Desesperación archivos - Runrun

Desesperación

La desesperación como criterio de poder, por Antonio José Monagas

PoderEjecutivoyPoderJudicial

Mucho se ha dicho y escrito sobre la desesperación como expresión de angustia o de la ansiedad que padece el ser humano cuando es víctima de sus reveses. Aquello que refería Thomas Fuller, reconocido historiador inglés, que “la desesperación infunde valor al cobarde”, podría valer para darle sentido a la connotación política que puede detentar el aludido término. Particularmente, cuando se incurre en el error de actuar o tomar decisiones con la furia del desquite o la revancha sin atender que dicha actitud equivale a ahorcarse en el primer patíbulo hallado en el camino. Por eso, la política debe ejercerse a desdén de sentimientos que tiendan a menguar fortalezas al momento de enfrentar aquellos problemas que lucen insidiosos desde la perspectiva de las demandas más pertinaces.

Aunque la desesperación igualmente puede verse como “el resultado de pretender tomarse en serio la vida con todas sus bondades, la justicia y la razón, y de cumplir con sus exigencias”, tal cual lo explicó Hermann Hesse, poeta alemán, Premio Nobel de Literatura 1946, en política se convierte en excusa para justificar la intransigencia bajo la cual se asumen actitudes tan irascibles, que hace del gobernante un ser que sólo actúa desde la impaciencia, la inmediatez y la sordidez. Es decir, en política, la desesperación es una forma de negar la verdad pues en su esencia se combinan los resentimientos capaces de rebelarse contra la posibilidad de otear y decidir oportunidades que sirvan de razón para lidiar, entre otros, con problemas devenidos de una incertidumbre mal definida.

Hoy, la desesperación de estos gobernantes que dicen ser socialistas sin demostrar lo que el socialismo podría exaltar como sistema político, estimuló un estilo de gobierno salpicado por una ineficacia de tal indignidad, que habría que reescribir la historia política contemporánea venezolana desde nuevas consideraciones teoréticas con la capacidad suficiente para describir la descomposición provocada. Las disonancias que cada discurso ha dejado escuchar, las atrocidades que cada decisión ha evidenciado, en conjunción con el terror que cada amenaza ha hecho sentir, ofrece una idea, aunque incompleta, del desastre que encausó la “revolución pacífica pero armada” en el escaso tramo cronológico de 18 años. Desde luego, por afán a desarreglar todo lo posible mientras, engañosa y alevosamente, sus conductores -ante lo realizado- apuestan a obtener el mayor provecho financiero sin importarles lo que eso pueda causarle a la economía nacional.

Sin embargo lo peor de todo, no se queda ahí. La desesperación de estos gobernantes buscando institucionalizar vicios administrativos, judiciales, morales y éticos, mediante la creación de mecanismos legales que validen la impunidad como criterio para intoxicar la resistencia de una sociedad con conciencia democrática, ha instigado en esa misma población otra clase de desesperación. Ésta, aunque de igual sentido, tiene otra dirección. O sea, mientras la desesperación gubernamental es por conservar el poder, a costa de lo que sea, sin medir consecuencias, incitando esquemas de manipulación para desmoralizar la población, la desesperación de esa misma colectividad es por reivindicar sus derechos, libertades, y garantías constitucionales. Esto da cuenta de un grave desencuentro.

De un país afable, Venezuela pasó a ser un país sofocado por la desesperación. Y el mayor peligro que de esta situación puede generarse, es que el país pudiera ser cultivo de toda clase de desproporciones. Habida cuenta que si bien las desproporciones no son siempre fortuitas, muchas veces surgen de las urnas de votación. Valdría recordar el caso de dictadores emergidos de las urnas electorales.

Estas condiciones, facilitan ser blanco perfecto de situaciones contagiadas por la desesperación. O de quienes al desesperarse, tienden a cometer cualquier equivocación. Y en política, errores así suelen enquistarse mediante las perversiones del populismo. Tanto así, que en Venezuela el poder ha venido instrumentándose a través del recurso que le brinda no sólo el desparpajo de gobernantes incapaces de reconocer al otro. Situación ésta que revela la autocracia que adoptó el alto gobierno como sistema político. Tan cierto es todo esto, que pudiera inferirse un nuevo texto constitucional cuyos principios fundamentales parecieran referir lo siguiente:

Venezuela se constituye en un Estado despótico y altanero de preferencias selectivas y de arbitrariedad organizada que propugna como valores superiores de su indisposición jurídica y de su actuación, la muerte, la confiscación aleatoria, la inequidad, el sectarismo, la preeminencia de derechos favorables al poder y el favoritismo político.

En medio de estas circunstancias tristemente solapadas por hechos promovidos por la cúpula gubernamental, las realidades venezolanas no tienen parangón. O sea, un poder ejecutivo rebatiendo lo que pauta la Constitución que, por mayoría constituyente, fue sancionada en 1999. Gobernantes que avivaron la desesperación en un pueblo con la intención de burlar su condición de Poder Soberano o como lo han llamado: “Poder Popular”. Una administración central de conducta ignominiosa que ha desconocido la importancia del Estado de Derecho y del denominado “Debido Proceso” lo cual ha resultado en la quiebra de la institucionalidad al pretender sustituir la concepción del Estado democrático por el ya viciado Estado Comunal.

De manera que todo lo anterior deja ver que el desespero gubernamental por embutirse en el poder, ha sido causa de manifiestos y continuos equívocos, desconsideraciones e injusticias cometidas en nombre de la “revolución”. Y tan caótico estado de hechos, ha aventajado todo referente históricamente considerado lo cual sin duda ha sido, en gran parte, por asumir la desesperación como criterio de poder.

@ajmonagas

Luis Ugalde S. J. May 26, 2016 | Actualizado hace 8 años
Fin del régimen por Luis Ugalde

Ajedrez

 

El régimen no es nadie y es todo. No es el Presidente, ni el Ejecutivo. Tampoco “El Proceso”, pues éste era vivido como un caminar abierto hacia horizontes de elevación. El régimen hoy es el punto de cristalización y de llegada, cerrado como estación terminal, que mantiene secuestrada a toda la sociedad.  Aferrado al poder, y dedicado de lleno a defenderse y perpetuarse contra la inmensa frustración y desesperación de la población. Al comienzo para muchos “El Proceso” era emoción y esperanza de una Venezuela bella y deseable que concretaron en estos dos artículos centrales de la Constitución:

Art. 2 “Venezuela se constituye en un estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”.

Art.3 “El Estado tiene como fines esenciales la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos y consagrados en esta constitución. La educación y el trabajo son los procesos fundamentales para alcanzar dichos fines”.

Parece imposible que un demócrata no esté de acuerdo con este ideal constitucional que marca un exigente camino de dignidad y liberación. Pero ante la catastrófica realidad actual -después de una dominación hegemónica de 17 años y un millón de millones de $ malgastados- surge un clamor de indignación contra la miseria, la inseguridad y la burla a la Constitución. Nadie en su sano juicio puede pensar que este Régimen va avanzando hacia ese ideal; por el contrario, su obsesión es defender el poder, corrupto e ineficiente, aferrándose a las armas y a la represión porque ya le faltan razones y apoyo popular. Por eso se ha militarizado y se ha convertido en una dictadura, en clara contradicción con la Constitución.

Más difícil es ponerse de acuerdo sobre el modo de salir de esta catástrofe y mucho más el acuerdo y la combinación de fuerzas sociales diversas para retomar el camino hacia el horizonte de democracia y de dignidad compartida y reconstruir.

Cuando un presidente se pone en contradicción con los fines esenciales del bien común nacional, la Constitución prevé modos de evitar mayores desastres y salir de él antes de que concluya el período presidencial. Para eso está, por ejemplo, el referéndum revocatorio, con el  que la sociedad puede cambiar a quien  se ha convertido en gestor del mal común. Pero la dictadura lo quiere  bloquear.

Desde luego más sensato que esta vía un tanto larga, engorrosa y sembrada de trampas, sería un momento de lucidez presidencial que, acordándose de su condición de servidor y delegado de la voluntad de la mayoría nacional, lo llevara a la renuncia. El artículo 350 establece estas emergencias y nos obliga a todos a una responsabilidad ciudadana mayor: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá  cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos” (art. 350).

Ante la formidable emergencia nacional y el brutal deterioro de las condiciones básicas de vida  y de democracia, no basta con la salida del Presidente ni con un cambio de gobierno, es imprescindible un cambio de régimen y  un nuevo gobierno de salvación nacional que incluya a sectores diferentes, unidos  en la suprema tarea de encauzar y de reconstruir el país. Por eso la realidad pide a gritos el cambio de Régimen para volver a la Constitución  y recuperar la esperanza de vida y dignidad para todos. Muy oportuna la reciente advertencia  de la Conferencia Episcopal: “¡Queremos alertar al pueblo! Que no se deje manipular por quienes le ofrezcan un cambio de situación por medio de la violencia social. Pero tampoco por quiénes le exhortan a la resignación ni por quienes  le obligan con amenazas al silencio. ¡No nos dejemos vencer  por las tentaciones! No caigamos en el miedo paralizante y la desesperanza, como si nuestro presente no tuviera futuro. La violencia, la resignación y la desesperanza son graves peligros de la democracia. Nunca debemos ser ciudadanos pasivos y conformistas”.

Luis Ugalde

El Nacional

Gerardo Blyde Ene 30, 2015 | Actualizado hace 9 años
Ese que está a tu lado por Gerardo Blyde

Rechazo9

Nada resulta más peligroso para un gobernante que aparezcan en altísimos porcentajes de la población a la que gobierna, emociones como la inconformidad, la desesperación, la frustración constante, la ansiedad y la reprobación. Los seres humanos necesitamos sentirnos motivados y esperanzados. Cuando sucede lo contrario los psicólogos hablan del síndrome de Brunout.

Así como un individuo puede estar afectado por este síndrome cuando no se siente satisfecho consigo mismo o con lo que ha logrado en la vida y puede derivar en depresión, me atrevo a decir -con la venia de los profesionales de la psiquiatría- que un pueblo, un colectivo, también puede sentirse frustrado, inconforme, ansioso, a la deriva e insatisfecho con lo logrado hasta ahora, pero, lo que es aún peor, sin esperanzas de que en un futuro cercano esa realidad que lo agobia sufra cambios importantes que lo reanimen.

La esperanza, ese estado de confianza o certeza consistente en la convicción interna de que vendrán o sucederán mejores cosas que las que ocurren en el presente, está cada día más reducida en la población venezolana. Existe, sí, por el contrario, un sentimiento colectivo de que las cosas irán a peor en el corto plazo.

Adonde quiera que voy las frases -y sobre todo las caras- de la gran mayoría son las mismas: «¿hasta cuándo esto?» o «¿qué vamos a hacer?

Seguro estoy que ni el Presidente ni sus ministros, ni todos los cientos de altos funcionarios gubernamentales que han tomado como bandera la supuesta existencia de una guerra económica como excusa a lo que estamos viviendo, se han paseado por un abasto, un mercado o una farmacia. No salen de ambientes controlados o de actos muy bien montados donde sólo se rodean de un grupo de personas dependientes de los beneficios del Estado para recibir aplausos a cada frase que digan contra el imperio, contra la oposición, contra los empresarios y comerciantes, y contra el mundo entero que, según ellos, conspira para vernos más pobres a todos los venezolanos.

No hay publicidad oficial o cadena gubernamental que pueda ocultar lo que en nuestros pueblos y ciudades está ocurriendo. El síndrome de Brunout nos está abrazando como una niebla oscura que se va colando por todas partes. Aunque algunos se esfuercen en ocultarla, en no quererla ver, aunque cierren todas las ventanas y puertas de sus despachos ministeriales o de Miraflores, esa niebla se cuela incisiva por las rendijas, por debajo de las puertas y avanza peligrosamente por todos los rincones.

Ese portero que cuida la entrada del lujoso despacho ministerial, o ese soldado que está custodiando la garita de cualquier gran edificio gubernamental, tiene mujer e hijos en casa a los que la leche no llega sin tener que hacer una cola de horas o sin tener que pagar un sobreprecio enorme al revendedor de la zona. Ese mismo que tienes tan cerca, tú que estás empoderado y enamorado del alto cargo gubernamental que ejerces, está igual que el taxista en la calle o el chofer de metrobús, o el obrero de la fábrica, o el empleado de una oficina. Está allí callado escuchándote hablar sobre una guerra económica, sobre los abusadores acaparadores, sobre los chinos y los rusos, sobre los árabes y el imperio. Ese mismo se está preguntando qué nos pasó. Pero no encuentra respuesta.

A ese le dijiste que éramos ricos, que los fondos para todas nuestras necesidades estaban asegurados, que nos convertiríamos en una súper potencia. Ese -que tienes tan cerca de ti- ya no te cree. Y, lo peor, ya no cree en nadie.

¿Te volvería a creer si le hablaras con la verdad, si reconocieras todos los errores, si rectificaras en el modelo fracasado, si le señalaras que vienen tiempos difíciles que tendremos que atravesar en colectivo para recuperar una patria productiva para todos? Quizás te volvería a creer, no lo sé con certeza, pero lo que sí se siente y, sobre todo, se ve en los rostros de millones de venezolanos, es que ahora no te está creyendo.

Hace falta que nazca en todos nosotros un ideal colectivo, un sentimiento compartido, que se indique un camino claro al futuro con una conducción sólida y responsable, que señale sin ambages que lo que viene será duro, difícil, pero que tenemos futuro como país, como colectivo. Que dentro de ese futuro colectivo también está incluida la aspiración personal de cada individuo, de cada ciudadano. Hace falta una esperanza común.

Mientras insistan en culpar a todos, la desesperanza seguirá aumentando. Un pueblo defraudado y deprimido termina reaccionando. Esa reacción colectiva no está escrita en ninguna parte. Si el rechazo a todo es demasiado profundo, será un rechazo a todos, a ustedes e incluso a nosotros, para que nazca algo nuevo que sí tenga la capacidad de volver a enamorar.

@GerardoBlyde

El Universal