, tan acertados como patrióticos, eso, aunque tomara la forma de la opinión pública, lo despreciaría, como desprecio lo que quiera que estén pensando los indios de la Goajira o del Caroní.
Ese falaz alboroto con motivo de mi contrato con Pereire es, después de todo, una osada agresión contra mi autoridad moral, autoridad que me es indispensable para realizar lo que los pueblos esperan de mi Gobierno. Yo debo y quiero rechazar la intentona, mientras medito el escarmiento que merecen los hombres inmorales que me tratan así, al mismo tiempo que los estoy colmando de honores, y contribuyendo a que ganen grandes sueldos en tesorería. Por eso quiero que dejes publicar esta carta, quedando desde ahora notificados para que a mi llegada sepa cada uno a qué atenerse.
Miembros del gabinete, como los ministros Urbaneja y Aristeguieta, amenazan con renunciar a sus funciones. León Colina prepara una invasión armada desde las Antillas, que fracasa por falta de apoyos. Algún periódico aconsejado por la cautela se atreve con una crítica superficial, pero no se conocen entonces reacciones de mayor calado capaces de inquietar al individuo que ha despreciado a los miembros de la élite y vapuleado al pueblo hasta extremos de grosería. El Protocolo Rojas Pereire permanecerá en el limbo porque Guzmán, en algún momento de cordura, quizá sienta que exageró en sus planes, pero su sacrosanta persona continua en las alturas como si no hubiera quebrado un plato.
El 19 de enero de 1880, en su hacienda de Guayabita, recibe el apoyo de los delegados militares para el inicio de la reforma constitucional y para que se mantenga la reducción de los estados de la república, que antes eran veinte y ahora son siete por su infalible voluntad. Acababa de concluir la jornada del “Desagravio Nacional”, en cuyo acto estelar se restituyen las estatuas del Ilustre Americano que había derrumbado el pueblo de Caracas en un rapto pasajero de republicanismo.
La reacción frente al Protocolo Rojas Pereire, que apenas se aproxima a un exceso intolerable de mandonería y vanidad, que solo lo toca con el pétalo de las rosas, así como la continuidad de una escandalosa autocracia después de exhibir sin recato sus vicios más deleznables, remiten a un tiempo de oscuridad que parece cosa del pasado, pero que tal vez no se haya desvanecido cabalmente. De allí la importancia de reconstruirlo ahora. Los interesados en topar con los orígenes de la antirrepública en Venezuela, no irán descaminados cuando se detengan en los pormenores de esta infamante vicisitud.