Venezuela: el costo de oponerse por Plinio Apuleyo Mendoza
Venezuela: el costo de oponerse por Plinio Apuleyo Mendoza

lilian

 

Parece increíble. Acompañada de sus dos pequeños hijos, Lilian llegó a la prisión de Ramo Verde para ver a su marido, recluido allí desde hace más de ocho meses. Pero esta vez no se le permitió que lo visitara. Se hallaba confinado en su celda, sin contacto alguno, le dijeron los guardias. Tampoco podía salir a tomar su hora de sol. Sí, Lilian Tintori, la bonita, infatigable y valerosa esposa del líder venezolano Leopoldo López, quedó duramente golpeada.

La conocí este año en un foro promovido por Mario Vargas Llosa para denunciar las arbitrariedades y desmanes de Nicolás Maduro. Como nunca he podido separarme de Venezuela y de su destino, había conocido a Leopoldo desde cuando era alcalde del famoso distrito caraqueño de Chacao.

A él se debía una proeza raramente vista en los tiempos de Chávez. Mientras este último había puesto los enormes recursos de su país al servicio de un desenfrenado populismo, Leopoldo López mostraba en Chacao, con hechos, una realidad muy distinta. Alto, atlético, bien parecido, era sin duda un joven ejecutivo de creciente popularidad, capaz de llevar a término lo que se había propuesto. Mostraba con sus realizaciones una alternativa muy distinta al chavismo. Por ello, no me sorprendió que después de haber ganado las elecciones locales del año 2000 con el 51,1 por ciento de los votos, cuatro años después fuera reelecto con el 79,5 por ciento, pese a todas las argucias y maniobras del régimen.

Sin duda, su aparición en el lastimado escenario político de Venezuela fue providencial. Este López va a llegar lejos, les decía a mis amigos. Y no me equivoqué. Tiempo después se había convertido en un aguerrido líder de la oposición. Era su destino.

A diferencia de Henrique Capriles, en vez de dar prudentes y calculados pasos con miras a futuras elecciones, Leopoldo denunciaba, junto con la fascinante María Corina Machado, el carácter dictatorial que iba tomando el gobierno de Chávez y luego proseguido por Maduro, su rústico sucesor. Por eso, con explosivo fervor, lo seguían millares de jóvenes que salían a las calles para expresar su descontento y hasta elegantes señoras del este de Caracas a las que veía sumarse a estas protestas, a veces enmascaradas para no ahogarse con los gases lacrimógenos de la Policía.

Lo que nunca se me pasó por la mente es que en Caracas, Mérida, Maracaibo, Valencia y el Táchira los estudiantes no solo fueran brutalmente golpeados, sino también torturados y algunos de ellos asesinados. Tampoco imaginé que el diario El Nacional, donde yo me inicié como periodista, se quedara un día sin papel y que Últimas Noticias y otras publicaciones creadas por mi amigo Miguel Ángel Capriles, así como el canal de noticias Globovisión, acabaran en manos del chavismo. Quien mejor fustigó esta desastrosa realidad que anunciaba el fin de la democracia y la implantación de una atroz dictadura fue Leopoldo.

Cuando advirtió que su vida corría peligro por causa del régimen y que su temple de líder no le permitía ni vivir en la clandestinidad ni asilarse, se entregó pacíficamente a la Policía delante de una muchedumbre de seguidores. La valiente Lilian estaba, como de costumbre, a su lado. Acusado de una docena de delitos (homicidio intencional, incendios, disturbios y hasta terrorismo), fue puesto tras las rejas de una diminuta y lóbrega celda en la prisión de Ramo Verde.

Sí, detrás de tal medida está la oscura mano de Cuba. El régimen de los Castro sabe cómo silenciar el descontento popular. A Leopoldo se le quiere aplicar el mismo feroz castigo que se le impuso a Húber Matos por el solo hecho de no haber aprobado el paso de la revolución cubana hacia el comunismo. Ante este atroz atropello, denunciado sin fatiga por Lilian Tintori, ¿seguirá el presidente Santos guardando silencio para no disgustar a quien ha sido su nuevo mejor amigo?

 

Plinio Apuleyo Mendoza

El Tiempo