Pido perdón, por Gonzalo Himiob Santomé
Pido perdón, por Gonzalo Himiob Santomé

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Pido perdón a mis hijos, por este tiempo que he tenido que robarles para dedicarme a bregar por su futuro. A mi hijo pequeño le pido perdón, porque sabes que estás sumergido hasta la coronilla en otras ocupaciones, jamás más importantes, pero sí más urgentes, cuando una madrugada al pasar brevemente por su cuna a darle un beso de buenas noches, te das cuenta de que ha crecido mucho, con esa rapidez propia de los bebés, y de que no has estado allí lo suficiente como para que esos centímetros nuevos se te hagan imperceptibles. A mi hija le pido perdón por no haber podido jugar con ella como querría, y por haberme dejado ganar por el cansancio y dormirme esa noche en la que ella había dispuesto su cuarto como una especie de “cine” para ver, por fin, una película con su papá. Algún día, así lo espero, comprenderán que la ausencia y el desvelo eran necesarios, y que cuando al fin ellos puedan sentirse seguros y en paz, creciendo en un país libre, próspero y democrático, será en parte por el sacrificio que todos tuvimos que hacer en estos momentos.

Pido perdón a mi esposa, que ha tenido que soportar mi ausencia y mi ánimo, no necesariamente luminoso en estos días, y que ha tenido que llevar la casa sola estos días incluso cuando me ha tenido a su lado, pero pegado a una computadora o al teléfono, sacando cuentas o validando datos que jamás hubiese querido contar o validar. No me alcanzarán los años para agradecerle su inmenso amor y su apoyo.

Pido perdón a mis alumnos, que no veo desde hace tiempo porque he tenido que decidir, demasiadas veces para mi gusto, que era más importante estar en un tribunal o en una comandancia de la GNB o de la PNB, enarbolando (sin mucho éxito, por ahora) las banderas de la ley y de la libertad, que estar en el aula enseñándoles teorías y aforismos mientras el país, de la mano de los muy pocos que no entienden que ya su tiempo pasó, se nos cae a pedazos. Espero en Dios que sepan comprenderme, que no me juzguen con severidad excesiva y que, al final del día, cuando todo esto termine, puedan encontrar en mis acciones esos aprendizajes y lecciones vitales que no pueden enseñarse a ningún abogado en un salón de clases. Los hechos y el ejemplo, por modestos que sean, son a veces los mejores maestros.

Pido perdón a las madres y padres, a las esposas, a los esposos, a los hermanos y hermanas, y a los amigos, los novios y las novias a los que he tenido que transmitir, con el tono y la voz asépticos de un médico de urgencias, pero con el alma hecha pedazos, noticias y resultados de audiencias y gestiones que hubiera deseado no tener que transmitirles. Tristemente, la lucha en los estrados y ante los cuerpos de seguridad, hoy por hoy, es muy desigual, y poco tienen que ver con el respeto de las leyes y con el Estado de Derecho. La realidad actual es la que es, sin eufemismos, y a veces cuesta aceptarlo. Espero que cuando la pesadilla pase, que pasará, comprendan que nada ganaba atenuándoles la verdad o dorándoles píldoras que en situaciones como la que vivimos siempre serán muy difíciles de tragar, y que el mejor servicio que podía prestarles era el de mi mucho o poco conocimiento de las leyes y, por encima de todo, el de mi honestidad, asumiendo con responsabilidad tanto mis aciertos como mis fallas, sin recurrir a subterfugios ni a excusas.

También a ti, Venezuela, te pido perdón. Y al ver lo que estamos viendo, al vivir lo que estamos viviendo, me pregunto si habré hecho lo suficiente, durante todos estos años de oscuridad, para evitar que las cosas llegaran a este punto en el que nos encontramos hoy. A Dios le pido que me dé, que nos dé, las fuerzas que necesitamos para no rendirnos, para abrir las puertas que tengamos que abrir, para seguir adelante y para hallar, en paz (aunque algunos renieguen de ella y la vapuleen) el camino que nos lleve a ese destino mejor por el cual todos, cada uno en su parcela y desde sus posibilidades, estamos luchando como nunca antes lo habíamos hecho.

 

@HimiobSantome