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Opinión

Necropsia a la democracia

Si la democracia fuera un organismo vivo, dotado de discernimiento, muchos habrían sido diagnosticados como inviables desde la gestación de sus carreras

Fauna política Necropsia a la democracia, por Armando Martini Pietri
Armando Martini Pietri
27/02/2025

@ArmandoMartini

En la fauna política habitan criaturas que desafían toda lógica de selección natural aplicada al liderazgo. Blandengues sin carácter ni convicciones, oportunistas sin brújula ideológica, traidores por instinto y sin honor, perjuros por vocación y oficio, demagogos sin sustancia y corruptos sin vergüenza.

Si la democracia fuera un organismo vivo, dotado de discernimiento, muchos habrían sido diagnosticados como inviables desde la gestación de sus carreras. No por capricho autoritario ni tiranía arbitraria, sino por una cuestión de lógica. El liderazgo no es un accidente y, por definición, exige mérito, carácter, coherencia, valentía y claridad ético-moral, virtudes extraviadas.

Son gusarapos del sistema, expertos en incumplir compromisos y maestros en evadir responsabilidades, que trepan por los pasillos del poder prosperando gracias a la amnesia, la tibieza y la ingenuidad del votante.

Camaleones de la política

El oportunista, especie resistente, camaleón que muta, se infiltra en cualquier causa, jura lealtad con labios melifluos y, al primer giro de la fortuna, deserta con la misma sonrisa cínica con que prometió fidelidad. Su compromiso es consigo mismo; su ideología la conveniencia; su existencia un eco de la advertencia platónica. La política deviene entonces en mera transacción.

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@ArmandoMartini En la fauna política habitan criaturas que desafían toda lógica de selección natural aplicada…

El blandengue, expresión patética del aborto político, encarna la parálisis del alma. Se presenta como líder, y con desparpajo como estadista, se proclama guardián de la república, pero tiembla como gelatina ante la menor crisis. Sus discursos son cáscaras vacías, alardes de palabras hueras; sus decisiones, un homenaje al miedo. Negocia con el verdugo mientras recita comunicados pomposos, convencido de que la independencia se defiende con diplomacia estéril. La libertad no se preserva con tibieza, sino con coraje. Es una tragedia para las causas nobles y un regalo para los tiranos.

Ilusionistas de la esperanza

El traidor, estratega de la puñalada trapera, jura defender principios y, a la vuelta de la esquina, los vende al mejor postor por prebendas en un mercado de sombras. Su ADN es un cóctel de genuflexión y cálculo. No tiene bando, solo intereses; no tiene ideología, solo chequera. No sirve a una causa, sino a su codicia; su ideología es un cheque en blanco.

El demagogo, falso profeta, charlatán de la política e ilusionista de la esperanza de ocasión, promete redenciones mágicas a problemas complejos, empaqueta frases efectistas y cosecha la frustración popular para convertirla en votos. Son encantadores de serpientes que hipnotizan con discursos inflamados y salvaciones instantáneas, tejiendo ilusiones que explotan la ira y la esperanza de multitudes.

Sin embargo, en el poder se desenmascaran como albañiles del desencanto. La historia los conoce, caudillos populistas que juraron paraísos y dejaron ruinas, que vendieron progreso mientras desmantelaban instituciones y atracaban el tesoro público.

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Y en el trono reina el corrupto, saqueador del bien común, confunde el erario con su patrimonio y cuenta bancaria, desvía fondos de hospitales y escuelas para engordar sus haberes en el extranjero. Nunca rinde cuentas, blindado por leyes torcidas o complicidades poderosas. Su legado es una paradoja trágica. Pueblos empobrecidos y maltratados que, a veces, lo celebran o lo restituyen en el poder, víctimas de una memoria anestesiada. Desde dictadores que hicieron de la corrupción un arte hasta “respetables” burócratas que saquearon sin pudor, estos sinvergüenzas han convertido la política en un botín personal.

Sin embargo, el fracaso político no es un destino, sino un desafío. La democracia, como ideal y como práctica, no está condenada a ser el criadero de estos parásitos. Su sanación exige una filosofía activa, de que el ciudadano no es un espectador, sino un escultor del porvenir. Con el voto como cincel, la memoria como brújula y la exigencia como fuego, la polis puede purificarse. No con violencia, sino con la disciplina de la virtud cívica.

En un mundo interconectado, donde la desinformación y la apatía amenazan más que nunca, la redención política no vendrá de salvadores providenciales, sino de comunidades despiertas, alertas, que rechacen la mediocridad, reclamen líderes merecedores, meritorios y estimables. De lo contrario, estos renacuajos seguirán renaciendo, reencarnando, evolucionando en nuevos rostros y nuevas alianzas de promesas supuestas, ficticias, perpetuando ciclos de desencanto.

La política debe ser el arte de lo posible elevado a lo noble, permanecerá como un pantano de lo mezquino. La elección es nuestra, o dejamos que la decadencia triunfe, o hacemos de la democracia un acto de creación consciente, un parto de justicia y grandeza.

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