En una estación de servicio del norte de Maracaibo, el “bombero” pide a un conductor que desplace el carro un poco adelante, de modo que el aparato que debe captar y registrar los datos de la etiqueta o “chip” pegado en el parabrisas del vehículo logre activar la máquina que surte gasolina.
Se mueve hacia atrás, pero el sistema electrónico no empieza a funcionar. El automóvil se rueda varias veces más y luego de 3 ó 4 minutos de infructuosos intentos, empiezan a llenarle el tanque.
Los conductores que esperan su turno en la parte inicial de una fila de vehículos de casi dos kilómetros, observan desesperados y molestos. Se preguntan cuánto más irá a demorar la carga de gasolina cuando comience a operar el sistema de “biopago”, como llama el Gobierno nacional al control del expendio de combustibles mediante el denominado Carnet de la Patria.
A la mayoría de las personas en la fila les toma hasta tres horas llegar a las “islas” de los surtidores. El temor que causa la implementación del mecanismo anunciado por el presidente Nicolás Maduro en agosto, se expresa en la medida del tiempo que va a quitarle a cada quien llenar el tanque de su carro. También en el costo y en la discriminación que el uso del carnet va a significar, porque solo tres de cada 10 personas que estaban en la fila– ese domingo 16 de septiembre de 2018– decían tener el documento con el que el Gobierno pretende que los venezolanos tengan acceso a combustibles con precios subsidiados.
En la capital zuliana todavía no hay venta de gasolina mediante ese sistema. Y aunque muchos marabinos temían que a partir del lunes 17 de septiembre se impusieran la incertidumbre por los nuevos precios y el caos general por la eventual paralización del parque automotor, las máquinas lectoras del Carnet de la Patria no aparecieron. Cualquiera que preguntara al personal que expende la gasolina o a los guardias nacionales asignados a cada estación de servicio, obtenía la misma respuesta: “No sé nada. Esperamos las órdenes de Pdvsa”.
Lo que sí continuó invariable fue la longitud de las filas de vehículos y la pérdida de varias horas para abastecerse de combustible.
A toda hora del día y durante la semana entera, Maracaibo es un lugar en el que no parece que la mayoría de la gente trabaje. Las inmensas filas de los que esperan retirar dinero en efectivo de los bancos se cruzan con las “colas” de las panaderías y mercados, y todas se superponen a las de los carros que ocupan la mitad de cada calle y avanzan con una lentitud desesperante. Si todos pasan tantas horas enesos trámites, ¿cuánta dedicación a su labor productiva le queda diariamente a un habitante de esta ciudad?
En la cola de ese domingo 16 de septiembre, los ciudadanos invirtieron parte de su larga espera preguntando a los otros conductores cómo les iba en su cotidianidad. Si aparte de los quehaceres personales y familiares le restan a cada jornada unas tres horas sin electricidad, cuando menos una para cargar gasolina y alrededor de dos más en las compras de comida, cualquiera apenas dispone, en promedio, de unas cuatro horas para trabajar y otras cinco para descansar de la agitación diaria. Agregar una cola bancaria acaba con ese precario equilibrio: obtener billetes del nuevo cono monetario le toma a todos un día entero, si se tiene muy buena suerte.
Los 12 conductores con quienes habló Transparencia Venezuela durante cuatro horas y media, y poco menos de dos kilómetros antes de llegar a la estación de servicio Texaco, en la avenida Paúl Moreno de la ciudad de Maracaibo, sabían que a mitad de la semana siguiente deberían abandonar sus puestos de trabajo para volver a llenar el tanque. Y todos rogaban porque una noticia que llegaba desde Táchira se repitiera en Zulia: el “biopago” no se habría podido usar por falta de conexión de datos. Quién sabe.
Solo cuatro de los que hacían la cola tenían el Carnet de la Patria, pero ninguno estaba de acuerdo con usarlo para comprar gasolina. Todos parecían estar convencidos de que otro control social significaría más tiempo perdido, más confusión entre la gente y más discriminación por razones políticas.
“¿Qué quieren de nosotros? ¿Más trabas? ¡Si ya nos clavaron el chip! ¿Por qué no obligan a los militares a hacer su trabajo y raspar el contrabando de gasolina en la frontera? Ah, claro… Por las sinvergüenzuras de ellos, ¿no? ¡Siempre la paga el pueblo, chico!”. Perturbado porque eran casi las 6 de la tarde y estaba en la fila desde las 2 pm, un jubilado del Ministerio de Educación respondía así y golpeaba la puerta abierta de su vieja camioneta, mientras le pedíamos un comentario sobre el plástico tricolor impuesto por el Gobierno como medio de pago.
“¡Yo no tengo ese carné, ni lo voy a sacar! ¿Entonces no me van a vender más gasolina? Vamos a ver si van a poder”, protestaba el señor de 62 años. Otro que esperaba fuera de su carro le replicaba, con forzada resignación: “Sí van a poder. Siempre pueden”.
La cola de esa tarde se extendió por una hora y media más. ¿Cuánto durará cuando haya que comprar gasolina con el carnet? ¿Cuánta humillación habrá que sufrir por otro control del Gobierno sobre la vida maltrecha de los zulianos?
La cola nuestra de cada día
A la que ya veníamos haciendo para conseguir alimentos o intentar conseguir un transporte cada vez más riesgoso y precario luego de interminables caminatas. A la que llegamos para conseguir efectivo en establecimientos bancarios que siempre tienen poco o –a veces- nada; a la que nos espera desde el día anterior o de madrugada para conseguir medicinas que sabemos que no hay, o una pensión cuyo monto es un misterio que solo develaremos al llegar a la taquilla, si es que llegamos. A la que hacemos a diario por pan o harina con una esperanza que casi siempre es derrotada por el fatal cartel de “No Hay”. Es a esa cola perenne que nos persigue, sinuosa serpiente que deforma el espacio público – llenándolo de madres, padres de familia y personas mayores que salen cada día como quien va a trabajar o a una cita ineludible- se suma la más reciente creación del régimen venezolano: la cola por la gasolina.
No es la primera vez que vemos un vehículo tras otro en las estaciones de servicio de nuestro país. En Lara, en los dos últimos años, de manera intermitente, la escasez de combustible genera “corridas” hacia las llamadas “bombas”, organizadas y dirigidas sobre todo a partir de la información que ofrecen los chats de WhatsApp, convertidos en los nuevos supermercados, farmacias, diarios y espacios de información en tiempo real de los venezolanos.
“En Valle Hondo la cola está corta, pero el camión no ha llegado”. “En la BP de Cabudare está larga pero camina”. “En Barzoque están esperando el camión; hay que ponerse”. “Es mejor irse a la carretera hacia Yaracuy”. “En Casetejas hay ocho surtidores y, aunque haya cola, se desocupa rápido”. Los mensajes por los grupos de la red social abundan.
Ya en octubre y noviembre de 2016, el diario “El Impulso” reportaba en su versión digital el nerviosismo de la colectividad y la incertidumbre que provocaba la escasez de gasolina en la entidad, a la vez que reseñaba las declaraciones del general de brigada Hernán Hómez Machado, jefe del Comando de Zona de la Guardia Nacional Bolivariana, número 12, del estado Lara. El militar atribuía la situación al paso del huracánMatthew por las costas venezolanas, que había afectado las actividades de embarque y despacho de combustibles en los muelles, paralizado el tránsito marítimo en el Mar Caribe y el suministro de combustible en la parte central del país. Prometió que en pocas horas se regularizaría el servicio. Ya han pasado dos años.
Marzo de 2017 trajo una nueva ronda de escasez y diciembre de ese mismo año fue un mes particularmente difícil. Diarios como El Impulso y La Prensa de Lara, así como algunos portales de noticias, reseñaban en sus sitios web la falta de gasolina y gasoil en 40% y 90% ,respectivamente, de las 119 estaciones que existían para entonces en el estado. Las explicaciones fueron muy variadas: desde fenómenos naturales, hasta deudas del Gobierno con empresas como Conoco, problemas para importar combustible, contrabando hacia Colombia,hasta el deterioro de la capacidad productiva de Pdvsa. En todo caso, una situación caracterizada por la opacidad. Nunca se sabe por qué no hay gasolina.
En julio de 2018, los medios volvieron a publicar titulares que provocaron angustia en los larenses ante una nueva amenaza: el Gobierno anunció la próxima política energética que habría surgido de las discusiones en el IV Congreso del PSUV, partido oficial, y cuyos términos nadie entendió mucho. La primera medida fue realizar un censo automotor articulado al llamado Carnet de la Patria, instrumento con matices políticos impulsado por Nicolás Maduro, que iniciaría –según el propio Presidente– “una política de manejo responsable de los hidrocarburos”.
“¿Cuánta gasolina se nos va al Caribe? ¿Cuánta a Colombia, producto de que en Venezuela la gasolina decir que se regala es poco? Pagamos por echarla. El censo es la respuesta y del 20 de agosto en adelante se regularizará todo el sistema económico venezolano”, dijo el mandatario.
Aunque no hubo precisiones, sí quedó claro que se incrementaría sustancialmente el precio del combustible, que probablemente se internacionalizaría, y que el sistema estaría vinculado al Carnet de la Patria. Eran tres zarpazos a la tranquilidad de los venezolanos y el temor a nuevas formas de exclusión más severas y masivas que las conocidas hasta entonces y ejercidas a través de los CLAP (sistema de venta de productos regulados) o el 0800SALUD, distribución estatal de medicinas a bajo costo.
Una vez muchos pensaron que las autoridades gubernamentales “no llegarían a tanto”, que “con la gasolina no se van a meter”, que “todavía está fresco en la memoria el Caracazo y el papel que jugó allí el incremento del pasaje”, que “la gasolina afecta todo: la comida, el transporte, el trabajo, los colegios y crearía demasiado caos”. Pero se atrevieron y se nos pasó.
Durante los primeros días luego de los vagos anuncios, surgieron más preguntas. ¿Cómo iba a ser la vinculación con el Carnet de la Patria? ¿Cuán distinto sería el precio para los que lo portan y los que no? ¿Habría puntos en las estaciones? ¿Sería con un sistema aparte? ¿Si el combustible quedaba a precios internacionales, qué significaba eso como impacto en el presupuesto familiar? Un bombero de la zona de La Piedad declaraba:
“Yo estoy muy preocupado, porque si ese sistema no funciona bien. La gente se va a molestar y la va a pagar con el que menos tiene que ver ¿Y ese quién es? Yo, el bombero. Si eso no lo hacen bien yo me voy a hacer otra cosa. Es mucho riesgo”.
Una profesora universitaria comentaba con desazón, en una conversación con sus colegas en cafetín de la universidad pública más importante de la región centroccidental: “Con los salarios que tenemos se me hará casi imposible venir a trabajar. Si decides parar el carro, no vas a conseguir transporte, y además, ¿cómo hacemos para llevar a los hijos al colegio? Si pagas los nuevos precios, no podremos afrontar los demás gastos”. Su interlocutor se preguntaba si luego de tanto resistir, tendría que sacar el Carnet de la Patria para poder sobrevivir. Un tercero respondía que él no se inscribiría en ese registro impulsado por el Gobierno, por ningún motivo. Otro de los docentes comentó: “A mí ya no me afecta, hace rato que no pude reparar el carro”.
En la semana del 23 al 30 de septiembre de 2018, los habitantes de la capital del estado Lara invirtieron un promedio de 6 a 7 horas semanales buscando combustible, según varias entrevistas hechas a personas que hacían fila en distintas estaciones de la ciudad de Barquisimeto.
El suministro de combustible pareciera tomar turnos, pues cuando hay gasolina en algunas de las estaciones de servicio del este de la ciudad, las del centro están cerradas y abren una o dos en el oeste. Al este, en el cruce de las Av. Venezuela y Bracamonte, que concentra tres estaciones de servicio, las filas de carros muchas veces llenan las vías principales y calles adyacentes y se mezclan extrañamente para cualquier ojo no acostumbrado a lo que pasa en Venezuela.
En ocasiones se observan jubilados que en las aceras reposan acostados en la grama o en hamacas que cuelgan de los árboles para llegar temprano al cobro de su pensión. El sábado 30 de septiembre de 2018, pudimos constatar que estaban cerradas al menos dos estacionesque sirven al oeste de la ciudad, la Bomba El Tamunangue (Pueblo Nuevo) y la ubicada en las cercanías del Centro Comercial Metrópolis, ambas en la Avenida Florencia Jiménez. Hacia el centro, la estación de la carrera 18 con calle 31, mostraba más de dos cuadras de vehículos en espera.
Para todos ellos, estos días no son para el esparcimiento, el descanso o compartir con la familia, sino anticipación de la semana que casi comienza y para la que hay que prepararse. Se ubican, escuchan música, hablan por teléfono o se bajan de los carros y conversan unos con otros, resignados.
Todos ajenos a las denuncias de corrupción por sobreprecio de vehículos en la Corporación Venezolana de Petróleo, la compra de monoboyas no instaladas en el complejo José Antonio Anzoátegui, los 14 contratos en 6 años de la Constructora Cuferca con Pdvsa, y tanto daño a la nación por incumplimientos de contratos, pago de sobornos, ausencia de mantenimiento, daño patrimonial en casos de corrupción levantados por Transparencia Venezuela e incluidos en el Informe de Corrupción 2017. La revolución no descansa, es voraz, y exige cada día su cuota de sacrificio.
La lluvia no es obstáculo para salir a buscar combustible, como se verificó el viernes 28 de septiembre de 2018 en la estación del Centro Comercial Churún–Merú o en la ubicada en la Av. Santa Bárbara de Cabudare. A la incomodidad y molestia del momento se suma una preocupación adicional, pues en algunas filas están asaltando los vehículos y despojando a sus ocupantes de cuanto lleven encima:celulares y relojes han desplazado al dinero en las preferencias de los delincuentes. Así ocurrió en surtidores ubicados en la carrera 19 con calle 9, muy cerca de la Universidad Centroccidental “Lisandro Alvarado” (UCLA) y la que está contigua al elevado de Valle Hondo, municipio Palavecino. Otro hecho gravísimo sucedió en la estación de servicio ubicada en el Centro Comercial Churun-Merú de la ciudad: los choferes de vehículos que cargaron gasolina el día 19 de septiembre de 2018 reportaron que a pocos metros de la estación sintieron fuertes fallas en el sistema interno de distribución de combustible, lo cual resultó en pérdida de las bombas de gasolina de sus carros y el consiguiente impacto económico.
El personal responsable de la estación argumentó que así recibieron el combustible del último camión que allí descargó. No hay responsables y los principales perjudicados fueron los usuarios del servicio.
El problema impacta todo tipo de vehículos, tales como motocicletas y grúas. La llamada “moto” se ha convertido en un socorrido recurso para quienes tienen problemas con sus vehículos particulares o para quienes trabajan como “mototaxistas” y han hecho de éste su oficio principal.
Jorge Torres nos contaba que se sacó el Carnet de la Patria porque le dio temor no poder acceder al combustible, pero que se sintió muy mal por haber tenido que hacerlo. “Yo no quería, pero nosotros la estamos pasando muy mal, y hablamos en la casa. Imagínese, no puedo dejar de rodar, porque… ¿entonces? ¿Qué llevo para mi casa? ¿Con qué trabajo? Pero da rabia, ¿sabe? Que tenga que ser así”.
“Chico” –como todo el mundo lo conoce- tiene dos grúas adquiridas a lo largo de los años con su esfuerzo y el de su esposa, Una enciende“empujada” por falta de un repuesto que no se consigue, pero en términos de sistema, es la que está mejor. Sin embargo, es imposible para él hacer una fila por gasolina porque no la podría apagar al momento de recibir el combustible. “Lo que yo tengo que hacer es cargar gasolina en la que casi siempre está guardada en mi casa, luego se la saco y la paso para la otra grúa que es con la que trabajo”.
El sistema biométrico no ha sido instalado en Lara, ni tampoco ha variado el precio del combustible, con arreglo a la nueva política energética anunciada por Nicolás Maduro. Sin embargo, esta amenaza agrega un elemento adicional a la desesperación de los larenses por surtir sus vehículos. Basta que el tanque llegue a ¾ de su capacidad para incorporarse a la primera fila que se consiga, aunque muchas veces las estaciones estén cerradas y vacías. ”Uno nunca sabe; es mejor cargar porque… ¿y si por mala suerte la aumentan hoy y uno está vacío? Así vive uno ahora”.