“The fellowship of the King” y una cola que se ve desde el espacio - Runrun
“The fellowship of the King” y una cola que se ve desde el espacio
A las 7 a.m. en un parque de Londres, un grupo de desconocidos coincidimos en una cola para rendir el último tributo a la reina Isabel II de Inglaterra. Al cabo de 14 horas de caminata nos habíamos convertido en la “comunidad del Rey” 

@GITIW

A las 5 a.m. cuando sonó el despertador, lo apagué y dudé. Mi decisión de la noche anterior de ir a rendir tributo a la reina Isabel II de Inglaterra en su funeral de Estado en el Palacio de Westminster me pareció una locura. A esa hora, aún en la cama y con la luz apagada, revisé la página web oficial que informaba en tiempo real la duración estimada de la cola, así como el punto en el que debía unirme. Tenía que llegar hasta Southwark Park y luego hacer una cola de al menos 9 horas. 

¿Por qué, Giti?, me cuestioné. La respuesta que ponderaba la magnitud histórica del evento me pareció difícil de defender, pero eso que lo lleva a uno a hacer cosas inexplicables me hizo pararme de la cama, vestirme, preparar un par de sánduches y salir al frío de la mañana londinense. 

Fui sola y nunca había estado en esa parte de la ciudad. Iba a ser una aventura o una tortura, o quizás ambas. Al llegar a la estación del metro, una hilera de voluntarios con chaquetas anaranjadas y amarillas guiaba a los caminantes hasta el punto de acceso al parque. La gente, casi todos en pareja o en grupos pequeños, caminaba en silencio. Hacía frío y unos voluntarios repartían mantas de color azul pastel a aquellos que querían una. No la agarré y me arrepentí después.

desde el espacio

A las 7:30 a.m. estaba oficialmente en la cola. A esa hora había apenas unas 200 personas, pero con el pasar de los minutos se fue uniendo un mar de gente que me hizo recordar nuestras marchas en su momento de esplendor.

Tuvimos que esperar hasta las 9:30 de la mañana para comenzar a caminar. La razón era sencilla, no había espacio para avanzar. Los últimos en unirse a la cola la noche anterior no habían llegando a Westminster todavía. Cuando por fin pudimos dar el primer paso hubo una ronda de aplausos y vítores, aunque algunos ya tenían las manos ateridas por el frío y las piernas cansadas.

La cola avanzaba lentamente y en forma de zig-zag. Era tanta la gente que no se podía organizar la cola en línea recta, sino pasando por entre decenas de callecitas residenciales. Desde las casas nos miraban con una mezcla de asombro, admiración y compasión. Una señora, aún en bata de recién levantada, abrió la puerta de su casa y le ofreció el baño a quienes lo necesitaran. No vi a nadie entrar. 

desde el espacio

Una serie de carritos vendiendo te y café congregaron a los caminantes. El deshielo estaba comenzando. Por fin, tras salir de una larga calle curva, pudimos ver a lo lejos el Puente de Londres. Muchos tomaron fotos pues venían de otras ciudades y nunca habían visto la emblemática construcción, cuyo nombre fue usado como código para los preparativos del funeral en caso de que la Reina muriera en Londres. Como murió en Escocia, en su casa de Balmoral, se usó otro nombre código: Operación Unicornio.

desde el espacio

Quienes iban en pareja hablaban entre ellos pero volteaban de vez en cuando como buscando ampliar el círculo. La gente aprovechaba para entrar a los comercios a los lados del camino para comprar algo de comer y tomar. La pareja que tenía detrás entró a un supermercado y salieron con un paquete de chocolates que repartieron a los vecinos de cola. Me comí mi pedacito sin saber que la copiosa ingesta de dulces apenas estaba comenzando. 

El ambiente era festivo, de aventura y camaradería. En ese punto no había escuchado aún la primera alusión a la Reina. La cola, la experiencia de hacer la cola era lo que dominaba la conversación: que si cuánto iba a durar la cola, cuándo nos iban a dar los brazaletes de colores que permitirían el acceso a Westminster, que dónde estaban los baños más cercanos. 

Cientos de voluntarios de organizaciones como los Scouts y los Samaritanos respondían a todas esas preguntas. Siempre amables y pacientes. Cada quien comió lo que trajo, la mayoría sandwiches de queso y tomate. Ninguno de mermelada, excepto yo.  

La pareja que tenía adelante sacó una bolsa de culebritas de goma y las repartió. Más dulces. Luego fui por un chocolate caliente y regresé con galletas para todos. Tanto ellos como la pareja que venía detrás de mí eran ingleses, y resultó que los dos hombres habían vivido en el mismo pueblo de Wokingham, al sureste de Londres. Ya éramos un grupo. 

Por el acento, a ellos les fue fácil identificar que los miles de policías que custodiaban la ruta provenían de varias zonas del país. “¿Y quién está cuidando esas ciudades si todos están en Londres?”, comentó uno de ellos al grupo. 

Las donas de Beckham 

El sol salió justo cuando alcanzamos el Puente de Londres, punto en el que nos dieron las banditas amarillas que nos identificaban como caminantes y nos daría acceso a Westminster.

Era mediodía, llevábamos 5 horas caminando y aún faltaban 9 más. 

La cola se movía lentamente pero a ratos avanzaba un buen tramo de un solo golpe. Presumíamos que las pausas tenía relación con el cambio de guardia alrededor del féretro, que sucedía cada 20 minutos. 

Cerca del Teatro Nacional comenzó a sonar una música que a todos nos pareció como salida de una película. De un lado del río se veía la Catedral de San Paul y del otro el London Eye. Mi vecina de adelante iba leyendo la BBC y contó que la noche anterior David Beckham había hecho 12 horas de cola y que había llorado al ver el féretro. También comentó que el exfutbolista le había comprado donas a sus compañeros de cola. “Yo no traje donas pero tengo uvas, ¿quieren?”, dijo la señora y todos nos reímos. 

“There are boyfriends, girlfriends and queuefriends”, nos dijo uno de los voluntarios que nos encontramos en el camino. Era verdad, tras casi ocho horas de caminata, de compartir dulces, de aguantar el frío y el dolor en los pies, éramos oficialmente amigos de la cola. 

Una cola que se ve desde el espacio

Ya estábamos frente al Palacio de Westminster pero aún en el lado opuesto del río. Eran casi las siete de la noche. La cola pasó frente al mural que conmemora a las víctimas del covid. Es un tramo largo justo al bajar el puente de Westminster. El muro está decorado con más de 150.000 corazones rojos y rosados. En los corazones están escritos a mano los nombres, fechas de nacimiento y muerte de tantos seres queridos arrancado de los brazos de sus familias antes de tiempo. 

Se me aguaron los ojos. Me acerqué y leí algunos de los mensajes. Uno en particular me llamó la atención: tenía la foto de un médico con su bata blanca. Pensé en los médicos y enfermeros venezolanos que murieron de Covid-19, muchas de cuyas reseñas escribí para Runrunes durante buena parte de la pandemia. Frente a ese mural de corazones rotos me sentí triste y lloré. Quise escribir un mensaje para honrar a nuestro personal de salud pero no cargaba un marcador y además la cola ahora sí avanzaba rápido. 

Una de las amigas de la cola -en ese momento nadie sabía el nombre de los demás-, comentó que habían cerrado el acceso a la cola pues ésta había alcanzado su capacidad máxima. Los que llegaban eran enviados de vuelta a sus casas. ¡La cola se ve desde el espacio!”, dijo ella y todos miramos para arriba y saludamos, por si acaso. 

The Fellowship of the King 

Eran casi las 8 de la noche cuando por fin cruzamos el puente de Lambeth, uno de los tantos que cruzan el río Tamesis. El amigo de la cola que iba detrás de mí comenzó a cantar una canción y a bailar tipo cabaret, con ademanes de quitarse y ponerse un sombrero imaginario. Estaba remedando un musical llamado “The Lambeth Walk el cual hace referencia a ese puente. Me contó que era parte de un show de televisión llamado “Me and my Girl” que ya no transmitían. 

Señales en la vía advertían que no se podía acceder al palacio con comidas ni bebidas. Justo antes de pasar el primer punto de seguridad, todos comenzaron a comerse el resto de los dulces que tenían. Me sorprendió la cantidad de chucherías que los ingleses son capaces de cargar encima. Más cómico aún fue ver a una voluntaria de los Scouts sosteniendo un pote enorme lleno de golosinas para repartirlas entre aquellos que no tenían sus propios dulces. Nadie se quedó sin comer. 

Cuando entramos a los jardines del Palacio de Westmisnter comenzó a circular el rumor de que el Rey haría una vigilia esa noche junto al féretro de su madre. La gente se emocionó y comenzó a ver hacia arriba, hacia la bandera que ondeaba a media asta. De pronto se vio cómo la bajaron y luego izaron el estandarte que anuncia que el Rey está en el Palacio. Irrumpió un aplauso espontáneo para celebrar la visita del Rey, y el hecho de que estábamos tan cerca que quizás podríamos verlo. 

No llegamos a tiempo pues su vigilia duró 15 minutos y aún estábamos afuera, en el último tramo de zig-zag antes de entrar al Palacio de Westminster. Muchos vieron en sus teléfonos la transmisión en vivo de lo que sucedía a unos pocos metros de nosotros. 

Ante la inminencia del momento que todos habíamos ido a presenciar, le pregunté a mis amigos de la cola por qué habían decidido hacer 14 horas de caminata para vivir ese momento. La amiga que nos iba leyendo las noticias de la BBC contó que ella, cuando era una adolescente, vio a la Reina cuando inauguró una obra en su pueblo natal en Plymouth. Contó que estuvo tan cerca de ella que sus miradas se encontraron. Recordaba que la Reina vestía un traje azul y un sombrero. También su infaltable cartera. Era la única del grupo que la había visto en persona. 

Cuando llegó mi turno de explicar por qué había decidido estar allí, para mi sorpresa no dije nada acerca de la trascendencia del evento histórico. En cambio, dije que como inmigrante uno comparte pocas o quizás ninguna experiencia colectiva con en el nuevo país. Yo fui a mil marchas e hice mil colas en Venezuela, y recuerdo a los amigos que hice en esas experiencias. Puedo hablar de dónde estaba el 11 de abril. Puedo hablar de lo duro de abrazar a tus padres y hermanos cuando te despides en Maiquetía y no sabes cuándo los volverás a ver. Esas experiencias las comparto con millones de venezolanos y me unen a ellos. No puedo hablar del apagón de 2019 porque ya no estaba allá. Esa experiencia colectiva no me pertenece.

Esa mañana a las 5 a.m., sin saberlo y poder explicármelo, yo había decidido ser parte de esa experiencia colectiva en mi nuevo país. Había decidido estar allí y ser parte de algo que estaban viviendo millones de británicos. Por eso fui. 

Antes de entrar al gran salón donde estaba el féretro recibimos la orden de apagar y guardar el celular. La gente que hasta hace un instante reía y comía dulces estaba ahora en perfecto silencio. Una escalinata llevaba a lo alto del salón lo que nos permitió contemplar toda la escena desde arriba, en una gran panorámica. Perdí a los amigos de la cola, cada quien vivió ese momento en privado. Caminar junto al féretro fue una experiencia solemne como quizás no vuelva a vivir jamás. La bandera vistiendo el féretro, la corona sobre un cojín morado, los velones amarillos ardiendo a los cuatro costados, los guardias reales altos como titanes. No hubo un solo ruido pero tampoco era un silencio incómodo. Había paz. Por un segundo sentí pánico de que sonara mi celular aunque sabía que estaba apagado. 

En menos de tres minutos estaba del otro lado. Ya el ambiente no era de fiesta aunque tampoco vi a nadie llorar. Había tranquilidad y satisfacción por haber cumplido la meta pese al frío, el cansancio y la larga espera. Los amigos de la cola nos reunimos para despedirnos y tomarnos una selfie cuando una oficial de policía se acercó y se ofreció a tomar la foto. Al ver la imagen, el amigo de la cola que había hecho el Lambeth Walk nos bautizó como “the fellowship of the king”, la comunidad del Rey. Quería ser parte de algo y lo fui.