La gran huelga petrolera de 1936 (III): Lo que significó para la democracia naciente la gran huelga petrolera de 1936 - Runrun

Entre los dirigentes más connotados de la huelga, además de JBF, figuraron los líderes políticos Valmore Rodríguez, gran fundador de sindicatos en el Zulia, José Antonio Mayobre, Isidro Valles y Felipe Hernández y los sindicalistas Manuel Taborda, Jesús Faría, Luis Emilio Arrieta y Max García. Organizadores de la huelga fueron el Bloque de Abril, cuyo dirigente era Valmore, y el PCV, liderado por Fuenmayor, desde la clandestinidad. Valmore, uno de los grandes periodistas del siglo, fue detenido el 9 de diciembre. Aún cuando a la huelga se incorporaron otros campos zulianos como los de Lagunillas, la Concepción y Casigua, contando con la solidaridad de los marinos petroleros, “no logró, sin embargo, como escribió Ramón J. Velásquez, el respaldo de los campos petroleros del oriente del país que eran para la época, Caripito, El Tigre, San Tomé, Quiriquire”. Por esta razón no fue absoluta la huelga en toda Venezuela.

El 22 de enero el Presidente López Contreras decretó «la reanudación de las faenas en las ramas de la industria petrolera, cuyos trabajadores se encuentran actualmente en huelga». En el decreto presidencial se expresó que, según “las observaciones realizadas por el Inspector del Trabajo del estado Zulia, se desprende la necesidad de un aumento para los obreros que devenguen 7, 8 y 9 bolívares diarios. Se les aumentó un bolívar a las tres escalas, y un bolívar adicional “para los trabajadores que no ocupan habitaciones de las empresas en conflicto».

Para una comprensión de la trascendencia de la gran huelga petrolera de 1936, el juicio de Juan Bautista Fuenmayor tiene también valor de testimonio: “No se trataba simplemente de un encuentro entre patronos y obreros, sino de una batalla campal entre toda la nación venezolana y los insaciables mercaderes extranjeros del petróleo. Jamás Venezuela había contemplado un frente unido más amplio, fervoroso y combativo que aquel de diciembre de 1936, todo lo cual hacía presagiar una victoria popular en toda la línea, pues se trataba de un auténtico frente nacional contra el imperialismo”. Asimismo, es preciso retener su pensamiento sobre la conducta del Presidente López Contreras frente al acontecimiento. Fuenmayor escribió: “La actitud del gobierno fue de una discreta expectación y neutralidad, al mismo tiempo que de respeto a los derechos legítimos que los trabajadores ejercían”.

Magras fueron, ciertamente, las reivindicaciones materiales; no obstante, los sindicatos, como expresión de los obreros organizados, quedaron insertos en la historia del país como un factor necesario e indispensable de la época que se inició en Venezuela en 1936, y de las décadas por venir. Valmore Rodríguez expresó por entonces: “El obrero explotado de las petroleas no tiene otro recurso ni otra arma que su sindicato. Allí está concentrada su más preciosa y única conquista.

Que a él ha de servirle de instrumento para elevarse al nivel humano que de derecho le corresponde”. Es una historia por escribirse, y una contribución esencial por reconocerse. Sólo pueden ignorarla aquellos que suponen que con ellos empieza el mundo. 70 años después de tan singulares jornadas, parece inevitable preguntarse y preguntar ¿qué ha sucedido con el movimiento obrero venezolano que tanto le dio al país?

¿Por qué se ha decretado su muerte? ¿Por qué ciertos “revolucionarios del siglo XXI” piensan igual que los ejecutivos de las compañías petroleras extranjeras de 1936? No hace duda, para la comprensión de  lo que significó la huelga petrolera de 1936, a un año apenas de la muerte del dictador, es preciso leer la historia de la época, los textos de Betancourt, Fuenmayor y del propio Presidente López Contreras, tres personajes con tres ideologías diferentes, antagónicas, pero sin duda con un sentido de reconocimiento de la realidad.

En suma, los trabajadores venezolanos dieron por primera vez una demostración inequívoca de conciencia de clase, los dirigentes políticos de entonces demostraron solidez, e incluso, moderación, y el Presidente de la República del necesario equilibrio de un magistrado que venía de la dictadura, pero entendía la profundidad de los grandes cambios sociales y políticos.

Simón Alberto Consalvi