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Fiesta iberoamericana por la poesía de Yolanda Pantin

@diegoarroyogil

 

Uno de los lectores más entusiastas de la poesía de Yolanda Pantin, el también poeta Samuel González-Seijas, ha dicho de su obra que “parece trasladarse de la historia personal y doméstica, a una zona más impersonal, donde se desdibujan los contornos de la crónica particular de una persona y sus límites comienzan a fusionarse con las imágenes más primordiales de la vida colectiva, con sus fuerzas y tonalidades, con sus ritmos”. Es, quizá, de los apuntes más hermosos que puedan hacerse sobre la obra de un escritor, de una escritora en este caso: que su trabajo ha logrado rozar el mito.

El comentario viene a cuento siempre, pero hoy en especial puesto que Yolanda Pantin, nacida en Caracas en 1954, acaba de obtener el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, un galardón literario de mucho prestigio en la lengua española, instaurado en 2004 por el Ayuntamiento de Granada y el cual es otorgado por segunda ocasión a un poeta venezolano. El primero fue Rafael Cadenas, en 2015.

Es una fiesta para la cultura, la iberoamericana en todo su alcance, pero sobre todo para la de Venezuela, un país que, como no es un secreto para nadie, atraviesa una zona oscura desde hace demasiado tiempo, pero en el que la voz de los poetas, el hilo de la voz, no ha dejado un segundo de abrir claros para los hallazgos de la interioridad, del alma, vamos. Lo dijo Hölderlin hace siglos y se sabe: “Lo que permanece lo fundan los poetas”, y he aquí una poeta, Yolanda Pantin, que ha hecho y hace lo propio entre nosotros, por lo demás, con una discreción continua y entrañable. Mayor alegría ha sido ver en los periódicos de España, ilustrando la noticia del García Lorca, fotografías en las que Yolanda aparece sonriente como suele estarlo dondequiera que sea. Es la piedad, digamos así, que acompaña desde dentro la sobriedad y la seriedad de su obra. Una obra que, como indica González-Seijas, “señala dónde se abrió la herida”.

La poeta Jacqueline Goldberg se une a la celebración: “Con sus muchos premios e invitaciones a festivales alrededor del mundo, sus muchos libros, su peso en nosotros, Yolanda Pantin es una de las personas más sencillas, accesibles y cálidas que conozco. La suya ha sido una poesía de aliento sostenido, siempre inquieta, anhelante, curiosa, de gran plasticidad. Admiro su capacidad de gustar a todo público, incluso muy joven, y de convocar a la vez un lenguaje hermético, comedido, de sequedades. Pienso, de pronto, en qué poeta venezolano merecería el Premio Federico García Lorca y, que me perdonen amigos y buenos poetas, no se me ocurre nadie más que Yolanda”.

Autora, entre otros libros de poesía, de Casa o lobo, Correo del corazón, El cielo de París, Los bajos sentimientos, La quietud, El hueso pélvico, La épica del padre, País, 21 caballos, Bellas ficciones o Lo que hace el tiempo, a finales de los años setenta Yolanda Pantin asistió al taller Calicanto, de Antonia Palacios, y, a comienzos de los ochenta, fundó y formó parte del grupo Tráfico junto con Armando Rojas Guardia, Igor Barreto, Alberto y Miguel Márquez y Rafael Castillo Zapata. Dice este último: “Desde que conocí a Yolanda en las reuniones de Calicanto, donde surgió la semilla rebelde de Tráfico, sentí y presentí en ella a la poeta, más allá de sus poemas, en su mirada, en su sonrisa, en su perplejidad asombrada, en su manera de escuchar, en su parquedad. Esa actitud, esa presencia, esa manera de estar, se corresponden perfectamente con la naturaleza de su poesía, introspectiva, reflexiva, reticente, oscuramente luminosa, desde Casa o lobo hasta sus más recientes poemas”.

Son características que hacen de la obra de Yolanda Pantin un bien que transmite su vigor y su vigencia, como sugería Jacqueline Goldberg, a las nuevas generaciones. Alejandro Sebastiani Verlezza, un poeta venezolano nacido en 1982 cuyo libro Los hilos subterráneos ha sido recién publicado por Eclepsidra, una editorial a la cual también pertenece Pantin, expresa: “La poesía de Yolanda ha contribuido a darle una dimensión más profunda a la palabra país. Esta palabra, en ella, más allá de unas coordenadas geográficas y políticas, me remite al lugar de las fidelidades, los afectos y las imágenes más entrañables. Lejos de todo sentimentalismo, Yolanda sabe volver a los mundos más personales: la casa, los álbumes familiares, los viajes, los amigos, las lecciones amargas, los poetas leídos. Todo, todo habla para ella y resuena en su voz, presto a pasar al otro lado, allí donde ‘lo que hace el tiempo’ bien sabe obrar”.

Ricardo Ramírez Requena, director de La Poeteca –un espacio dedicado, desde su sede en Caracas, a la promoción de la poesía– suma esta frase: “Yolanda Pantin es una de las voces de la conciencia venezolana”, y asimismo recuerda que su obra ocupa un lugar en el ámbito literario español sobre todo gracias al sello Pre-Textos, de Manuel Borrás, uno de los editores más finos y acertados de Iberoamérica, no en vano gracias a quien, en buena medida, Louise Glück, la Premio Nobel 2020, está publicada en castellano. Borrás, quien en 2011 lanzó una antología de Yolanda Pantin en España –País se titula–, es uno de los mejores amigos de nuestra literatura en Europa. Hoy estará feliz, de eso no hay duda. El Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca ha reconocido una obra que pertenece, no solo a nosotros, sino a toda la lengua española.

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