Crónica | Nadie te prepara para ver una marea marrón pasar frente a tu casa - Runrun
Crónica | Nadie te prepara para ver una marea marrón pasar frente a tu casa
El 17 de octubre de 2022, se desbordó una quebrada en El Castaño, en Maracay estado Aragua, el lugar donde crecí

@fefamaya / Foto: @saabvisual

Cuando vi las fotos del deslave en Las Tejerías lo primero que pensé fue en cómo limpiarían ese desastre y a dónde se iría todo el lodo, los escombros y la tierra. Después, vi las imágenes de las personas, y pensé en el pánico que podía dar estar en esa situación, o que tus seres queridos estén en esa situación.

Una semana después del hecho en Las Tejerías, fui a una reunión de trabajo, en ella conversamos sobre lo vulnerables que están las comunidades en la Cordillera de la Costa en Venezuela por falta de previsión e información para enfrentar cualquier emergencia climática

Una hora después de la reunión, se desbordó una quebrada en El Castaño, en Maracay estado Aragua, el lugar donde crecí. 

Me mudé a El Castaño unos días antes de empezar quinto grado del colegio. No era una urbanización nueva para mí, ya que mis abuelos siempre han vivido ahí. Lo que más me ha gustado, y me sigue encantando de la urbanización, es que está rodeada por las montañas del Parque Nacional Henri Pittier. Y como Maracay se caracteriza por su calor de más de 30 grados centígrados, siempre estaba ese contraste de montañas verdes y cielo azul turquesa.

Cuando entras a la urbanización por la calle principal, te topas con grandes casas, muchas de color blanco, y un par amarillas o de ladrillos. Al menos así era cuando vivía ahí. Siempre recuerdo el lugar con muchos árboles, zonas verdes, perros y gatos callejeros. Si llegabas más arriba de la calle 4, hacia Palmarito -otra urbanización dentro de El Castaño-, puedes ver el valle donde está Maracay, la Torre Sindoni, y al final, el Lago de Valencia. 

Al saber que se había desbordado la Quebrada de Palmarito, no tuve que imaginar más lo que sentían las personas en Las Tejerías, en El Limón, en Baralt, en Tovar y en Vargas. Sí, en Vargas. Ya lo estaba viviendo en carne propia. En esta ocasión, era la urbanización donde está mi casa, donde estaba mi familia. 

Viví en El Castaño hasta que me gradué de bachillerato, mi casa sigue estando ahí, pero ahora resido en Caracas. Para mis amigas siempre he sido una de las que vive más lejos, la mayoría vivía en los alrededores de La Soledad. Nunca tuve problema con vivir “lejos”. 13 años después, todavía no considero que vivía lejos. Me gustaba vivir en El Castaño, era una zona más fresca que el resto de la ciudad, y la vista era única. Siempre azul y verde o azul y marrón, si estábamos en época de sequía. 

Jamás pensé que una ola como la de la película “Lo imposible”, o escenas de una parte de “Alma de surfista” , podían ser imágenes que vería en la ciudad donde crecí y menos, en la urbanización donde está mi casa, con mi familia dentro de ella. Aclaro que sé que «Lo Imposible» trata de un tsunami en Tailandia, pero la referencia es con relación a la gigantesca marea, en este caso, marrón y con escombros, grandes rocas y tierra, que arrasó con el lugar en el que crecí. 

Día 1: De lo inesperado al pánico

El lunes 17 de octubre, a las 2:41 p.m., estaba almorzando con mi hermano cuando empezamos a recibir videos de la calle de mi casa cubierta de barro y escombros. Los videos no eran los que estaban en las redes, sino que los enviaba mi papá. No entendíamos qué había pasado, mi papá solo nos dijo que se había desbordado un río en la zona. No es un hombre de muchas palabras por teléfono. Ninguno de los dos tampoco recordaba el paso de un río por la urbanización, solo un pequeño riachuelo que pasaba por las casas en la Avenida Circunvalación 2. 

15 minutos después, a las 2:56 p.m., envió otro video de la Carretera El Castaño que me paralizó y causó esa sensación en la que se escucha el corazón más fuerte que mi voz. El video mostraba un río marrón chocolate bajando con gran velocidad hacía Ojo de Agua, otra zona cercana a la urbanización. Con él, arrastraba un autobús amarillo y azul. De fondo, se veía el Henry Pittier tapado por un cielo gris oscuro. 

Hasta este punto, no estaba clara de dónde estaba mi papá, mis abuelos ni mis tíos. Todos viven y estaban en El Castaño.

A las 3:14 p.m., 18 minutos con el corazón en la garganta después, pude saber que mi familia entera estaba bien. Pensé que los latidos bajarían el volumen luego de saberlo, pero no fue así. Todavía no entendía del todo que lo que estaba pasando por Palmarito y la principal de El Castaño era un deslave.

Empiezan las lágrimas de nervios y angustia. Esa sensación que te hace mover las manos y la mirada a la velocidad de la luz mientras buscaba más videos en Twitter. Dijeron que estaban bien, pero la inquietud no desapareció. Una hora después, supe dónde estaba cada miembro de mi familia que vive en la urbanización. 

Durante el resto de la tarde, creo haber visto cada video publicado de la marea marrón. No podía despegarme de Twitter, TikTok e Instagram. En paralelo, conversaba con mi papá por teléfono que, para variar tenía poca batería, siempre pasa. 

En la primera conversación en la que pudimos hablar más de un par de segundos me explicó que estaba bajando por la Avenida Circunvalación 2, cuando tuvo que frenar en seco y retroceder porque vio que la marea marrón oscura estaba entrando a la avenida por otra calle a la derecha. Después, intentó salir por la principal de la urbanización, pero al asomarse en ella, dos señores le advirtieron, mientras corrían, que se quitara de la calle porque se había desbordado la Quebrada de Palmarito. Retrocedió de nuevo y llegó a la casa, asustado, pero sano y salvo. 

El lunes 17 de octubre, mi papá estaba en la casa porque el motor del portón se había dañado. Las personas que fueron a repararlo salieron diez minutos antes que él. Él decidió tomar un café y salir 10 minutos después. 

¿Las cosas de la vida, no? Cuando me contó eso, recordé una frase que leí por ahí en estos días y que decía algo así: “Que si un día se te queda algo en casa u otro sitio y debes devolverte, no lo hagas con prisa y mal humor, hazlo con paz y buena cara porque era el universo protegiéndote de algo”. Súper cursi, ya sé. Pero como siempre ando en un corre corre, me pareció una bonita manera de andar con prisa. 

Los señores del portón lograron salir de El Castaño, con el río “respirándoles en la nuca”, aseguró uno de ellos cuando habló con mi papá al día siguiente. 

Día 2: Los latidos bajan su volumen

En la madrugada del 18 de octubre no dormí, cada vez que cerraba los ojos aparecían imágenes de la marea marrón y gritos. Después de dar vueltas de izquierda a derecha en la cama, me dormí.

Al día siguiente me desperté con dolor de cabeza y la noticia de que mi papá había logrado salir de El Castaño en moto. Mis abuelos y tíos seguían en su casa. 

La inquietud todavía seguía presente. Una especie de ansiedad, que te da como dolor de pecho leve. 

La sensación de una pata de elefante en el pecho empezó a disminuir cuando supe que mis abuelos y tíos también habían salido de la urbanización. Estaban en el Hotel Pipo resguardados y con servicios de luz y agua. El Pipo es un hotel que está en El Castaño también. Se encuentra a 300 metros aproximadamente de la entrada de la urbanización y a un minuto de donde fue la tragedia. El hotel no se vio afectado porque el deslave salió de la urbanización hacia la derecha, el hotel está a la izquierda. 

El ahogo volvió un par de minutos después cuando se corrió el rumor de que la quebrada se había desbordado de nuevo. Hablé con tres personas diferentes, todas aseguraron que el agua estaba bajando de nuevo. Al final, no resultó ser así, el agua corrió de nuevo porque abrieron un «tapón” de escombros en un lugar, que ya no recuerdo, y por eso bajó un poco más de agua. 

Ahí entendí que después de un hecho como este, no se aprecia la lluvia de la misma manera, la perspectiva cambia. En vez de traer paz y un sonido reconfortante para dormir, ahora los cielos grises, truenos y el sonido de mucha agua cayendo traería miedo, por lo que puede causar.

Día 3 y 4: Empieza la frustración de no estar allá

El miércoles 19 de octubre, desperté con video-reportes de lo que quedó después del desastre y  que enviaba mi papá. Eran de la entrada de la urbanización con un cielo azul despejado y montañas verdes de fondo, pero al mirar un poco más abajo, justo en la entrada de El Castaño, había piedras de al menos un metro de diámetro, y esas eran las pequeñas. Ya estaba la primera zanja despejada para que pasara la maquinaria pesada. 

Después de reportarse, mi papá pudo pasar al Hotel Pipo y ver a mis abuelos y tíos. No se habían visto desde la crecida de la quebrada, sus casas habían quedado incomunicadas entre sí. 

Desde el lunes había visto cómo la gente de Maracay se había empezado a movilizar para apoyar a la gente de El Castaño, pero el miércoles fue el primer día que vi que las personas empezaron a pasar a la zona.

Aquí empecé a sentir un sentimiento nuevo, estaba de mal humor e irritable. No descifraba por qué. Hasta que entendí que era la frustración de no poder estar allá ayudando. Repito, vivo en Caracas.

Recolectar donaciones fue lo único que eliminó la frustración.

Día 5: El reencuentro

Después de cuatro días de miedo, muchas lágrimas y angustia, logramos ver a mi papá. Este día la sensación de pata de elefante en el pecho desapareció.

Todavía hay mucho por hacer en El Castaño, a pesar de que hay vías despejadas y el lodo pasó a ser tierra seca. A 11 días del deslave, las personas continúan ayudando a los vecinos de El Castaño. Mis abuelos y tíos regresaron a su casa. Mi papá aún no, por la cantidad de polvo que dejó la tierra. 

Aún desconozco cuántas familias perdieron sus hogares y sobre todo lamento las vidas que el deslave se llevó, los acompaño en su dolor. 

Apelando a la nostalgia de todos los recuerdos que tengo en ese lugar tan especial, creo que lo más extrañaré es poder pasear por toda la urbanización sin ningún obstáculo. Poder ver desde cualquier calle o esquina las diferentes facetas del Henri Pittier. También, extrañaré entrar por la principal y pasar por la caseta de vigilancia que siempre tenía un cochinito color carne en diciembre, y cada vez que alguien entregaba una donación los vigilantes gritaban: “¡gracias!”. 

Todavía no he podido ir a mi casa, planeo hacerlo pronto. Una vez que esté operativa de nuevo, me encantaría poder ir a la panadería del centro comercial, saludar a la señora Correa y comer milhojas con mi familia. La panadería quedó llena de lodo tras el deslave, se desconoce la gravedad de los daños y cuándo abrirá de nuevo. 

También, continúa la entrega de insumos, como agua y comida. Todavía hay personas quitando tierra con palas. Todavía hay veterinarios asistiendo y reubicando a mascotas. 

Ya no cae el agua del río, pero la tragedia continúa.