A payasadas - Runrun
Juan E. Fernández Sep 04, 2022 | Actualizado hace 2 meses
A payasadas
La nariz roja en el payaso te da la licencia de ser libre. Al colocarte esa nariz sobre tu rostro solo debes dejar salir tu niño interior, liberarte de los complejos y jugar

 

@SoyJuanette

Aquel sábado no tenía idea de lo que me cambiaría la vida solo por detenerme a ver un espectáculo callejero. Esa mañana comenzó como todas. Mis sábados consistían en levantarme temprano, tomar mate, comer un alfajor Guaymallen de chocolate y correr hasta la estación Carlos Gardel para viajar hasta el call center donde trabajaba entonces.

Después de trabajar hasta las 14, corría a buscar a mis hijos para aprovechar lo que quedaba del fin de semana. Recuerdo que ese día decidí llevarlos al Parque Centenario, un hermoso lugar con áreas verdes y un lago en el centro. Un lugar donde los niños podían jugar a la pelota, los adolescentes se sentaban en el césped a escuchar música o jugar a las cartas, mientras que el resto de los mortales podían disfrutar de shows ofrecidos por artistas callejeros.

Para mí El Parque Centenario siempre ocupó un lugar especial, porque cuando venía como turista a Buenos Aires por alguna razón terminaba acá sentado en una banca frente al lago, ya fuera leyendo o escribiendo.

Creo que aquel sábado fue la primera vez que volvía al Centenario desde que me mudé definitivamente a Buenos Aires, y debo confesar que lo recordaba más grande y también más tranquilo, pero la realidad era otra. En fin, aquella tarde mientras caminaba con mis hijos la niña me tomó de la mano y me dijo:

-Papá hay un show de algo, vamos a ver.

Pero mi hijo, al escuchar a su hermana frunció el ceño y quiso seguir caminando, por lo que negocié que nos quedáramos solo unos minutos.

Nos acomodamos como pudimos para poder ver el espectáculo, era un número de clown y malabarismo. Pasaron algunos segundos, comenzó escucharse el tema “Circus” de Color Clowns y de la nada apareció la payasa más hermosa que vi en mi vida manejando un monociclo.

Los ojos de mis hijos se llenaron de brillo (y los míos mucho más) cuando la escuchamos presentarse: “Soy la payasa Jaqueca”. A continuación pidió un voluntario para su show con cuchillos. Sin esperar un segundo levanté la mano, y al instante terminé con los ojos vendados y escuchando cómo Jaqueca blandía filosos cuchillos sobre mi cabeza mientras los niños (incluyendo a mis hijos) gritaban y aplaudían.

Al terminar mi participación Jaqueca me regaló una golosina, y tras recibirla me tiré el lance de pedirle una foto junto a mis hijos. Luego también le pedí su cuenta en Instagram para etiquetarla y afortunadamente me la dio.

Claramente comencé a seguirla al instante, subí la foto y la etiqueté. Ella me devolvió el follow y comenzamos a chatear tímidamente. Pasaron una o dos semanas y vi que presentaba una exposición de máscaras hechas por ella y fui a verla. Al principio fue raro, diría que hasta incómodo porque en ese momento no éramos amigos ni nada; yo era solo un padre separado al que ella le había tirado unos cuchillos en un parque. Pero a medida que avanzó la noche congeniamos, nos reímos y quedamos en vernos de nuevo.

Luego Jaqueca armó un curso de actuación cómica, al que obviamente me sumé y al ver su dominio, su conocimiento y su talento, me terminé de obnubilar.

Fue durante esos encuentros artísticos donde ella nos enseñó algo que me ha sido útil siempre: para qué sirve la nariz roja de los payasos.

Resulta que la nariz roja en el payaso te da la licencia de ser libre. Al colocarte esa nariz sobre tu rostro solo debes dejar salir tu niño interior, liberarte de los complejos y jugar.

Al terminar aquel taller de teatro Jaqueca nos regaló una nariz roja a cada uno de los asistentes y nos dijo: “Cuando estén tristes, enojados, o tengan un día difícil, solo saquen su nariz roja, póngansela y llenen su mundo de color, vivan su vida a payasadas”.

Después de aquel encuentro ya nuestra amistad era imparable. Nos convertimos en compañeros y compartíamos idas al cine, teatro, visitas a museos, centros culturales, y hasta festivales circenses. Gracias a Jaqueca Buenos Aires para mí era una fiesta. 

Pero lo malo de las fiestas, las salidas y los amores platónicos es que se terminan… justamente cuando todo iba viento en popa, llegó un correo de la escuela Commedia Dell’Arte al correo de Jaqueca otorgándole una beca. Para que entiendan, esta institución es una cosa así como el Harvard del arte callejero.

Me enteré porque me mandó un WhatsApp muy emocionada. También me pidió que no nos despidiéramos porque “las despedidas son un decreto y, si lo hacíamos, entonces no nos volveríamos a ver”.

Esto ocurrió hace ya unos cinco años. Igual hoy en día seguimos en contacto, ella vive en Florencia y es una gran artista. Yo sigo en Buenos Aires, tengo un buen trabajo, escribo y hago películas. Pero lo más importante: cuando tengo días de mierda, me pongo mi nariz roja y salgo a caminar… no saben lo maravilloso que es “vivir la vida a payasadas”.

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