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Esto no es normal

#EstoNoEsNormal | El sancocho y las cenizas

NUNCA PENSÉ QUE ESTARÍA TANTO TIEMPO A OSCURAS, sin comida en casa, sin poder recibir transferencias bancarias. Mi trabajo depende de Internet y de cuánto logre escribir en un día; no gano mucho, pero le doy de comer a mis hijos.
Quedarme sin luz e incomunicada me tomó por sorpresa, pero la gallardía de mis hijos de no quejarse por lo mal que comieron esos días fue lo primero que me conmovió hasta los tuétanos.

La segunda noche llegamos al edificio y encontramos a los vecinos jugando dominó y cocinando en el estacionamiento. Sin saber de nuestra situación, simplemente nos pusieron un plato de comida en las manos. “¡Venga vecina, pruebe esto que está bueno!”. El más pequeño entró directo a jugar con su amiguito y cuando volvió ya había cenado. La que nos vende el queso me despachó un pedazo. “Me lo pagas cuando se normalice todo, tranquila”.

Estas son las cosas que parecen pequeñas, pero son grandes ante los ojos de Dios, son cosas que nos dicen que la gente noble y buena es mayoría, que tenemos esperanza de renacer desde las mismísimas cenizas que nos dejen los gobernantes actuales cuando se vayan.

Lo que no es ni puede ser normal es la barbarie, el canibalismo y la usura que campean por las calles y muy pronto volverán a relegarse.

 

María Elena Adraz
Maracay

#EstoNoEsNormal | 12 pisos de oscuridad y el día de la mujer

EL ZUMBIDO DEL AIRE ACONDICIONADO DEJÓ DE ESCUCHARSE a eso de las 4:50 de la tarde. La maleta lista en la puerta anunciaba el inicio de mis vacaciones. Escribí por el grupo de vecinos “¿Se fue la luz?”. Todos respondieron: Sí, parece un bajón temporal. Le escribí a mis amigas para decirles que tendríamos que posponer el viaje. “Esa vuelve más tarde”, me escribieron optimistas. A partir de ahí todo fue un viacrucis.

Doce pisos me separan del suelo. Pienso en mis papás, alejados de la realidad por treinta y dos plantas de concreto y cabillas, allá en Parque Central. Me preocupa mi mamá, debe nebulizarse, conectarse a un desconcentrador de oxígeno. Estar literalmente enchufada a varias maquinitas. Las horas pasan. No hay agua. No hay luz. No hay comida en la nevera. Nadie tiene una respuesta oficial a esta tragedia. Todo en mi casa es eléctrico, inclusive la cocina.

Llega el 8 de marzo, día de la mujer, me viene la regla. Estoy confinada, sin batería en el celular, sin saber de los míos. Enterándome poco a poco de lo que pasa afuera. Comiendo una vez al día, rindiendo las dosis justas de agua potable. Esa noche saquean en mi cuadra una cauchera. Del miedo duermo en el piso, rezo. No sé si Dios atiende estas súplicas o si hay peores infiernos que este.

Por: Batita González

@batita_gonzalez

Caracas

#EstoNoEsNormal | La lata de atún y el apagón, por Katherine Pennacchio

LA ÚLTIMA DISCUSIÓN QUE TUVE CON MI NOVIO hace un par de semanas fue por una lata de atún. Él, como buen descendiente de gallegos que han vivido guerras y penumbras, está acostumbrado a tener reservas de comida en su casa. Yo, como buena hija de venezolanos que por generaciones vivieron la abundancia del boom petrolero, siempre pienso que «ya se verá cómo se resuelve» y nunca tomo las previsiones necesarias.

Hace un par de semanas vi que él tenía guardadas varias latas de mi atún favorito y me antojé de comer arepas con atún, algo muy común en la Venezuela anterior a la escasez y la hiperinflación y casi inaccesible en estos tiempos. Pero mi novio me dijo tajantemente que no, que esas latas estaban allí «por si pasaba algo». Yo, que he visto varias veces cómo sus reservas se pasan de la fecha de vencimiento, no entendía su obsesión por mantener esas latas guardadas. «No va a pasar nada», «Estás exagerando», «Se te van a vencer», le dije molesta.

No tuvo que pasar mucho tiempo para darme cuenta de mi error: el apagón del 7 de marzo me agarró desprevenida, sin reservas de comida en casa, sin agua suficiente, sin carga en el teléfono y sin cocina a gas. Las latas de atún que mi novio no me dejó comer, así como su previsión gallega en la penumbra caribeña, fueron la salvación.

@KathyPennacchio

#EstoNoEsNormal | La torta y la pistola

ES MEDIODÍA Y EN UN RESTAURANTE-BODEGÓN del Este de Caracas hay mucha gente. Unos comen sushi, otros hamburguesa; la mayoría pide cervezas artesanales y algunos se pasean viendo las neveras llenas de carne y pescados importados.
Un sándwich –lo más económico de la carta- cuesta igual que un salario mínimo integral. El menú del día, dos salarios. El sitio está lleno y hay que esperar por una mesa.

Cada cierto tiempo entran hombres con ropa negra de escolta, bolso negro terciado sobre el abdomen de escolta, botas negras de escolta. Todos hacen llamadas y reciben indicaciones para hacer la compra.

Pasadas las 2 de la tarde llega una mujer -ropa negra, koala, botas- con su pistola: un enorme hierro resplandeciente asfixiado dentro de la pretina del pantalón. Apenas entró pidió ayuda de los vendedores para encontrar una torta. Varios la acompañaron al estante de los dulces.

Ella eligió la de chocolate y, durante varios minutos, dio vueltas por el lugar con la torta y la pistola. Su teléfono sonó varias veces para escuchar indicaciones de su jefe. Después de devolverla porque costaba 100 millones de bolívares, recibió otra llamada que la hizo molestar: ahora sí querían la torta. Con el arma en el cinto y expresión de disgusto llegó a la caja dispuesta a pagarla. Aunque su jefe había decidido que la comprara, ella no estaba de acuerdo: le parecía un robo.

@laurahcastillo

#EstoNoEsNormal Los cigarros, el efectivo y la gasolina

DESDE HACE MESES OLVIDÉ LO QUE ES PAGAR por un servicio o un producto con grandes sumas de efectivo. Soy muy joven para recibir pensión, me niego a pasar largas horas en el banco para obtener sumas que no me alcanzan ni para comprar un caramelo y no recuerdo la última vez que encontré un cajero con dinero.  La hiperinflación nos ha convertido en una economía de pases de tarjetas y transferencias.

Ante la imposibilidad de conseguir efectivo he visto personas que, aunque no fuman, compran cigarros para entregar al parquero, al que se encarga de echarle aire a los cauchos, al que ayuda con las bolsas y así: la escasez de billetes estimulando un vicio.

Cada vez utilizo más la frase “lo siento, no tengo efectivo” y la gente alrededor comprende. Sin embargo, a la hora de echar combustible trato de tener encima uno que otro billete. Hace un par de semanas fui a una estación de servicio, llené medio tanque con gasolina de 91 octanos y el monto a pagar era 25 bolívares. Por alguna inexplicable razón aún tenía un par de billetes de 20 y se los di al bombero. Me miró y se echó a reír: “Ja, esto ya no lo aceptan en ningún lado. Pa’ la basura.”

Los dos billetes quedaron junto a los desperdicios. Nunca me había pasado. En ocasiones me dejaban ir sin pagar o lo aceptaban con mala cara, pero jamás había visto cómo los botaban sin remordimiento. Hay algo en mí que me impide botar el papel moneda, aunque no tenga valor; es casi la misma sensación que me da al tener que botar un libro deshecho.

Por ahora, siguiendo el ejemplo, tengo siempre una caja de cigarrillos en mi cartera a pesar de que no fumo. Al menos sé que no van a terminar en la basura.

#EstoNoEsNormal  Truman y la boloñesa

@franzambranor

 

La alarma no sonó. Por más que la presioné varias veces para desactivarla, el bendito bombillo rojo del suiche del carro nunca se encendió. En plena calle, frente a la Clínica La Floresta, en Chacao, a las 11 de la mañana de un miércoles cualquiera, el carro de la familia estaba desguarnecido. Halé la manilla del copiloto y abrió. Lo primero que se me vino a la mente fue la batería. Esa que había costado tanto conseguir, esa por la que esperamos dos semanas, esa por la que tuvimos que pagar el triple de su costo para no ir a hacer una cola de días en la Duncan, esa misma, todavía estaba allí. Respiré. Ahora el desasosiego se trasladaba a la retaguardia del vehículo: el caucho de repuesto. Ese que robaron una vez que ingresaron al edificio, también en pleno día, aprovechando un desperfecto de la puerta mecánica del estacionamiento; ese que hubo que comprar con todo y rin, ese que significó un préstamo considerable a un familiar; ese mismo, gracias a Dios, también estaba.

La inspección ahora era dentro del carro. Mi morral, el que me acompañó durante toda la pasantía por la universidad, compañero de mil batallas, aliado de pernoctas y viajes, no estaba. Allí lo que tenía era el almuerzo de ese día y el libro “El pasajero de Truman” de Francisco Suniaga. No fue el teléfono celular, no fue un neumático. Esta vez me hurtaron la comida: una pasta boloñesa que nunca probé. Un vulgar ladrón gastronómico y literario, que probablemente degustó el manjar cocinado con devoción por mi esposa e ignoró la historia del escritor margariteño sobre el político venezolano Diógenes Escalante que se volvió loco en plena campaña electoral para ser presidente de Venezuela. Ese vándalo me dejó hambriento estomacal e intelectualmente. No conforme con la rabia e impotencia de haber sido despojado de mi JanSport con fondo de cuero, el “cuidador” del sector se me acercó con ímpetu de pedirme dinero por “haberle echado un ojo al carro”.

#EstoNoEsNormal Las pacientes flacas y la ciudad muerta, por Jesús Colmenares

@bordon1

SOY MÉDICO OBSTETRA VALENCIANO. A diario repaso todas las alternativas posibles para tratar a mis pacientes ante la terrible escasez de medicinas en el país, con la frustración  de ver cómo la mayoría de las gestantes pierden mensualmente peso en vez de ganarlo.

Tengo una de 22 años con 18 semanas de embarazo y pesa 38 kilogramos, está pálida, triste, pero con la esperanza de recibir el bono prometido por el gobierno (sí, en minúsculas) y así poder comprar, si alcanza, algo que a todas ellas les falta: alimentos, medicinas, pañales, fórmulas lácteas, etc. Finaliza mi consulta, 5 pm, retorno al hogar y observo la desesperación de algunos por conseguir transporte como sea, en cavas, camiones de estaca, en el Metro que solo fue  concluido hasta la mitad de la ciudad por la corrupción que nos aqueja desde hace mucho tiempo … y muchos a pie. Otros hurgan entre la basura para llevar la cena a su mesa.

Se va apagando la ciudad, percibo una extraña sensación de desconsuelo, de desolación, de tristeza, de gente viva pero que aparenta estar muerta. Soy médico, también paciente, soy padre, esposo, tengo madre y hermanos, soy ciudadano y pertenezco a una sociedad que se niega a que esto continúe. No lo merecemos.

 

#EstoNoEsNormal El profesor de inglés y los servicios públicos, por Jesús Contreras López

@shaggy_san

NACÍ EN GUAYANA PERO VIVO EN MÉRIDA, una de las ciudades más castigadas por la falta de servicios públicos…Todos.

Como venezolano común, trabajo en muchas cosas: soy traductor, profesor de inglés y de español de  niños y adultos, y también soy cantante profesional por las noches. En casa no tenemos gas desde hace dos meses, ni agua contínua desde hace tres años. A eso se sumó el problema eléctrico que ahora sacude a todo el país.

Hace un mes decidí que no podía continuar trabajando en el preescolar dándole inglés a los niños porque la crisis de transporte, traducida en huelgas, aumentos de 200% sin aprobación municipal y, por supuesto, la falta de efectivo, no me permitía poder llegar a tiempo a mi lugar de trabajo. Opté por trabajar desde casa, en una empresa que da clases de español online a extranjeros. El primer día, empezaron los cortes programados (y no programados) de electricidad por lo que desde que empecé no he podido cumplir la jornada diaria como es debido. Opción B: usar los datos de mi celular para conectarme, pero ninguna de las 3 operadoras tiene buena cobertura aquí.

Mientras tanto, tuve que sacar 3.000.000 bolívares para poder comprar los 2 encendedores de la cocinita eléctrica que se nos dañó por los bajones de luz y tuvimos que usarla obligatoriamente todos los días por la falta de gas. También 1.500.000 para reparar la PC que se dañó por lo mismo y aún falta el televisor. que también está dañado. Pero no hay prisa, porque desde hace 2 meses el cable no sirve y la empresa no da respuesta.

Sí, hemos preguntado por las plantas o un UPS, y ni querrán saber cuánto cuesta.

¿Moraleja? No tragarse tanta impotencia, porque mi esposa, mi hijo y yo tenemos gripe,y todo se debe remediar al natural: un jarabe para la tos va por el millón de bolívares.

No, no es normal, para nadie. Y cansa.