10 de enero: Venezuela en estado de sitio
El resultado del 28 de julio fluye como pesadilla en la mente de la casta gobernante, que no ha vacilado en imponer en la práctica un estado de sitio
La investidura de un mandatario nacional reconoce en cualquier latitud del planeta la oportunidad para reafirmar el avance o retroceso del sistema democrático en cada país, en un mundo donde cada vez es más notoria la diferencia entre regímenes de corte dictatorial y sistemas políticos que reconocen los valores humanos de la modernidad.
En un planeta que sobrevivió en el siglo XX a dos guerras mundiales -que pudieron llevar a la humanidad a la edad de piedra-, que superó la estafa histórica del estalinismo en la URSS y países integrantes del Pacto de Varsovia, pensábamos que facilitaría para el siglo XXI el advenimiento de procesos civilizatorios que profundizaran las conquistas democráticas labradas en los últimos 250 años.
Pronto la realidad nos ha hecho aterrizar ante las evidencias que presenciamos en este primer cuarto de siglo. Convivimos en un mundo donde los mandatos en la UE se suceden sin complicaciones, al alternarse en el poder conservadores socialcristianos, socialdemócratas, liberales, sin el estigma de la descalificación, como sucedió en Alemania donde la CDU de Angela Merkel entregó el poder a la coalición semáforo integrada por liberales, verdes y socialistas. Y fuera de la UE, en Inglaterra, los conservadores entregaron civilizadamente el poder a los laboristas de Starmer.
Por otro lado, conocemos la otra vertiente: la versión autoritaria del ejercicio del poder caracterizado por sostenerlo a toda costa y rechazar la alternancia. Los casos de Rusia, Irán, China, Turquía, Bielorrusia, Corea del Norte, Cuba y Nicaragua son los más notorios.
En América Latina pasamos de un siglo XX donde el “paraíso de las dictaduras gorilas” fue superado a finales de siglo. En el siglo XXI, el continente ha reconocido la sucesión de gobiernos democráticos de diferente corte ideológico, como las experiencias de Chile, Brasil, Uruguay, Argentina, Colombia, México, Panamá, entre los casos más resaltantes.
Venezuela a contravía de la historia
Por tanto, resulta trágico cómo en nuestro país se ha invertido la historia. De un siglo XX que conoció a partir de 1958 una sucesión de 8 gobiernos, ejercidos por administraciones de adecos, copeyanos, hasta una coalición, la de Convergencia, integrada por un “chiripero” de socialcristianos, masistas, exmiristas, librepensadores. En esa etapa nuestro país era el oasis de los perseguidos de las dictaduras del Cono Sur.
Pero pasamos a un siglo XXI de ejercicio revanchista del poder, convirtiendo el evento histórico de investidura presidencial en un acto de venganza, de resentimiento contra la población que no apoya al partido gobernante, PSUV. Así fue con Hugo Chávez y ahora se ha elevado en grado sumo con Nicolás Maduro.
Las circunstancias son peores de cara al próximo 10 de enero. Por primera vez en nuestra historia un candidato oficialista, siendo derrotado por paliza, se niega a entregar el poder. Utiliza el poder judicial a través del TSJ, y las FABN como guardia pretoriana, para fraguar la más prominente estafa cometida contra pueblo alguno en el continente.
28 de julio, pesadilla de la casta gobernante
El resultado del 28 de julio fluye como pesadilla en la mente de la casta gobernante, que no ha vacilado en imponer en la práctica un toque de queda, un clima de estado de sitio para aterrorizar a la población y que esta, sabiéndose mayoritaria, acepte “resignada” el crimen fraguado en los laboratorios del poder.
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De juramentarse ilegalmente el próximo 10 de enero, Maduro quemará las naves y sellará su condición de tirano ante todo el planeta. Ante la conciencia de cada venezolano preservará su condición de usurpador del poder y habilitará una vez más la Constitución en su artículo 350, que otorga a cada venezolano el deber de desalojar a quien haya tomado por la fuerza el poder en nuestro país.
Las ejecutorias intimidatorias ilustran el ambiente de crispación, el rostro del régimen es macabro. Según la agencia EFE, el régimen de Venezuela confirmó que tiene más de 120 extranjeros detenidos por supuestos “actos desestabilizadores”. Entre tanto, el Foro Penal sostiene que en el país, luego de las excarcelaciones, quedan al menos 1794 presos por razones políticas.
Definitivamente, el ejercicio del poder obnubila la mente de los gobernantes autoritarios. Nicolás Maduro tiene la oportunidad de reconocer el resultado electoral del 28 de julio o irse por la senda tortuosa de Bassar Al Asad, Hussein o Kadafi, cuyo destino no es otro que el basurero de la historia.
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