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Opinión

“Un día sin mexicanos”: el “spoiler” que Trump debió ver

El filme Un día sin mexicanos es un espejo incómodo donde se refleja una sociedad que se construye con las manos que muchos pretenden ignorar

Un día sin mexicanos el “spoiler” que Trump debió ver, por Juan E. Fernández, @SoyJuanette
Juan E. Fernández
16/02/2025

@SoyJuanette

¡Qué curiosa es la vida! En 2004 Sergio Arau nos regaló una película que parecía una comedia satírica y hoy se lee más bien como una premonición. Un día sin mexicanos planteaba una premisa aparentemente absurda: ¿qué pasaría si todos los mexicanos de California desaparecieran de repente? Dos décadas después, las políticas migratorias actuales nos hacen preguntarnos si no estamos intentando recrear ese experimento social, pero esta vez sin efectos especiales.

La película nos muestra una California envuelta en una misteriosa niebla que hace desaparecer a toda la población latina. De repente, los campos quedan sin cosechar, los restaurantes sin personal, y los niños sin sus niñeras. El caos se apodera del estado, mientras sus habitantes “no latinos” descubren, con una mezcla de perplejidad y pánico, cuánto dependen de aquellos que tantas veces han considerado “prescindibles”.

Curiosamente, la realidad actual parece empeñada en plagiar la ficción. Las recientes políticas de deportación masiva nos recuerdan peligrosamente a ese experimento cinematográfico, aunque con una diferencia crucial: esta vez no hay niebla misteriosa, sino decisiones muy conscientes y deliberadas.

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@SoyJuanette ¡Qué curiosa es la vida! En 2004 Sergio Arau nos regaló una película que…

Lo que hace dos décadas provocaba risas incómodas, hoy genera titulares en los periódicos. La película, que en su momento fue criticada por algunos como “exagerada”, ahora parece casi conservadora en sus predicciones. Los agricultores de California ya no necesitan ver una película para imaginar sus campos sin trabajadores; les basta con leer las propuestas políticas actuales.

El filme de Arau, con su modesto presupuesto (¡los actores cobraron un dólar!) y su humor agridulce, logró algo que muchos análisis económicos no han conseguido: mostrar cómo la ausencia de la comunidad mexicana afectaría no solo a la economía, sino al tejido social de Estados Unidos.

Hay una escena particularmente profética: un senador antiinmigrante que ve en la crisis una oportunidad política. ¿Les suena familiar? La diferencia es que, en la película, al menos, el político aprende su lección. En nuestra realidad, algunos parecen preferir el método de aprendizaje por las malas.

La verdadera genialidad de Un día sin mexicanos no está en predecir el futuro, sino en mostrar una verdad que sigue siendo incómoda: la interdependencia entre comunidades no es una opción política, es una realidad económica y social. Cada vez que alguien propone “deshacerse de los ilegales”, está inadvertidamente proponiendo recrear ese experimento cinematográfico que, incluso en la ficción, terminó en caos.

Veinte años después, la película se ha convertido en algo más que una sátira social: es un espejo que refleja nuestros prejuicios y, sobre todo, nuestra negación colectiva sobre el papel fundamental que juegan los inmigrantes en la sociedad estadounidense.

En el fondo, Un día sin mexicanos no es solo una película. Es un grito de advertencia que atraviesa el tiempo, un espejo incómodo donde se refleja la verdadera arquitectura de una sociedad que se construye con las manos que muchos pretenden ignorar. La comunidad latina no es un apéndice de la sociedad estadounidense, es su columna vertebral.

Mientras políticos como Trump continúen tratando de borrar fronteras humanas con muros de cemento y decretos, seguirán ignorando lo que esta película nos gritó hace dos décadas: sin los mexicanos, sin los inmigrantes, Estados Unidos no es Estados Unidos, es simplemente un territorio vacío, un paisaje sin color, sin música, sin alma. La desaparición no es una solución, es una mutilación social que nos empobrece a todos.

Sin duda, “la vida imita al arte”. Aunque en este caso, preferiríamos que no lo hiciera con tanto entusiasmo.

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