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El horrendo regreso de la incertidumbre económica
Para algunos expertos, es imposible el regreso de estos controles, aunque el chavismo lo intente. Pero solo el hipotético intento luce aterrador

 

@AAAD25

Se le atribuye a John Maynard Keynes el siguiente aforismo, en perfecta sintonía con la tradición empírica inglesa de Bacon y Locke: “Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión”. En Venezuela, con un gobierno al que no le importa abandonar a la sociedad a su suerte entre fuerzas caóticas, aplicar la máxima de Keynes obliga a cambiar de opinión a un ritmo indeseablemente frenético. Sobre todo, por tratarse este de uno de esos regímenes autoritarios contemporáneos ideológicamente flexibles. La consistencia de los idearios totalitarios clásicos al menos permitía tener expectativas sobre el rumbo de los países tan desdichados como para caer en sus garras. Acá no.

Modestia aparte, creo que fui de los primeros dedicados a la observación de la política venezolana en advertir un giro considerable en la forma en que el chavismo maneja la economía nacional. Un abandono del cuasi estalinismo tropical que construyeron dogmáticos de izquierda como Jorge Giordani y Alfredo Serrano, para dar paso a la perestroika bananera: desaplicación de controles de cambio y de precio, tolerancia del uso del dólar para transacciones y privatización de bienes estatizados (bastante opaca y con beneficios para empresarios bien conectados con la elite gobernante, eso sí).

Tras la perestroika bananera

Tras la perestroika bananera

Esos fueron los cambios que permitieron que el producto interno bruto dejara de caer en picado y que saliéramos de la hiperinflación. Pero no ocurrieron por una epifanía súbita en Miraflores sobre las virtudes del libre mercado. Fue solo un cálculo de los jerarcas chavistas para la supervivencia del régimen, habida cuenta del agotamiento del sistema anterior como fuente de ingresos que satisficiera a los elementos que mantienen a Nicolás Maduro y compañía en el poder. Por eso, desde un principio señalé que la perestroika bananera no tiene por qué ser un paradigma para el largo plazo. Así como vino, se puede ir, si el chavismo lo juzga conveniente para sí mismo.

Eso es lo que tal vez esté ocurriendo justo ahora. Puede ser que la perestroika bananera se haya vuelto inviable, mucho más rápido que su predecesor. Los indicios están por doquier. Este año, sobre todo en su segunda mitad, el gobierno volvió a aumentar el gasto público. Tiene muchos menos dólares para satisfacer la demanda de divisas a tasa oficial, lo cual aumenta la búsqueda del paralelo y acentúa la depreciación del bolívar. Estos dos factores han hecho que la inflación se dispare otra vez y que caiga el poder de compra, poniendo en peligro el consumo, sobre todo de bienes y servicios no esenciales.

Algo muy llamativo es la lentitud de la sociedad para reaccionar. Al parecer, el indicador del que el ciudadano común está más pendiente es la tasa de cambio paralela. Pero es que desde hace semanas, meses incluso, se notaba que algo estaba mal. El dólar se encarecía y se encarecía con cada jornada. Pero solo cuando pisó el acelerador la semana pasada, con una subida de 33 %, hubo una reacción masiva… De alarma y decepción, claro está. No sé si la relajación, el jolgorio y la joie de vivre propios de la temporada navideña, cuyo comienzo fue artificialmente adelantado a octubre, surtieron un efecto adormecedor que impidió a muchos notar el problema temprano. No sé si fueron más bien las jugadas de Messi. O no sé si fueron ambas cosas.

Pero debo decir que frustra la demora en el despertar, que apunta a una sociedad que se tragó el cuento de los traficantes del conformismo dizque opositores sobre un gobierno chavista al que ahora sí se le pueden confiar las riendas de la economía y al que por lo tanto ya no es urgente cambiar. O tal vez la gente nunca confió, pero de todas formas se resignó a la pasividad suplicante de que el chavismo al menos deje de arrasar con la economía, aunque siga siendo antidemocrático. Como sea, insisto, tanta ingenuidad, o autoengaño, frustra.

Sobre todo, porque no es la primera vez este año cuando Venezuela experimenta una complicación del panorama económico. En agosto también hubo una devaluación brusca del bolívar. Eso me lleva al siguiente punto en este artículo. No sé si estamos ante un episodio más de tormenta cambiaria e inflacionaria que será sucedido por una temporada de relativo sosiego o si, como afirman varios economistas, esta vez el sistema va a colapsar del todo y no podrá ser levantado de nuevo. Después de todo, las posibles “soluciones” al entuerto actual son dilemáticas y cada una supondría cortarle a hachazos una pata a la mesa de la perestroika bananera.

Volver a recortar el gasto público sería condenar a los empleados públicos a un ingreso misérrimo, con potencial de descontento masivo incontenible, como el que desató las protestas de docentes este año. Alimentar las mesas de cambio a tasa oficial sería seguir agotando las ya mermadas reservas internacionales o hincarse a orar por un aumento brusco en los precios del petróleo.

Y aún no hemos hablado de la peor consecuencia posible: la reanudación de los controles de cambio y de precio. Como en este país al gobierno le importa un bledo la tranquilidad de la gente, al momento de escribir estas líneas no hay claridad sobre lo que se nos viene, o no, por ese lado. Primero la Sundde publica una lista de nuevos precios máximos para productos de primera necesidad en su cuenta de Twitter. Luego la borra sin explicación alguna. Luego es el diputado Jesús Faría, un economista formado en Alemania Oriental, quien confirma la regulación pero sin dar detalles.

Para algunos expertos, es imposible el regreso de estos controles, aunque el chavismo lo intente. Efectivamente, para cuando escribo esto, no he visto reportes de rebajas forzosas en comercios. Pero solo el hipotético intento luce aterrador. Anaqueles vacíos, colas interminables, revendedores. El trauma de los peores años, al acecho.

Como sea, vayamos hacia atrás o hacia un nuevo paradigma, hay una incertidumbre muy fuerte. Eso es quizá lo peor. Durante su época dorada, muy a pesar de sus vicios injustificables, la perestroika bananera al menos dio una impresión de que tocamos fondo. De que estamos muy abajo, pero dejamos de caer. De que a partir de entonces lo peor que nos podía pasar era tener que buscar cómo sobrevivir en medio de tanta adversidad, pero entendiendo el entorno. Acaso ese piso nos lo están quitando de nuevo.

Economistas alertan que la inflación pudiera volver a tener el prefijo “híper”. Es horroroso el daño psicológico por la incapacidad total de planificar nuestras vidas de cara a otro impuesto salto al vacío.

Incluso si, contra mucho pronóstico, la perestroika bananera sale ilesa, seguiremos con la zozobra de un ciclo de estabilidad e inestabilidad marcado por los recursos limitados del Estado. Repito: pasó en agosto y pasa ahora. Pudiera volver a pasar, varias veces.

Entonces, pregunto por enésima vez, ¿vamos a quedarnos sin hacer nada? ¿Vamos a vivir así hasta quién sabe cuánto? O, ante la falta de un liderazgo opositor alternativo, ¿vamos a presionar al que ya existe para que brinde finalmente una estrategia para lograr una transición de verdad, aunque sea negociada con el chavismo? Espero que el próximo año haya una respuesta alentadora.

Posdata: Esta columna se tomará unas vacaciones navideñas a partir de la semana siguiente. Nos vemos en enero. Felices fiestas y mis mejores deseos para todos en 2023.

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