¿La hora de los partidos? por Daniel Fermín
¿La hora de los partidos? por Daniel Fermín

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¿Se agotó el modelo de partidos? A muchos les gustaría hincarle el diente a esta pregunta. Unos, sin duda, para legitimar la cruzada antipartidos y antipolítica. Otros, para defender los intereses de sus organizaciones, presentándolas como insustituibles y fundamentales para el desarrollo del país. Estos últimos dirán, como ya es lugar común, que “sin partidos no hay democracia”.

Creo en los partidos políticos. Milito en uno y por tres generaciones mi familia ha militado, como lo han hecho millones de venezolanos, en partidos organizados. Creer en los partidos es hacer causa común por lo público y lo colectivo. Creer en los partidos es también preocuparse por sus crisis y pasarse por preguntas como la que abrió estas líneas.

Para nadie es un secreto que los partidos no son los grupos más queridos de la sociedad. Los del gobierno se desmoronan en la medida en que, además de la popularidad del gobierno, se derrumba la maquinaria clientelar que los hizo posibles. Los de la oposición no parecen capitalizar por completo el creciente descontento. Mientras 80% de las personas se declaran inconformes, los simpatizantes de las toldas políticas de la MUD no pasan del 20%.

De modo que existe un país en el medio, expectante, renuente a depositar su confianza en los partidos. Por supuesto, en esto influye el descrédito de la actividad política, tenida por muchos como una suerte de lepra social a la cual no conviene ni acercarse y espantada con ese mantra necio de “yo no me meto en política, si no trabajo no como” que vaya usted a saber quién inventó. Pero hay otras razones, endógenas al sistema de partidos y a los partidos mismos, que vale la pena analizar a la hora de ver por qué, pareciera, que se ha apagado la luz de los partidos como herramienta de participación, representación y transformación social.

Una sobre simplificación de los planteamientos de Duverger, Sartori y otros autores nos dice que los partidos se organizan con tres fines u objetivos: la conquista y ejercicio del poder; la formación de la voluntad política del pueblo; y la intermediación entre el sistema social y el sistema político. Por otra parte, a los partidos se les imprimen, también, tres capacidades: la electoral, en la que presentan candidatos, hacen campaña, buscan y cuidan votos; la gubernamental, en la que presentan equipos, ideas y programas; y la innovadora, en la que los partidos ofrecen gente nueva e ideas nuevas.

Una radiografía de los fines y de las capacidades de los partidos es un buen punto de partida para analizar su situación. Comenzando por los fines, lo primero que se ve es una hipertrofia del primer punto, en detrimento de los dos restantes. Es decir, pareciera que la conquista y ejercicio del poder (esencial para cualquier partido, no son las Carmelitas Descalzas) concentra la atención de nuestras organizaciones, dejando de lado, sin embargo, lo relativo a la formación de voluntad política y, sobre todo, lesionando la capacidad de los partidos para convertirse en intermediarios válidos de la sociedad. Esto no puede ser desestimado. Si la gente no se está identificando con los partidos, nuestra apuesta es que tiene bastante que ver con esto último.

Si observamos las capacidades, se ve un plano similar. Los partidos han amaestrado el tema electoral, imposible no hacerlo en un país que lleva a cabo elecciones todos los años. Por eso, son expertos buscando y cuidando votos, presentando candidatos, haciendo campaña. En eso, están en su salsa. Los déficit vienen en la capacidad para ejercer el gobierno una vez ganadas las elecciones y en la capacidad de innovar.

Vamos por partes. Decir que los partidos no están desarrollando plenamente sus capacidades en el gobierno tiene que ver con las perversiones del sistema en los tiempos que corren. En general, salvo partidos y funcionarios que se empeñan en nadar contra la corriente, lo que vemos son partidos sirviéndose del poder y utilizando el poder para garantizar, en los términos más ordinarios, su subsistencia. Sincerar las cosas y volver al financiamiento público de la política sería un paso en la dirección correcta para que los partidos devuelvan la mirada hacia la gestión como prioridad, una vez en el gobierno.

En cuanto a la capacidad de innovación, basta pasar revista. No se trata de “caras nuevas”, por el mero hecho de cambiar a Pedro por Juan o a María por Petra, sino, más que todo, de las “ideas nuevas”. ¿Dónde está la cosmovisión política de los partidos? ¿Qué le dicen al país de cara a los retos de hoy y mañana? No hablamos de un choricero de políticas públicas ni de proyectos de leyes, sino del proyecto país de nuestras organizaciones, de eso que algunos, despectivamente, llaman “filosofía”, por no decir otra cosa. De nuevo, esto también es fundamental para pasar de franquicias electorales a la construcción de partidos fuertes, con identidad arraigada y colectiva, que sean participativos, modernos y encarnen un sueño compartido de país, algo por lo que valga la pena involucrarse, arriesgarse y luchar.

Puede que sea lugar común, pero también es verdad: “no hay democracia sin partidos”. La aparición de los partidos políticos representó un avance gigantesco en una sociedad acostumbrada a la cachucha, la bota y el fusil. De su mano, Venezuela inició su período de mayor desarrollo y modernización. También de mayor justicia y avance social. Los partidos vinieron a relevar al personalismo, aunque tengamos, en la actualidad, el contrasentido de algunos partidos que son esencialmente personalistas. Hoy, la realidad signa cantidad de desafíos para los partidos, que deben adaptarse a los cambios y encontrar nuevas maneras de interpretar a unas sociedades caracterizadas por la emergencia de nuevas formas de organización social, de comunicación y de distintas expectativas sociales e individuales. El partido entendido como club de amigos, corporación de intereses económicos, plataforma personalista o leviatán del clientelismo, no es el que va a abrirle finalmente las puertas del Siglo XXI a Venezuela.

En nuestros partidos, en todos, abunda la gente honesta y trabajadora. Miles de personas llenas de mística, que se exponen a los peligros de una actividad malquerida y malagradecida con la esperanza de conducir a este barco tan golpeado por las tempestades del modelo político y económico a mejor puerto. Con ellos es, también, la deuda. Nadie desea más el cambio y el fortalecimiento de los partidos que ese pueblo que milita en sus bases. Es su justo reclamo.

Partidos fuertes, sanos, populares, modernos, con visiones claras de cara al futuro son imprescindibles para la construcción del país que viene y la superación del lastre militarista-autoritario. De que nuestros partidos asuman una profunda reflexión que los lleve a revisar sus cometidos y capacidades para alinearlas con lo que espera la sociedad dependerá la respuesta a la interrogante que hemos planteado como título de este artículo. Sólo cuando ello se emprenda de manera seria y con el cuidado debido lograremos que la sociedad se sienta nuevamente interpretada por las organizaciones políticas y podremos decir plenamente, desde adentro y desde afuera, que es la hora de los partidos.

 

@danielfermin