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Día de la Madre

Madres enfermeras celebran la vida que dan y lamentan la que no pueden proteger

@franzambranor / Vídeo Abrahan Moncada @Monkda92

 

Con la misma dedicación que inyectan a un paciente le cogen el ruedo al pantalón de un hijo. Así como le toman la tensión a una persona le preparan la lonchera al chamo. Son enfermeras y también madres. Hoy 12 de mayo celebran con un sabor agridulce por partida doble.

El ínfimo sueldo que perciben las profesionales no les permite festejar a como dé lugar el Día de las Madres y el Internacional de la Enfermera, este último en ocasión del natalicio de la inglesa Florence Nightingale, precursora de la práctica en el mundo.

Desde 2014, las enfermeras venezolanas han protagonizado una cruzada para obtener un salario justo, pero hasta ahora la respuesta del gobierno de Nicolás Maduro ha sido infructuosa. Protestas se perciben a diario en los recintos de salud del país. Las enfermeras alegan que el dinero que les pagan no les alcanzan ni para lavar su uniforme. Por apenas 15 mil bolívares quincenales les exigen dedicación y entrega.

Enfermera, profesora y futura abogada y aún así…

Mabel Castillo sube las escaleras de la casa de su hermana en la vereda San José de Bello Campo de lado. Una lesión en la rodilla la ha tenido alejada desde febrero de su cargo como coordinadora de emergencia nocturna en el Hospital Pérez Carreño. “Chico tengo que operarme esa rodilla y entiendo que son 1500 dólares. De dónde voy a sacar yo eso”, pregunta.

Mabel tiene 11 años trabajando en el HPC y en condiciones normales labora de 7 de la noche a 7 de la mañana. Ha visto de todo en la emergencia del recinto. Desde un hombre con casi la totalidad de su cuerpo quemado luego que la moto donde iba explotara hasta otro con la mano tendiendo de un hilo tras el disparo de una escopeta.

La enfermera vive en El Junquito, pero suele pernoctar en casa de una hermana que hace poco se fue a Chile. Sus padres viven en la parte de abajo de la vivienda de dos plantas.

Su familia está regada por el mundo. Además de la que se encuentra en Chile, tiene a un hermano en Canadá y a otra que planea irse a finales de mayo a Argentina. Dice que aún posee la bendición de tener a sus tres hijos aquí. Quién sabe hasta cuándo.

El mayor es Elio de 20 años, estudia Letras en la Universidad Católica Andrés Bello, pero cree que se mudará pronto a la Universidad Central de Venezuela porque ya es cuesta arriba costearle la carrera. “Y eso que está becado”, dijo Mabel.

Le sigue Paul de 12 años, quien está en el liceo y Paola de 11 años.

Muchas de sus compañeras tienen a hijos viviendo en el extranjero, otras más infortunadas los han perdido a causa de la violencia en Caracas.

“Si no es por el papá de los niños no sé que haría. Porque con mi sueldo ni modo”, dijo Mabel.

Además de laborar en la emergencia del HPC y devengar un promedio de 6 dólares mensuales (30 mil bolívares soberanos). Mabel también es profesora universitaria y está estudiando segundo año de derecho en la Universidad Bicentenaria de Aragua con sede en El Paraíso.

La diáspora, la hiperinflación, la inseguridad y la criminalización de la protesta aún no le han quitado su deseo de seguir hacia adelante.

“Yo me enamoré de la mística con la que se trabaja en el Pérez Carreño. He estado en otros sitios como Salud Chacao, pero considero al hospital como mi hogar”, dijo Mabel.

Castillo considera que el trabajo de enfermera es desgastante. “Hay que estar mucho tiempo de pie”. Eso probablemente le haya generado el desgaste en una rodilla.

La gente cuando sale sana de un hospital no le da las gracias a las enfermeras sino al médico”, dijo Mabel.

Para Mabel, las enfermeras son las primeras y las últimas que atienden al paciente y las que realmente monitorean la evolución de un enfermo cuando está hospitalizado.

Aseguró que en la actualidad el déficit de enfermeras es tal que en el HPC hay una relación de dos enfermeras por 40 pacientes, cuando el protocolo internacional dice que por cada tres pacientes corresponde una enfermeras. “Nosotras a veces pasamos por cómplices porque tenemos que romper ese protocolo. Suele pasar que hay que decidir entre reusar una inyectadora, cambiándole solo la aguja, o la vida de un paciente. Colocar una cinta testigo para tomar una vía o no ponerle nada. Reciclar unos guantes o agarrar a los pacientes con la mano”.

Indicó que hoy en día en el Pérez Carreño no se hacen exámenes de sangre ni radiológicos porque no hay equipos. “He visto que a pacientes les dan de comida una porción de arroz con remolacha y un cambur”.

Mabel y sus colegas están habituadas a cumplir su faena sin insumos, equipos, medicinas y a veces hasta sin agua. “El tema del agua es un problema. No hay agua corriente. Regularmente es del tanque y a veces por horarios. El lavado de las manos es fundamental para atender enfermos. Por supuesto tampoco contamos con jabón antiséptico”.

Mabel considera que ya es hora de ir a un “paro serio”.

“Tiene que ser donde todos se comprometan. Yo entiendo que hay miedo a quedarse sin trabajo, a no tener acceso ni siquiera a esa miseria que dan. Y por supuesto temor a amedrentamientos y amenazas por parte de colectivos que rondan los hospitales. Pero es hora de actuar”.

La enfermera está de acuerdo con la solicitud de ayuda humanitaria al extranjero en materia de salud. “Al Pérez Carreño no ha llegado nada. Pero entiendo que será uno de los beneficiados. Tengo reservas en cuanto a la distribución de estos. Ojalá si llegan se los den a quienes en verdad los necesitan”.

Vendió su oro para poder comer

Delia Alejos tiene dos trabajos desde hace poco más de tres lustros. 25 años tiene en el Hospital José María Vargas de Cotiza y 17 en la Maternidad Santa Ana de San Bernardino. Al año de haber comenzado en la Maternidad nació su único hijo, Christian.

En junio de 2018, Delia decidió salir a la calle para protestar con el resto de sus compañeras. El precio de un producto en comparación con su sueldo fue el detonante. “Me percaté que el valor del cartón de huevos en aquel entonces, que estaba en 1000 bolívares era superior a mi sueldo de 600, eso me generó mucha rabia y tristeza a la vez”.

Actualmente de reposo por una dolencia en la cervical producto de años de trabajo, Delia suele tener jornadas de trabajo de hasta 30 horas continuas. En el Hospital Vargas labora de 7 de la noche a 7 de la mañana y en la Maternidad de 7 am a 1 de la tarde. Pese al esfuerzo, la remuneración mensual apenas pasa los 60 mil bolívares soberanos.

“En el pasado con mis dos sueldos le compré una casa a mi mamá. Empleaba uno de los salarios para comprar comida y el otro lo ahorraba. Ahora juntando los dos no me da ni para comer”, dijo Delia quien sacó la licenciatura en enfermería en la universidad Rómulo Gallegos de San Juan de los Morros en Guárico y tiene una especialidad como instrumentista.

Su esposo también es empleado público. Trabaja desde hace 30 años en el Metro de Caracas, pero ya metió la jubilación. No tienen otras entradas de dinero.

“Con el dolor de mi alma tuve que pasar a mi hijo de un colegio privado a un liceo público. Hace poco me percaté que los zapatos que usa para el colegio estaban rotos. El no me quiso decir nada para que no me mortificara. Una persona se dio cuenta de la situación y nos regaló unos. Me da mucha impotencia no poder comprarle ni un par de zapatos a mi hijo”, dijo Delia.

Antes que la crisis económica se agudizara con la llegada de Nicolás Maduro al poder, Delia optó por comprar prendas de oro. Cuando se topó con el monstruo de la hiperinflación decidió vender en dólares sus joyas y con eso es que afirma ha podido hacerle frente a las necesidades cotidianas. “Las enfermeras sabemos que somos las peores pagadas y por eso comandamos esta lucha que la hemos tenido que llevar a la calle para hacerla visible. Ya yo no tengo miedo. Se me quitó ante tanta injusticia”.

Delia asegura que no planea dejar la enfermería y mucho menos irse de Venezuela. Si la incapacitan por el dolor en la columna, seguirá atendiendo pacientes por su cuenta.

“Es doloroso decir que en el Vargas no hay ni agua para bajar una poceta y en la Maternidad carecen de antibióticos y calmantes para las parturientas”, dijo Delia.

La enfermera coincidió con sus colegas y sentenció que los hospitales en Venezuela funcionan por la vocación de servicio de los profesionales de la salud. “Los médicos diagnostican enfermedades, nosotras jerarquizamos necesidades. En ese sentido mi compromiso es 100% y estoy segura que entre todas vamos a recuperar el país que teníamos”.

6 dólares mensuales le llevaron a hacer gelatina

Francis Guillén, enfermera del área quirúrgica del Hospital Pérez Carreño en La Yaguara, calcula que su más reciente mensualidad fue también de 6 dólares.

“A muchas de nosotras nos mantienen los esposos. Sinceramente no sé cómo hacen mis colegas que son padre y madre a la vez”, dijo Guillén, quien trabaja en el HPC desde 2012.

La necesidad obligó a que Francis y su familia apostaran por un emprendimiento. “Yo en lo personal me rebusco haciendo otro oficio. Unas venden tortas, otras bisutería. Yo vendo gelatina para el cabello”, afirmó.

Francis viene de una familia de enfermeros. Su papá, Marco Guillén, trabaja también en el HPC de noche y en el Hospital Doctor José Ignacio Baldó, conocido como El Algodonal. Su mamá, Zenir Gallardo, está jubilada y ofreció sus servicios en el Hospital Domingo Luciani de El Llanito. Su abuela también lo era.  

“Las enfermeras que estamos en los hospitales estamos por vocación y porque amamos nuestra carrera. Muy pocos profesionales nacen con esa devoción por lo que hacen”, dijo Guillén.

Francis trabaja de 7 de la mañana a 1 de la tarde en el Pérez Carreño. El resto del día se lo dedica a su hijo Diego de 3 años y al negocio de la gelatina que comanda su esposo, Angel Rojas.

“El tiene su mesita en Catia y allí vende la gelatina para el cabello, nosotros mismos la fabricamos”, dijo Francis. “Me ha ido mejor económicamente vendiendo gelatina que redoblándome en una guardia en el hospital. En febrero hice 60 mil bolívares en apenas un día”, agregó.

Francis dijo que antes podía vivir con el sueldo de suplente, hoy en día siendo personal fijo y calificado no puede. “Con mi sueldo y la ayuda de mi esposo, costeamos nuestra boda hace 7 años, por civil e iglesia. Ahorita es imposible”.

La enfermera recuerda una protesta que hizo el gremio recientemente en la Plaza Brión de Chacaito, donde con el uniforme puesto empezaron a vender chupetas y caramelos. “Impresionante la cara de las personas cuando nos veían vendiendo…es que la mayoría de nosotras tiene que recurrir a eso, sino no podemos vivir”.

Francis indicó que lo más duro es carecer de una póliza de seguro para su hijo. “Es difícil cuando se enferma el niño. Tenemos que venir al hospital y la gente cree que como uno trabaja aquí no vas a tener problemas y nos conseguimos con los mismos de toda la gente. Hay que comprar las medicinas y a la hora de convalidar un reposo tenemos que recurrir a una institución privada”.

La enfermera ha sido testigo de la diáspora de profesionales en el HPC debido a las escasas garantías laborales. “Solo del área quirúrgica la semana pasada renunciaron tres personas”.

Aseguró que residentes y enfermeras se van porque deben hacer una guardia nocturna durmiendo en colchones vencidos, no hay agua potable ni insumos, el personal es insuficiente y carecen de incentivo alguno.

“Una gana lo mismo que un TSU, sin ánimo de quitar mérito a nadie. No vale la pena que tengas un doctorado o un magister. Hay muchas supervisoras que son nombradas a dedo”.

Pese a la situación, Francis no quiere irse de Venezuela ni abandonar la enfermería. “Tuve la oportunidad en febrero de ir a Colombia y vi la diferencia del cielo a la tierra. Me afectó mucho porque recordaba que así era Venezuela. No me gustaría irme, pero si me veo en la obligación lo tendré que hacer. Tengo fe que esto va a cambiar”.

Después de haber celebrado su día, este lunes 13 de mayo a las 10 de la mañana es probable que Francis coincida con Mabel y Delia en una protesta que ha convocado el gremio de enfermeras frente al Hospital Clínico Universitario de Caracas. Una más de la tantas manifestaciones que han llevado a cabo solo en 2019.

Dulcear.com le lleva a tu mamá su postre favorito

PENSANDO EN QUIENES ESTÁN LEJOS de sus madres en este día tan especial, Dulcear.com, el portal web de los amantes del dulce, quiere ser el aliado para que las mamás que están en Caracas, disfruten de su postre favorito y puedan sentirse más cerca de quienes las adoran.

En Dulcear.com contamos con 16 aliados que ofrecen una selección de sus mejores productos a través de nuestra Tienda, donde quienes deseen endulzarle el día a sus madres pueden elegir entre deliciosas tortas, helados, chocolates y bombones y acompañar los dulces con hermosas flores y arreglos de globos.

Como nuestra intención es construir un mundo más dulce, este año y solo por el Día de las Madres, ofreceremos un servicio especial: si el postre favorito de tu mamá no está en nuestra Tienda, nosotros lo buscaremos donde nos indiques y se lo llevaremos.

En nuestra Tienda se pueden encontrar los productos de estas marcas, la mayoría de ellas exitosos emprendimientos venezolanos:

Chocolatería: Sander, Herencia Divina, Cacao Santa Clara, Campanielli, Mantuano Chocolate .

Pastelería : Paulas Cake, Familia Vaamonde, Franca , Dulces a bordo, La Negra Repostería. Heladería: Gelato Mio.
Galletas: Amanda Cookies, Franca. Librería: Sabores de Acá.
Utensilios: Smart Cook, Bergner.

Flores y globos: La Toscana Flores y Teleglobos.

Además de la Tienda web y de ser el portal de referencia venezolano para encontrar las más ricas y fáciles recetas de postres, Dulcear.com ratifica su compromiso con quienes trabajan duro en el mundo del dulce en Venezuela y ofrece un Directorio en el que pueden publicar los datos de su negocio para ser ubicados más fácilmente por los dulceros en cualquier parte del mundo.

Así mismo, Dulcear.com cuenta con un Calendario que está a disposición de los profesionales que organizan eventos o dictan cursos y talleres relacionados con el mundo de la repostería para promoverlos de forma fácil y gratuita.
Dulcear.com nació porque en el país hay muchas personas que están esforzándose en el país con resultados extraordinarios en el difícil rubro de la repostería y porque es una tendencia en crecimiento mundialmente. Cuando lo construimos, lo imaginamos como un gran escenario para los amantes de la pastelería y la repostería: una vitrina para productores y proveedores, un aula de aprendizaje y también una gran despensa para todos los dulceros.

Carta a la madre, por Gonzalo Himiob Santomé

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Hola mamá, discúlpame si durante estos días no he estado a tu lado como corresponde. Sé que mi repentina ausencia te ha producido una tristeza infinita para la que no hay adjetivo ni verbo que valga. Hoy, que es tu día, tampoco podré compartir contigo más que estas líneas, que recibirás de manos de un tercero desconocido, porque mi lucha y mis desvelos por mi futuro y por el de toda la nación me han llevado muy lejos, a ese lugar en el que solo en sueños podemos encontrarnos, a este sitio en el que tu beso cálido y amoroso de cada día y de cada noche se ha convertido en un melancólico pero indeleble anhelo mío, y tuyo; acá donde nuestros abrazos y juegos cotidianos (esos en los que tu volvías a ser esa niña esperanzada y feliz, y yo un pequeñín sonriente y desordenado que veía e interpretaba el mundo entero solo a través de tus ojos, de tu voz y de tus caricias) viven y vivirán vestidos de eterno recuerdo. Desde acá te veo y te siento, desde allá me sientes, pero no me ves. Es difícil, lo sé, pero es un poco como cuando me llevaste en tu vientre antes de traerme al mundo, así me gustaría que lo vieras, y aunque esta vez no hay modo de calcular la fecha en la que podremos abrazarnos de nuevo, me gustaría que sepas que me rodea la luz, que acá no hay miedo ni dolor, que estoy sereno y protegido, como cuando tus pliegues y tu piel eran mi palacio y mi remanso. Ten la certeza de que, porque así será, volveremos a estar juntos, cuando Dios lo disponga, porque esta distancia que ahora parece insalvable no es más que una ilusión.

Desde acá puedo ver mucho más de lo que veía cuando estábamos más cerca, y comprendo mucho mejor la magnitud de los compromisos que asumí, y que asumimos, cuando decidimos que había que ponerle por fin un límite a la terca oscuridad que, por ahora y aunque cada vez menos, todo lo domina. Sé que te preocupabas por mí, que sentías miedo por lo que pudiera pasarme, y que cada vez que me armaba con mi bandera y mi voz para salir a la calle a vencer el miedo, tu corazón se encogía de angustia, pero por favor entiende que nunca quise inquietarte y que no lo hacía para hacerte daño, sino para que te sintieras orgullosa de mí. Aunque muchas veces, de la mano de mi impetuosa juventud, cerré mis oídos a tus advertencias y a tus preocupaciones, nunca lo hice para irrespetarte ni para llenarte de tristeza o desazón, sino para que te llenaras de orgullo, pues fue entre tus brazos, que yo llamo y siempre llamaré mi hogar, y de tus palabras, que son y siempre fueron mi guía, que aprendí que cuando unos pocos quieren abusar de su fuerza, de la violencia y de su poder para someternos a todos, no podemos optar por la sumisión ni por el silencio. No es de tu vientre que nació un indiferente, un cobarde, ni un esclavo. Tú me hiciste inteligencia, bondad, brío y valentía, y jamás quise otra cosa que honrarte demostrándote que esos valores y principios que me inculcaste, a veces zapatilla en mano cuando era necesario, no habían caído en saco roto.

Para papá esto no es fácil. Pero tú lo conoces. De él aprendí a mantenerme fuerte y sereno incluso cuando el mundo se nos hacía añicos y cada paso que intentábamos no daba más que con el vacío del abismo. Él no te lo va a demostrar, porque entiende, y así me lo enseñó a mí, que su deber ahora es cuidar de su amada atribulada y de su familia, dejando su tristeza guardada en el cajón más profundo de su alma, al menos ante ti y ante quienes tienen ahora roto el corazón por mi ausencia, pero habla conmigo todo el tiempo y, cuando algún espacio de soledad se lo permite, lanza su mirada al cielo y deja que sus lágrimas corran mientras le pide explicaciones, con justos motivos, a Dios. Compréndelo como él te comprende a ti, pues nadie está preparado para despedirse de un hijo, y si alguna vez se deja vencer por el dolor o la rabia, déjalo hacerse niño entre tus brazos. Solo ustedes dos pueden entender lo que mi ausencia significa en realidad, y solo él y tú, unidos, pueden hacer frente a esta tormenta que, aunque ahora no lo parezca, también terminará, dejándole el paso libre al sol, que todo lo ilumina. Dile por favor de mi parte que no quedan entre él y yo deudas pendientes de ningún tipo, que lo amo y amaré siempre, como te amo y te amaré a ti y que, aunque quizás no nos lo demostrábamos tan abiertamente (son cosas de hombres, tú sabes) siempre fue mi referencia, mi ejemplo y el objeto indiscutible de mi más profunda admiración. No pude haber tenido mientras estuve con ustedes un más hermoso motivo de orgullo que el que su nombre en mis labios, desde que tuve uso de razón, siempre haya sido “papá”.

No tuve tiempo de hablarte de mis planes con mi novia, de los sueños que estábamos empezando a construir juntos y del amor que, incluso ahora tan jóvenes, ya sentíamos el uno por el otro. No estés celosa, lo que de ti aprendí a amar y respetar en las mujeres está en ella, y eso es lo que me tenía enamorado. Me duele que le toque construir ahora otros sueños, otros senderos, otra vida, pero es lo que el destino dispuso y me toca aceptarlo. Tiéndele tu mano en estos momentos, ve en ella a la muchacha enamorada, hermosa y joven que está aún en ti, escondida tras los años que le llevas, ayúdala a crecer desde su tristeza y háganse una en la certeza de que están unidas, cada una a su manera, en el amor y en el dolor que les ha dejado mi partida.

Debo despedirme mamá. Me toca velar desde acá por los que dejé atrás en el campo de batalla luchando por sus sueños, por los que eran y son también los míos. Aunque no los conozcas, aunque no hayan bebido la vida de tus pechos, aunque no hayan sentido tu arrullo en las canciones que siempre me cantaste de pequeño, aunque no hayan sentido tus besos ni tu abrazo, son también tus hijos. Son mis hermanos de lucha.

Recuérdame en cada uno de ellos, no solo ahora, cuando también llenan a sus madres y a sus padres de angustia cada vez que salen a la calle con valentía a plantarle la cara al abuso y a la oscuridad, sino también después, cuando la maldad sea vencida, que lo será, y puedan ellos, como era y es mi deseo, disfrutar de su patria en libertad, en paz y llena de la alegría que a mí y a nuestra familia nos negó la violencia y la irracionalidad de los que ya no tienen de su lado más que el idioma de las balas, de la represión y del miedo.

Yo me fui, pero me he vuelto eterno. Ellos permanecen, y aunque no se dan cuenta, ya se han condenado a sí mismos. No les espera más que la justicia, que llegará, y el olvido, que también llegará.

Te amo mamá, nunca lo olvides.

@HimiobSantome

¡A la madre que me parió! por Carlos Dorado

Madre

 

Una de las cosas de mi infancia que recuerdo con mayor felicidad, es cuando mi madre me abrazaba fuerte contra su pecho, y me besaba repetidamente en la frente. A continuación, me echaba el pelo hacia atrás, y me volvía a besar. En esos momentos, yo no percibía la belleza de esos instantes, de esos gestos, de ese amor. Un amor, que en mi caso y estoy seguro que en la gran mayoría de casos del mundo, tenía un gran espíritu de sacrificio y entrega,  el cual daba mucho y pedía muy poco a cambio.

Yo siempre tuve mucha fe en lo que mi madre me decía, y como todo buen acto de fe nunca necesité su comprobación; creía en ella con esa fe ciega e infantil que tienen los niños. Hoy como adulto, no sólo sigo creyendo en todo lo que me dijo,  sino que muchos de sus dichos, de sus comentarios, de sus conversaciones, fueron enseñanzas de vida, que la experiencia y los años me han comprobado su gran veracidad y sabiduría; y que guardo como mis más preciados tesoros.

Hoy, en el día de la madres, como un homenaje a mi madre, una mujer pequeña y delgadita, pero de una gran fuerza interior y de unos principios y valores innegociables; y para todas las madres del mundo, quisiera citar algunas de las cosas que solía decirme.

“Carlos, la verdadera felicidad no cuesta nada, y está en lo sencillo; por eso  en teoría es accesible para todos. Sin embargo, no existe una tarea o un deber que descuidemos tanto como la de ser felices, y nos olvidamos de irla construyendo como si fuese un gran rascacielos: con miles de pequeños detalles. No nos damos cuenta, que lo más extraordinario de la vida ocurre cada día, cuando abrimos los ojos y seguimos teniendo vida ¿Por qué será que algunos insisten en continuar con los ojos cerrados? La felicidad Carlos, es como es, y se escapa si intentamos reducirla únicamente a lo que deseamos que sea. Pudiste haber sido feliz ayer; ¿pero hoy?, podrás ser feliz mañana; ¿pero hoy? La felicidad sólo vive en el presente. Porque al final del camino,  la felicidad extraordinaria se alimenta básicamente de las cosas ordinarias, y no es necesario buscarla más allá de tu mundo, ¡está en tu mundo!”

¡Gracias mamá por haber contribuido a ser el niño, y el hombre más feliz del mundo!

“Carlos, si quieres ejemplo, comienza por dar tú ese ejemplo, dando la mejor versión de ti mismo, ya que pudiese ser que lo que tú consideras una virtud termine siendo un defecto; y nunca esperes que cambien los demás, trata de cambiar tú, y antes de corregir la obra de otro, corrige la tuya. Espera sin inquietarte cuando no llega lo que esperas, y cuando te equivoques de camino, ¡no te pongas a llorar! Da la vuelta, sin pensar que estás desandando el camino andado, sino que estás alejándote de una equivocación; ya que cuando te equivocas y no haces nada, te estás equivocando dos veces. Intentar algo y no conseguirlo es un fracaso, sin embargo; el verdadero fracaso es  conseguir algo sin haberlo intentado. Aspira siempre a lo más grande, pero disfruta de lo que has logrado, sin importarte si es pequeño. No importa los años que tardes en construir el barco, si nunca vas a salir a navegar en él; y acuérdate siempre Carlos, que todos tenemos un precio, sólo que algunos van a rebajas demasiado rápido”

¡Gracias mamá, por haber contribuido a ser un hombre!

Tú siempre me decías: “El amor de verdad, es como las raíces de los árboles, se van fortaleciendo y haciendo más profundas con el tiempo”.

¡Qué gran razón tenías! Hoy te amo profundamente, más que nunca.

 

cdoradof@hotmail.com

Cuatro madres que no esperan flores ni regalos, ellas sólo piden justicia

@MariaAlesiaSosa

LAS CUATRO SON MADRES. Las cuatro coinciden en una cosa: dejaron atrás el llanto y lo convirtieron en acción para conseguir justicia por la muerte o detención de sus hijos. También tienen en común que su rol de madre cambió para siempre. Desde un día, que prefieren no recordar, su labor ya no es cuidar de sus hijos, sino velar porque se haga justicia en cada uno de sus casos. Desde El Caracazo hasta las protestas de 2014, distintos sucesos de la historia de Venezuela, marcaron la vida de estas cuatro mujeres, que ya no celebran el  Día de las Madres como las demás.

Hilda

Hilda Páez, mamá de Richard (17)

 

“Si no pude resolver el asesinato de mi hijo, trabajo para que se haga justicia en otros casos”

El 3 de marzo del 89, Hilda Páez se enteró que habían matado a su hijo mayor, Richard Páez, de 17 años. Lo mataron en Maca, Petare, los días posteriores a El Caracazo.

Han pasado 26 años, y a Hilda todavía se le aguan los ojos cuando habla del tema. “Nosotros vivíamos una vida muy feliz con nuestros dos hijos. Y de la noche a la mañana crearle a uno esa cosa, la pérdida de un hijo. Es como que uno pierde algo de uno mismo. Yo en ese momento quería morirme”, dice, a la vez que reconoce que no encuentra las palabras para describir el dolor que siente.

“A él le gustaba el deporte. Lo metí en karate, en beisbol. Yo siempre buscándole cosas a mis hijos para tenerlos en cosas muy bonitas, para que venga una persona así a matarlo como un perro. Bueno nos desgració la vida”, resume.

Ese día comenzó una lucha por buscar a los responsables de la muerte de Richard, que apenas era un joven que estudiaba cuarto año de bachillerato en el Liceo Gustavo Herrera.

El caso de Richard nunca se resolvió, los culpables no pisaron la cárcel por ese crimen, nunca se determinó quiénes fueron. Aunque su madre asegura que fueron unos funcionarios de la Policía Metropolitana. “Ninguno de los responsables del asesinato de mi hijo ha estado preso. Llevaron a unos supuestos policías a declarar y más nunca nos dieron respuesta. No hemos recibido justicia. Lo único que recibimos fue una indemnización, y eso no repara el daño de nuestro hijo. Ya después que le quitan la vida, ¿qué? No me lo van a revivir”.

Hilda dice que desde que “les llegó esa tragedia”, no ha dejado de trabajar. Al principio empezó a caminar por el sector donde vivía y donde mataron a su hijo, para que la gente conociera el caso, supieran quién era Richard y pedir justicia.

Tuvo que ir cientos de veces a Fiscalía, a Tribunales. En esas diligencias se encontró a otras madres que también habían perdido a sus hijos en esos días. Entonces, se organizaron y conformaron el Comité de Familiares de las Víctimas del Caracazo (Cofavic), una organización no gubernamental dedicada a la protección y promoción de los derechos humanos.

“Mucha gente me dijo que no me pusiera a trabajar en esto, que lo iba a recordar mucho y que lo que iba a ser era llorar. Pero, ¿qué iba a hacer yo en mi casa? A veces me daba cosa con mi esposo, porque no importaba lo que yo estuviera haciendo y me llamaban que había que ir a la morgue o a tribunales, a donde fuera, a La Peste, yo iba”.

Todavía no se explica de dónde le sale tanta energía, pero luego se responde y sabe que lo hace por su hijo. El dolor se transformó en acción. “Estábamos echando para adelante, y después me vino esta cosa tan terrible, cómo quitarle la vida a un hijo de uno. Yo me imaginaba que mi hijo me iba a enterrar a mi, y no yo a él. Dije, no me puedo quedar encerrada en mi casa. Hay que hacer tal cosa, ir para tal parte, para allá voy yo”.

Recuerda con nostalgia que su hijo era quien los iba a sacar adelante. “Todo lo que hicimos para levantar a nuestros hijos y vengan a quitarle la vida así. Vivíamos en un ranchito. Su papá medio leía y escribía, y yo sólo llegué a sexto grado. Su papá trabajando en latonería y pintura. Yo, trabajando en una escuela, para sacarlos adelante. Y que venga alguien así a quitarle la vida. No saben con la lucha con que nosotros lo habíamos sacado adelante. Su papá nunca fue a un colegio, y echando pa’ lante para que su hijo pudiera estudiar. Los ayudamos para que en un mañana no fueran iguales que nosotros. ”.

Lleva 26 años trabajando en Cofavic, y aunque no ha podido ver justicia en el caso de Richard, tiene otras satisfacciones. Cuenta que esa organización no se limitó a buscar justicia por las víctimas de El Caracazo, también trabajaron con familiares de víctimas de la masacre del Retén de Catia o del deslave de Vargas. “Yo digo, bueno Dios mío, si yo no pude resolver el caso de mi hijo, me queda la satisfacción que he trabajado por otras personas”.

Recuerda que el trabajo empezó por darle talleres de Derechos Humanos a los funcionarios de las policías del Estado. “Dios mío, ¿tú sabes lo que es darle talleres de DD HH a los policías que habían matado a mi hijo. Pero dije, aquí estamos, hay que dar esa enseñanza”, asegura. Cuenta que han llegado muy lejos, y que hizo cosas que jamás se imaginó, como encadenarse a las rejas de Miraflores para implorar que buscaran a los responsables de los eventos de febrero y marzo del 89. Cuando agotaron las instancias nacionales, llevaron los casos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Hoy recibe a las personas que llegan a Cofavic para buscar apoyo y hacer su denuncia. Hilda, está en la entrada de la sede de la organización, en el departamento de documentación. Allí les toma los datos y recibe la denuncia. Dice que todas llegan desesperadas, y ella las calma, y sobre todo les dice que deben tener paciencia. “Les digo a las madres que tienen que calmarse. Yo las entiendo. Yo pasé por la misma desesperación con la que ellas llegan a Cofavic, pero han pasado 26 años y todavía el caso de mi hijo no se ha resuelto”.

Ella no pierde la esperanza, quiere que los responsables paguen. Para eso, cree que tiene que seguir trabajando.

En la organización, se encarga de acompañar a las madres a las diligencias que tienen que hacer y las enseñan cómo deben moverse frente al sistema de justicia para que las respeten. “Estoy muy triste porque hay muchas madres que estamos perdiendo a nuestros hijos. No quisiera que nuestra Venezuela siguiera en esta violencia. Yo trato de poner un granito de arena desde Cofavic”.

Además dice que en Cofavic ha encontrado una familia, se reúnen en Navidad y hacen actividades juntas.

“No tenemos esa alegría como antes. Aunque son muchos años. Uno tiene que visitar a su hijo al cementerio. No es igual. Cuando estoy con mi otro hijo y mis nietas es que nos alegramos un poco”, dice, y sólo entonces se le dibuja una sonrisa.

MElena

María Elena Delgado, mamá de Erasmo (15), Norkeliana (12) y Wilmer (40)

“Los delincuentes no matan al muerto nada más, matan a la familia completa”

María Elena Delgado ha vivido cada una de las muertes de sus hijos de forma distinta. Le han matado tres. Primero a Erasmo José, a los 15 años de edad, después Norkeliana del Milagro de 12 años, y luego el mayor, Wilmer, que tenía 40 años. Todos a tiros, en Petare, donde se criaron.

“Los delincuentes no matan al muerto nada más, matan a la familia completa”, asegurá María Elena Delgado.

Dice que siempre los recuerda, no hace falta que sea una fecha especial. “Es algo muy difícil, no es sólo el Día de la Madre o del Padre, sino en Navidad, y a cada momento uno los está recordando”.

María Elena es una mujer fuerte, no llora cuando habla de sus hijos muertos, pero tiene la mirada apagada, dice que no los olvida ni un instante. No sabe explicar el dolor.

Con cada uno, hizo la denuncia del asesinato, pero son sólo tres casos entre los miles y miles que la impunidad no permite cerrar.

“Cuando me mataron mi primer hijo, la cosa no fue tan complicada. Al principio el tipo se dio a la fuga. Aquello quedó muy dentro de mi. Supe sobrellevar la situación. Y cuando me dijeron que lo habían atrapado nunca lo vi”, dice y reconoce que no sabe si después lo soltaron.

Cuando asesinaron a Norkeliana, comenzó un verdadero Vía Crucis en el sistema judicial. “Fue un proceso horrible en los tribunales. Yo pasé maltratos, vejaciones y  humillaciones”. Pero Delgado asegura que no se dejó ofender por los funcionarios, y siguió su proceso judicial.

Después supo que atraparon a uno de los muchachos. “Montaron un parapeto tan grande con el caso. Se llevaron un tribunal a la calle donde le habían dado los tiros. Llevaron escribiente, personal de balística, todo”. Ella estuvo encima de las diligencias del caso pero no tuvo suerte. El fiscal que la estaba atendiendo le respondió que quizás la ley divina era la que iba a llegar. “Y así pasó. Después me enteré que mataron a los muchachos, se mataron entre ellos mismos”. Aunque, inmediatamente reconoce que no cree en la “justicia divina” porque “Dios no mata, Dios sólo da la vida”.

Cuando le mataron el tercer hijo, ya había perdido la fe en la justicia. Solamente puso la denuncia del asesinato. “Como me dijeron los mismos policías: ‘Si los agarramos, después los sueltan”.

Dice con resignación que en Venezuela no hay justicia. “No quise seguir con eso. Siento que eso lo desgasta más a uno”. Repite, que en las diligencia del sistema judicial, lo que reciben las víctimas son maltratos. “¿Con la niña por qué me tenían que decir que era un ajuste de cuentas? Una niña de 12 años”. Más que dolor, eso le producía rabia.

A María Elena también le mataron un nieto y un sobrino. Dice que la impunidad y la violencia -fomentada por los propios gobernantes- es lo que tiene a los venezolanos matándose unos a otros.

“El problema es que las leyes no se cumplen. Ni para los delitos más pequeños. Uno se consuela uno mismo. No hay otra forma”.

Ella, que ha enterrado tres hijos, cree que la mejor manera de “procesar” ese dolor es hablando del tema y compartiendo con otras madres que han pasado por lo mismo.

Por eso coordina la Red de Apoyo entre madres víctimas secundarias de la Violencia. Es una organización para reunir a mamás que han perdido a sus hijos por la violencia desatada en el país. Se reúnen en la Universidad Metropolitana y dan apoyo, compañía y aliento a las madres que están pasando por ese dolor.

María Elena lleva consigo un panfleto que reparte por el barrio Unión de Petare, donde vive. El papel, -una fotocopia- reza lo siguiente: “Madre: no tienes que vivir tu dolor sola”.

Cree que si una madre se guarda ese dolor, se vuelve loca. Vuelve al tema de sus hijos: “Yo soñaba que mis hijos llegaran a ser profesionales y me superaran a mi. Es algo muy frustrante, uno piensa que se le acaba la vida, pero tiene que pensar en los otros hijos”.

Piensa en el día de las madres y aunque no lo celebra de ninguna forma especial, está convencida del único regalo que quisiera. “Para mí, el mejor regalo sería volver a ver a mis hijos. Eso sería lo más grande. Porque un regalo así material, no me apetece”.

**Para entrar en contacto con la Red de apoyo para madres puede escribir a redeapoyoporelcambio@gmail.com o llamar al 0412-9565337**

 

Manuela

Manuela Pérez, mamá de Adriana (28)

“Tenemos que exigir para que paguen los culpables. No denunciar nos hace cómplices”

Ella es la mamá de Adriana Urquiola, la joven asesinada el 23 de marzo de 2014 y que era intérprete de lengua de señas del noticiero Venevisión. Estaba embarazada de 7 meses. La mataron cuando trataba de cruzar una guarimba en la carretera Panamericana. El asesino, Johnny Bolívar, se molestó por la protesta, sacó un arma y disparó. Le dio en la cabeza a Adriana.

“Vivo para denunciar”, dice Manuela Pérez. Cuenta que su vida se paralizó el día que asesinaron a Adriana. Recuerda que los últimos meses fueron de pura ilusión. Se hablaba de un sólo tema en la casa: el bebé que Adriana estaba esperando. “Iba a ser el primer nieto, toda la vida giraba en torno a ese momento. Me imagino que le pasa a todas las abuelas”.

Pero pasó esto, y todo cambió. Tiene otra hija pero vive fuera del país.

“Mi vida está basada en lo elemental del ser humano, y el resto del tiempo, lo dedico a la denuncia”.

Manuela trabajaba en una empresa de importaciones, pero después del asesinato de Adriana paró de trabajar en eso. “No tengo ánimo, no hay espíritu para concentrarse en otra cosa”, explica.

Su tiempo transcurre investigando en redes, datos sobre el asesino de su hija, yendo a tribunales, a los medios de comunicación. “También busco el por qué. Aún no consigo la respuesta para explicar que él está libre, aunque tiene 24 años de sentencia por secuestro y estafa. No hay funcionario que me de la razón”.

Manuela reconoce que más de un año después, se levanta todas las mañanas y llora. También dice que ha recibido apoyo y solidaridad de muchos entes del Estado. Pero exige mucho más que eso. “Con las lágrimas y la solidaridad de los funcionarios no me basta, yo lo que quiero es que se haga justicia, que él sea enjuiciado y pague, para yo poder tener paz”.

El caso de Adriana -recalca su mamá- es un caso de simple delincuencia.

“Tuve la suerte de que el asesino de mi hija fue identificado, muchas madres nunca saben quién mató a sus hijos. Eso me hace querer llegar al final de todo esto”.

Sabe que su vida nunca va a ser la que fue porque nadie le va a devolver a Adriana, pero está segura que cuando se haga justicia, tendrá un poco de paz y tranquilidad.

Desde que, siete días después del asesinato, se emitió la orden de captura de Johnny Bolívar, el juicio no ha avanzado más.

“No comprendo por qué no es posible determinar si está dentro o fuera del país”, declara.

La madre de Adriana todavía cree que esto es un mal sueño. “Hay veces que me levanto y pienso que estoy en una película. Todavía no puedo creer que hablo de mi hija como un muerto. Me cuesta mucho aceptarlo”, confiesa.

Se convence de que su hija cumplió con la misión que tenía en la vida. “Creo que ella tenía una misión, y a mi también me dejó una tarea, que es resolver este caso, y que esa persona pague”.

A las madres que están pasando por esto, les recomienda que sólo queda el consuelo de conformarse, y seguir. “Tenemos que exigir y que se haga lo que se tenga que hacer para que paguen los culpables. No denunciar nos hace cómplices”.

Este año no saben qué van a hacer el día de la madre. No hay planes. Siempre se reunían, toda la familia, pero la vida de Manuela cambió.

“Yo sigo viviendo hasta que Dios disponga. No sé si este caso me cambió la vida para que hiciera una fundación o algo parecido, para sacar algo positivo de esto”.

Ingrid

Ingrid Mantilla, mamá de Rosmit (26)

Como madres tenemos que seguir por ellos, por los ideales de los hijos muertos o presos”

Ingrid es la mamá de Rosmit Mantilla, preso desde el 2 de mayo de 2014. Mantilla es activista de Voluntad Popular y defensor de los derechos de la comunidad Lesbiana, Gay, Bisexual y Transexual (LGBT). Se lo llevó detenido una comisión del Sebin, que entró a su casa de Caricuao, en Caracas, por una supuesta denuncia que habían recibido de un patriota cooperante. Hoy está imputado por asociación para delinquir y obstrucción de las vías públicas.

La audiencia preliminar de su caso se suspendió once veces. Nueve meses después de su aprehensión, el juez anunció que sería juzgado en tribunales y que debía permanecer preso en el Helicoide. El juicio aún no comienza.Fue ocho días después de su detención, que la dejaron verlo.

“Lo primero que me dijo apenas fue: ‘No me reclames nada, todo esto lo aprendimos en la casa”.

Ingrid dice que todos sus hijos son unos luchadores, preocupados por el país y muy activos. “Nunca tuve miedo de que lo detuvieran porque esos valores se los inculcamos en la casa. Orgullo sí, mucho orgullo”, reconoce.

La mamá de Rosmit vive en San Cristóbal, estado Táchira y tuvo que dejarlo todo y mudarse a Caracas para ocuparse del caso de su hijo.

“Yo trabajaba y dejé mi trabajo para dedicarme solamente a esto. Tengo que estar visitando medios, estar detrás de los abogados, ir a tribunales, a la Fiscalía, ir a muchos sitios, no me doy a basto”.

Sólo puede verlo dos veces a la semana, los miércoles y los sábados. A veces no puede aprovechar el día de visita porque debe atender diligencias del caso de Rosmit, audiencias de otros estudiantes o reuniones con otros padres. “Uno tiene que aprender a ser madre, periodista, buscar todas las noticias de su hijo. Dejas de ser madre, para ser de todo: periodista, policía, abogado, de todo”.

Rosmit es el mayor de tres hijos. Tiene dos hermanas menores. Los tres son estudiantes universitarios. Él estudia comunicación social en la Universidad Santa María, pero tiene un año sin ir a clases, desde que está preso.

Su mamá recuerda que desde muy pequeño, Rosmit declaró su tendencia homosexual y todos en la casa se la respetaron. “Mi hijo es así y se lo respeto. El amor de madre no distingue si mi hijo es gay, perfecto, enfermo. El dolor que yo siento es el mismo que siente la mamá de Leopoldo López, y la mamá del señor Gilberto. Es igual para todos”, explica.

Ella dice que llora mucho en las noches, pero ese llanto lo convierte en lucha al día siguiente. Repite como un mantra que no puede echarse en una cama a llorar.

“Si nuestros hijos están allá adentro, porque quisieron hacer justicia por su país, nosotros tenemos el deber de que ese trabajo de ellos no se pierda. Como madres tenemos que seguir por ellos, por los ideales de los hijos muertos o presos. No podemos darnos el lujo de llorar”.

No quiere celebrar este año el día de la madre. “No podría. Él está preso y mi corazón no me da para celebraciones. Yo estoy guardando todas esas fechas, su cumpleaños, el nacimiento de mi nieto, para cuando salga mi hijo. Ese día va a haber una fiesta en los corazones de toda la familia”.

Como Hilda, María Elena, Manuela e Ingrid, miles de madres venezolanas no celebran este día. Esperan que se haga justicia en los casos de sus hijos que fueron asesinados o encarcelados injustamente.

Invedin celebra el Bazar & Bodegón Día de la Madre

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Las madres son ángeles que están en este mundo para brindar protección y amor, no conocen de distancias, obstáculos ni dificultades. En Invedin le abrimos las puertas a cada una de esas mujeres para ayudarlas a ofrecerle un mejor porvenir a sus hijos. Es por ello, que nuestra institución el próximo viernes 24 y sábado 25 de abril llevará a cabo su tradicional evento de recaudación: Bazar & Bodegón Día de la Madre.

Acompáñanos en los espacios del Urban Cuplé del CCCT donde conseguirás nuestro exclusivo bodegón de productos gourmet nacionales e importados, al igual que una gran variedad de obsequios para las madres en su día.

Con un aporte de 150 bolívares fuertes, válido para los dos días del evento, los asistentes tendrán la valiosa oportunidad de apoyar el trabajo que realiza la institución año tras año para mejorar el futuro y la calidad de vida de niños y familias venezolanas en desventaja social.

En esta ocasión agradecemos a todas las empresas que nos apoyan, especialmente a Herbalife y General Mills (Diablitos Underwood), quien a través de su programa de responsabilidad social Sabor con Causa se une a nuestra institución.

El horario del Bazar & Bodegón será: viernes 24 de 11:00 a.m. a 8:00 p.m. y el sábado 25 de abril de 10:00 a.m. a 8:00 pm. Las personas tendrán la comodidad y seguridad de estacionar en el CCCT.

 

Invedin