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7 de marzo

Con el mismo nudo en la garganta, los maracuchos cruzan el puente de salida

@franzambranor

En Maracaibo está haciendo 32 grados de calor. Los meses de marzo y abril son de los más secos y calientes en Venezuela. Justamente el 7 de marzo ocurrió el primer mega apagón que acentuó los problemas de suministro de luz que ya venían afectando al estado Zulia, en el occidente del país. Ese día, Maracaibo estuvo 106 horas sin luz. 13 días después algunas zonas estuvieron 66 horas sin servicio de electricidad y el 25 de marzo (segundo mega apagón) pasaron 78 horas a oscuras.

Desde entonces, los marabinos han experimentado un racionamiento eléctrico sin cronograma, sin aire acondicionado, sin agua y con zancudos. La incertidumbre sobre si el colapso eléctrico se perpetuará obligó a los marabinos a tomar una determinación que aún no saben si tendrá vuelta atrás: escapar del caos.

De Maracaibo pa’ Valera

A David Padilla se le hizo “un nudo en la garganta al pasar el puente” como dice la gaita de Maracaibo 15. Y no fue porque estaba transitando el popular viaducto para llegar a la capital zuliana, sino todo lo contrario. Estaba dejando atrás amigos y familiares para huir hacia otra ciudad en Venezuela. La serie de tres apagones prolongados, aunado al racionamiento que viven los marabinos a diario prácticamente lo echó a patadas de su ciudad natal.

“Yo tengo familia en Valera. Mis vecinos iban a Escuque, me dijeron que si quería venir con ellos y antes que terminaran la frase ya me estaba poniendo la ropa interior y montándome en el carro”, dijo el periodista que labora en la radio de la Universidad del Zulia y además genera contenidos para una página de internet en el exterior.

Padilla indicó que su plan inicial era quedarse una semana en Valera y ya lleva tres. “Los apagones me quebraron de todas las maneras posibles, especialmente en lo económico. No podía movilizarme, no podía comprar comida. Rebajé 10 kilos”, dijo Padilla.

David sorteó los obstáculos durante los dos primeros apagones, pero al tercero tiró la toalla.En mi apartamento solo podía trabajar de madrugada que era cuando tenía datos. Yo vivo en Zapara, al norte de Maracaibo, y no tengo carro. Me tocó tomar el morral con la laptop y buscar un sitio con internet para conectarme”.

Según David, la radio de LUZ tiene tres semanas sin salir al aire. No poseen planta eléctrica y está ubicada en un undécimo piso. “Me vine a Valera para mantener una estabilidad mental. Cuando vi que los cortes eléctricos en Maracaibo eran de 18 o 20 horas y que faltaba el agua una semana y media, no aguanté más. Aquí en Valera los cortes son de dos o tres horas, el agua se va una o dos veces a la semana y se mantiene por tres días”.

Sostuvo que en el trayecto tuvieron que lidiar con la escasez de efectivo y las kilométricas colas para surtir gasolina.

“El edificio donde vivo en Maracaibo está desierto. La mayoría de mis amigos se han ido, incluso de Venezuela”, dijo Padilla.

El periodista sentenció que para poder salir de Maracaibo, la gente se ha visto en la necesidad de vender sus pertenencias para recolectar dinero, especialmente en divisas. “Las personas vende prendas, muebles, entre otras cosas. Me percaté que un vecino estaba vendiendo sus pistolas…no sabía que había tanta gente armada hasta que comenzaron los saqueos y los vecinos buscaban defenderse como fuese de un posible asalto al edificio”.

 

De Maracaibo pa’ Colombia

Al igual que David, Emiliana* trabaja para una empresa extranjera en el departamento de soporte técnico. Su labor se desarrolla frente a una computadora y como la mayoría de los trabajadores no puede desempeñarse sin servicio de luz.

También luego del tercer apagón, Emiliana decidió irse a Colombia. Ya había contactado a una pareja de amigos en Sopó, una localidad a una hora de Bogotá.

Emiliana vive en el complejo de edificios de Isla Dorada, a orillas del Lago de Maracaibo. “Allí todo es eléctrico. No tengo carro y para salir a comprar cosas y poder hacer comida era una pesadilla. Me daban ataques de pánico en las noches y dije que no podía continuar de esa manera”.

Sostuvo que optó por abandonar Maracaibo para no perder su trabajo. “Mis jefes fueron condescendientes, pero he escuchado de otras empresas que han despedido gente porque simplemente no pueden laborar”.

Hizo una maleta y le dijo a su hermano que la acompañara hasta la frontera con Maicao. “Fue un viaje relativamente tranquilo. Me cobraron 20 dólares por llevarme a la frontera. Mi preocupación era que me quitaran la laptop o que me pidieran dinero”, dijo Emiliana.

La ingeniero industrial tenía mucha ansiedad a la hora de cruzar el paso colombo-venezolano. Sabía que cualquier cosa podía suceder y que los imponderables se resuelven con dinero y no precisamente bolívares.  “No había cola, pero igual tuvimos que pagarle a un militar venezolano para que nos dejara pasar rápido. No quería que estuviesen hurgando mis cosas”.

Aseguró que una vez del lado colombiano el ambiente cambió. Se sintió como el estadounidense Billy Hayes cuando escapó de una cárcel de Turquía luego de ser sentenciado a cadena perpetua en los 70. “Dudo mucho que vaya a regresar, más bien quisiera que mi hermano y mi mamá viniesen para acá. Tengo la sensación que las cosas van a empeorar. Estoy segura que va a haber un punto en que toda Venezuela se va a apagar”.

De las orillas de Lago pa’ Punto Fijo

Viviana* es vecina de Emiliana en Isla Dorada. Es del estado Falcón, pero tiene 18 años viviendo en Maracaibo. Junto con su esposo e hijo de 7 años decidió irse a Punto Fijo luego del apagón general del 25 de marzo.

Señala que en los primeros tres días de la interrupción eléctrica general del 7 de marzo pudieron adaptarse a la situación sin mayor trauma.

“Nos organizamos en el edificio de manera espontánea. Yo ponía la carne, otra vecina las arepas. Íbamos a cocinar a casa de una vecina que tenía una cocina a gas. Los hombres hacían vigilancia a los carros y así”, dijo.

Recuerda haber visto gente agarrando agua del Lago de Maracaibo para bajar las pocetas de sus casas.

Al igual que David y Carla, uno de sus mayores temores era perder el trabajo. Porque también labora a distancia para una compañía extranjera, al igual que su esposo.

“Salíamos a cargar los equipos en un café que tiene planta eléctrica. Nos llevábamos tres laptop, power bams, una regleta y así resolvíamos”.

Pero al cuarto día la gasolina escaseaba más de lo normal en las estaciones de servicio, las tarjetas de débito y crédito no pasaban por los puntos electrónicos, no había forma de hacer y corroborar una transferencia bancaria y lo peor: comenzaron los saqueos.

“La noche del domingo 10 de marzo escuchaba ráfagas de tiros en la noche. Comencé a leer por las redes que estaban saqueando el Centro Comercial Sambil”, dijo Viviana.

A su jefe le comunicó que no iba a seguir laborando en esas condiciones, pero no la despidieron. Por el contrario se solidarizaron con la situación que estaba padeciendo. “Recuerdo que estaba en el supermercado Super Fresh Market al final de la avenida Delicias y llegó un policía golpeado a resguardarse. Nos dijo que venia una turba a saquear, salimos corriendo y llegamos a casa con las manos vacías”.

Esa noche se acostó en medio de la penumbra y no podía parar de llorar. “Es lo más cerca que me he sentido de una depresión, pero al día siguiente me paré y dije que debía seguir por mi hijo”.

“Mi esposo y yo empezamos a ayudar a la gente más desvalida. Él es medio McGyver (haciendo alusión al personaje de la serie de TV) y todo lo resuelve. Hizo un adaptador a la batería del carro y allí cargábamos los celulares y la gente iba a nuestro apartamento para conectar sus teléfonos”, prosiguió Viviana.

Ese lunes 11 de marzo se asomó por la ventana de su apartamento en la noche y vio cómo toda la Costa Oriental del Lago empezó a iluminarse. Se acostó y a las 2 de la mañana llegó la luz.

Posterior a esos días transcurrieron jornadas de adaptarse nuevamente a la realidad. Su hijo regresó al colegio y ella a sus labores profesionales y domésticas.

Pero el 25 de marzo se repitió el caos. Una vez más desde su ventana vio como toda la ciudad se cubrió de oscuridad. “Allí sí le dije a mi esposo que no tenía la entereza emocional para pasar otros seis días en esas condiciones, empacamos todo, nos equipamos con agua, comida y gasolina y al día siguiente emprendimos viaje a Punto Fijo…allá mi mamá me dijo que había luz”.

Viviana sostuvo que a lo sumo vio tres carros circulando por la carretera Falcón-Zulia. “Nunca me había asustado tanto en una vía. Teníamos miedo de conseguirnos protestas por la carretera, afortunadamente nada pasó”.

Una vez que llegaron a su destino, el cambio fue sustancial. “Había pasado un mes sin poder bañarme en una ducha, sin fregar un plato con agua de chorro”.

Viviana y su esposo estuvieron un mes en Punto Fijo y recientemente regresaron a Maracaibo. Lo único que le motivó a volver fue la educación y el colegio de su hijo.

“Cuando estábamos cruzando el puente empecé a llorar. En apenas un mes fui testigo del deterioro de esta ciudad. La mayoría de los negocios cerrados. Si vimos tres semáforos con electricidad fue mucho”, dijo.

También en su entorno, Viviana sintió la metamorfosis. “Increíble la cantidad de gente que se ha ido de acá”, aseguró.

Abrió la puerta de su apartamento en Isla Dorada el martes 23 de abril y a la hora la luz se fue.

Ahora los vecinos le advirtieron que debía sacar la batería de su carro todas las noches porque las estaban robando. Su esposo lo hace, sube con ella 8 pisos y a la mañana siguiente la vuelve a instalar. Eso es parte de su nueva rutina.  

Sin trabajo por el apagón y pronto pa’ España

Los jefes de Carlos Aguirre no fueron tan amigables como los de Carla y Viviana*. “Esa gente no entendía que yo no tengo el control sobre la electricidad o el internet”, dijo el periodista quien trabajaba a distancia para una universidad de música con sede en Panamá.

“Tengo mes y medio que no he podido trabajar y por eso tuve que dejarlo”, comentó.

Carlos vive en la urbanización Sabaneta con su madre. “Por mi casa habían cuatro panaderías, ahora solo hay una. El supermercado que había cerca ya no existe. No hay transporte publico y carezco de carro. Si quiero comprar algo debo ir hasta el kilómetro 4”, dijo Aguirre.

Está obligado a comprar comida casi a diario por temor a que se le dañe con un apagón. “Es un fastidio porque uno no puede movilizarse y de paso te sale más costoso”, sentenció.

Actualmente, Carlos y su familia tienen electricidad 12 horas diarias. “Somos de los afortunados, nos la ponen de 8 de la mañana a 2 de la tarde y de 8 de la noche a 2 de la mañana. Estoy durmiendo hasta las 3 am porque el calor es insoportable”.

 

Carlos asegura que sus sobrinos van a clase 2 o 3 días a la semana y que uno ellos, el que está en segundo grado, ya va por la cuarta maestra en este año escolar. “Las anteriores se han ido del país”.

Hace poco su cuñado y un hermanastro se fueron del país. “Ya ni amigos me quedan. No hay nada que hacer. Es una sensación que la vida se te está yendo”.

Carlos y su mamá tienen planes de emigrar a España este año, pero primero deben conseguir la prórroga del pasaporte de esta última. “Mantener la salud mental en este tiempo me ha costado mucho, uno siente que no hay futuro. Es frustrante”.

A David, Carla, Viviana* y Carlos, Maracaibo se les apagó de un momento a otro. Esa ciudad efusiva y espléndida se llenó de sombras y ninguno sabe si la llamada “tierra del sol amada” volverá a brillar.

 

*Nombres ficticios a petición de las entrevistadas