Maduro, presa de su inmadurez por Asdrúbal Aguiar - Runrun

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La logia militar-civil que atenaza al ocupante de Miraflores empujó a Venezuela hacia la exacerbación de su violencia intestina. Lo muestran los hechos del Día de la Juventud y la infantil canalla que los resume -Nicolás Maduro dixit- como tres muertes lamentables y un centenar de presos y heridos producto de un movimiento nazifascista opositor en emergencia. Y les pone nombres y ordena apresarlos.

Llamar de derecha a quienes se oponen al despropósito de borrar 500 años de historia – 200 años de república en proyecto– vividos por Venezuela, como lo pretenden los hermanos Castro desde Cuba y teniendo como procónsules a venezolanos indignos de nuestra nacionalidad, es una estupidez. Es parte del estilo que marca esa escuela castrocomunista hábil en demonizar a sus adversarios, ofendiéndolos, estigmatizándolos, para que sus ideas no prendan.

Pero calificar de nazifascismo al esfuerzo opositor que en la circunstancia lideran visiblemente Leopoldo López, Maria Corina Machado y Antonio Ledezma, revela que Maduro, asustado, se mira en el espejo y mejor describe aquello en lo que ha degenerado su propio entorno. Va más allá de las “camisas pardas”, es decir, de los cabilleros sirvientes de Hitler o Mussolini, organizadas para doblegar a los adversarios.

Los círculos bolivarianos de 1999 murieron para darle paso a los “colectivos populares”, a logias de delincuentes asociados, equipados con armas y recursos por el régimen para la defensa de una revolución disolvente como la que pretenden continuar Maduro y el teniente –que lo sigue siendo- Diosdado Cabello, pero que no les cuaja. Y lo hacen bajo instrucciones cubanas.

Allí está, por cierto, el mismo Cabello, quien “destituye” a sus compañeros militares ante la mirada distraída de Maduro, acostumbrado a negociar con “pranes” –no olvidemos El Rodeo– y quien esta vez le pide paciencia a los “colectivos” del 23 de enero, a los «Tupamaros», asesinos que mudan en policías por decisión del exalcalde caraqueño, Juan Barreto. Les ruega serenidad, pues ha caído uno de los suyos en la refriega que organizara el propio oficialismo para frenar a los estudiantes de línea democrática. Sólos, con lápices y cuadernos, osaron marchar y reclamar de Maduro su indolencia, su abulia de pica pasitos. El país se le desmorona en sus narices.

La cuestión a destacar, por lo pronto, es la imposibilidad de diálogo con un régimen opresor y amoral como el que funge dirigir Maduro, a la manera de un mascarón de proa; porque no se trata, simplemente, de un gobierno de izquierda o socialista -como lo creen algunos opositores y observadores internacionales- cuyas políticas públicas no comparte la mayoría de la población.

Estamos en presencia de una estructura de poder que se organiza, desde el primer día, de manos de Fidel Castro y en alianza con la narcoguerrilla colombiana, con la que pacta Hugo Chávez en agosto de 1999. Las consecuencias están allí y son inocultables, a saber, 23.000 homicidios cada año, los hampones y los “pranes” aliados al PSUV y, según Walid Makled, ministros, generales y diputados “chavistas” haciendo parte de las nóminas de los cárteles de la droga. Todo ello, bajo la cubierta de la redención social.

Lo peor, sin duda alguna, es la saña cainita de los cuerpos militares, como la Guardia Nacional, mudada en “guardia del pueblo” e inoculada por la pedagogía del G2 cubano. Le han destruido el alma y la generosidad reconocida de los venezolanos a sus miembros, y éstos, a batazos por las nalgas y con balas o perdigones tratan a las mujeres y hombres de esta tierra que antes conocen “dictablandas” y hoy padecen de un odio mefistofélico inédito. Lo que no entienden Maduro y Cabello, ni la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz, o el psiquiatra armador de los fraudes electorales, Jorge Rodríguez, es que el intento por repetir el guión del 11 de abril les salió mal este 12 de febrero. La orden de tumbarle la antena a la televisora NTN24 para que el mundo no supiese lo que se cocina en las hornillas del eje del mal absoluto que componen, en buena hora ayudó a los estudiantes y presos.

En 1963, Rómulo Betancourt, leyendo su último mensaje como gobernante ante el viejo Congreso de la República, premonitoriamente nos advirtió sobre el carácter latente que tiene el peligro de Fidel mientras viva y nosotros seamos un país petrolero. Pero en 1999, al agotarse nuestra experiencia democrática de partidos, en una hora de confusiones y fracturas entre civiles quienes le hacen la cuna al “gendarme” bolivariano bajo la consigna de la antipolítica, y en el curso de los tres lustros recorridos, lo único veraz es que los venezolanos jamás renunciamos a vivir en libertad.

El autor ejerció como juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos