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#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana | Balance. Izquierdas venezolanas en tiempo de fanatismo (y XII)

#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana Balance. Izquierdas venezolanas en tiempo de fanatismo (y XII), por Isaac López
Isaac López
10/04/2022
Preocupa el neoculto democrático. Su basamento en la idealización de ciertos personajes, la descontextualización de hechos y fenómenos

 

@YsaacLpez

“… Todo es preferible antes que vivir en este país”; “No voy a entristecerte con la acostumbrada plañidera de los que nos quedamos: aquí no se vive, etc.”. Rómulo Gallegos, carta a Salustio González Rincones, 1913.

“‘Venezuela está ‘mejorando’. Bodegones para pocos y miseria para muchos”. Soledad Bravo, Twitter, 2022.

Discusiones y reflexiones sobre el papel de las izquierdas venezolanas en el devenir del país han planteado politólogos, periodistas, sociólogos, críticos literarios, ensayistas e historiadores. Entre otros: Edgardo Lander, Fernando Rodríguez, Gisela Kosav Rovero, Trino Márquez, Guillermo T. Aveledo Coll, Alberto Barrera, Ibsen Martínez, Luis Ricardo Dávila, Erik Del Búfalo, Fernando Mires, Tulio Hernández, Edgardo Mondolfi Gudat y Tomás Straka. Un mosaico diverso que es importante seguir por sus muy significativas contribuciones.

La crisis del proyecto democrático venezolano tiene su momento cumbre a finales de la década de los ochenta del siglo XX, cuando el modelo económico rentista y monoproductor también mostraba signos de agotamiento e insostenibilidad. Un chorro de buena suerte salvaría los escollos de una nueva administración desde temprano ineficiente, para hacer que la sociedad se desentendiera del desmantelamiento de los mecanismos democráticos.

Había bastante dinero entre 2002 y 2013 para estar viendo cómo un proyecto conformado por diversidad de intereses –desde el insomne militarismo salvacionista y bolivariano hasta los restos de las izquierdas democrática y borbónica; desde agazapados aprovechadores de la influencia de los medios hasta miembros de una élite conservadora y anacrónica- hacían de la democracia un remedo para perpetuarse en el poder.

La construcción se reveló débil. Ciudadanía no era solo votar, la Constitución era un libraco sin sentido, una suerte de guion para la actuación en un territorio de analfabetos.  

El empeño de los operadores políticos de esta hora por establecer una memoria corta de la evolución contemporánea del país, que nos trajo a la situación actual, es un truco malsano y siniestro que es preciso denunciar hasta el cansancio. Como lo expresó el viejo fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Domingo Alberto Rangel: “Nadie puede explicarse a Chávez sin la crisis profunda que vivía el sistema democrático venezolano el 4 de febrero de 1992, un régimen de cabaret de lo más inmundo”.

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Sin embargo, la mejor opción para el común de los venezolanos es extrañar al chavismo. Rotularlo como producto aparte del país. ¿Venidos de marte o de júpiter? Encapsularlos en la etiqueta “izquierda”: los eternos renegados, los parásitos universitarios, los conspirados desde el tiempo de la guerrilla, los secuestradores y encapuchados.

Mejor no ver en ellos las costumbres comunes de la tribu ahora expandidas y sistematizadas, estandarizadas para emplear un anglicismo de esos que tanto nos gustan: irresponsabilidad, ética sinuosa, flojera, improvisación, ventajismo, personalismo, amiguismo, grosería del habla y del gesto. Eso nos contrastaría con el espejo, y ese es un ejercicio más exigente.

Gentes que asumen el país como negocio, habitantes de un eterno hotel diría Cabrujas, pisatarios más que ciudadanos de deberes y derechos, eso hemos sido. 

Esta hora negra que vivimos nada tiene que ver con el barco regalado a Bolivia; con los procederes de Blanca Ibañez y de Cecilia Matos, con los jeeps de Ciliberto, el negocio de las fragatas, el affaire Jattar-Lamaletto-Dager o el chino de Recadi. ¿Para qué acordarse de eso? Eso no es nada frente al inmenso saqueo de las riquezas del país operado en estos últimos veinte años. Disminuyendo el robo lo sancionamos. Todo se explica en el modelo de expropiaciones propio del socialismo cubano, gran asesor y beneficiario del régimen militar-civil de Venezuela. Esta élite guevarista, imitadora de la burocracia cubana y sus desmanes.

Con tal recubrimiento el mea culpa no es posible. Simplemente me olvido de que hasta ayer alcé banderas rojas y lloré ante la imagen del líder cual si de Ronaldo se tratara. Frivolidad, ignorancia y desfachatez que nos alienta. El chavismo como sustrato y reflejo del venezolano es mucho más complejo que la simplificación que los operadores políticos han pretendido hasta ahora. Más que odio y culpa, justificación y blanqueamiento.

No hay peor contribución al “debate venezolano” que puedan hacer nuestros intelectuales y universitarios que sumarse a visiones, con pretensión de consagración, según las cuales antes de 1999 vivíamos en una democracia perfecta. El grotesco discurso de que “éramos felices y no lo sabíamos.” La estrategia es seguida, a veces sin ningún empeño por ocultar el trasfondo del interés individual, por historiadores pertenecientes a varias generaciones.

Preocupa el neoculto democrático. Su basamento en la idealización de ciertos personajes, la descontextualización de hechos y fenómenos; el ocultamiento de procederes de nuestra clase política; la negación de la banalidad, anquilosamiento y mediocridad perpetuos de nuestros medios de comunicación y de sus oficiantes; el empeño de veneración a un liderazgo empresarial que realmente siempre pareció tener un comportamiento de bodegueros sin arraigo, ni compromiso con el país; una clase media frívola, irresponsable, exhibicionista, sin sentido de pertenencia ni proyecto; la Universidad como inmenso escenario donde se reprodujeron sin mecanismos de control todos los males del sistema tras la falsa fachada de la autonomía.

“El papel de la historia como ideología se eleva como obstáculo formidable para la realización del papel de la historia como ciencia” nos dice el mexicano Carlos Pereyra. Y de una vez el historiador que intento ser reacciona y reescribe: hace veinte años los venezolanos no votaron por un proyecto socialista, porque fue en 2007 cuando el conductor del régimen lo declaró tal: una Revolución Socialista Bolivariana. El candidato Hugo Chávez se presentó en 1998 como alternativa a la corrupción de los partidos tradicionales en un país que iba de escándalo en escándalo. Y por él votaron las masas venezolanas y también muchos universitarios e intelectuales, clase media y de más arriba.

¿Quién fija la conciencia histórica en el espacio público venezolano ayer y hoy? ¿Venevisión? ¿Globovisión? ¿Radio Rumbos? ¿El Circuito Éxitos? ¿Eladio Larez, Isa Dobles o César Miguel Rondón? ¿La señora Imber, Olavarría, Uslar, Cabrujas, Radio Rochela u Osmel Sousa? ¿Qué línea editorial llevaban El Nacional y Radio Caracas Televisión en 1998-1999? ¿Qué pregonaban por aquellos años destacados periodistas de cara al país que éramos?

¿Cuál la responsabilidad de esta hora de El Estímulo, Prodavinci, Runrunes, Tal Cual, El Pitazo, ArmandoInfo, Efecto Cocuyo, La Patilla, Noticias 24, Eneltapete? ¿Fue el chavismo un buen producto de venta como hoy lo es la oposición al chavismo? ¿Obedecen a esa estrategia de ventas títulos de la Editorial Libros Marcados, los libros de El Nacional o Editorial Alfa? ¿Se prestan a la estrategia lo mismo políticos y periodistas que historiadores? ¿Qué quieres que diga que yo lo digo?

Tratamos la actualidad nacional y el proceso contemporáneo que nos ha traído hasta aquí con la misma superficialidad que ayer muchos preferimos y prefirieron no ahondar en el asunto de los derechos humanos en Cuba, recibir con devota admiración varias veces en el país al comandante en jefe Fidel Castro −tanto en la coronación de CAP como en los juegos de béisbol de Chávez−, desbordar su admiración por el alzado paracaidista de Sabaneta de Barinas, o celebrar la defenestración del ahora beato Carlos Andrés Pérez. El presentismo y la corta memoria parecieron no ser buenos guías ayer, no deberíamos esperar lo sean hoy. Responsables somos todos y, como señala Miguel Ángel Campos, solo de un mea culpa colectivo pudiera esperarse algún propósito creíble de enmienda.

Sentenciaba en 2010 un anciano irascible llamado Domingo Alberto Rangel: “El socialismo oficial venezolano es una pirotecnia demagógica para encubrir las lacras que sobrelleva el país; el burladero detrás del cual se refugia una camarilla que no está con los explotados, pero sí con los explotadores. Chávez llegó al poder porque los capitalistas le franquearon el paso. Vieron que no representaba, ni representa, riesgo alguno. (…) El gobierno de Chávez es lo más deshonesto y lo más desordenado que haya visto Venezuela. ¿Por qué un sector de la izquierda, que fue muy radical, muy combativa y muy llena de virtudes, acompaña a Chávez? Porque es una izquierda corrupta” (El suicidio de la izquierda. Libros marcados, 2010. pp. 106-107 y 152).

Una izquierda que no es la única responsable, pero que como señala el periodista Hugo Prieto ocupa sitio VIP en el reparto de la obra. Como corrupto es también un país que se dejó comprar, opuso frágil resistencia a la destrucción de la frágil democracia, hizo de la oposición una industria, y ahora normaliza la sobrevivencia entre Carnaval y Semana Santa, Ferias del Sol y viajes a Margarita.

Vuelvo a Cabrujas, también sobrevalorado y escasamente leído en esta hora venezolana, reviso sus artículos. El estado del disimulo, Carta al señor Pérez, Dr. Jeckyll and Mr. Pérez, Carta cerrada al señor Betancourt, Memorias de un damnificado de la democracia, La señora Morales y El hombre de la franela rosada. Es decir, de nosotros a la Tribu de David y a la estampa que aterrorizó por vez primera a la clase media venezolana como precursora del nuevo tiempo que venía.

Vuelvo a Cabrujas, solo para intentar comprender a un país desmemoriado donde el inmediatismo, la rabia, la frustración, el hambre y la desazón parecen llevarnos a la veneración del “pensamiento de Carlos Rangel” o a la exaltación del comportamiento democrático de Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez.

Tratar de abrir cauces en la discusión cuando nadie escucha a nadie. Pretender conversar cuando todo el mundo toma posición a partir de la calamidad, el fanatismo y la búsqueda propia por limpiar el pasado de apoyo al régimen con solo leer el titular. Los términos y calidad de la reflexión pública indican el estado de salud de la política venezolana, de la conciencia y sensibilidad nuestras.

Si sobran los espacios de diarios y revistas, portales y plataformas, pareciera que nos hemos cerrado al debate y la discusión de los problemas para solo esgrimir consignas. Signo de los tiempos, marca de la época torva que nos toca vivir. Sí, pero no nos escudemos en las excusas recurrentes. A los que se han ido y a los que quedamos nos sigue una marca país.

De la soberbia de “lo nuestro es lo mejor” pasamos a la vergüenza de que se detecte nuestro acento en los parques o autobuses de Lima, Guayaquil o Bucaramanga. De la arrogancia de vivir en el mejor país del mundo pasamos a la cotidianidad de los resuelves para aguantar una hiperinflación que no amaina. Y aun así a todos nos toca recoger los escombros, forjar cimientos sólidos, plantar nuevos árboles. Crear ciudadanía y organización alternativa donde antes hubo irresponsabilidad. La tarea no es fácil, y muchos no están dispuestos, se comprende, pero la casa hay que levantarla para poder vivir mejor, para volver a tener una esperanza.

Abril 2022

* Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida

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