
Estamos suspendidos en el abismo, abajo no queda nada. La desunión, falta de coherencia y egos son las bases del desastre
Analistas indican que el castrismo venezolano está en batalla interna. Chavistas contra maduristas y cada grupo entre sí. En realidad, importa poco. Luchas de poder ha habido siempre y un claro ejemplo son los partidos que hoy se llaman de oposición y buena parte de quienes se ubican como reales o falsos dirigentes. Se alerta de una probable desintegración. La primaria, si no corrige el rumbo, está destinada a colapsar. El problema no es cuándo, sino con qué grado de intimidación.
Los políticos, con alguna excepción –que confirma la regla– prometen servir a los ciudadanos, cuando en realidad buscan canonjías, sinecuras, prerrogativas y dotes. No es historia nueva. El Benemérito no pudo mandar en solitario. Manipuló, torturó, mató porque se lo permitieron, no estuvo solo o con un pequeño número de acólitos; fue apoyado con complicidades y silencios temerosos en todas las regiones.
Tampoco están solos los castro-chavistas. Chávez fracasó en apropiarse del poder por las armas, pero triunfó en adueñarse del país porque una mayoría de simplones y destacados se lo permitieron después de que lo habían elegido con votos. De culpa no pueden eximirse partidos y políticos porque fueron incapaces de tomar decisiones, dudaron y vieron al poder como premio, no como compromiso.
Hubo quienes disfrutaron del ejecutivo y legislativo en momentos diversos; quienes manejaron para bien, mal o peor el dinero; que prefirieron venganzas y desacuerdos irresponsables, torpemente egoístas. Cúpulas enquistadas, creyéndose superiores, dioses más allá de lo justo e injusto, abandonaron su dirigencia tradicional. A límites de perder la chaveta, postularon candidatos por dos o tres días.
La debacle no comenzó en las elecciones de 1998, sino mucho antes. Y como fango maldito se expandió día tras día, con partidos políticos que migraron a lo politiquero y no lo ideológico, incapaces de gobernar o con planteamientos de un programa incomprendido e incluso duramente criticados por las principales agrupaciones políticas. Ejecutaron administraciones de graves fallas y faltas de compresión hacia la ciudadanía que exigía cambios, modernización y evolución.
Ahora los desunidos e incompetentes son los castristas que están en el poder y han llevado al país a la corrupción sin límites y al colapso de la economía y ruina del país. Sin embargo tiene a su favor una oposición blandengue y temerosa, devenida en cómplice, que repite sus propias equivocaciones como si no existiera un pasado revelador demasiado cercano. La población venezolana vive una crisis y se dirige inexorable hacia una confrontación innecesaria y evitable, que podría desembocar en el fraccionamiento.
A esa oposición le llegó la hora, su fin. Se diluirá, no podrá con la dictadura, y la dictadura no podrá con sus propios errores. No resulta de la unión, sino de una despiadada rapiña que chantajea y extorsiona a gran parte de la población.
Estamos suspendidos en el abismo, abajo no queda nada. La desunión, falta de pensamiento coherente, traición, incumplimiento de la palabra empeñada, no rendir cuentas, irresponsabilidad, egos y malacrianzas, son las bases del desastre.
Venezuela está obligada a superar para siempre el socialismo y el rentismo para darle la bienvenida al libre mercado, la libertad y la democracia. No hay una bola mágica para predecir el futuro y carezco de prepotencia para imponer a otros mis deseos. Sugeriría que demos paso a nuevas experiencias y alternativas.
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