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Destrucción

Saquearon y quemaron el auditorio de la UDO en Cumaná

El auditorio central Cerro Colorado de la Universidad de Oriente (UDO) en Cumaná, estado Sucre, fue saqueado y quemado este viernes 17 de mayo.

Reportes indican que el comedor y los laboratorios de Ciencias e Informática también fueron asaltados.
El diputado de la Asamblea Nacional (AN), Juan Pablo García, catalogó de «malandros» a los «grupos chavistas que destruyeron el auditorio central de la UDO». «Por eso la UDO y el país entero se les rebela. No podrán callar con violencia el sentimiento nacional de hastío. Se van, quieran o no, y lo lograremos con fuerza!», expresó a través de su cuenta de Twitter.
Asimismo, Robert Alcalá, diputado de la AN, denunció que «los robos, la toma del rectorado y la destrucción forman parte de un Plan de la Dictadura para quedarse con la planta física y montar allí la “Universidad de la Seguridad”.
El pasado jueves, la comunidad que hace vida en la Universidad de Oriente Núcleo Nueva Esparta protestaron en las inmediaciones de esa casa de estudios, en rechazo a la anarquía en el rectorado del estado Sucre y en apoyo a la autonomía universitaria.
Reflexiones en el silencio de la soledad, por Armando Martini Pietri

MEDITAMOS Y AL MEDITAR dudamos tratando de entender por qué nos pasó, qué hicimos o dejamos de hacer, para merecer esta ignominia que hoy sufrimos. Una actividad, aún con el habitual surgimiento de la autocompasión, nos lleva al desaliento, buscándole cinco y más patas al gato. Es cuando surge la que parece una luz al final del túnel, peligrosa e inconveniente porque, la desesperanza, puede encandilarnos, otra forma de enceguecernos. Iluminación con acento militar, ilusiones de películas, con desconocimiento de la realidad e historia como el que muestran los jefes de la tiranía cuando se llenan la boca hablando de resistencia hasta morir, “no pasarán”, o que Venezuela se convertirá en otro Vietnam; país que hoy es plenamente capitalista mientras siembra en las tierras que fueron arrasadas y envenenadas.

Se habla de la ayuda humanitaria como parte de la solución a nuestros problemas medicinales y alimenticios. El Gobierno interino de Juan Guaidó emplaza a miles de ciudadanos, la mayoría con hambre de alimentos y muchos con apetito de cambio político, ambos sedientos de libertad y mejor futuro.

Ingenuo y engañoso no entenderlo, como una forma de presión a los militares oficialistas, reacios a salir de su zona de confort y jugarse la carrera, hay que entender que demasiados son parte del régimen que sin ellos no hubiera sido posible. Así esa invitación y su conformación conlleva el alto riesgo de una masacre ciudadana, una división drástica, rencorosa entre ciudadanía y militares.

Lo cual llevaría a la verdadera tragedia, la intervención con activo respaldo y agresiva protección militar, intromisión a sangre y fuego que es -ejemplos sobran- una de las peores situaciones que puede experimentar cualquier nación. El daño será enorme, descomunal, para personas, familias, y, en general, la ciudadanía. La recuperación de la normalidad será embarazosa, compleja, dura y larga, de generaciones. Requerirá esfuerzo, sacrificio, trabajo y paciencia, no de años sino décadas. Pero la gran pregunta: ¿qué sería peor, continuar como estamos?

Un nuevo Estado en esas condiciones de tutelaje armado está obligado a abandonar las clientelas partidistas de todas las ideologías, bolichicos, enchufados y financistas del negocio politiquero, quienes desean prolongar la fiesta y el asalto al tesoro público, pero también a quienes simplemente traten de ser emprendedores, pero por cualquier matiz no sean gratos a los tutores. Ya nos está pasando con el castrismo cubano y otros terceros que además se chupan buena parte de la producción nacional, con una intervención que probablemente, con vietnames a la barinesa o inutilidades como la presencia castro cubana en Panamá y Granada, será rápidamente sustituida por la estadounidense con traje internacional.

Mientras dure el usurpador en el cargo, más se profundizará la crisis económica. Crecerá la escasez, hambruna y pobreza, lo que enfurecerá aún más a la ciudadanía, aumentando la probabilidad de un desafío violento, respaldado o no por militares. Y si bien el tiempo no está del lado oficialista, tampoco lo está de la oposición, donde pululan sectores de evidente complicidad que juegan al fracaso, son los mismos que no respaldaron asumir el artículo 233 de la Constitución y ahora se niegan al 187 numeral 11, de respaldo al principio de Responsabilidad de Proteger (R2P o RtoP), despilfarrando oportunidades, escudriñando iracundos el derrumbe del coraje.

La bisagra sobre la cual giran la opción de seguir empantanados en el desastre económico, social y político actual, o cambiar a un sistema democrático de libertades y aplicación de derechos, sigue siendo el Presidente armado, la opción entre permanencia o salida.

No habrá milagros, no se producen en política ni en economía de Estado. La intervención humanitaria es sólo un paliativo con valor de principio político, no de cura milagrosa. Sólo es la apertura al alargamiento de la agonía con curas limitadas en tiempo y espacio.

Diría el refranero popular que eso es mejor que nada, siempre y cuando los ciudadanos estén claros de que es así y no experimenten mayores expectativas ilusorias que conduzcan a la frustrante emoción de la desilusión y desconsuelo, que es uno de los riesgos que estamos teniendo ahora mismo. La prioridad es avanzar de manera simultánea entre lo institucional, y la protesta en la calle para lograr la restitución de la Constitución y la democracia, convocando elecciones presidenciales.

Entre la protesta y rebelión existe una línea muy fina que los separa, a veces confusa y casi imperceptible. La protesta nace de la carencia humana (escasez de agua, electricidad, comida, gasolina, gas y muchos etcéteras). La rebelión es la reacción explosiva contra la privación conceptual (libertad, democracia) y de la libertad de actuar trabajar, prosperar.

Los ciudadanos del país son los responsables y beneficiarios del cambio necesario, urgente, para revertir la condición de miseria y opresión a la que estamos sometidos. No es un invento de Juan Guaidó, él es sólo el hombre que levantó ahora la bandera.

Sólo la rebelión ciudadana y legítima consagrada en nuestra constitución, es garantía de soberanía y conducción hacia un país, una república liberal en el que reine el imperio de la Ley, bienestar, progreso, desarrollo productivo, salud, educación y vida.

Los devotos que defienden al genocida, la miseria y destrucción que representa, quienes lo apoyan los menos por convicción, los más por conveniencia de cualquier color, no lo hacen demostrando ingenuidad sino colaboracionismo de baja calaña, asqueroso y pestilente.

El régimen está asediado en lo externo e interno, y enfrenta con intensidad la presión económica por las sanciones. En poco tiempo el régimen castrista venezolano estará en situación de inviabilidad e insostenibilidad, lo que dará posibilidad, más bien imposibilidad, a un gobierno interino, una transición necesaria para reconducir la economía paralizada y frenar la corrupción desbordada.

Pero deben tener extremo cuidado porque en la sangre llevan el bacilo ponzoñoso de lo mismo con traje diferente cuando insisten en la inclusión de sectores practicantes del apoyo soterrado a cambio de beneficios.

Que es mucha de la historia venezolana.

 

@ArmandoMartini 

VAN 20 AÑOS DE UN PROCESO de destrucción sistemática de la institucionalidad, de la economía y de la sociedad venezolana. Años, además, en los que se ha entregado la soberanía de la nación a otros países y a organizaciones criminales. Después de 20 años de recorrer un desierto de empobrecimiento, depauperación y éxodo de millones de compatriotas, enero de 2019 está significando la cristalización de un esfuerzo nacional por la liberación, cuya punta de lanza es la Asamblea Nacional y el presidente (e) Juan Guaidó.

Tenemos entre manos una oportunidad única como no se nos había presentado en mucho tiempo, quizá nunca en estos 20 largos años. Es una ventana de oportunidad pequeña y difícil de alcanzar, pero como decía alguien en las redes sociales, en estos días, una ventana por la que todo un país se quiere meter para salir a respirar, por fin, el aire fresco de la libertad, el progreso y el desarrollo.

Esta oportunidad, por supuesto, es compleja, de difícil ejecución y peligrosa, pues enfrentamos a una tiranía totalitaria que, además, responde a intereses internacionales y criminales, en lo que ha dejado de ser un enfrentamiento entre grupos políticos para convertirse en el secuestro que ejecuta un grupo de organizaciones criminales, sobre una sociedad entera y sus instituciones. Pero aun siendo peligrosa e improbable, es menester entender que, si no es esta la oportunidad correcta para liberar a Venezuela, las oportunidades que tengamos en el futuro serán aún más peligrosas y complicadas de llevar a término.

En segundo lugar, es fundamental entender, por parte de los distintos grupos que conforman la opción democrática, que la sociedad está ganada al esfuerzo liderizado por Guaidó. En esta situación, si ganamos, ganamos todos y si perdemos, perdemos todos, no hay espacio para el cálculo político, la sociedad premiará a quienes acompañen este épico esfuerzo civil y patriótico por reconstruir la República y castigará las posiciones tibias sea cual sea el resultado final de esta lucha. Pero, además, es necesario entender, que, ante la magnitud del reto, el esfuerzo de todos es imprescindible. Las tareas son diversas y en varios frentes: la protesta ciudadana, la presión institucional, el invitar a las FAN a la reconstrucción de la República, la presión internacional, la protesta por servicios, libertades y reivindicaciones y se requiere que todos los venezolanos nos involucremos para generar la presión necesaria.

En tercer lugar, debemos dimensionar lo que ha sido el apoyo internacional y comprender que se trata del apoyo decidido y coordinado de todo el mundo libre, de todas las naciones de occidente y de todos nuestros potenciales socios comerciales. Occidente y sus instituciones, aquellas que han sido el fruto del avance de la libertad, de los derechos humanos, de la democracia, de la economía abierta, está apoyando a la causa de la libertad en Venezuela, consciente de que la sociedad ha sido secuestrada y debe apoyarse solidariamente a quienes sufren los abusos de la tiranía y de sus socios. Asimismo, el Mundo y la región perciben que Venezuela se ha convertido en una amenaza para la estabilidad de la región, por la influencia de diversas organizaciones guerrilleras y criminales en el país. Ese apoyo del mundo libre, así de claro, así de decidido, será muy difícil de construir en el futuro. Es por eso que es imperativo hacer todo lo que esté a nuestro alcance por llevar a buen puerto este esfuerzo nacional de liberación.

Por último, pero quizá lo más importante, es fundamental que la sociedad como un todo, ese 80% de personas que apoyan a Guaidó, asumamos con sinceridad la necesidad de acercar, de reintegrar y reinstitucionalizar a las Fuerzas Armadas. Es labor de todos, tender una mano a todos los funcionarios civiles y militares para emprender juntos el camino de la reconstrucción de la patria, sin mezquindades y entendiendo la enorme complejidad del reto por delante. Nuestros hermanos en las Fuerzas Armadas sufren en el corazón de sus familias las privaciones, la escasez, la tristeza de ver a los familiares partir, el dolor de ver a la madre pasar trabajo. No es justo seguir manteniendo en el poder, sobre un trono de bayonetas a quienes nos han sometido al empobrecimiento.

Parte fundamental y fundacional de este esfuerzo que tocará hacer en el futuro, será la de poder despolitizar a las Fuerzas Armadas y ayudar, todos, a que esa institución sea el orgullo de los venezolanos, un lugar de excelencia, prestigio y sobre todo el pilar fundamental de la defensa de la soberanía nacional y de sus instituciones democráticas.

 

@pedro_mendez_d

El sexto elemento, por Víctor Maldonado C

CREO QUE DEBEMOS A GIOVANNI SANTORI la formulación de una pregunta crucial: ¿Cómo luchar en democracia, por la libertad y contra la corrupción? La respuesta apropiada es todo un desafío, sobre todo porque en el camino se puede perder la democracia, y con ella, toda ilusión y capacidad. Ha sido, obviamente, el caso venezolano. La democracia se derrumbó y cayó víctima del atroz populismo, de la fatal ignorancia de sus élites, del caudillo arquetipal y de un inconsciente colectivo que nos escora hacia un socialismo silvestre, un sistema errado de presupuestos y convicciones que operan como puerta franca a los autoritarismos, y en el caso que nos atañe, al totalitarismo más perverso.

Nuestro totalitarismo es híbrido. Es una mezcla caótica de ideología marxista, con sus aplicaciones castristas, y  el peor de los pragmatismos imaginable, porque se reduce a hacer todos lo posible para sobrevivir en el poder, sin importar costos sociales o cualquier tipo de violación a los derechos y libertades. Además, debido a ese mismo pragmatismo, totalmente abierto a constituir las alianzas más espeluznantes, bien sea con carteles de la delincuencia organizada, o con grupos terroristas que terminan apoderándose indebidamente, pero con cierta complacencia oficial, de porciones de territorio sobre el cual ejercen potestad e incluso soberanía. Parece inaudito, pero la única lógica que sobrevive dentro de un experimento socialista es que “todo vale” para mantenerse en el poder.

Por eso mismo esta descripción taxonómica queda muy incompleta si no describimos su funcionamiento, y calibramos las consecuencias de su permanencia. Debe quedarnos claro que este tipo de regímenes solo tiene como interés el retener el poder, porque sus objetivos se concentran en el saqueo sistemático de los recursos, y en combatir a sus enemigos de clase: el mundo libre, el mercado y la propiedad. Son sus enemigos porque no toleran nada que les haga sombra a sus propias tinieblas. Cualquier contraste los derrumba. Ellos, para sobrevivir necesitan ser el único argumento, la narrativa absoluta y la única versión imaginable, sin que haya posibilidad de contrastes. De allí el encierro, la censura, y la propensión a sustituir el conocimiento y el sentido común por teorías “conspiparanoicas” donde las consecuencias se cercenan de las causas, y el sentido común naufraga en el mar tempestuoso de una avasallante propaganda oficial. Todo este esfuerzo necesita afanosamente simplificar al individuo, despojarlo de criterio, obligarlo a pensar de acuerdo con la conveniencia del régimen. Requiere de la degradación del ciudadano hasta el sujeto idiotizado, elemental, conforme, dependiente y servil que no es capaz de imaginar la libertad.

No ocuparse del país los muestra a los ojos de los incautos como sumamente ineficientes. Pero es otra cosa, no es solo que no saben hacer, es que además no les importa. Lo de ellos no es atender las demandas ciudadanas, prestar el servicio eléctrico, garantizar el agua potable, suministrar alimentos o hacer viable el sistema de salud. Para ellos gobernar es solo la excusa para instrumentar sistemas sofisticados de saqueo de las finanzas públicas. Y lo hacen aun a costa de destruir la moneda, vaciar las reservas internacionales, arruinar la empresa petrolera estatal y devastar los recursos del país. Ellos, los supuestos constructores de un futuro perfecto, son la única causa de que no haya posibilidad de futuro alguno.

La perversidad, la mentira, las operaciones psicológicas y la propaganda son también parte de su saber hacer. Todo el aparato estatal se va especializando en la simulación. Necesitan garantizar la preeminencia de una ficción, la alienación a una falsa realidad, sembrar las dudas sobre lo que la gente realmente padece, jugar a la lotería social, hacerles ver incluso que algunos de ellos, los más fieles y leales, pueden llegar a ser partícipes de ese mágico milagro de estar “donde hayga”. Para ellos el saqueo del país es un privilegio reservado a “sus mejores”.

Pero para que toda esta trama funcione adecuadamente tiene que ir adornada de una lucha constante a favor de “nuevos derechos para las minorías”, mostrándose como puerta franca a cualquier exacerbación progresista. Los socialismos son, en ese sentido, paradójicos. Sus ciudadanos están muertos de hambre, pero muy orgullosos de los “derechos” que tienen “garantizadas” las minorías que ellos inventan y luego exacerban. No hay derechos humanos, pero dicen respetar a las minorías.  El “lenguaje inclusivo” opera como una trampa adicional: destruye el lenguaje, perturba los significados, y aplasta la verdad debajo de los nuevos convencionalismos. La realidad, ahora carente de la posibilidad de ser narrada con limpieza y claridad, termina siendo partícipe de ese caos que solo conviene al saqueo. La perversidad consiste en sembrar la confusión, evitar la reflexión unívoca, alejar la situación concreta, y colocar a la gente en una nebulosa montada a propósito para evitar la objetividad que necesita la disidencia para plantear el proceso de diferenciación.

El régimen juega a eso, a la paradoja constante, a remover las entrañas, extirpando lo poco o mucho de raigambre moral que le quede a un venezolano que tiene razones para estar amargado, que además está hambreado y sofocado por las terribles circunstancias que le ha tocado vivir. El ciudadano, expuesto a un circo psicodélico, no tiene demasiado claras sus opciones, porque el socialismo los somete a un bombardeo psíquico que los obliga a desconocer su propia condición humana para terminar siendo una comparsa. El régimen se ufana de un control eficaz de la población, pero se niega a cuantificar los costos. Esa receta es cubana. El poder defendido desde una trinchera. El poder transformado en su propia finalidad. No es control legítimo sino los resultados de vivir sin derechos, diezmada la esperanza, víctimas de las embestidas del régimen y de la desbandada de los que no soportan.

Lo cierto es que hay mucha impudicia al exhibir tanta destrucción. Pasearse por las calles del país es apreciar con dolor tanto tiempo perdido para el ciudadano. El estado en sus términos convencionales, tolerado porque está diseñado para proteger la vida, la propiedad y la soberanía, cuando se le confiere demasiado poder, comete traición y se convierte en un fin en si mismo. En los socialismos es todavía peor, porque se transforma en un depredador que también practica una indiferencia atroz. El ciudadano luce desvalido. Todo ha quedado de su mano. Las carreteras quedan abandonadas a su suerte, monumentos y estructuras lucen derruidos. La oscuridad es la única compañera de las noches en cualquiera de nuestras ciudades. Empresas cerradas dan cuenta de la imposibilidad de convivir con el destruccionismo por diseño. Las empresas públicas corrieron la única suerte que podían tener, el saqueo de su talento y de sus capacidades productivas. Hospitales y centros de salud dejan de funcionar. La moneda pierde su sentido. La economía estalla y ya no envía las señales pertinentes para poder hacer el cálculo económico. Una tormenta perfecta.

El socialismo, que se atribuye el remoquete de “científico”, reniega de la razón y el sentido común. Desvalija el sistema de mercado para colocar en su sustitución el régimen de controles, como si fuera posible manejar la sociedad a través de un sistema de planificación centralizada. Confunde soberbia con conocimiento. No es capaz de discernir entre capacidad y posibilidad. Abjura de la herencia civilizacional para reemplazarla por un misticismo ideológico y un odio sistemático, donde ellos operan como chamanes confabulados con la fuerza bruta del que ejerce la tiranía. El resentimiento los coloca en posición de devastar el régimen de propiedad y creer que lo pueden sustituir por el voluntarismo estatista. Los resultados están a la vista: La gente se está muriendo de hambre.

En el transcurso ocurre un desmontaje atroz de la empresa privada. El fidelismo la estatizó completamente. La versión remozada de la vieja receta castrista abrió un dossier de posibilidades: estatización forzada, intervención de la autonomía de las empresas a través de controles, y “el modo Putin” de control económico: sofocar a los empresarios indóciles hasta obligarlos a la venta de sus empresas, que quedan así en manos de los amigos del régimen, los “enchufados”. Otra versión de la misma estrategia es la que permite el acceso preferido a privilegios cambiarios y de cualquier otro tipo a una cofradía limitada de empresarios que se dejan manosear a cambio de ser los testigos de “una economía sana”, llena de oportunidades, donde se pueden hacer alianzas con el gobierno, que resultan “favorables” para el país, que no aprecian la necesidad de mantener una visión holística del momento, y que por lo tanto dicen que es posible aislar la economía de cualquier cosa que ocurra en la política. Toda experiencia socialista tiene sus espacios para el ejercicio del cinismo. Por eso la justificación suele ser dramática y con tintes supuestamente heroicos. Los que se acercan a las vetas de la corrupción y se benefician de ellas dicen que ese resulta ser el precio que deben pagar para mantener la empresa abierta y los empleos asegurados. Una muy conveniente ceguera que llena sus bolsillos, al costo social de mantener la ilusión de un sector “privado” relativamente autónomo, alejado de la diatriba partidista, militante de las negociaciones y el diálogo, que “practica” un falso pluralismo y que propone una versión de la realidad donde la democracia está “ligeramente tutelada” por la ideología oficial. ¿Los identifica?

El poder totalitario se corrompe tanto como mantiene una obstinada vocación para corromperlo todo. Dicho de otra manera, el análisis no solamente tiene que considerar la descomposición progresiva del orden totalitario, sino sus efectos en el resto de la sociedad cuando se somete a la terrible circunstancia de vivir en la ilegalidad para poder sobrevivir. La sobrevivencia produce otra mirada, más complaciente, más resignada, o tal vez más ansiosa o alucinada. La consecuencia  es que reduce a la desolación y a la servidumbre, como si de un remolino se tratara.

Pero lo más grave no es la desolación que provoca un régimen corrupto. Es la capacidad tremendamente astringente para disolver la integridad de quienes estarían llamados a confrontarlo. El sexto elemento es ese, la corrupción como operadora política de alto nivel, la práctica del cinismo como cultura predominante y excusa perfecta, el abandono de los valores como referentes, la extraña liberalidad con la que se asume la vivencia del totalitarismo, y esa sospechosa forma como asumen los tiempos de resolución, sin apuro, con pausas, lleno de emboscadas, con infatuaciones coreográficas, dejando indemne al régimen que dicen combatir. Y de nuevo, fomentando la desolación de una ciudadanía que no puede o no quiere comprender.

¿Qué es lo que el ciudadano no quiere comprender? Que el régimen tiene muchas formas de preservarse en el poder. Pero entre las más clásicas está el estímulo de la corrupción como forma de practicar el chantaje, ablandar progresivamente las conciencias y bloquear cualquier estrategia de coraje. Eso es mucho más masivo y más económico que la represión pura y dura, reservada para los más irreductibles. El escándalo continental provocado por Odebrecht da cuenta de cómo operó el buque insignia de la política socialista de apaciguamiento y domesticación. Miles de millones de dólares repartidos entre comisionados y comisionistas para salvaguardar las bases de los socialismos reinantes. Grandes, pequeñas y medianas prebendas repartidas generosamente para aquietar los ánimos y hacerlos poco menos que comparsas negadoras de lo que verdaderamente está ocurriendo.

La lucha política está contaminada por quienes no asumen que el cambio es posible porque el statu quo les resulta el máximo conveniente de sus posibilidades políticas, bien sea porque solamente sobreviven en ausencia de competencia abierta, o porque han aprendido a vivir muy bien del rol que los ubica como eternos partidos de oposición light. Sobreviven porque son parte del decorado totalitario. Y lo peor, saben que no sobrevivirían ni un minuto a un proceso de transición democrática.

El totalitarismo del siglo XXI ha usado la corrupción como herramienta útil de sometimiento. Ha envilecido los “deberes posicionales” (Garzón Valdés, 2004), aquellos deberes que se adquieren a través de algún acto voluntario en virtud del cual alguien acepta asumir un papel dentro de un sistema normativo. Esos deberes se han convertido en privilegios. Le han dado la espalda al sentido republicano del ejercicio del poder. La corrupción es no cumplir con esa obligación que viene con el liderazgo y el poder, es la traición a la confianza social otorgada, es la falta de cooperación con las expectativas sociales.

Te dan un cargo, ofreces con altisonancia y luego aflojas al momento de las acciones. La corrupción se aprecia entre la contradicción brutal entre el discurso y la práctica. Opera a través de la participación en un grupo que intenta influenciar en el comportamiento de los otros a través de promesas, amenazas o prestaciones prohibidas por el sistema normativo relevante, para obtener algún beneficio o ganancia indebidas. Esta trama grupal, mafiosa, subterránea, nunca la vemos, pero la percibimos en la decepción que generan esos operadores institucionales.

La corrupción es una inmensa y extensa telaraña, que no puede dejar de presumirse. Lo trágico es que, en el socialismo del siglo XXI, es además el mismo sistema normativo que favorece, enaltece y propicia la impunidad y la corrupción, porque ellos proponen y ofrecen que “dentro de la revolución ¡todo es posible!”. Vivimos un sistema normativo de complicidades y de corrupción abierta. Ese sistema y sus pueriles expectativas es lo que se tiene que abolir, porque el sexto elemento sostiene al socialismo del siglo XXI a pesar de sus muy malos resultados.

Debo finalizar advirtiendo con las palabras de Santo Tomás Moro, patrono de la política, que esa telaraña de la corrupción es una trampa que no podemos seguir ignorando. Está más cerca de lo que imaginamos, no podemos seguir suponiendo que afecta a los otros, a los malos, solamente al régimen, porque “si los males y desgracias de aquellos que están lejos no nos llegaran a conmover y preocupar, muévanos, al menos, nuestro propio peligro. Pues razón de sobra tenemos para temer que la maldad destructora (la corrupción) no tardará en acercarse a donde estamos, de la misma manera que sabemos por experiencia cuán grande e impetuosa es la fuerza devastadora de un incendio, o cuán terrible el contagio de una peste al extenderse. Sin la ayuda de Dios para que desvíe el mal, inútil es todo refugio humano”. Hoy más que nunca es imprescindible la restauración moral de la república, que solamente se logrará con cualquier modalidad de ayuda que restaure el bien y destierre el mal.

@vjmc

Laureano Márquez P. Nov 15, 2018 | Actualizado hace 6 días
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REVISEMOS, YA NO FALTA MUCHO PARA LA DESTRUCCIÓN TOTAL. Eso, curiosamente, tiene un único elemento favorable: cuando ya no haya nada que destruir, que es la  razón de ser de este régimen y su motivación esencial, ese será su fin, seguramente un momento muy difícil para todos. Hay que reconocer que el trabajo ha sido adelantado con eficiencia, comenzando por nuestra principal fuente de ingresos. Ya la industria petrolera, está lista: la que otrora fuera una de las empresas más importantes del mundo está boqueando.

Según algunos, ya el año que viene no se exportará petróleo. 

Vamos con los servicios:

  • Electricidad apagones.

  • Agua potable ausente.

  • Transporte público inoperante.

  • Salud inexistente.

  • Educación mediocre.

  • Distribución de combustible escasa.

  • Moneda  devaluada (con 8 ceros menos: ¡un excelente trabajo!).

En las áreas nombradas se ha realizado una admirable labor, faltan algunos detallitos en materia eléctrica, pero se trabaja de manera seria y sostenida “a paso de destructores”.

Lo anterior ha sido  acompañado con la ruina de todo lo relacionado con la producción de alimentos y bienes de consumo. He aquí algunas de las cosas que han sido destruidas ya:

  • Ganadería desaparecida.

  • Agricultura acabada.

  • Industrias productivas: harinas, cereales, lácteos, etc. expropiadas, es decir quebradas.

  • Cadenas de distribución de alimentos (supermercados, abastos, etc.) colapsados.

Menester es afirmar que el régimen chavista se ha afanado con su mejor espíritu de ensañamiento demoledor en estas áreas. Sin embargo aún quedan algunas personas tratando de producir. Una especie de resistencia de la honestidad que debe ser sometida cuanto antes. Donde usted sepa, lector, de alguien que esté produciendo, sembrando, que tenga ganado bien cuidado, incluyendo cerdos ahora que viene la Navidad, denúncielos, cuanto antes. Estos focos de resistencia creativa y productiva frenan el proceso y mientras más dure peor.

Revisemos por un momento la destrucción de la infraestructura:

  • Vialidad ruinosa.

  • Metro de Caracas en ruinas.

  • Ferrocarriles solo los pilares.

  • Hospitales abandonados.

Quizá el trabajo más importante que el régimen ha realizado con su ilimitada capacidad de destrozo lo hemos visto en relación con el sistema institucional del país. Después de veinte años de aniquilamiento de la república democrática, ya casi nada queda en pie:

  • Parlamento pisoteado.

  • Justicia sumisa.

  • Ejército politizado(reconocimiento especial merece en trabajo en esta área, donde por su complejidad se requirió de ayuda foránea).

  • Sistema electoral parcializado (impecable trabajo también en este sector, ¡felicitaciones!).

La ruina de una república no es tarea fácil, por más que esta gente se aplica en ello. La destrucción de un país también requiere de un trabajo de detalle al que hay que prestar atención. Siempre quedan cosas por allí desatendidas. Funcionarios honestos, que los hay aún, lamentablemente, deben ser señalados de inmediato, para que no saboteen este esfuerzo sostenido que tanto sudor ha costado.

Componente importante de este aniquilamiento del destino de un pueblo es:

  • La corrupciónEsta merece un gran “check mark”. Pocas veces en la historia mundial se había visto algo comparable en términos del desfalco de una nación.

La anterior tarea no estaría completa sin la destrucción del medio ambiente. También en ello los adelantos son notables: baste como ejemplo relevante y exitoso,  el arco minero 

El régimen podrá decir con satisfacción que aunque quedan cosas por hacer, se trabaja afanosamente en ello. Por ejemplo: repatriar el poco oro que queda en bancos ingleses y dilapidarlo es una tarea pendiente que requiere de urgente atención, porque toma su tiempito.

Por último, ya que raspan la olla, no olviden  la espada del Libertador, que también vale sus realitos.

Faltaría una sola cosa, en la que es menester señalar que el régimen ha fallado en aniquilar: la esperanza que se anida en el alma nacional. Es una energía especial, ancestral, una mezcla de inteligencia, emprendimiento, honestidad  y bondad que sigue ahí, esperando que la barbarie termine su tarea, para ella comenzar la suya.

@laureanomar

Mensaje urbi et orbi, por Laureano Márquez

Constituyente

El régimen se quitó los pocos harapos que cubrían su desnudez y exhibe sus vergüenzas ante el mundo sin el menor pudor. Creo que solo Evo Morales y la gente de Podemos, en España, defienden lo indefendible con “admirable” malvada consistencia. La calamidad que hoy padece Venezuela pasará -de ello no cabe ya la menor duda- como pasan todas las calamidades. La pregunta es cuál es el saldo de daños y víctimas que dejará a su paso este huracán de destrucción.

Desde hace algunos meses, pero con mayor razón luego del 30 de julio, el país entra en el terreno de la ingobernabilidad, cosa que en verdad le importa poco al régimen, porque su propósito nunca ha sido gobernar, sino mantenerse en el poder para usufructuar ventajas, dividendos y control sobre la nación. La situación es de extrema gravedad porque Venezuela se ha convertido en eso que llaman un Estado fallido, esto es: un Estado cuyo gobierno no puede controlar el país, ni detentar el monopolio de la violencia legítima (aunque tenga el de la crueldad), no puede prestar los servicios básicos a la población y se halla excluido del concierto de las naciones. Es por ello que la sociedad venezolana está en rebelión abierta y continuada. Acorralada al extremo, como en el manifiesto de Marx: “ya no tiene nada que perder sino las cadenas”. Desde el poder la respuesta ha sido la de apelar al régimen del terror: asesinatos, torturas y cárceles. En nombre del Estado venezolano los cuerpos de seguridad matan, roban, violan, arremeten contra viviendas con armas y gases. Todo aquello en contra de lo cual Chávez se alzó -y a lo que no le faltaban fallas-, luce ahora como el paraíso perdido.

Los que hoy sostienen la dictadura venezolana deberían preguntarse hasta dónde están dispuestos a llegar para conservar el poder. Las violaciones a los Derechos Humanos y los crímenes cometidos se volverán irremediablemente su contra, porque la lupa del mundo civilizado está sobre Venezuela. Vivimos tiempos en que todo queda registrado, grabado, documentado. Deberían saber que, ante crímenes de lesa humanidad y violaciones a los Derechos Humanos, nadie puede argumentar en su defensa que recibió órdenes superiores porque cada uno tiene una responsabilidad personalísima. Deberían pensarlo bien antes de agregar nuevas páginas a su expediente.

El fraude electoral del 30 de julio puso en evidencia muchas cosas. Ojalá que esas cifras, que no le cuadran ni a Pitágoras, le sirvan al gobierno para conocer la verdadera dimensión del rechazo en su contra. Ni siquiera los empleados públicos, chantajeados con el despido concurrieron. En esto terminó la pesadilla chavista: amenazando con hambre a su propio pueblo si no se obliga a votar por ellos. Triste final para lo que fue una ilusión de tantos.

El secuestro de Ledezma y Leopoldo López da un mensaje claro al mundo de los propósitos de la constituyente: la aniquilación de la oposición venezolana y de toda forma de disidencia. No la tienen fácil: el contador de la medición de rechazo no para de aumentar y hace rato que dejó atrás el 80%.

No parece prudente que el mundo se ensañe en contra de Venezuela con medidas de sanción económica. De eso ya se está encargando el propio gobierno del país, hambreando a la población y obligando a morir de mengua por falta de salud y medicinas,  la única cosa que hace con eficiencia, además de reprimir. Lo que sin duda si requerimos con urgencia son eficaces sanciones de tipo político orientadas específica y claramente en contra la oligarquía gobernante que ha conducido al país a esta desgracia política, económica y social.

Ya es tiempo de que el mundo civilizado -más allá de actuar cuando se producen las tragedias humanitarias- ayude a los pueblos -que en definitiva son la víctima fatal de los tiranos- a  prevenirlas. Es la hora de Venezuela.

@laureanomar

Breve historia de la destrucción, por Laureano Márquez

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Si hay alguna cosa frecuente en la historia de la humanidad es nuestra propensión sostenida a la destrucción. Con razón decía Saramago que el hombre es un ser que vive en permanente construcción, pero también en constante destrucción. Comencemos por definir el concepto. Según la Real Academia, que pule, enjabona, limpia, da brillo y cambio de aceite, destruir es: “reducir a pedazos o a cenizas algo material, u ocasionarle un grave daño”, también: “malgastar o malbaratar la hacienda” y –como si fuera poco–: “quitar a alguien los medios con que se mantenía o estorbarle que los adquiera (del verbo “adquerir”). No sé si me explico.

Hay en la historia múltiples casos de destrucciones que se han vuelto célebres. He aquí algunas:

  1. Sodoma y Gomorra.

Dos ciudades emblemáticas de la antigüedad bíblica, ubicadas muy cerca del mar Muerto –que ya es de suyo un mar destruido– y sobre las que se han tejido las más increíbles leyendas. De Sodoma viene la palabra “sodomizar”, que es algo muy feo. Parece que en Sodoma y Gomorra reinaban todo tipo de corruptelas. Cuentan que existía cambio diferencial y con el denario controlado a 10, se hicieron las más deshonestas fortunas que haya conocido la historia. Un buen día Dios decidió desaparecerlas del mapa realizando el primer experimento atómico del que se tiene noticia. Abraham regatea con Dios para que no castigue a justos por pecadores y llega a la conclusión de que no quedan ni diez justos en la ciudad. Solo la familia de Lot, el padre de la lotería, se salva, pero la esposa de este desatiende la orden divina de no mirar hacia atrás y queda convertida en estatua de sal, cosa que alegró mucho a Lot, porque la sal no era un producto que venía en las bolsas de comida que repartía Bera, el rey de Sodoma.

2. Las siete plagas de Egipto.

La gente suele decir: “te cayeron las siete plagas de Egipto”, pero en realidad fueron diez. Comenzaron con el problema del suministro de agua por Hidroegipto –lo que hizo que la gente comenzara a dejar de bañarse, con las subsecuentes calamidades–, pasando por plagas expropiadoras de cultivos y destructora de ganado, una plaga sapos cooperantes, mosquitos, langostas y tábanos (no es que tábanos nosotros, sino los insectos). Al final Egipto quedó devastado y la MUD israelita logró su cometido de liberar a los judíos de la esclavitud. Moisés con sus acciones demostró que muchas veces lo mejor para una estrategia opositora al fanfarrón es saber administrar el cayado (por aquello de “cayadito te ves más bonito”).

III. Cartago.

“Tan perdido estará como Cartago que con fuego y con sal borró el latino”. La frase es de un poema de Borges. Se refiere a la destrucción de esta ciudad fenicia por los romanos. Los cartagineses se enfrentaron a los romanos con las guerras púnicas (no confundir con las médicas que eran por insumos para la salud) uno de los generales cartagineses más famosos fue Aníbal Barca, fundador del celebérrimo equipo de futbol que lleva su nombre. Aníbal fue uno de los grandes estrategas de la antigüedad, por mucho tiempo recluido en Ramum Viride. La venganza romana llegó por fin cuando el viejo Catón dijo: “Delenda est Cartago” (Cartago debe ser borrada, seguro de “delenda” viene el “delete” anglosajón). Y lo lograron: destruyeron la cuidad hasta los cimientos, luego la araron y la sembraron de sal para que no creciera ni la hierba, como las tierras en las que antaño se cultivaba la caña de azúcar de los valles de Aragua.

La lista de destrucción de sitios maravillosos, espectaculares, prometedores de la que podríamos hablar es larga, pero hemos llegado al límite de este espacio, así que dejémoslo hasta aquí. Este escrito se autodestruirá en cinco segundos.

 

@laureanomar

Rasgos de nuestra adversidad por Víctor Maldonado C.

banderavzla

“Un bosque inmenso de conciencias en estado de alerta”.  Así definió el teólogo Jósef Tischner el cambio en las mentes y las actitudes de la gente cuando emergió en Polonia la revolución de Solidaridad entre 1980 y 1981. Todavía faltaban algunos años para que ese movimiento fructificara en un cambio de gobierno, la derrota del comunismo y el comienzo de un largo camino hacia la libertad plena. No eran tiempos fáciles. La censura, la represión y las carencias se coaligaban en un sistema totalitario del cual parecía casi imposible salir. La opresión era asfixiante hasta el punto que la única salida recomendable era esa “emigración introspectiva” que hacía buscar a cada uno su propio exilio espiritual en la noche oscura de silencios, dudas, simulaciones y miedos.

Sin embargo, no hay ninguna posibilidad de que una embestida totalitaria no tenga como respuesta millones de arrebatos libertarios, insignificantes tal vez, pero inmensamente poderosos en el significado de la pedagogía de la resistencia. Frente a la omnipresencia oficial son muchas las expresiones de disidencia, rebeldía y construcción de un país alternativo que se esgrimen como formas creativas de los que no se dejan vencer. Lo cierto es que el país ha demostrado versatilidad de respuestas que, vistas en conjunto, todas ellas son un caleidoscopio de respuestas no siempre adaptativas y no siempre frontalmente confrontativas, pero que han impedido o retardado el programa explícito de ruina y sometimiento que forman parte del guión de todos los comunismos.

Los comunistas en el poder tienen dos problemas que al final los arruinan. Se creen dueños absolutos de la verdad y administradores de un poder que les da control total sobre los demás. Ellos se sienten moralmente capaces y autorizados para aplastar cualquier disidencia. Pero lo que realmente ocurre es que la mayoría del país simplemente no lo permite porque invalida todas esas demostraciones de fuerza con la indiferencia, el desparpajo y el desprecio a lo que es irreversiblemente malo. Y no es que no hayan hecho el esfuerzo o les falte intención. De hecho, los efectos del destruccionismo socialista se aprecian en todos los rincones del país. Los jinetes del odio y del resentimiento recorren el territorio nacional para acumular víctimas por hambre, miseria, violencia, desempleo, exclusión y odio. Ellos van aplicando el castigo con el terror del azar, sin importar ninguna otra cosa que mantener ese estado de conmoción que en los extremos impide pensar con claridad y tomar decisiones acertadas.

Pero una cosa es lo que ellos quieren y otra muy diferente es lo que ellos logran. Porque no han logrado quebrar el espinazo moral del país. Porque a pesar del terror impartido no han podido clausurar definitivamente al país productivo, emprendedor y resiliente que se expresa con claridad a pesar de sus muchas contradicciones. Me refiero a la probable biografía de cada uno de nosotros, los que aquí quedamos, y a la forma como encaramos el paso de un día tras otro, con la mirada puesta en un horizonte que presentimos, aunque no tengamos claro ni su cuándo ni sus cómo.  Parte esencial de ese compromiso intrínseco con no dejarnos vencer es el intento de narrar el país victorioso, heroico y a veces mártir que resiste los embates totalitarios todos los días sin caer en la tentación de claudicar.

No somos infalibles. El país al que me refiero está lleno de equívocos, pasos en falso y muchas ambigüedades. Pero nadie puede poner en duda su determinación y constancia. Aquí se han perdido miles de empresas, pero todavía tenemos unas cinco mil industrias que se suman a las casi quinientas mil de todos los tamaños que todos los días convocan al trabajo productivo de más de 5 millones de venezolanos. Todos los días esas empresas ven mermar su productividad y su viabilidad, pero al día siguiente abren de nuevo y resisten las furiosas agresiones de un régimen que las tiene como enemigas en una guerra ficticia pero que suma víctimas reales. En buena parte de ellas se está haciendo hasta lo que parece imposible para atajar el empobrecimiento de los empleados y mantener al alza el compromiso y la cohesión que se necesitan para seguir adelante.  

Aquí hay teatro. El fin de semana, por ejemplo, tuve la oportunidad de ver una obra -Lucy en el cielo con diamantes- y me sorprendió el compromiso, la vitalidad, el empuje y el optimismo que destilaban todos los miembros del elenco. Y así como ellos, se suman por centenas las opciones para todos los gustos, en variedad de formatos de artistas que ponen su granito de arena para resistir y ser la alternativa a la acritud de la propaganda oficial. Aquí hay poetas que enarbolan la palabra como instrumento de lucha y que no cesan de denunciar las falacias de un régimen que, entre otras cosas, confunde el arte con la mentirosa adulación. Rafael Cadenas es un testimonio constante de la incomodidad insoportable que produce un régimen que parece tener como único objetivo el eclipsarnos el alma. Es el más importante, pero no es el único.

Aquí hay cientos y tal vez miles de intelectuales comprometidos y dedicados a narrar esta tragedia, a evitar que sus trazas destructivas desaparezcan para consolidar la impunidad en un olvido cómplice. Cada quien puede hacer una lista y se dará cuenta de que son multitud.  Ellos no permiten la desmemoria y contribuyen a significar política y socialmente la magnitud de la crisis que vivimos. Los hay que han medido la pobreza, las condiciones de vida y su degradación, los que se preocupan por los presos comunes y los que denuncian la barbarie con la que tratan a los presos políticos. Otros hacen un seguimiento al tema militar con una valentía feroz, o defienden los derechos de las minorías, o son la voz de los que no tienen voz, los débiles, los enfermos, los marginados o silenciados por la vorágine autoritaria. Y todos realizan su trabajo con valentía y estrechez de recursos. Ninguno ha claudicado.

Las escuelas, liceos y universidades siguen abiertos gracias a un pacto implícito por el que maestras y profesores asumen buena parte de la carga social sin que por eso esperen una mejora sustancial del reconocimiento o de la remuneración. Lo cierto es que poco menos de 10 millones de estudiantes siguen adquiriendo conocimiento y posibilidades de realización a pesar del colapso inminente del sistema, el abandono oficial y la ignorancia brutal con la que el régimen trata todos esos temas. Es la sociedad la que no ha permitido que vaya más allá el sesgo y la tergiversación ideológica que nos quiere imponer una historia y una ciencia oficial.

Aquí hay miles de médicos que todavía pasan consulta y que imaginan mil y una alternativas para sortear las trampas de la escasez, el dolor y la muerte. Las clínicas, hospitales y dispensarios siguen intentando dar algún tipo de servicio a pesar de que las señales que sistemáticamente emiten desde el gobierno es para apurar la deserción. Claro que muchos se han ido, pero ¿por qué vamos a privilegiar la partida de los que así lo han decidido si el verdadero heroísmo consiste en los que aquí se han quedado?

Aquí hay cientos de restaurantes que todavía están abiertos gracias a que sus dueños siguen enamorados de la buena cocina. Y miles de panaderías que hacen milagros a pesar de la escasez de harina, mantequilla, azúcar y vainilla. Y todavía conseguimos buen chocolate, malta y cerveza porque decenas de empresarios y miles de trabajadores siguen ayuntados en el esfuerzo cotidiano de producir e intentar distribuir a pesar de las odiosas determinaciones gubernamentales. ¿No les parece algo incluso sobrenatural que todavía tengamos areperas?  Pero las tenemos, a pesar del abandono del agro, del saboteo sistemático intentado contra la agroindustria y de nuevo, a pesar de la fatal ignorancia e ineptitud con la que el gobierno maneja todas las áreas esenciales de nuestra economía.

Los periodistas y dueños de medios siguen guapeando a pesar de las amenazas constantes. La denuncia social se canaliza a través de unas redes sociales vigorosas y de la tensión constante que ejerce la opinión pública. No nos ha ido peor porque nunca hemos bajado la guardia. No nos ha ido peor porque hemos metabolizado la indignación, el desarraigo, las partidas de los seres que amamos, la muerte injusta, la escasez y el empobrecimiento sin dejar de pensar que este país sigue valiendo la pena. El que está contra la pared es este régimen agónico. El que está desenfocado es el populismo terminal. La sociedad sigue invicta, luchando de mil maneras, resistiendo el embate sin pensar en capitulaciones, rehaciéndose cada día a pesar del deterioro, celebrando los niños que nacen, educando a los jóvenes, sonriendo a pesar de todo, y enterrando a sus muertos.

En Venezuela esta lucha por rescatar decencia, república y libertades es hasta la muerte. No hay edad para el retiro. Mercedes Pulido murió en la primera línea de la batalla social. Tenía 78 años, una edad avanzada, pero que a ella no le proporcionó el merecido sosiego. Antonio Cova le precedió hace algunos años, y hasta el último día dictó clases, escribió artículos y estuvo al servicio de lo mejor del país. Insisto, no son los únicos. Se cuentan por cientos de miles los que han contribuido con su resistencia hasta el último suspiro.  Y así como ellos, muchos otros evitan desentenderse de lo que aquí ocurre, tal vez pensando que la mejor forma de invertir la vida es así, en esta diversidad de resistencias que por razones de adversidad hemos tenido que practicar. Tal vez hemos amado una inmensidad sin tener plena conciencia.

Juan Pablo II definió el amor en uno de sus discursos ante los jóvenes polacos. Era 1983, estaban todos en el santuario de Jasna Góra, esperando por ese mensaje que les permitiera iniciar la liberación. El santo polaco habló de amor y claridad. Ellos, que en esa época vivían la tragedia del mismo comunismo que a nosotros nos aqueja, debían comprender que el amor es sobre todo un compromiso de cercanía, memoria y esperanza.  Para el Papa polaco la cercanía era la antítesis del olvido. Nadie que ama verdaderamente puede olvidar o simular indiferencia. El amor es ese combustible que nos hace seguir avanzando con la imagen de lo amado en los ojos y el corazón. El que ama vela constantemente por el bienestar del amado, y desarrolla una conciencia que sabe discriminar lo bueno de lo malo. Practica el bien, huye del mal, denuncia la injusticia y evita la confusión. Amar es un compromiso con la verdad y un avance constante. El Papa lo decía por su Polonia y yo lo refiero a Venezuela. Los rasgos de esta adversidad demuestran el inmenso amor que todos mantenemos por este país, que tendrá todo el futuro que nosotros le podamos dar, resistiendo, avanzando indetenibles hacia las citas que nos fije el destino, recordando a todos los que como mi amiga Mercedes no pudieron ver la tierra prometida, ese momento de recuperación y reencuentro, cuya ruta nunca dejaron de señalar y al que más temprano que tarde arribaremos con alborozo.

Este país que se narra tantas veces como abandono y desarraigo sobrevivirá por todo lo contrario. Porque millones hacemos el esfuerzo de resistir creativamente y dar la batalla cotidiana con lo mejor de nosotros puesto a la disposición de los otros.

 

@vjmc