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Contra la historia por Antonio José Monagas

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¿Cómo entender un mundo donde nada concuerda, donde los valores carecen de sentido, donde la razón se confunde con la desesperación por obtener lo posible, donde nada luce prohibido pues todo está permitido. Un mundo donde la vergüenza no existe ni la dignidad tampoco? Pareciera imposible. Y en efecto, es así toda vez que el mundo actual busca aferrarse cada día más al orden bajo el cual tienden a  establecerse sistemas políticos que exhorten los derechos del hombre por encima de doctrinas que reivindiquen absurdos fundamentalismos. Y aun cuando esa tendencia pueda verse contrariada por distorsiones sociales, éticas y morales que siguen marcando la dinámica de la vida, persisten esfuerzos en la dirección de corregir tan burdo comportamiento, incluso muchos revestido de una cruda violencia. Para ello se cuenta con patrones de orientaciones, medidas y disposiciones asumidas como proyectos de gobierno propios de países de apego democrático.

 

En medio de tan enmarañada situación, aun cuando no es difícil advertir intenciones encubiertas por discursos populistas o intenciones demagógicas que apuntan a pautar decisiones dirigidas a desmontar sistemas fundamentados en la democracia, se tienen otros cuyas intenciones van en dirección contraria: refundar sociedades cimentadas sobre la concepción de un Estado civilizado. Sin embargo, de la presunción de alcanzar tan ambicioso objetivo a las realidades que tal condición implica, se tiene un considerado trecho. Es decir, sigue incólume la brecha entre la capacidad de gobernar sistemas sociales de dilatada exigencia, y la complejidad creciente que éstos ofrecen para ser conducidos hacia propósitos concebidos democráticamente. No hay certeza alguna de las proporciones que ha alcanzado dicha brecha. Lo que si se conoce, es que los esfuerzos por escapar a tan mayúsculo problema, no siguen una racha de preocupación constante o mantenida. Siempre choca con coyunturas que aíslan esas inquietudes del foco de tan cuestionadas situaciones.

 

Es el mismo problema que se le plantea a la historia al exaltar las libertades como condiciones inminentes para el desarrollo del hombre en todas sus etapas y de cara a los compromisos que debe sortear. Es el endémico problema que enfrenta ante realidades, cuando buscan opacar la descripción de hechos cuya trascendencia supera cualquier consideración que tienda a interferir la verdad del suceso bajo el análisis historiográfico. Tan a menudo se vive esta situación, que Manuel Alcántara, refiere que “lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra”.

 

De alguna manera, la sumatoria de estas desventuras así explicadas, pone de relieve el otro problema que se le presenta a la historia, y que en su tiempo llevó a Salustio a expresar que “entre los ejercicios del espíritu, el más útil es la historia”. Dicho problema, se tiene cada vez que el historiador intenta circunscribir su investigación a un criterio o postulado necesario al objetivo histórico. Acá, pone a prube sus valores morales pues debe supeditarse a la crítica y al diálogo para así estructurar y validar su postura.

 

En el fragor que despierta la historia como instrumento necesario para apostar al desarrollo de los pueblos, resulta de suma importancia reconocer la significación de cómo la historia ha motivado el comportamiento de la sociedad. Indistintamente de los defectos que ha contraído por las distorsiones implícitas en que se ve envuelta. De esa manera, puede alcanzar una mejor idea de cómo convertir los capítulos en lecciones de verdadera fuerza social. No considerar esa posibilidad, conduce a pensar que lo que está buscando es dar con mecanismos políticos que desvirtúen la consciencia del individuo a partir de lo que significa montar toda un estructura dialéctica de intenciones meramente populistas. Para ello se hace factible, arriesgar el desarrollo de una nación yendo contra la historia.

 

“Cuando la historia se entiende como recurso cómplice de la ideología que fundamenta una propuesta de gobierno pretendida, la gestión se torna confusa por la ambigüedad de su contenido. Pero además, su interpretación tiende a deformar lo concebido como futuro provisor”