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Lo que pudo haber sido y no fue (o no ha sido…)
Cuando los lobbies se imponen, se corre el riesgo de que ocurra lo que ocurrió con Chávez en Venezuela. La antipolítica terminó imponiendo al teniente coronel

 

@juliocasagar

Aun en medio de la Guerra Fría, con la amenaza de la crisis de los misiles en Cuba; con el asesinato de John F. Kennedy y la espantosa guerra de Vietnam, no todo parecía perdido. Se veía una tenue luz al final del túnel: la juventud del planeta se convirtió en un motor de arranque de grandes esperanzas.

Salieron a las calles de todas las ciudades del mundo; se reunieron en Woodstock a mostrar una fuerza inusitada; rodearon a los Beatles y a los Rolling Stones a cantarle al optimismo, a la paz, a los submarinos amarillos y a la libertad. Lo hicieron en el oeste y también en el este. En París prohibían prohibir y en Praga se enfrentaron a pecho descubierto a los tanques del Pacto de Varsovia. Todo ello ocurrió en la mágica primavera europea de 1968. Hubo igualmente un Pentecostés en los líderes de la Iglesia católica y nació el “aggiornamento”. Los pastores comenzaron a celebrar la misa de frente a sus feligreses y les hablaron en sus lenguas maternas.

Había crisis, pero, como lo dijimos, también había esperanzas de cambio. No en balde los chinos escriben la palabra crisis con dos ideogramas: uno es el que representa “peligro” y el otro “oportunidad”

Dicho esto, queremos destacar un acontecimiento simbólico con un profundo significado y que quizás se metió en las venas del género humano y le hizo soñar, por un tiempo, que la humanidad podía tener un destino común: se trató del viaje del hombre al espacio.

¿Por qué escogemos, entre tantos, este hecho singular?

Pues porque, por alguna razón, los seres humanos desde el inicio de los tiempos han dirigido siempre su mirada al cielo para buscar las respuestas a preguntas que no han podido resolver. Y también para pedir lo que sus fuerzas no les han permitido alcanzar.

Todas las culturas y religiones nos hablan de viajes siderales, de contactos de dioses de las alturas con seres humanos. El carro de fuego de Elías aparece en los relatos de todas las civilizaciones y confesiones.  Haber podido constatar, entonces desde las alturas, que TODOS (mayúsculas ex profeso) vivimos en este globo azul y que TODOS somos compañeros de viaje de la misma nave espacial, nos ha debido hacer pensar también que TODOS podíamos tener un destino común.

Mutatis mutandi, se trataba de un sentimiento parecido al que recorrió el mundo en el Renacimiento, cuando salimos de la oscuridad de la Edad Media, reivindicando el valor del Hombre, y la vuelta a los cánones de belleza de los griegos, es decir, de los descubridores de la democracia y la filosofía. Esa fue la tarea de los grandes humanistas como Erasmo, Petrarca y luego de genios como Leonardo da Vinci.

Esos dorados 60 fueron (con todas sus convulsiones) los del cuarto de hora de la cultura de la paz y el amor y los de las grandes esperanzas que ya se insinuaban en los 50, cuando Selecciones del Reader’s Digest y las películas de Hollywood nos hicieron soñar que los grandes automóviles descapotables serpenteando por parajes de inusitada belleza. Allí estuvieron, no obstante, Corea, Vietnam y la Guerra Fría para recordarnos que no todo era miel sobre hojuelas.

Pero cayó luego el Muro de Berlín y con él vino el fin de esa guerra fría. Muchos pensaron que iríamos a un mundo unipolar y que nos encaminaríamos sin mayores contratiempos, a un mundo liberal y democrático bajo el liderazgo de las grandes potencias occidentales.

No fue así. China, por su lado, amenazando, con su desarrollo colosal, con exportar su modelo de negación de libertades; y Rusia, por el otro, con un Putin desempolvando las tesis de la supremacía racial y el espacio vital de la Gran Rusia.

Así estaba el mundo cuando nos llegan dos muy malas noticias: la invasión a Ucrania y la masacre de Uvalde, pocos días después de la de Buffalo. Una vez más nos despertamos convencidos de que, definitivamente, algo está podrido en Dinamarca y que sus efluvios contaminan todo el planeta.

Justo ocurre todo esto, cuando renacían las esperanzas de que podíamos lograr puntos de acuerdo razonables para hacer avanzar la humanidad después de los estragos de la pandemia.

La invasión rusa a Ucrania tiene mucho que ver con la personalidad psicótica de Putin, con sus sueños de expansión gran rusos y con la geopolítica del mundo. Lo de Estados Unidos, sin embargo, tiene una raíz más profunda y más endógena.

Veamos:

Hoy en Norteamérica hay una crisis espiritual que amenaza con llevar a ese país a las mismas condiciones que crearon la guerra de secesión. No pareciera que hay un proyecto común de nación.

Los poderosos lobbies han tomado el control de la sociedad. Las farmacéuticas presionan a los demócratas; los perros de la guerra y la Asociación Nacional del Rifle a los republicanos. Los intereses de los sectores sobresalen por encima de los intereses de la nación en su conjunto. Las llamadas “minorías” tratan de imponerse a las mayorías, desnaturalizando la esencia de la democracia, mientras cada quien trata de sacar partido de esos intereses. El respeto a la diversidad, que es una de las virtudes de la democracia, corre el peligro de desnaturalizarse, haciendo del “melting pot” (otra virtud de la diversidad norteamericana) un caldero indefinido de intenciones.

Cuando estos grandes intereses se imponen, se corre el riesgo de que ocurra lo que ocurrió con Chávez en Venezuela. La antipolítica, liderada por los antiguos Amos del Valle, por los que crecieron y se enriquecieron de las canonjías del Estado nacional, terminaron imponiendo al teniente coronel, para detener los cambios.

Como ya dijimos, toda crisis es un peligro. Pero también una oportunidad. Ojalá que los Estados Unidos puedan volver a encontrar el espíritu de los “padres fundadores” y que puedan hacer acopio de las reservas morales y humanas que le hicieron el país líder que ha sido.

Menudo compromiso el de su liderazgo.

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