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Un año perdido, por Marianella Salazar

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Nicolás Maduro aprovechó los días de la Navidad para sacarnos los billetes y los ojos a los venezolanos, darle más vértigo a la política y negarnos cualquier momento de felicidad aunque sea en medio de esta ruina general, provocada con la maldad y alevosía que caracterizan a cualquier malandro que sale a robar y nos deja hundidos en la miseria. La desesperanza ha terminado por calarnos hasta los huesos y parece que en el horizonte se ha instalado un muro que no vamos a poder saltar. Tal día como hoy, hace un año, después del resultado apoteósico de las elecciones parlamentarias, nos encontrábamos eufóricos, aunque sabíamos que no era fácil para el régimen aceptar su derrota y dejar que la mayoría ejerciera su facultad contralora sobre toda la administración pública,  pero estábamos seguros de que el camino para recuperar la democracia estaba allanado; nunca pensamos que la situación iba a empeorar a niveles insospechados, que las libertades serían conculcadas, que seguirían presos los dirigentes, activistas políticos y ciudadanos comunes que se atrevieron a protestar y hasta opinar en el Twitter, que muriera gente de mengua en los hospitales, que hurgaran en la basura para comer.

Recordaré este 2016 por ser el año de las esperanzas frustradas, concebíamos una Asamblea que haría cumplir el mandato de cambio que le ordenó el pueblo en las elecciones del 6-D. Soy de las que pensé erróneamente que Henry Ramos Allup era el hombre para liderar la transición hacia la democracia e implementar una salida constitucional; el contundente discurso en la instalación del Parlamento, el 5 de enero, en el que anunció con bombos y platillos la salida del gobierno en seis meses y la inmediata destitución de los llamados magistrados express devolvieron la confianza, pero, el veterano dirigente adeco sucumbió demasiado pronto a la tentación de convertirse en candidato presidencial y esa ambición largamente insatisfecha lo llevó a una confrontación inútil, apeló a su verbo hiriente –en ocasiones escatológico–,  con ofensas impropias para una figura con el papel de presidente del Parlamento, eso facilitó que se trancara el juego y permitió al gobierno salirse con la suya al castrar de una forma ignominiosa a la Asamblea Nacional e imponer un diálogo que le sirvió a Maduro para seguir en el poder y violar  aún más los derechos humanos.

Encuestas

En el último sondeo de Meganálisis –que no es precisamente una encuestadora  servil ni cómplice de dirigentes del oficialismo ni de oposición, como algunas  expertas en crear escenarios virtuales absolutamente inexistentes–, realizado durante la primera semana de este mes de diciembre, los resultados no pueden ser más preocupantes: 71,3% de los encuestados piensa que la AN no logró los objetivos planteados y cuestiona su credibilidad, en cuanto a Henry Ramos Allup, su popularidad se ubicó en los últimos lugares (en el hipotético de que  las elecciones presidenciales se realizaran en este momento) y cayó  de penúltimo con apenas 3,5%, seguido por Henry Falcón con 3,1. Los resultados de esos estudios arrojan en el primer lugar a Leopoldo López, con  22,0 de las preferencias, seguido por Capriles Radonski con 9,5 y María Corina Machado, quien a pesar del victimismo rencoroso en filas masculinas de alguna dirigencia opositora con altos niveles de misoginia, logra un tercer lugar de popularidad con 9,0, gracias a la fuerza y coraje con la que viene capitalizando  el descontento. 2017 será como dicen mucho peor, y no ya por la crisis, sino porque estaremos más entrenados en la sobrevivencia y la humillación. En esta Navidad solo nos queda brindar por los buenos días del pasado y por los sueños imposibles. Seguir vivos es nuestra victoria. Regresaré en enero…

 

@AliasMalula

El Nacional

El peligro de las esperanzas políticas por Ángel Oropeza

esperanza

 

La esperanza es el sueño del hombre despierto”(Aristóteles).

 

Ante la escandalosa tribalización del país, mucha gente habla de aferrarse a la esperanza. El asunto con la esperanza es que, al igual que ocurre con cierta forma de asumir las religiones, ella puede constituirse en un extraordinario factor de liberación y crecimiento, o en un castrante elemento de adormecimiento personal y colectivo.

Algunas personas conciben la esperanza como la confianza en que ocurrirá o se logrará lo que se desea. Es esperar que pase lo que se quiere. Sin embargo, desde una acepción mucho más activa, la esperanza es una virtud que se construye, una virtud mediante la cual la persona pasa de la situación pasiva de suceder a la condición activa de existir. Siguiendo a Tomás de Aquino, la esperanza es lo que anima, y por tanto es inseparable de la acción.

Solía decir Václav Havel que la esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la creencia de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido y que vale la pena luchar por él. Por eso la esperanza no es un aguardar pasivo, sino una actitud de construcción, de labrar lo que se busca conseguir, de sembrar lo que se quiere cosechar.

Una esperanza mal entendida, en el sentido de simplemente confiar que las cosas van a cambiar “porque esto no lo aguanta nadie”, o en el sentido mágico optimista de suponer que los cambios que se desean son inevitables, puede ser tan peligroso como inconveniente. Tal postura, en vez de movilizarnos a hacer cada uno su parte para viabilizar y hacer posible los cambios necesarios, puede conducirnos a una actitud pasiva-contemplativa muy alejada de lo que hoy necesitamos.

La MUD acaba de anunciar la convocatoria a una enmienda de la Constitución y al revocatorio presidencial como parte de una serie de mecanismos para intentar superar la crisis. No se trata ahora de “esperar” a que alguno de ellos ocurra. La estrategia, para ser exitosa, tiene que ser simultánea e inseparablemente política y electoral. Es una línea de sistemática acción política basada en la continuación de la organización popular, y que tiene su necesaria e irrenunciable expresión electoral. Como lo hemos afirmado en otras oportunidades, si la estrategia no incluye las dos cosas, pues simplemente está condenada al fracaso.

Cuando se habla de acción política, nos referimos al trabajo de retomar y vigorizar la conexión con las organizaciones populares, acompañar y hacer conectar entre sí las manifestaciones de protesta social, robustecer a la MUD como instancia de viabilidad y fortalecimiento de las fuerzas democráticas, seguir abriendo las puertas al pueblo oficialista desencantado, y colaborar con la despolarización y el acercamiento entre los venezolanos. Pero también se trata de acelerar –sin pruritos ni reticencias no acordes con la urgencia y gravedad del momento– un acercamiento, conversación, negociación política, acuerdo mínimo, consenso básico o como quiera llamarse, con aquellos sectores del oficialismo que no quieren que el país se pierda o no están en ese juego, para lograr una transición necesaria que pase por la remoción de la actual clase gobernante, y que le dé oportunidad a su proyecto político de mantenerse más allá de Maduro y Cabello.

Así mismo, la acción política inseparable de la estrategia de cambio supone diseñar tareas políticas y de organización concretas que puedan desarrollar los ciudadanos, desde sus comunidades y hasta de sus propias casas. Se trata de involucrar a la gente en una agenda cronológica de luchas y actividades que no solo incentive y fortalezca la movilización sino que, al desarrollarlas, sirvan como escudo disuasivo que haga difícil cualquier desenlace distinto al que provenga de la soberanía popular.

Nuestro reto, el de la dirigencia y el del pueblo, es dotar de sentido y contenido a la esperanza, de modo que ella deje de ser solo un deseo, y se convierta en una formidable fuerza política que haga indetenible el cambio en la conducción del país.

 

@AngelOropeza182

El Nacional

Dijo Dios: ayúdate que yo te ayudaré por Armando Martini Pietri

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No importa si fue al Dios de los cristianos, al Jehová de los judíos, al Alá de los musulmanes, cualquier ídolo africano o a los dioses y demás misterios de la santería afrocubana a quienes rezaron Maduro y algunos jerarcas angustiados. Lo que cuenta es que parece que ninguno le hizo caso. O puede ser que ni Maduro ni los altos capitostes recen, quizás sean ateos o, como mínimo, desinteresados religiosos. Cualquiera entiende que hoy día este país está «abandonado de Dios».

 

Lo cual no deja de ser injusto, porque con el Gobierno estaríamos también abandonados quienes no tenemos culpa de nada, pero somos responsables de haberlos elegido para que nos representen, pero sólo se representan a sí mismos y a sus intereses. Un verdadero drama que la colectividad no logra superar. Una dolorosa y amarga decepción. 

 

Han sido demasiados disparates y todas las bases del país han cedido en rápida sucesión. La crisis moral y de ética, la decencia, la honestidad, las buenas costumbres, la cortesía básica se hundieron, el doble discurso, la doble moral, la crisis social, económica y política, han hecho estragos. La solución ahora está mucho más lejos del repertorio de herramientas fallidas y respuestas superficiales que hemos utilizado en el pasado para resolver nuestras crisis. Aquella triste y resignada expresión de “Dios proveerá”, no ha sido escuchada ni da esperanzas razonables a estas alturas.

 

En verdad el Creador sí escuchó a los gobernantes y a los venezolanos angustiados, y nos siguió proveyendo con petróleo, agricultura, minería, interés y fuerza de acción de industriales, empresarios y comerciantes, pero como los líderes civiles y militares del país cerraban, se adueñaban y echaban a perder todo lo que proveía, y el pueblo lo soportaba, tal vez se hartó; y molesto además por los empeños en ídolos e ideologías anticristianas, se tomó en serio lo que consideró una ofensa y del cielo nos llegó un escarmiento, un castigo por manirrotos y gastadores. El gobierno no fue ni se comportó ni se comportará como un buen padre de familia. Ha sido guía inconstante, poco confiable y muy propenso a dejarse seducir por doctrinas extrañas al cristianismo, realidades venezolanas que antes demostraron ser eficientes y rendidoras se rechazaron, destruyeron y eso no hay Dios que lo aguante.

 

Dios ahora espera por nosotros; así como dicen que aprieta pero no asfixia, tenemos que pensar que el Ser Supremo, cansado de mucho dar para poco o nada recibir, ahora nos aplica aquello de «ayúdate que Yo te ayudaré». No por mucho rezar Nuestro Señor nos va a seguir dando, espera que nosotros hagamos algo para entonces empujarnos como lo hacía antes que estos ladinos y pillos entraran a saco para arrasar con todo.

 

Nos toca a los venezolanos salir de las paredes contra las cuales hemos sido empujados. Un primer paso lo dimos, acudimos masivamente a las elecciones y arrebatamos la Asamblea Nacional a la sumisión oficialista; ahora la nueva mayoría legislativa debe avanzar a pesar de que otros poderes sigan sometidos a Miraflores, la Habana y las políticas torpes. Nos toca a nosotros, víctimas de la necedad y la incompetencia, dar soporte y al mismo tiempo exigir cumplimiento, inteligencia y coraje a los diputados en los cuales confiamos. Estamos obligados a mantenernos dispuestos al esfuerzo, a no dejarnos vencer, a ser ciudadanos activos que rechacen el pesimismo y rescatemos la fe. Primero y fundamentalmente en nosotros, y como consecuencia en Dios.

 

La política permite trampas, pero aún más oportunidades de acción. Tenemos instrumentos importantes. El referendo revocatorio, una enmienda constitucional pero, si Dios permite que sigamos siendo castigados con un Gobierno como el actual y que logre seguir equivocándose hasta 2019, nos toca morder el freno, mantenernos activos en nuestra fe y compromiso personales, y en Dios. Llevamos ya más de 2.000 años y Dios sigue presente no sólo en el cristianismo católico, protestante y ortodoxo, sino en los centenares de millones de musulmanes y de judíos.

 

 

Debemos seguir luchando por la confianza en nosotros, la producción, la inversión y el consumo, así como restablecer nuestras fatigadas reservas internacionales, y para eso necesitamos una nueva administración, pero debemos darle base y fuerza popular sólida, contundente y profunda como las democracias modernas. Sin un gobierno que conozca cómo recurrir a la ayuda internacional, promueva una renegociación ordenada de la deuda externa y que sepa también como rescatar la seguridad de los inversionistas nacionales y extranjeros, Venezuela no levantará cabeza.

 

Los países no desaparecen, pero pasan por momentos de extrema dificultad que dejan cicatrices profundas y perdurables mientras parece que Dios mira hacia otro lado. El gobierno no sólo nos trajo hasta aquí tras años de ignorancias, dislates e indecisiones en política económica y social, sino que se ha quedado inerte, desconcertado, ante la crisis que día a día se extiende y profundiza cada vez más, pretendiendo ignorar la realidad con quimeras como la “guerra económica” o el lanzamiento de algún eslogan como “los trece motores” y este miércoles insistió con una interminable cadena de casi 5 horas para prometer maravillas como envoltorio para aumentar el precio de la gasolina. Una de las grandes equivocaciones y pendejadas de Nicolás Maduro es creer que somos de verdad pendejos. Lo fuimos quizás, pero hemos tenido un muy duro entrenamiento, el desabastecimiento, las colas, los abusos de algunos militares y policiales, la falsedad del Gobierno y la incompetencia del Presidente nos mantienen al día.

 

No vamos a poder evitar los momentos difíciles y espinosos consecuencia de la constante improvisación, parálisis y obsesiva insistencia en el desmadre que ha dejado aplastada a la economía. Pero sí es posible minimizar el dolor, acelerar los plazos de recuperación y abrir la posibilidad de iniciar la reconstrucción. Una opción más responsable que esperar resignados a que Dios provea. Lo que cuenta, no lo olvidemos ni por un instante, es lo de “ayúdate que Dios te ayudará”.

@ArmandoMartini

Se desvanecen las esperanzas de justicia en la mutual judía que sufrió atentado en Argentina

JusticiaN

 

Anita Weinstein estaba en el segundo piso de un centro comunitario judío en Buenos Aires el 18 de julio de 1994 cuando el techo y las paredes colapsaron por el estallido de un coche bomba afuera.

Desorientada y aterrorizada por los gritos y la repentina oscuridad logró bajar por los escombros y llamar a su hija para decirle que estaba bien.

Las emociones de ese día volvieron rápidamente hace dos semanas, cuando su hija la llamó con la noticia de que Alberto Nisman, el fiscal que investigaba el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), había sido encontrado en su departamento de Buenos Aires con un disparo en la sien.

«Fue la misma falta de comprensión, como si mi cabeza estuviera en un lugar y mi cuerpo en otro», dijo Weinstein. «Y luego, una vez que pasó, el mismo miedo de que nunca sepamos lo que ocurrió realmente».

Los sobrevivientes del atentado a la AMIA y muchos otros argentinos están perdiendo las esperanzas de que la muerte de Nisman o el ataque de 1994 se esclarezcan alguna vez, apuntando al comportamiento muchas veces errático del Gobierno y una larga historia en el país de oscuros crímenes políticos que terminan sin castigo.

Muchos en la AMIA, que fue reconstruida, se refieren a Nisman como «la muerte 86», aludiendo a las 85 víctimas que fallecieron en lo que fue considerado el peor atentado a un objetivo judío desde la Segunda Guerra Mundial, y a la propia dedicación del fiscal a la causa.

Nisman pasó casi una década construyendo un caso que acusaba a Irán de estar detrás de la bomba a la AMIA, algo que ese país ha negado firmemente.

Apenas unos días antes de que fuera hallado muerto el 18 de enero, Nisman acusó a la presidenta Cristina Fernández de tratar de obstaculizar su investigación para recibir favores económicos de Irán.

Fernández ha rechazado las acusaciones y las calificó de absurdas, y cree que Nisman fue asesinado como parte de una conspiración que involucra a espías desplazados de los servicios de inteligencia. Sin embargo, no ha ofrecido ninguna evidencia, nadie ha sido arrestado en conexión con el crimen y los investigadores aún dicen que podría haber sido un suicidio.

En un sondeo divulgado la semana pasada, el 72 por ciento de los argentinos dijo que creía que la muerte de Nisman no será esclarecida y el 62 por ciento no creía la versión del Gobierno de los hechos.

«Esos números pueden parecer altos (…), pero (Argentina) es un lugar con una historia de distintos gobiernos involucrados en aparentes tapaderas», dijo Nicolás Shumway, autor de dos libros sobre historia argentina y decano en la Rice University de Texas.

«Hay una razón por la que la gente no espera justicia», agregó.

«SUICIDIOS» NO RESUELTOS

La propia Fernández, en un disperso mensaje de 2.800 palabras publicado el 22 de enero en Facebook sobre la muerte de Nisman, se refirió a cuatro «suicidios» relacionados con la política -las comillas fueron de ella- que «nunca se esclarecieron».

Estas muertes incluyen a un sospechoso en un escándalo de tráfico de armas que involucraba al Gobierno de esa época que, como Nisman, murió de un disparo en su casa en 1998; un empresario y sospechoso clave en otro caso de corrupción encontrado ahorcado el mismo año.

Uno de los misterios más notorios de Argentina es la muerte en 1995 del hijo del entonces presidente Carlos Menem, en lo que su Gobierno insistió se trató de un accidente de helicóptero. Los años pasaron antes de que Menem admitiera públicamente que creía que su hijo había sido asesinado, por razones que siguen siendo poco claras.

Con poca fe en el sistema judicial o en sus políticos, algunos en la AMIA prefieren enfocarse en asegurarse que las víctimas no sean olvidadas nunca.

Los primeros nombres de los 85 muertos están escritos en la pared sumamente fortificada que se encuentra fuera del edificio para protegerlo.

«Recordar el dolor que no cesa», dice una inscripción.

Otra placa adentro conmemora a los 29 muertos de otro atentado con bomba en la embajada de Israel en Buenos Aires en 1992.

A pesar de esos ataques, la muerte de Nisman, y otros incidentes como afiches antisemitas pegados en un barrio de Buenos Aires este fin de semana, Weinstein y muchos otros en la AMIA dijeron que se sentían un apoyo fuerte y generalizado de la sociedad argentina.

Y recordaron la gran concurrencia a eventos en apoyo de la AMIA en los últimos años, incluyendo la conmemoración la semana pasada del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto que reunió a cientos, incluyendo a representantes del Congreso y de la municipalidad.

En el 2010, el arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio -que después se convirtió en el Papa Francisco- visitó la AMIA y llamó al atentado «un eslabón más en la cadena del dolor que el pueblo elegido de Dios ha sufrido en la historia».

Argentina tiene la comunidad judía más grande de Latinoamérica, que se estima en 250.000 personas, muchos descendientes de inmigrantes que escaparon de la opresión de Europa a principios del siglo 20 hacia lo que entonces era uno de los países más ricos del mundo.

Desde entonces, varios traumas nacionales, incluyendo una cruenta dictadura militar que mató a miles en la década de 1970, convencieron a muchos argentinos de la necesidad de denunciar el terrorismo y la injusticia, sin importar quién es la víctima, dijo Weinstein.

«A través de experiencias difíciles (…) hemos aprendido el valor de la democracia, de la solidaridad», dijo. «La gente ve lo que pasó acá como una agresión contra toda la sociedad argentina».