Papá no está en casa por Gonzalo Himiob Santomé
Papá no está en casa por Gonzalo Himiob Santomé

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Ellas prefieren quedarse hoy en casa, ajenas a las correderas y faustos propios de un día como el de hoy. Su pérdida es aún muy reciente, muy dolorosa, es una herida de esas que, uno lo sabe, no cerrarán nunca. Allí están sus fotos viejas, recuerdos de cuando eran niñas, de cuando sentían y sabían que los brazos de su padre eran los más fuertes del mundo; y unas camisas que misteriosamente aún les huelen a papá. Se aferran hoy a los ecos de una vida que ya no es, a aquel pasado luminoso en el que el miedo y la ausencia lucían imposibles y no les faltaban bastión ni cobijo. Cada una recordará a Rodolfo, su padre, a su manera. Lo traerán de vuelva hecho pensamiento, vestido de aquellos momentos con él que se quedaron para siempre en sus corazones. Hoy, para Lissete y para Ivette, es un día oscuro. Solo les quedan la memoria, y el amor que jamás se les apagará, para esperar pacientemente la noche y comenzar mañana de nuevo, aunque el sol solo les salga a medias.

Deben ser fuertes, o al menos mostrarse fuertes. Su mamá Josefa es un roble, pero ellas saben que tras la fachada hay océanos de lágrimas represados. Tras sus ojos se le ven gritos ahogados, rabias, tristezas. A ella además le tocó compartir la experiencia de la cárcel con su papá, y aún enfrenta un juicio absurdo por pecados que no cometió… No es fácil.

Lo más duro es lidiar con la duda ¿Qué pasó en realidad? Según el Acta de Defunción, ese papelito desmesurado y feroz, “Estrangulamiento y Asfixia” fueron las causas de la muerte de Rodolfo González, allá en el SEBIN, donde todo pasa y nada queda. Pero a la verdad, esta vez, no le bastan tres líneas. Pusieron sobre los hombros de su padre la culpa de su muerte, y establecieron que fue él mismo el que se quitó la vida. Un par de firmas más adelante, el caso quedó cerrado. Nada se dijo de las terribles condiciones en las que lo mantenían preso injustamente, de los juegos perversos a los que lo sometían sus carceleros o de las inmensas privaciones que padeció, incluso siendo ya un hombre mayor. Tampoco se habló de esa colcha de retazos mal pegados que es el expediente judicial que le montaron, otro de tantos, pura cháchara de esos nuevos cobardes que con pompa se anuncian como “Patriotas Cooperantes”, en el que mezclaron “chicha con limonada” solo para apuntalar las mentiras oficiales sobre lo que ha venido pasando en el país desde 2014. Los jueces olvidan que cuando meten preso a alguien se colocan sobre los hombros la plena responsabilidad sobre su salud y su vida. Pero no les importa, son simples fichas en el tablero, y para este gobierno la culpa de todo lo que pasa, incluso la de la muerte de aquellos que mantienen injustamente privados de su libertad, está siempre en los demás. Cero rollo.

Ellas, sin embargo, sí le darán su regalo. El legado de su padre permanece. No abandonarán su lucha por la justicia y seguirán batallando no solo por ellas, sino por todos los que padecen las mismas miserias. Aunque papá ya no esté en casa.

 

Lo más probable es que hoy les suspendan, con cualquier excusa, la visita. O quizás les exijan, a sus esposas e hijos, humillaciones intolerables, solo para dejarles pasar. Las prerrogativas y el respeto nuestros derechos básicos son solo para los pranes, no para los presos del poder. Les importa nada que estés en huelga de hambre, pues por si acaso no lo hemos entendido, la idea de todo esto no es, como lo ordena el COPP “establecer la verdad por las vías jurídicas”, sino convertir al proceso al que te han sometido en un castigo en sí mismo. Pero no en cualquier castigo, debe ser uno que vaya mucho más allá de ti. De nada vale que la bolivariana, esa de la que tanto se enorgullecía Chávez, diga que mientras no has sido condenado tienes derecho a ser juzgado en libertad o, lo que es más importante, a ser tenido y tratado como inocente. Tampoco sirve de nada que allí se diga que cualquier medida o sanción debe ser solo contra ti, y que no puede afectar a los tuyos, mucho menos a tus hijos. Alzaste la voz contra el “heredero”, te atreviste a reclamarle su incompetencia y pusiste en duda su legitimidad. Pecado mortal, más grave incluso que el de los que a diario nos matan, secuestran o atracan, ya que a esos sí los dejan vivir tranquilos en sus “Zonas de Paz”. Te temen más a ti.

 

Leopoldo pasará otro día del padre alejado de sus hijos, de su esposa, de su hogar. Quizás, más allá de sus ansias de libertad, de su amor por Venezuela y del hambre que lo mata poco a poco, hoy lo que más le duele es que sus hijos, muy pequeños, seguramente aún no entienden muy bien de qué va todo esto. Pero no hay que ser un genio para imaginar cuál es la inquietud que llena sus pequeños pechos y que ronda en sus cabecitas.

Solo quieren saber por qué papá no está en casa ¿Quién se anima a responderles?

 

 

“Sabes hermano lo triste que estoy, se me ha hecho vuelo de trinos, y sangre la voz, se me ha hecho pedazos mi sueño mejor, se ha muerto mi niño, mi niño mi niño, mi niño hermano”.

Escucho “Era en Abril”, de Baglietto, y aunque no lo conozco pienso en Alex. Soy padre, no me es difícil identificarme con él. Lo imagino rodeado hoy de las cositas que cuando estamos embarazados nos desbocamos a conseguir para los sueños que ya pronto nos llegan. Aquella camisita de los Tiburones de la Guaira, de los Cardenales, del Caracas o del Magallanes que, pese a las quejas de Adriana, sería lo primero que se pondría Alex Adrián no más salido del vientre, la cunita vacía y las paredes del cuarto pintadas con vivos colores que sin embargo a él le lucen mustios y apagados. Le faltaba poquito para empezar a celebrar el día del padre, cuando una bala absurda, disparada por un absurdo, en un país absurdo, le arrancó de un tajo a su mujer y a su hijo.

Toma en sus manos la otra franelita que se quedó sin usar, la de la Vinotinto. Le sorprende y le duele lo chiquita que es. Su mirada topa con esa foto en la que los ojos de Adriana, barrigona, brillaban como aquella vez, cuando él se animó a robarle el primer beso. La sonrisa no le llega a los labios como le llegaba antes. Quizás esa sonrisa tan especial, ese calor en el alma que solo sabe describir el que lo ha sentido, no le vuelvan más.

Ya Adriana Urquiola no está. La mató la estupidez de los que no hablan más idioma que el de las balas, la de los que se saben protegidos por los poderosos, la de los enajenados, y se llevó con ella su alegría, mil besos para Alex que le quedaron pendientes y a su pequeño, en el vientre, que no tuvo tiempo de ver el sol, de desordenar la casa, de descoser la lona en un estadio o de robarle con un golazo sorpresivo un mundial a Brasil, unos cuantos años más adelante. Se fueron los dos, y dejaron a Alex, a papá, que se quedó solo en casa con un universo de sueños rotos sobre los hombros.

Hoy mis plegarias, las de mi esposa y las de mi hija, van por ellos y por todos los padres a los que les han robado y les están robando el derecho de serlo. Yo nos los olvido.

 

@HimiobSantome